lunes, 13 de febrero de 2017

El sueño de Ch.

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C
h. tuvo un sueño inquietante una noche, durante el descanso nocturno. De él recuerda hasta los mínimos detalles. Se encontraba cruzando un túnel amplio y muy luminoso. Parecía que estaba paseando por él con toda comodidad en ropa deportiva. No había nadie allí, pero tampoco sintió miedo ninguno, aparte de una cierta extrañeza. Después de caminar un largo rato se abrió el foco, encontrándose en una gran sala blanca y con luz resplandeciente, a la que tuvo que ir acostumbrándose, porque, al principio, le deslumbró. Enseguida se tranquilizó.

Le pareció que estaba ante el altar de una basílica de grandes dimensiones. A lo lejos divisó lo que simulaba ser una persona diminuta y de pequeña estatura, que le saludaba con la mano en alto y ofreciendo signos familiares que Ch. había visto antes. Vestida con traje militar, llevaba unas gafas de sol en la cara y no tenía prácticamente pelo. A medida que se iba acercando, percibió que esos rasgos le sonaban mucho y que los conocía, pero no se atrevía a decir quién era.

Cuando estaban ya próximos, alzó la mano derecha y le mostró la palma a modo de saludo. Inmediatamente se la ofreció y estrecharon las manos con firmeza. El recién llegado miró la cara de sorpresa de Ch. y le dijo:

--¿No sabes quién soy?--.

Ch. le contempló dubitativo y negó con la cabeza varias veces. De nuevo le dijo a modo de presentación:

--Soy P.--.
--¿Paco? --preguntó sorprendido Ch.--. ¿Qué P.?
--No te hagas el despistado: me conoce de sobra. ¿Tampoco te dice nada ni uniforme militar? Aquí todavía me permiten usarlo, como deferencia.
--¿No se habrá extraviado usted? --dijo Ch.--. ¿Necesita ayuda? ¿Está bien? ¿No se encuentra enfermo?
--Tú sí que estás enfermo --respondió la sombra--. Me río yo mucho de los vivos, que se desconciertan ante cualquier cosa.
--Trato de recordar --contestó Ch.--. Me esfuerzo mucho en ello, pero no caigo, discúlpeme. Además, es que no puede ser.
--¿Cómo que no? --dijo la sombra--. ¿Es que no me estás viendo realmente?
--Pues esa es la cosa --le contestó Ch.--. Lo que veo parece real, pero no puede serlo. Debo estar sufriendo una alucinación o algo similar.
--Déjate de gaitas --dijo la sombra--. Soy P. y estoy enterrado aquí, en el V. C., donde estamos ahora. ¿Caes, al fin?
Sí, pero no puede ser --dijo Ch.--. Usted es P., es decir, FF. No, no puede ser. Le digo nuevamente que no puede ser. ¿Cómo va a ser posible eso? No lo es, de ninguna manera.
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Bastó un apretón de manos para despedirse. Ch. se quedó completamente solo en aquel recinto, casi espantado con su silencio. Tuvo que pensar con rapidez como salir de allí, porque temía ser enterrado vivo en ese entorno. Recordó la entrada y enseguida vino a su memoria el profundo y largo túnel protector, que ahora ya no estaba. Sólo quedaba la gigantesca sala en la que FF. se había hecho presente. Se esforzó fuertemente en lanzar una mirada profunda en uno de sus frentes, como si quisiera abrir el tremendo muro, lo que sólo podía hacer, según creía, con el pensamiento.

No recuerda cuánto tiempo pudo permanecer en aquella posición. Lo que sí le parece es que tuvo la impresión de un profundísimo dolor en los ojos, como si fueran a saltársele las órbitas. Y entonces accedió a la percepción vertiginosa de lo que se ofrecía como un túnel evanescente con un haz de luz plenamente cegador. Nuevamente se vio en ropa deportiva y esta vez corrió todo lo que le permitieron sus fuerzas, mientras se internaba de golpe en él.

Tampoco sabe cuánto tiempo aguantó corriendo sin parar hasta que se vio en tierra firme. Entonces despertó y tocó su cuerpo, cuyos porros permanecían empapados de sudor. Se fue decidido hacia la ducha, mientras que en su mente no podía controlar una tremenda angustia. El agua tibia empapó todo su cuerpo, se relajó y empezó a tranquilizarse poco a poco, sin volver ya nunca atrás. Fue esta una de las escenas más intensas que había vivido jamás, pero, afortunadamente, concluyó en un remanso de paz.

Ch. comprendió que su relato se había agotado definitivamente. No quiso añadir ni una sola línea más. Quería olvidarse de todo para que sus músculos se destensasen por completo y le dejara de doler todo su cuerpo. ¿Cómo había podido llegar a semejante situación? Cuantas vueltas da la vida en su transcurso inevitable. Pero ahora era ya el definitivo final.

Julián Arroyo Pomeda


(Dos fragmentos del último capítulo de un relato inédito, que todavía hay que revisar, pero que se encuentra prácticamente terminado).