sábado, 25 de enero de 2020

Pin, pin, pin: degradar la escuela pública



Hace unos días coincidí con una amiga y hablamos del pin parental. Me dijo que si ahora sus hijos estuvieran en edad escolar los inscribiría en un buen colegio privado, a poder ser bilingüe por los próximos líos que van a presentarse en los centros públicos. Me extrañó, pero comprendí que eso es precisamente lo que buscan los partidarios de vetar ciertas actividades con la excusa de que adoctrinan a los niños. Intentan desprestigiar la enseñanza pública.

Muchos colegios privados adoctrinan, pero no molesta, lo hacen de acuerdo con mis propias convicciones. He trabajado en algunos centros privados en los que me encontraba muy a gusto; en cambio, en otros abandoné lo antes que pude, porque contaminaban de adoctrinamiento incluso al profesorado, que aguantaba, porque tenía que ganarse la vida. Ahora se presumiendo de ello, sin ninguna vergüenza. Por eso estamos mucho peor.

El pin parental faculta a los padres a rechazar actividades complementarias, que están dentro del horario escolar para completar las exposiciones del aula. Se introducen en las programaciones y forman parte del currículum, contextualizándose en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Las aprueba el Consejo Escolar y quedan recogidas en la Programación General Anual (PGA). La LOMCE (artículo 2 bis, 4) establece para el sistema educativo cooperación, equidad, libertad, igualdad y no discriminación. El pin parental pide a la dirección de los centros que informen a los padres de materia, charla, taller o actividad que afecte a cuestiones morales o a la sexualidad que puede introducirse en la conciencia e intimidad de sus hijos. Los padres darán o no su consentimiento. ¿De dónde viene plantear esto ahora?

Puede ser por ignorar lo que es una actividad complementaria, porque los padres quieren controlar los centros públicos, porque desconocen lo que es la escuela pública, porque son unos rancios y desprenden olor a naftalina, o porque están en el limbo. Toda educación debe atender a las necesidades que se presenten en una sociedad, porque el currículo enseña, pero también educa. La escuela pública ha de tener un componente científico (no desconoce la realidad), es laica y no confesional, gratuita, democrática (los padres también participan en ella) y no discriminatoria. Esto es lo que caracteriza la escuela pública, que el Estado tiene obligación de preservar con fortaleza democrática frente a quienes la atacan. Directores y profesores gozan de autonomía y tienen competencia para organizarla. No se trata de que los padres quieran otra cosa. Hay otras escuelas para atender las preferencias de los padres, presentando su carácter propio e ideario.

Si los progenitores son unos rancios y de mente poco abierta, la escuela y sus propios hijos podrían educarlos, poniéndolos frente a la realidad. Hijos de padres homófonos, maltratadores, patriarcales, racistas o dictatoriales tienen más necesidad todavía de ser educados en derechos humanos, tolerancia y libertad. Se lo merecen. Otra cosa es la carencia de oportunidad de la propuesta. ¿Qué tendrá que ver el pin con la aprobación de los presupuestos en una Comunidad Autónoma? Me parece que nada, pero lo tendrán que tragar, si no reaccionan a tiempo, porque se lo imponen a la fuerza. Menuda educación es ésta.

Luego están los epígonos de la formación que propone estas barbaridades disparatadas. Uno de ellos es un borrico y eurodiputado. Dice este sujeto que el pin es “para evitar que tu hijo pretenda penetrar a su hermanito”. Qué zafiedad. Después está el líder de la oposición que pide al gobierno que saque sus manos de nuestras familias. Puede quedarse tranquilo, nadie hace esto, en todo caso protege a sus hijos de los bocazas medievalistas y facilita su desarrollo físico e intelectual. Finalmente, está el seguidismo de partidos irresponsables, unos con cierta vergüenza, pero ahí siguen, y otros con acuerdo abierto y sin el más mínimo reproche, porque ya se sabe que a río revuelto ganancia de pescadores.

Lo que están haciendo con la amenaza de no aprobar los presupuestos, si no se acepta el pin parental, es lisa y llanamente un chantaje, eso sí, en nombre de la moral, precisamente, de su moral. Es el primero, pero no será el último, porque el proceso continuará. Lo peor del caso es que los chantajeados lo reciban de buena gana, no vaya a ser que les arrebaten también esta bandera. Aceptar tal inmoralidad es caer en un pozo sin fondo, cuyas consecuencias pueden ser impredecibles: se los irán comiendo poco a poco. Se trata de una política de chantaje permanente. Si no cortan ya, tienen el peligro de caer en la ruina más espantosa.

El valor de la escuela es único y ningún pin podrá cuestionarlo. Como escribió John Dewey: “La educación no es una preparación para la vida. La educación es la vida misma”. Muchos estarían mejor callados, en silencio serían un poco más felices, pero, si están empeñados en amargarse y liarlo todo mucho más con broncas permanentes, que con su pan se lo coman.

by Crónica Popular • 25 enero, 2020 • [Aquí se publicó el artículo]


Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía

domingo, 19 de enero de 2020

Apocalipsis now: a rezar



by Crónica Pupular • 18 enero, 2020 • 1 Comment

La Conferencia Episcopal española se encargó de abrir el campo de batalla con virulencia, bajo la excusa de orar por España. Dicen que no pretenden orientar el voto de los cristianos, aunque sea evidente que sí lo hacen. Se pueden consolar rezando, pero el caso es que Dios no los ha hecho caso por el momento. A ver si va a resultar que la divinidad se encuentra harta de las manipulaciones que hacen con su imagen altas instituciones eclesiásticas.

¿Por qué piden oraciones especiales y exigen estar alerta? Porque la situación es crítica en nuestro país. Y lo es porque ya está conformado un gobierno de izquierda, o, como lo llama con beligerancia el cardenal Cañizares, de socialistas y socialcomunistas. Este hecho produce conmoción, gran temor y preocupación grande, junto con una situación patológica. Lo que se aproxima es un cambio cultural que origina “una crisis humana honda”, cree Cañizares. ¿En qué consiste tal crisis? Se trata de crear un pensamiento único, que diseñe una concepción del ser humano en la que se incluya la eutanasia, nuevos derechos, ideología de género, feminismo radical, memoria histórica para fomentar el odio, destruir el sentido de la vida y los valores universales, el matrimonio y las familias. En una palabra, acabar con la identidad propia. Es una emergencia que requiere una “sanación urgente”. Así se expresa el cardenal.

Todo esto sucederá pronto, el tiempo está próximo. Sólo queda que vengan los siete ángeles con sus trompetas para anunciarlo solemnemente, la situación se merece. Previamente, se habrán abierto los siete sellos de la tradición. Por fin, el cardenal Cañizares ha ofrecido su revelación o apocalipsis personal.

¿A qué ha venido esta carta semanal del cardenal arzobispo de Valencia y vicepresidente de la cúpula episcopal? Reflexionemos también nosotros un poco como hace su eminencia. Lo dice claramente en la primera línea: “El anuncio y conocimiento de un ‘preacuerdo’ entre socialistas y social comunistas”. Es decir, que va a gobernar la izquierda, los rojos ateos, y el horizonte se ha cubierto de nubes y se presenta incierto. Si hubiera ganado la derecha católica, el panorama habría sido de tranquilidad, paz, concordia, convivencia y progreso, manteniendo los privilegios de la Iglesia y el confort episcopal.
Parece increíble que todavía se hagan semejantes caricaturas, propias de la época medieval y de un príncipe eclesiástico. Al papa Francisco no le allanan el camino para visitar España. Es que no quiere venir y no me extraña. Con esta terquedad cavernícola se pierde el tiempo, permanecen encerrados en su propia torre.

Lo preocupante es que escribir así degrada y devalúa la realidad política ante la opinión pública. Al parecer, los políticos son incapaces de diseñar el futuro, ¿quién deberá hacerlo entonces? Menospreciar la política es poner en peligro la sociedad. La política abarca todos los ámbitos de la vida: educación, familia, economía, ecología, cultura, sanidad, protección social, justicia, vida democrática, hasta lo religioso en sus distintas expresiones. Están lejos los tiempos en que quien fue obispo de Segovia, Antonio Palenzuela, del que dice Cañizares que fue su maestro, se atrevió a plantear abiertamente en un pequeño libro lo que piensa la Iglesia sobre la política. Le vendría bien releerlo ahora a nuestro cardenal.

Creo que todavía podría enseñarle muchas cosas y nuevos enfoques
Haría bien la Conferencia Episcopal si se planteara las crecientes desigualdades sociales, que son igualmente un hecho sangrante. También podría pensar en el desafío que plantea en la actualidad el bien común universal, que sólo podrá resolver una autoridad universal que ejerza sobre toda la tierra, como escribió Juan XXIII. Igualmente, los desafíos culturales para que progresen las ciencias, la sanidad y la educación. O el desafío moral para que los seres humanos evolucionen y construyen un mundo más humano y libre.

Hay que aprender a vivir juntos en democracia, respetando sus principios y reglas en lugar de incitar a enfrentamientos permanentes, sembrando cizaña por doquier. Esto también es cristiano. Los privilegios destrozan la convivencia. Las inmatriculaciones en hombre de la Iglesia y sus consecuencias nefastas tienen que someterse a un análisis profundo, en lugar de defender los intereses puramente propios. Los refugiados y sus devoluciones, los pobres, el machismo criminal, las pensiones dignas, el racismo y la xenofobia, el odio al contrario, el cambio climático, la corrupción, etcétera, de todo esto habla muy poco la cúpula episcopal. Quizás no quiere meterse en política, como ya nos recomendaron en otros tiempos, pero esto no es aceptable, porque lo que se necesita es rehabilitar la política. La Iglesia también está obligada a vertebrar la vida social en todo lo posible, construyendo tejido humano. Reivindicar todo esto sí que sería dar un buen ejemplo, pero sólo con rezar no se arreglan las cosas, si acaso la mala conciencia y el alma perdida.

Julián Arroyo Pomeda


viernes, 17 de enero de 2020

Qué significa el gobierno de coalición



El gobierno de coalición PSOE-UP con Pedro Sánchez como presidente no debe tomarse a la ligera. Es la primera vez que ocurre esto en democracia y puede tener un gran significado. Habría que preguntarse por qué se ha tomado esta decisión. Es el pueblo español quien lo ha querido. Muchos se lamentan porque había otras alternativas. En teoría, sí; en la práctica no quedaba otra una vez que las formaciones de derecha y centro-derecha lucharon con uñas y dientes, incluso con métodos inaceptables, por impedirlo, bloqueando la salida. Además, es una de las fórmulas posibles, son los resultados los que dirán si han acertado o no.
[www.lavozdegalicia.es]
Se han unido, por fin, las formaciones de izquierda con la misma legitimidad con que lo han hecho las derechas para gobernar en algunas comunidades autónomas. No pasa nada, los resultados nos lo dirán. Parece significativo el acuerdo entre PSOE- UP, de una parte, y entre PSOE-ERC, de otra. Es necesario que la formación socialista urbanice los terrenos de quienes aspiraban a conquistar el cielo y marque responsabilidades de gobierno en el ámbito que les corresponda. También se estaba haciendo imprescindible enfocar a la izquierda republicana hacia un modelo de convivencia posible, porque se había echado al monte incontroladamente y el choque definitivo estaba muy cercano ya con resultados catastróficos tanto para Cataluña como para España. Si este grave problema se encauza desde la vida política, convivir será posible de nuevo. Quedan otras líneas de izquierda menos voluminosas, pero que han contribuido con valentía al desbloqueo. Ahora los conflictos podrán solucionarse con la política en diálogos intensos para alcanzar acuerdos, sin necesidad de quebrar el orden jurídico y la legalidad. Lo de menos es que no se hable de la Constitución, ya que está implícita y, quizás, convenga dejarla descansar un poco.

Esta actuación podría resultar histórica, si consigue que la concepción catalana más radical, que piensa más emocionalmente que con la razón argumentativa para explicar los acontecimientos. La situación es delicada, pero las dificultades internas de dos facciones deben aflorar para que los ciudadanos tomen sus propias decisiones libremente. No más choques a partir de ahora, porque va siendo hora de gestionar la situación en el país con la cabeza fría. Para eso tendrán que tomar otros la iniciativa de organizar cambios imprescindibles. El futuro no puede ser ya el pasado ni del nacionalismo español, ni de los nacionalismos regionalistas. Quien no lo vea así es que vive en la obsolescencia más rancia y entonces es mejor que con su pan se lo coma, pero que dejen actuar a otros con ideas actuales. Europa sigue siendo la solución para España y sus problemas. La UE con su marco democrático marca las líneas soberanas y no tiene que acomodarse a las limitadas expectativas nacionales, impidiendo que se imponga una de ellas. La soberanía europea tiene que estar por encima de los estados, lo que costará aceptarlo, pero tiene que ser así. Por eso me parece un acierto que el programa de coalición quede marcado entre el principio y el final: el contexto macroeconómico y la España europea.

El papel de los nacionalismos ha funcionado casi siempre en una perspectiva romántica. Cuando la globalización pretendía amarrarlo todo, borrando, incluso identidades y fronteras, el nacionalismo regionalista fue muy apreciado por su reivindicación de la identidad de los ciudadanos de un pueblo, junto con los ingredientes que formaban su totalidad cultural. Era un orgullo poder exhibir la propia idiosincrasia de cada uno. Esto retrocede desde el momento en que las particularidades se integran en la universalidad, sin que sean fogocitadas por la fuerza del poder. Al contrario, la tierra es universal y, por tanto, de todos, pero cada una tiene aspectos propios que nos hacen vivir en ella porque coincide más con las expectativas particulares. En este sentido, la patria chica, en la que siempre desembocamos, forma parte de la patria nacional y ésta queda incluida en la mundial.

Es la hora de abrir España al mundo, mediante el impulso de un proyecto comunitario europeo, sin olvidarnos de Iberoamérica y África. Éste es el reto y la gran aventura del momento.
Si estos objetivos se consiguieran exitosamente, se produciría un cambio histórico innegable, pero si solo se alcanzara una parte de los mismos el intento tampoco habría sido en vano, porque el camino quedaría apuntado en la buena dirección. La imaginación política había cumplido con creces, porque el intento mereció la pena. ¿Y si se produjera un fracaso? Entonces habría que analizarlo, y relanzarlo todo de nuevo para seguir avanzando lentamente. No podemos olvidar que las cosas requieren de su tiempo para que se vayan haciendo en la medida de lo posible, pero nuestro humus aparecería algo más brillante en el conjunto mundial y el esfuerzo quedaría, sin duda, recompensado.

Julián Arroyo Pomeda

jueves, 9 de enero de 2020

Dios mío, el discurso del rey

[www.publico.es]

“Pensar es poner ante nuestra individualidad las cosas según ellas son" (Ortega y Gasset).

Por quinta vez, el rey pronunció su discurso de Nochebuena, cumpliendo así una de las importantes funciones que le corresponden. Tiene cinco páginas y fue expuesto en doce minutos. Se impone aquí la primera observación: el contenido es escaso, lo que ya impide, de entrada, desarrollar los puntos seleccionados. Se trata de generalidades que evitan un tratamiento posterior. Un discurso excesivamente sencillo y hasta simple, incluso, que, buscando no molestar, podría no contentar a casi nadie, lo que sería todavía peor.

Ya sabemos que el rey reina y que gobernar corresponde al presidente del gobierno. Por eso debe mantener una neutralidad impecable. Pero es también el Jefe de Estado, que "arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones" (Constitución, artículo 56,1). Arbitrar es actuar como juez entre dos partes en conflicto: es disponer los medios o recursos necesarios para resolver un problema. Aquí, en el discurso no se proponen medios ni soluciones. Es más, ni tan siquiera se analiza un asunto determinado.

¿Qué dice entonces el rey en su discurso, el más importante, sin duda, del año? Hablando claro: puras generalidades. No es, pues, extraño que la audiencia disminuya, porque no les interesa lo que va a decir. Parece que pasa de él el 40% de ciudadanos, aproximadamente. ¿Cuáles son estas generalidades? Cataluña como preocupación, la era tecnológica, la Unión Europea, la inmigración, el empleo, el clima, la falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones. Por cierto, preocupan los independentistas catalanes, que no deben identificarse con Cataluña.

El rey tiene información de lo que ocurre en España, por lo que se habrá formado una opinión adecuada, pero no puede o no quiere manifestarla. El discurso le habrá costado asumirlo días, consultas y diversos asesoramientos. Sufrirá mucho por ello y se angustiará, sin duda. Me queda la duda de si no sería mejor suprimir el discurso. Además, no influye lo más mínimo en nadie. Ya se sabe que la derecha lo elogia, la izquierda lo ignora y el nacionalismo lo critica. Puede que la crítica no deje de tener razón, porque parece una broma reconocer la diversidad territorial para luego no hacer ni una referencia a vascos y gallegos (casi tampoco a los catalanes), salvo que alguien considere la despedida del discurso en esas tres lenguas. Eso sí que puede tener gracia. Así no se enfrenta hoy a las realidades, ni a la realidad.

Vengamos al contenido. Plantea que los tiempos no son fáciles, sino de incertidumbre por falta de empleo y dificultades económicas (página 1), desigualdad y desconfianza en las instituciones. Además, Cataluña es una seria preocupación. Ahora bien, todo esto tiene solución, que es confiar en nosotros y en España (página 2), porque hemos hecho una profunda transformación social y estamos en situación privilegiada como nación (página 3). El Estado es sólido y la Constitución fundamenta proyectos y valores, como concordia, voluntad de entendimiento e integración de diferencias (página 4). Por eso superaremos los desafíos, ya que disponemos de un gran potencial. Y queda sólo concluir: "Pensemos en grande. Avancemos con ambición. Todos juntos. Sabemos hacerlo y conocemos el camino..." (página 5). Leer esto último sonroja un poco, la diversidad difícilmente puede actuar junta. España ya no es una, mucho menos es grande, el camino es incierto y nuestra dignidad de hidalgos no se sostiene. ¿Qué ambiciones tenemos los españoles en el presente? Dios a la vista, como exclamaba Ortega y también creía que "hay muy escasas energías en España" (Obras Completas, tres, página 85). Seguimos invertebrados y desintegrados, ahora todavía más, si cabe.

Pensar en grande y avanzar con ambición implica disponer de bases objetivas reconocidas internacionalmente, porque proclamarlo nosotros como parte interesada no es más que retórica hueca y sin fundamentación. Acudir a la idea popular de que quienes nos visitan o viven aquí reconocen y destacan la equiparación de que disponemos y lo seguros que vivimos resulta muy poco serio: como la gastronomía y nuestra forma de vivir no existe otra comparable, dice cualquier paisano en la barra de un bar. Hacer referencia a las fortalezas y debilidades del país para resaltar las primeras y silenciar las segundas parece demasiado preparado para convencer sólo a los ya convencidos. Se echa de menos una argumentación algo más convincente.

Por mi parte, considero que se podrían haber seleccionado dos o tres temas para analizar cada uno en un par de páginas, orientando, proponiendo y sugiriendo algunas vías por las que empezar a caminar y avanzar. Podrían ser estos: crisis catalana, corrupción interminable y situación política que arrastra el año actual sin poder formar gobierno. Creo que serían suficientes, por breve que fuera el tratamiento que se les diera. Así podríamos conocer algo de lo que piensa el rey.

¿Es posible superar el capitalismo?



E
l reciente trabajo de Piketty (Capital e ideología. Deusto-Planeta: Barcelona 2019, 1247 páginas) está muy bien organizado y escrito para poder entenderse, sin ser economistas. Es hombre ambicioso, porque describe, explica, teoriza y prescribe, mostrándose brillante en estos cuatro aspectos, aunque convence más en unos que en otros. Se trata de una obra muy densa y de extensión considerable.

Ofrece 173 gráficos y tablas para explicarse. El libro "es, en gran medida, una prolongación de El capital en el siglo XXI" (página 7), de 2013, del que vendió 2,5 millones de ejemplares a unos 17 € en francés y a 29 en español. El actual casi se iguala en las dos lenguas, en torno a 29-30 €.

La conclusión de 2013 era que el sistema de mercado genera una desigualdad creciente, por eso ahora plantea cómo justifican las sociedades la desigualdad. Mediante la ideología, dice su titular: "Todas las sociedades tienen necesidad de justificar sus desigualdades" (página 11). También ahora el libro se organiza en cuatro partes, más introducción y conclusión.

La introducción tiene 57 páginas y constituye la base teórica de su tesis. Hay un relato dominante en las sociedades capitalistas, "la protección de los derechos de propiedad" (página 45), porque esta es sagrada, a lo que Piketty opone "la construcción de un relato alternativo" (página 12): la desigualdad "es ideológica y política" (página 18), por lo que puede modificarse, dado que la propiedad es social y temporal y las desigualdades no son naturales.

Considerará que ya definió el capital en su libro de 2013. Su acumulación concentra la riqueza en pocas manos, así lo creía Marx. Cuando su rendimiento supera el crecimiento y la producción, produce desigualdades insostenibles. Ahora se centra en la ideología, que define como "un conjunto de ideas y de discursos a priori plausibles y que tienen la finalidad de describir el modo en que debe estructurarse una sociedad, en su dimensión social, económica y política" (página 15). La describe bien, pero el contenido parece débil. Hay que tomársela en serio, precisa. A pesar de las desigualdades, el autor es optimista: "el progreso humano existe" (página 30), aunque no "es lineal" (página 34. Para su mayor avance hay que reducirlas mediante "un sistema de impuestos progresivos sobre la renta y sobre las herencias" (página 47). Igualmente importa mucho "la inversión en educación y el acceso a la formación superior" (página 52) con grandes diferencias entre Estados Unidos y Europa y Japón. Hay que replantearse todo esto.

¿Dónde está la debilidad de las definiciones teóricas? Las ideologías no sólo estructuran una sociedad, sino que son un poder de dominación en manos de la clase dominante, por lo que es casi imposible acabar con ellas, si no es mediante una revolución social. El impuesto progresivo corregirá las desigualdades en el mejor de los casos, pero nunca las eliminará, si no hay apropiación social de los medios de producción. Habría que insistir más en la diferencia entre capital y patrimonio. Mientras uno se invierte, el otro permanece inalterado. Si las desigualdades son el mal, hay que erradicarlas, si, pero ¿cuáles son sus causas? Para Aristóteles la ciencia exige conocer la causa y Marx ponía la causa del capital en la explotación de clase por parte del propietario de los medios de producción y en las alienaciones. Desgraciadamente, de esto no se habla aquí. La fiscalidad y la educación ocupan muchas de sus páginas. Luego llegaremos a la historia de cada una de las cuatro partes del libro, pero sin que se nos pase que "la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases" (Engels-Marx). Piketty reformula la tesis como resultado de su investigación así: "la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de las ideologías y de la búsqueda de la justicia" (página 1227). Una sociedad justa pide libre circulación de capitales y personas, pero los Estados no pueden elegir sus políticas fiscales y sociales por lo que habría que repensar el federalismo a escala mundial. Las ideologías son instrumentos del poder de clase para controlar y dominar al proletariado, pero la lucha va de ideologías, no de clases. Hay puntos importantes que no se encuentran.
Todo esto es difícil de entender, aunque reconozco que Piketty subraya que “todas las conclusiones obtenidas son débiles y provisionales" (página 1226). Superar a Marx, emancipándose de él sin confrontarlo, o, al menos, dialogando con él, puede resultar tan fácil como erróneo, pero Piketty no enfoca el tema por esta línea.

En el desarrollo de su investigación el autor ofrece un gran fresco histórico que va de las sociedades terciarias a las propietaristas, las esclavistas y coloniales, y las transformaciones contemporáneas. No queda espacio para desarrollarlo. El autor da mucha importancia al sistema educativo: "el progreso de la educación... ha permitido el desarrollo económico y el progreso humano" (página 1194).