sábado, 22 de febrero de 2020

La eutanasia es una elección, no una obligación


"Morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. La muerte elegida libremente, la muerte realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos..." (Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos).
[Romeu, El País]
Cuando algo se enfrenta a las ideologías o a las creencias religiosas, la resolución se hace literalmente eterna, es decir, que nunca se soluciona la cuestión. Se impone, primero, clarificar la situación para poder decidir después. Si un católico dice que Dios es el dueño de la vida, porque vivir es participar de la vida de Dios, merece respeto. Que tanto la vida como la muerte está en manos de Dios: "El es el dueño de todo viviente y el espíritu de todo ser humano" (Job 12, 10), sigue siendo digno de respeto. Si es propiedad y don de Dios, la vida es inviolable y lo que contradiga esto no es cierto, ni digno, ni puede considerarse como argumento. Respeto tales creencias. Lo que no estoy dispuesto a aceptar es que se impongan estas tesis como obligación, porque entonces lo que no existe es respeto al no creyente. Aunque no creas, debes aceptar el dolor y la muerte más terrible, si ocurriera así. No puedes emplear el recurso alguno para cortar su vida. Jesucristo murió en la cruz en medio de tremendos dolores y así salvó al mundo. Los demás únicamente podemos imitarlo, contribuyendo así a la salvación. Bueno.

Los profesores de filosofía de Secundaria saben mucho de esto, porque todos los gobiernos, independientemente de su color, han hecho tragar con la Ética como alternativa a la Religión. Era una cosa absurda pensar así: para garantizar el derecho de unos a recibir enseñanzas religiosas, otros estaban obligados a recibir clases de ética. Tú no quieres clases de religión, pues en castigo tendrás que hacer ética. Los estudiantes más avispados decían que no querían estudiar religión, que era una materia optativa, pero que no deseaban elegirla, entonces, ¿por qué tenían que estudiar ética? Tenían razón, pero nadie hizo caso, porque el foco se ponía sólo en el derecho a recibir enseñanza religiosa. Este proceder cuenta ya con unos 40 años de ejercicio, que se dice pronto.

Ahora, con la oposición a la eutanasia ocurre algo similar. Las creencias religiosas no la aceptan, luego no se puede legislar sobre la misma. Y no es así, porque los que desean una ‘mala muerte’ tienen la puerta abierta para que sufran todo lo que Dios permita, haciéndolos participantes del dolor del Salvador. Nadie se lo impide, como tampoco se obliga a nadie a divorciarse, lo que sí hacen ellos con quienes desean un buen morir (eu = bueno; thanatos = muerte), un morir dignamente. Para el jesuita Juan Masiá decidir morir autónomamente ni siquiera va contra la fe religiosa, porque Dios creador hizo a los humanos co-creadores y, por tanto, responsables y cuidadores de la vida, que pertenece a quienes la han co-creado. No se trata de matar, sino de ayudar en el momento de morir. Los extremismos siempre están dispuestos para el ataque.

En cuanto a las afirmaciones aberrantes de que se quiere ahorrar el Estado en Seguridad Social, o que puede ser una vía legal para homicidios de personas, esto no se sostiene, si se establecen las garantías jurídicas adecuadas de vigilancia y las normas oportunas. La eutanasia es una decisión individual, sometida a controles profesionales y fórmulas legislativas.

Otros hablan de cuidados paliativos, pero no bastan cuando la persona no quiera solo no tener dolor, sino que desee no continuar en la existencia, haciendo esto en su plena capacidad de conciencia y pidiéndolo expresamente, como haría una persona autónoma, que se siente dueña de su vida. En este caso, hay que dejar morir en paz y el médico tiene que ayudar a que se cumpla la decisión del paciente, lo que no significa insensibilidad ante el sufrimiento, sino todo lo contrario. Es un acto de respeto a la autonomía de la persona y no un suicidio.

En esto, como en otras cosas, hay que atender a la sociedad, no solo a ella, pero también a ella. Más del 80% de ciudadanos están a favor de la eutanasia. Es más: más del 50% de los católicos, también, según Metroscopia y el CIS. Ejercer el derecho a la eutanasia es algo personal y libre, pero no obligatorio. Quien no quiera no tendrá que hacerlo, por supuesto. La Iglesia católica tiene que dejar de ser un lobby ideológico de presión en contra de la eutanasia de manera inflexible. Qué distinta es la posición de Jacques Pohier (teólogo y filósofo francés): "la eutanasia voluntaria no es una elección entre la vida y la muerte, sino entre dos formas de morir (un chois entre deus façons de mourir). No sólo los profesionales han de intervenir en el debate sobre la eutanasia, sino la totalidad de la sociedad.

No deberíamos dejar de pensar que, si se regulara la eutanasia, la ley no obligará nunca a nadie, depende siempre de la libertad de elección. A nadie se le deben imponer las creencias propias, que, en este caso, sólo pueden conducir a argumentos de pura miseria.

Julián Arroyo Pomeda

lunes, 17 de febrero de 2020

¿Qué está pasando con el campo?


Trabajando en el campo como agricultor nadie se hace rico. Hasta casi mediados del siglo XX los agricultores subsistían, recogiendo sus productos para el consumo familiar. En nuestra guerra civil el campesino propietario de un trozo de terreno no se murió de hambre, porque consumía lo que él mismo cultivaba. Poco después, la gente del campo huyó en desbandada en busca de las fábricas de las grandes capitales. En ellas muchos lo pasaron todavía peor. Surcos, la película de Nieves Conde, de 1951, presenta el éxodo rural a la vida urbana y su difícil adaptación. Pronto la familia Pérez descubre la dureza de un mundo implacable y Manuel, el padre, decide, entre la rabia, la ira y la tristeza, volver al pueblo como fracasados. El título primero fue Surcos sobre el asfalto, lo que resultó imposible.
[www.diarioeldia.cl]
Desde el ingreso en la Unión Europea, en 1986, la agricultura tradicional en España tuvo que modernizarse, pasando a los estándares de la producción industrial para ser eficiente y competitiva. Los objetivos estaban claros, pero faltaban las infraestructuras necesarias. Se ha avanzado mucho en técnicas y maquinaria, pero competir con países del entorno no es nada fácil. Otra vez los agricultores se han llenado de ira, porque la gravedad de la situación y los conflictos comienzan a estallar con virulencia. Además, poco puede hacer nuestro país ahora que está dentro de la Unión Europea, que es la que decide en último término. Por tanto, hay que descartar soluciones individuales, como quieren algunos.

La solución resulta complicada en la economía de libre mercado en la que nos encontramos inmersos. Hay que empezar por hacer un informe serio y riguroso de la situación. Esto corresponde al Gobierno, mediante el Ministerio de Agricultura. Mientras tanto, hay datos injustos que deberíamos subsanar. Que al productor se le pague menos de lo que le cuesta producir el artículo es la ruina de la agricultura. Tampoco es aceptable que la Unión Europea subvencione con grandes cantidades a los dueños de latifundios, aunque los tengan improductivos. Las patronales de las grandes distribuciones de productos no pueden estar concentradas en unos pocos mayoristas. Hay capitales en que la comercialización está en manos de sólo tres empresas. El porcentaje de ventas de los mercados tendría que ajustarse mucho más para que la diferencia entre lo pagado al agricultor y la venta al consumidor no fueran tan grandes. Es indignante que haya que pagar en el mercado ocho veces más de lo que vale un producto, por ejemplo. La competencia entre productores no comunitarios, como el libre comercio entre Marruecos y la Unión Europea, por ejemplo, resulta indignante. ¿A quién está protegiendo realmente la Comunidad? Puede haber igualmente problemas estructurales, por ejemplo, los de explotaciones pequeñas que tendrían que concentrarse o desaparecer por ser inviables. Igualmente los propios consumidores tenemos parte alícuota de responsabilidad. Las quejas por las subidas de los pescados, especialmente en las anteriores Navidades, fueron universales. Bastaría para resolverlo con que menos del 50% dejará de comprar el producto, cambiando la dieta, pero no, se suele decir que un día es un día y hay que celebrarlo.

El asunto de los intermediarios, comercializadoras y especuladores viene de lejos. Muy bien los recogieron Los Sabandeños en su Polka frutera. Un gran caballero, elegantísimo y orondo, sólo pueden ser un intermediario en el negocio frutero, así como el que tiene un palacio, un automóvil lujoso, un velero, un potentado, mientras que “yo soy un pobre del campo, agricultor platanero”. ¿Y qué decir de los olivares de Miguel Hernández, cuyos olivos son fruto del trabajo y el sudor y no del explotador y terrateniente? Si se cierra el campo, desaparecerán los valores que han caracterizado desde siempre a los labriegos.

Hay que arbitrar soluciones ante la emergencia social en la que estamos. Uno no puede meterse en capacidades técnicas, pero algunas personas sí que han sacado datos para poder afirmar que hay empresas con un margen de más del 20% y otras incluso del 50%. Si esto fuera cierto, me parece una barbaridad. Algo tendrían que poder decir en la fijación de precios productores y consumidores, y no sólo las comercializadoras. La venta directa es ya posible gracias a las tecnologías, pero la solución más cara, aunque igualmente de mayor calidad de productos, y permite mantenerse a los agricultores.

¿Hay alguna explicación clara para entender que la agricultura funcione bien y se encuentre en mejores condiciones para ofrecer los mejores productos, mientras que al agricultor, como tal, le vaya tan mal como para no poder vivir del trabajo agrícola? Creo que pasa lo de siempre: que unos se hacen millonarios, mientras los productores directos, que dejan su vida y esfuerzo en el campo, se  arruinan más. Con la crisis económica han crecido los ricos todavía más. Para dar sentido a las desigualdades están las ideologías, según Piketty.

Julián Arroyo Pomeda

Ilustración contra fanatismo



"Escribir en Madrid es llorar" (M. J. de Larra)

P
érez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 10 mayo 1843-Madrid, 4 enero 1920) fue de familia acomodada y conservadora. Su padre le contaba sucesos de la guerra de la Independencia, que él mismo vivió, aficionándole así a los relatos históricos, y su madre tenía un "fuerte carácter", cuyo reflejo verán algunos en Doña Perfecta. Estudió en el colegio de San Agustín de Las Palmas y consiguió el Bachillerato de Artes en La Laguna. Viaja a Madrid en 1862, con 19 años, se matricula en la Universidad para estudiar Derecho y permaneció aquí 58 años.
En Canarias encontraba pocos alicientes para su vida literaria, Madrid tenía teatros, tertulias, cafés, Ateneo, periódicos, revistas y otros sucesos variados. Por calles, y plazas observaba la vida bulliciosa de la abigarrada capital, nos dice en sus Memorias. Empieza formalmente su oficio de escritor con Episodios nacionales. No dejaría ya de escribir hasta su muerte, tanto novelas como artículos, dramas y ensayos.
WWW.rtv.ES
¿Cómo pudo llegar a tanto? Se llamaba a sí mismo "jornalero de las letras" y en este oficio volcó toda su existencia. Como los jornaleros, se levantaba a la salida del sol y escribía incansablemente hasta las 10 de la mañana. Luego daba largos paseos por las calles de Madrid para observar la vida diaria de la gente y sus conversaciones, lo que le proporcionaba detalles precisos para sus novelas. Observaba y se comprometía con la realidad española, que quería transformar. Por la tarde leía a clásicos ingleses, españoles y rusos. Se acostaba pronto y se ganaba el jornal trabajando en su oficio, publicando un centenar de novelas y 30 obras de teatro.

Sin embargo, los sectores más conservadores de la sociedad española de entonces no le perdonaron cosas ajenas a la literatura. Consideraron escandaloso que no fuera creyente ni tuviera fe, pero la tenía, como nos recuerda el hispanista Hayward Keniston: en la democracia, en la justicia, en las verdades eternas, en el ser humano. Claro que esto no bastaba para el tradicionalismo católico.

Además, era anticlerical, por actuar de acuerdo con la razón lo era. La mayoría de los poderes eclesiásticos ejercían el fanatismo. La Iglesia utilizaba al ejército y a los caciques para mantener sus privilegios, al tiempo que rechazaba toda acción crítica. Al cura Nazarín le considerarían un estrafalario  loco de atar. Se revolverían al leer que la sacrosanta propiedad era puro egoísmo y que las cosas son del primero que las necesita. Un pobre desgraciado cura que sólo tiene como objetivo el bien de los demás, soportando nadar en la pobreza, no era digno. Qué pensarían de la misericordiosa Benina, que acepta hasta pedir limosna para ayudar a su señora caída en desgracia. Por cierto, la creación del lenguaje es aquí insuperable (Andrés Trapiello dice que su prosa fluye como el agua de un manantial), especialmente en los diálogos llenos de humor e ironía de gente ínfima y vergonzante, que pide en las iglesias. Son las personas más dignas y valiosas, de las que siempre resalta su carácter espiritual. Electra excitó los ánimos de los obispos que advirtieron que ver la obra era pecado mortal. La acerada crítica impactó sobre la Iglesia y las órdenes religiosas, especialmente los jesuitas.
Sus ideas políticas (fue liberal, laicista, republicano) enervaron al tradicionalismo fanático. La sociedad se transformaría con la educación. "Lo que yo digo: la educación es lo primero, y sin educación, ¿cómo quieren que haya caridad?", dice el ciego Pulido a don Carlos. Construye personajes femeninos vigorosos y apoya la emancipación de la mujer.

Su vida sentimental tampoco era un ejemplo para los conservadores católicos. No se casó, pero disfrutó de los placeres del amor con Lorenza Cobián, Concha Morelia, Pardo Bazán, Carmen Cobeña, Sofía Casanova y otras. Trató el adulterio en Realidad, contó la historia de una prostituta en La desheredada con gran naturalismo y pintó la sociedad española del momento. Se la dedicó "a los maestros de escuela".

Lástima que la cerrazón mental de las capas de mayor influencia social no consideraran y valoraran la epopeya de los Episodios nacionales, cuyo pasado próximo tuvo que analizar para contar lo que pasó en una crónica ingente, mucho más extensa que cualquiera de las epopeyas de otros países, que constituyen el orgullo colectivo nacional. Solo esto habría merecido el Premio Nobel de Literatura que impidieron intereses políticos bastardos y la envidia hispánica.

Su amor a España fue indudable: "¡aún hace brotar lágrimas de mis ojos el amor santo de la patria! Maldigo al escéptico que la niega, y al filósofo corrompido que la confunde con los intereses de un día", según cita R. Narbona. Celebremos el centenario de su fallecimiento y admiremos cómo pudo escribir una obra tan indigente un solo hombre, grande, eso sí, que luchó siempre contra el fanatismo imperante y murió pobre y ciego. Qué mal tratamos a nuestros mejores hombres, es nuestro estigma.

Julián Arroyo