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lunes, 17 de febrero de 2020

Ilustración contra fanatismo



"Escribir en Madrid es llorar" (M. J. de Larra)

P
érez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 10 mayo 1843-Madrid, 4 enero 1920) fue de familia acomodada y conservadora. Su padre le contaba sucesos de la guerra de la Independencia, que él mismo vivió, aficionándole así a los relatos históricos, y su madre tenía un "fuerte carácter", cuyo reflejo verán algunos en Doña Perfecta. Estudió en el colegio de San Agustín de Las Palmas y consiguió el Bachillerato de Artes en La Laguna. Viaja a Madrid en 1862, con 19 años, se matricula en la Universidad para estudiar Derecho y permaneció aquí 58 años.
En Canarias encontraba pocos alicientes para su vida literaria, Madrid tenía teatros, tertulias, cafés, Ateneo, periódicos, revistas y otros sucesos variados. Por calles, y plazas observaba la vida bulliciosa de la abigarrada capital, nos dice en sus Memorias. Empieza formalmente su oficio de escritor con Episodios nacionales. No dejaría ya de escribir hasta su muerte, tanto novelas como artículos, dramas y ensayos.
WWW.rtv.ES
¿Cómo pudo llegar a tanto? Se llamaba a sí mismo "jornalero de las letras" y en este oficio volcó toda su existencia. Como los jornaleros, se levantaba a la salida del sol y escribía incansablemente hasta las 10 de la mañana. Luego daba largos paseos por las calles de Madrid para observar la vida diaria de la gente y sus conversaciones, lo que le proporcionaba detalles precisos para sus novelas. Observaba y se comprometía con la realidad española, que quería transformar. Por la tarde leía a clásicos ingleses, españoles y rusos. Se acostaba pronto y se ganaba el jornal trabajando en su oficio, publicando un centenar de novelas y 30 obras de teatro.

Sin embargo, los sectores más conservadores de la sociedad española de entonces no le perdonaron cosas ajenas a la literatura. Consideraron escandaloso que no fuera creyente ni tuviera fe, pero la tenía, como nos recuerda el hispanista Hayward Keniston: en la democracia, en la justicia, en las verdades eternas, en el ser humano. Claro que esto no bastaba para el tradicionalismo católico.

Además, era anticlerical, por actuar de acuerdo con la razón lo era. La mayoría de los poderes eclesiásticos ejercían el fanatismo. La Iglesia utilizaba al ejército y a los caciques para mantener sus privilegios, al tiempo que rechazaba toda acción crítica. Al cura Nazarín le considerarían un estrafalario  loco de atar. Se revolverían al leer que la sacrosanta propiedad era puro egoísmo y que las cosas son del primero que las necesita. Un pobre desgraciado cura que sólo tiene como objetivo el bien de los demás, soportando nadar en la pobreza, no era digno. Qué pensarían de la misericordiosa Benina, que acepta hasta pedir limosna para ayudar a su señora caída en desgracia. Por cierto, la creación del lenguaje es aquí insuperable (Andrés Trapiello dice que su prosa fluye como el agua de un manantial), especialmente en los diálogos llenos de humor e ironía de gente ínfima y vergonzante, que pide en las iglesias. Son las personas más dignas y valiosas, de las que siempre resalta su carácter espiritual. Electra excitó los ánimos de los obispos que advirtieron que ver la obra era pecado mortal. La acerada crítica impactó sobre la Iglesia y las órdenes religiosas, especialmente los jesuitas.
Sus ideas políticas (fue liberal, laicista, republicano) enervaron al tradicionalismo fanático. La sociedad se transformaría con la educación. "Lo que yo digo: la educación es lo primero, y sin educación, ¿cómo quieren que haya caridad?", dice el ciego Pulido a don Carlos. Construye personajes femeninos vigorosos y apoya la emancipación de la mujer.

Su vida sentimental tampoco era un ejemplo para los conservadores católicos. No se casó, pero disfrutó de los placeres del amor con Lorenza Cobián, Concha Morelia, Pardo Bazán, Carmen Cobeña, Sofía Casanova y otras. Trató el adulterio en Realidad, contó la historia de una prostituta en La desheredada con gran naturalismo y pintó la sociedad española del momento. Se la dedicó "a los maestros de escuela".

Lástima que la cerrazón mental de las capas de mayor influencia social no consideraran y valoraran la epopeya de los Episodios nacionales, cuyo pasado próximo tuvo que analizar para contar lo que pasó en una crónica ingente, mucho más extensa que cualquiera de las epopeyas de otros países, que constituyen el orgullo colectivo nacional. Solo esto habría merecido el Premio Nobel de Literatura que impidieron intereses políticos bastardos y la envidia hispánica.

Su amor a España fue indudable: "¡aún hace brotar lágrimas de mis ojos el amor santo de la patria! Maldigo al escéptico que la niega, y al filósofo corrompido que la confunde con los intereses de un día", según cita R. Narbona. Celebremos el centenario de su fallecimiento y admiremos cómo pudo escribir una obra tan indigente un solo hombre, grande, eso sí, que luchó siempre contra el fanatismo imperante y murió pobre y ciego. Qué mal tratamos a nuestros mejores hombres, es nuestro estigma.

Julián Arroyo

viernes, 15 de julio de 2016

Paranoia extrema

E
n esta última semana de caluroso verano venimos asistiendo a espectáculos nada edificantes. Los españoles hemos sido siempre extremos: dioses o demonios, genios o personas deleznables. La pertenencia a Europa no nos hace más equilibrados y la moderación cultural, política y humana brilla cada vez más por su ausencia. Es penoso, porque, además, no nos avergüenza ser así, sino que, al contrario, pareciera que lo consideramos como timbre de gloria. Nadie está dispuesto a ceder nada en sus posiciones, ya que hacerlo se considera humillante. Cada vez chillamos más, como si tuviéramos necesidad de gritar para confirmar así nuestras opiniones personales. Por desgracia, cada día las televisiones y las radios nos dan sobrada muestra de tal proceder.

Y es que todos somos muy machos, aunque ‘macho’ menos, como dicen los mexicanos. Las mujeres también heredan el vocabulario más soez. Por ejemplo, hace poco hablaba en la piscina una mujer joven con un hombre, ya no tan joven, acerca de una amiga de ambos. Ella le decía a él: "tú la conoces y sabes cómo es; siempre hace lo que le sale de la polla". Pues eso.
[Cogida mortal de V. Barrio. www.diariodearagon]

Ahora mismo ha vuelto a reverdecer la polémica entre taurinos y no taurinos, con motivo de la muerte por una cornada en tórax derecho del torero Víctor Barrio, de 29 años, en la plaza de toros de Teruel. Resultó fulminante, según un parte médico: "perforación del pulmón derecho y rotura de la aorta torácica". Una fatalidad horrible mató a quien buscaba la oportunidad de triunfar en la plaza del torico. La vida le jugó una mala pasada en esta suerte espantosa. La arena se regó con su sangre. La tauromaquia es así y, a veces, responde con malos trances

De inmediato se ponen en marcha actuaciones paranoicas donde las haya. El rapero Pablo Hasel se despachaba así: "Si todas las corridas de toros acabaran como las de Víctor Barrio más de uno íbamos a verlas". Venga, radicalismos y provocaciones que no falten, no en vano somos grandes raperos. Un tuit se expresa de esta manera: "Estoy igual de feliz que si me hubiera tocado lotería, lo juro". Otro todavía más cortante dice solamente: "Que se joda". Y Lara García Constanzo es más explícita, dirigiéndose a la viuda: "La vida fue muy justa: Tu marido recibió lo que merecía. Debería ocurrirle a todos los cobardes, hijos de puta como él".

El actual ministro de Educación, Cultura y Deporte, Méndez de Vigo, echa mano de los sentimientos. Dice que son personas que "no tienen corazón" y que la mejor forma de actuar contra ellos es "el rechazo social", porque aprovechan las redes sociales para incitar al odio. De "sociopatas" los califica Savater. Ahora bien, la polémica está servida, ya que, por el lado contrario, no puede decirse que otros les vayan a la zaga de la manera más consciente y empleando los medios de comunicación social, precisamente. Desde OK Diario (12/07/2016), Álvaro Ojeda pide "que la Justicia, cruja a esos sinvergüenzas", es decir, que les quiebre, que les restallen los chasquidos. El conocido y oído periodista de
[Edificio de Cope en Madrid]
Cope, Carlos Herrera, puede que sea el más expresivo en su descripción sentencial. Desde la cadena de la Conferencia Episcopal dijo a García Constanza: "Lara eres una hija de puta". A los analistas les ha llamado chusma, basura, escombro, miserables, ratas de alcantarilla, gentuza y cosas de este estilo tan zafio como poco episcopal. Vaya ejemplo, que sólo emula, quizás, a los contrarios con la utilización de idéntico lenguaje. En efecto, el más viral de todos ellos, Vicent Belenguer Santos, también se refiere a "los hijos de puta que lo engendraron" (al torero muerto, claro) y llama a este "cabrón". Y Herrera le contesta: "Vicent Belenguer Santos no sé si me estas escuchando, no tienes perfil de ser oyente de este programa, pero alguien te conocerá... Eres un hijo de puta".

A partir de aquí, todos se lanzan, y no al ruedo. En Es diario Elvira María Carballo Molina hace este comentario breve: "Me encantan los humanistas de este país. Que dan lecciones de moralidad llamando públicamente hija de puta a una persona y pidiendo su linchamiento". Lamenta que los comentarios estén llenos de odio y violencia. El disparate y la brutalidad se adueñan de las redes sociales. Todo estalla y acaba yéndose de las manos, poniéndose al nivel de los que rechazan acaban haciéndose igual que ellos. En otros tiempos se preguntaba Ortega y Gasset: "Dios mío, ¿qué es España?” Y la pregunta guarda toda su actualidad. Lo mejor que podemos hacer es clamar "basta ya", con El Juli, otro torero. Quizá sobran las palabras.
[Forges, El País 15/07/2016]
Todavía producen más escalofrío que algunos medios de comunicación parecen expresar su admiración por Herrera, cuando dicen que arremetió contra los que han celebrado la muerte de Víctor Barrio "sin pelos en la lengua", o sin medias tintas". Así que muy probablemente habrá aumentado el número de sus seguidores. Algunos le piden que no discuta con "gente que odia a los toreros y aman a un terrorista criminal como Otegui". Lo que faltaba, ya salió el sol por Antequera. Cuánta basura. En cambio, Racine, en Mérida, recuerda que Olimpia, la madre de Alejandro, le dice así con toda rotundidad: "Sólo el corazón transforma la venganza en justicia". Que estas palabras resuenen, no únicamente en el Festival de Teatro Clásico, contra tanto fanatismo que nos envuelve. ¿Dejaremos alguna vez en paz a los muertos que se quedan tan solos?

[El torero Barrio en brazos de sus compañeros, EFE]
Lo razonable sería que ante cualquier polémica que se plantee se pusieran de inmediato los medios para resolverla. Esto es lo lógico, pero entre nosotros no. ¿Qué se hace entonces? Ocultarla y procurar que no haga mucho ruido, a ver si así se deshace por sí misma, o echar la responsabilidad a los demás, porque han sido ellos quienes la han suscitado. Como mucho, en todo caso, se eleva a nivel judicial para que este órgano decida. Y cuando lo hace, se mitiga el asunto por miedo, sin clausurarlo, siguiendo abierto y dispuesto a saltar a la mínima ocasión. Todo menos reconocer la situación y poner manos a la obra para su adecuado encauzamiento. Gran engaño, que nos pasa factura al mínimo resquicio. Parece como si carecíamos de la posibilidad de afrontar con efectividad lo que va sucediendo cotidianamente. Tal falta de responsabilidad puede terminar en tragedia.

Julián Arroyo Pomeda