domingo, 24 de marzo de 2019

La calle doctor Gutiérrez Brito en Tamaraceite



En 1968 -año mítico por excelencia- el grupo de rock español Lone Star lanza el tema musical Mi calle: no llega la luz, hay niños descalzos, con un oscuro hogar y húmedas paredes. Sabina vivió en calle Melancolía y el doctor Gutiérrez en el número 166 de la Carretera General (Tamaraceite). Este distrito de la periferia de Las Palmas de Gran Canaria tiene un espléndido nombre original, Atamarazait o paso entre palmeras. Ahora cuenta con más de diez mil habitantes y allí se estableció don Aurelio con su familia.
El pasado 15 marzo, por la tarde, su mujer corrió la cortinilla que dejó ver la placa de la calle con su nombre propio, dedicada por el ayuntamiento como merecido homenaje. Don Aurelio entregó la vida a su profesión de médico-pediatra con un trabajo intenso, empezando por la mañana temprano y acabando al anochecer. Lo hacía con naturalidad: estaba siempre dispuesto a ayudar profesional y humanamente a quien lo necesitara. En otro tiempo Tamaraceite era un pueblo rural, que dependía del cultivo del platano, y el médico tenía que atender la totalidad de incidencias, especialmente infantiles, incluso renunciando al descanso nocturno, cuando le llamaban por alguna urgencia. ¿Cómo no iba a ganarse así el cariño de los vecinos?

El pasado septiembre, el Consistorio acordó en un pleno sustituir el nombre de la calle Samaritana por el de Aurelio Gutiérrez Brito-Doctor., a petición de los propios vecinos para los que fue un ejemplo de médico y de persona.

Los nombres propios de las calles quieren recordar y homenajear a un personaje ilustre, que ha vivido o trabajado en el lugar, o en sus proximidades. De este modo las calles se convierten en la propia historia de la ciudad, en cuyas páginas podemos leer directamente el transcurrir del tiempo. Así los ciudadanos superan el anonimato, se conocen y sus acciones se convierten en cercanas y vivas, en las que cuesta menos ser hospitalarios, como la gente de Canarias.

Podemos celebrar todos con orgullo haberle conocido y tratado. Su familia, primero. Y así consta por el testimonio gráfico, que se percibe manifiestamente en el rostro de su mujer, Carmina, cuando descubre la placa, y en el de sus hijos que la arropan conmovidos. En mi caso, diré, con palabras de René Char a su amigo Albert Camus, que "hay encuentros fértiles que valen más de un amanecer". Don Aurelio cuidó con el mayor cariño a mi hija desde su nacimiento en la clínica San Roque del barrio Vegueta.

En la fórmula de Heidegger, el Dasein es un ser para la muerte (Sein zum Tode). Cuántas veces nos angustia reconocer que aquí estamos de paso y que hay que asumir la finitud, pero el paso que es nuestra vida puede adquirir un espléndido significado, siendo sencillamente ejemplares en lo que tenemos que hacer, con lo que nos rodeamos de posibilidades. H. Arendt contrapone a Heidegger su fórmula de "ser para el inicio", cuya expresión es la vida activa. Todo final es un nuevo comienzo. Así se trasciende la vida individual, o la conciencia biológica de la existencia propia. Se trata de hacer cosas que merezcan ser, imperecederas, inmortales, huellas imborrables, compartidas con las demás personas, intersubjetivamente, sean las que sean. Somos seres históricos porque participamos de las generaciones anteriores y de las interpretaciones que realizaron. En esto consiste la inmortalidad, como recoge el relato de Borges, El inmortal.

A todo esto me lleva la calle delicada al doctor Gutiérrez. Ojalá recuerden el rótulo las generaciones futuras y los adolescentes actuales del Instituto Cairasco de Figueroa se dispongan también a ser personas ejemplares, siguiendo al pediatra tan cercano en donde ellos están formando. A veces una decisión política acierta totalmente, como en este caso. Puede que la nueva calle doctor Aurelio Gutiérrez nos recuerde aquello que no fuimos (todavía), igual que la calle de París de Duncan Dhu, aunque podría ser un buen estímulo para serlo.

Julián Arroyo Pomeda

sábado, 23 de marzo de 2019

Un espectáculo ridículo: la retirada de lazos amarillos



A
cabamos de asistir a un nuevo espectáculo, que raya en lo ridículo. La Junta Electoral Central tiene que garantizar la neutralidad política en periodo electoral, sin que nadie haya discutido esto hasta ahora. Dicha Junta pidió al presidente de la Generalitat la retirada de lazos amarillos por marcar una opción determinada y partidista. Torra quedó en desacuerdo, pidiendo el parecer del Sindic de Greuges catalán, y se dispuso a cumplir su recomendación. El Sindic se pronunció por retirarlos durante el periodo electoral. Parecía que la cuestión estaba zanjada.
[www.lavanguardia.com]
No fue así, dado que Torra pidió aclaraciones. Pasados unos días más, acabó el plazo de la JEC. Entonces se produce una solución imaginativa: se coloca encima del lazo amarillo otro lazo blanco y tachado en rojo con idéntico mensaje de libertad a los presos políticos y exiliados, hormigas, mariposas amarillas y cosas similares. ¿Se trata de una burla a la decisión de la JEC? Torra alega que están coartando el derecho a la libertad de expresión.

La respuesta de la Junta es denunciar ante la Fiscalía la desobediencia a su orden y pedir a la Consejería de interior de Cataluña que los Mossos retiren los carteles. Antes de acabar el último plazo dado, son retirados los símbolos del balcón de la Generalidad, sin que tengan que intervenir los Mossos. Mientras, la fiscal general Segarra ordena que se interponga querella contra Torra por desobediencia y, en su caso, que se establezca la responsabilidad penal que se hubiera podido cometer. Por su parte, Torra se querellará, igualmente, contra la JEC por prevaricación. Las espadas siguen en lo más alto, todavía.

El espectáculo continúa. Ahora han sido los lazos amarillos, quién sabe lo que ocurrirá mañana en el caso de que no se acaten las resoluciones. Alguien acaba de perder una batalla, pero es que se puede perder, también, la guerra. Mientras tanto, los grandes problemas siguen sin abordarse: el agua, el clima, el empleo, las empresas que se van, el Parlamento cerrado, los Presupuestos sin aprobar, entre otros asuntos. Ante un mundo cada vez menos habitable, es muy triste que alguien quiera inmolarse para convertirse en mártir. Todo esto es absolutamente ridículo y está plagado de irracionalidad. Continuará.

Julián Arroyo Pomeda


domingo, 3 de marzo de 2019

La filosofía se cuela por cualquier resquicio



E
l reciente pase por TVE de Irrational man (Woody Allen, 2015) permite reflexionar sobre la actualidad del pensamiento filosófico, que pide con urgencia su integración en el sistema educativo secundario, cuya puesta a punto no debería escaparse al gobierno actual.

Un brillante profesor de filosofía, Abe Lucas, cobijado en el alcohol y en sus teorías filosóficas, llega a la Universidad de Braylin para dar clases de verano sobre ‘estrategias éticas’. Enseguida seduce a Rita y, especialmente, a su mejor alumna, Jill.

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Empieza sus clases citando a Kant para quien la razón es la última piedra de toque de la verdad, aunque pronto lo critica por no ser una guía moral para encontrar el sentido de la vida. Desde aquí se desencadena la entrada de intelectuales y filósofos, aunque ninguno tenga la respuesta definitiva: Kierkegaard, Heidegger, Dostoievski, Freud, Sartre, De Beauvoir, Arendt, Camus. Allen los ha leído sin encontrar en ellos razones convincentes a las denominadas grandes cuestiones. Igual le pasa a Abe, que sólo encuentra en ellos verborrea mental, pero no responden a las cuestiones planteadas por el mundo real, donde todo es fruto del azar, como cuando Abe juega a la ruleta rusa, dejando aterrorizados a los que participan en la fiesta, aunque Jill explica que "Abe lo convierte todo en una lección de filosofía".

La película da un giro total, cuando Abe oye la conversación en una cafetería, acompañado por Jill. Un juez no deja vivir a una pobre mujer a la que ha quitado a sus hijos injustamente. Abe se plantea entonces qué hacer y decide actuar para salvar la situación insoportable, eliminando al juez. Una acción irracional y dramática, pensando que es lo correcto. Entonces acaba su depresión, porque ahora tiene un objetivo para dar sentido a su vida, que solo es contingencia, fragilidad, irracionalidad. Como único sentido de la existencia sólo queda hacer algo por los demás. Si todo es aleatorio, su comportamiento es tan irracional, o tan correcto, como el de cualquiera de nosotros.

El final de la película vuelve a sorprender por hitchcokiano. Abe se ha realizado como persona y su apasionamiento por la vida le impide ser condenado por dar sentido a la misma. Somos mente y cuerpo: nobleza y divertimento, a la vez, y sin preferencia, aunque, finalmente, se imponga Nietzsche, ya que Abe se ha colocado más allá del bien y del mal, cuestionando la moral establecida en su sentido extramoral. El mal es una banalidad. Los humanos no somos racionales por naturaleza, aunque esta sea nuestra aspiración más noble. En circunstancias extremas no es siempre ético decir la verdad y el mito de la razón es real. Decía B. Russell que había buscado pruebas de la racionalidad humana, sin encontrarlas, y que si las tenía de su locura. La película es todo un manantial fresco y creativo de ideas filosóficas que nos hacen pensar.

Julián Arroyo Pomeda