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domingo, 3 de marzo de 2019

La filosofía se cuela por cualquier resquicio



E
l reciente pase por TVE de Irrational man (Woody Allen, 2015) permite reflexionar sobre la actualidad del pensamiento filosófico, que pide con urgencia su integración en el sistema educativo secundario, cuya puesta a punto no debería escaparse al gobierno actual.

Un brillante profesor de filosofía, Abe Lucas, cobijado en el alcohol y en sus teorías filosóficas, llega a la Universidad de Braylin para dar clases de verano sobre ‘estrategias éticas’. Enseguida seduce a Rita y, especialmente, a su mejor alumna, Jill.

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Empieza sus clases citando a Kant para quien la razón es la última piedra de toque de la verdad, aunque pronto lo critica por no ser una guía moral para encontrar el sentido de la vida. Desde aquí se desencadena la entrada de intelectuales y filósofos, aunque ninguno tenga la respuesta definitiva: Kierkegaard, Heidegger, Dostoievski, Freud, Sartre, De Beauvoir, Arendt, Camus. Allen los ha leído sin encontrar en ellos razones convincentes a las denominadas grandes cuestiones. Igual le pasa a Abe, que sólo encuentra en ellos verborrea mental, pero no responden a las cuestiones planteadas por el mundo real, donde todo es fruto del azar, como cuando Abe juega a la ruleta rusa, dejando aterrorizados a los que participan en la fiesta, aunque Jill explica que "Abe lo convierte todo en una lección de filosofía".

La película da un giro total, cuando Abe oye la conversación en una cafetería, acompañado por Jill. Un juez no deja vivir a una pobre mujer a la que ha quitado a sus hijos injustamente. Abe se plantea entonces qué hacer y decide actuar para salvar la situación insoportable, eliminando al juez. Una acción irracional y dramática, pensando que es lo correcto. Entonces acaba su depresión, porque ahora tiene un objetivo para dar sentido a su vida, que solo es contingencia, fragilidad, irracionalidad. Como único sentido de la existencia sólo queda hacer algo por los demás. Si todo es aleatorio, su comportamiento es tan irracional, o tan correcto, como el de cualquiera de nosotros.

El final de la película vuelve a sorprender por hitchcokiano. Abe se ha realizado como persona y su apasionamiento por la vida le impide ser condenado por dar sentido a la misma. Somos mente y cuerpo: nobleza y divertimento, a la vez, y sin preferencia, aunque, finalmente, se imponga Nietzsche, ya que Abe se ha colocado más allá del bien y del mal, cuestionando la moral establecida en su sentido extramoral. El mal es una banalidad. Los humanos no somos racionales por naturaleza, aunque esta sea nuestra aspiración más noble. En circunstancias extremas no es siempre ético decir la verdad y el mito de la razón es real. Decía B. Russell que había buscado pruebas de la racionalidad humana, sin encontrarlas, y que si las tenía de su locura. La película es todo un manantial fresco y creativo de ideas filosóficas que nos hacen pensar.

Julián Arroyo Pomeda



miércoles, 15 de agosto de 2018

La muerte digna


S
egún Heidegger, la realidad humana (Da-sein) es un ser para la muerte (Sein zum Tode), porque está siempre penetrada por ella a lo largo de la vida. Sin embargo, los humanos se despreocupan de la muerte, dado que apenas tienen tiempo de vivir el presente. Y parece sorprendente que lo hagan así, cuando están visualizando la muerte casi a diario, con tantas destrucciones como impulsan. El siglo XX nos ha traído guerras terribles con millones de muertos a nivel mundial y también civil que la historia, la literatura y el cine recuerdan permanentemente. A finales del siglo XVIII, la catástrofe del Terremoto de Lisboa conmocionó a la Europa de Las Luces con sus tinieblas sobrecogedoras.
[www.labrujulaverde.com]
En otros tiempos el Devocionario Católico recogía varias oraciones, pidiendo a San José, patrono de los moribundos, su asistencia en la extrema agonía con el fin de obtener una buena muerte en la forma de sueño pacífico y tranquilo en el trance final. Los cristianos rezaban por esto.

Actualmente, en nuestra sociedad democrática preocupa, a veces, el tema, siempre polémico, de la muerte digna. Es polémico porque no podemos librarnos de ideologías. Si lo pensáramos fríamente, rechazaríamos acabar como una piltrafa humana (¡cuánto cuesta morir!), aunque nos acercáramos a la muerte voluntaria y elegida, cuando se muestra irreversible seguir vivo. Estamos hablando de eutanasia, o, simplemente, de buena muerte, asistida ahora no por los santos, sino por las ayudas médicas adecuadas.
[www.metroscopia.org]
De la muerte nadie sabe nada, ni el día ni la hora, sino sólo el Padre (Mateo, 24), pero ya podemos conocer el momento próximo, cuando el proceso se desarrolla de manera natural, por lo que ayudar a morir bien debería hacerse con naturalidad y sin temores morales mis subterfugios mitológicos. Ahora las aguas políticas empiezan a ponerse turbias, al abrirse la posibilidad de regular el derecho a una muerte digna por ley. Obligarnos a malvivir es atentar contra la dignidad humana, que el Estado tiene que proteger. El camino puede ser todavía incierto, pero se impondrá, finalmente. Si efectivamente los seres humanos son autónomos y libres, su voluntad de disponer de la propia vida tiene que ser respetada. Como escribió Borges, "morir es haber nacido". Nada más. Defender la vida siempre, sí, aunque no a vivir de cualquier manera.

Julián Arroyo Pomeda