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Heidegger, la realidad humana (Da-sein) es un ser para la muerte (Sein zum Tode), porque está siempre
penetrada por ella a lo largo de la vida. Sin embargo, los humanos se despreocupan
de la muerte, dado que apenas tienen tiempo de vivir el presente. Y parece
sorprendente que lo hagan así, cuando están visualizando la muerte casi a
diario, con tantas destrucciones como impulsan. El siglo XX nos ha traído guerras
terribles con millones de muertos a nivel mundial y también civil que la
historia, la literatura y el cine recuerdan permanentemente. A finales del
siglo XVIII, la catástrofe del Terremoto
de Lisboa conmocionó a la Europa de
Las Luces con sus tinieblas sobrecogedoras.
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En
otros tiempos el Devocionario Católico recogía varias oraciones, pidiendo a San
José, patrono de los moribundos, su asistencia en la extrema agonía con el fin
de obtener una buena muerte en la forma de sueño pacífico y tranquilo en el
trance final. Los cristianos rezaban por esto.
Actualmente,
en nuestra sociedad democrática preocupa, a veces, el tema, siempre polémico,
de la muerte digna. Es polémico porque no podemos librarnos de ideologías. Si
lo pensáramos fríamente, rechazaríamos acabar como una piltrafa humana (¡cuánto
cuesta morir!), aunque nos acercáramos a la muerte voluntaria y elegida, cuando
se muestra irreversible seguir vivo. Estamos hablando de eutanasia, o, simplemente, de buena muerte, asistida ahora no por
los santos, sino por las ayudas médicas adecuadas.
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De
la muerte nadie sabe nada, ni el día ni la hora, sino sólo el Padre (Mateo, 24), pero ya podemos conocer el
momento próximo, cuando el proceso se desarrolla de manera natural, por lo que
ayudar a morir bien debería hacerse con naturalidad y sin temores morales mis subterfugios
mitológicos. Ahora las aguas políticas empiezan a ponerse turbias, al abrirse
la posibilidad de regular el derecho a una muerte digna por ley. Obligarnos a
malvivir es atentar contra la dignidad humana, que el Estado tiene que
proteger. El camino puede ser todavía incierto, pero se impondrá, finalmente.
Si efectivamente los seres humanos son autónomos y libres, su voluntad de
disponer de la propia vida tiene que ser respetada. Como escribió Borges,
"morir es haber nacido". Nada más. Defender la vida siempre, sí,
aunque no a vivir de cualquier manera.
Julián Arroyo Pomeda