miércoles, 30 de noviembre de 2016

Ética en la sociedad pluralista actual

                              

1. El laicismo como disposición histórica
        
U
na tesis mantenida con vigor, no exento de nostalgia, por ilustres representantes de la confesión cristiana es que Europa sólo será Europa si se encuentra fecundada por el cristianismo, cuyas raíces han permanecido en las venas de la tradición. Siendo verdad tal fecundación, es, sin embargo, incompleta, por tratarse de una parte solamente. Desde el mundo medieval (por no remontarme mucho) hay constancia del debate entre la fe y la razón. Cierto es que en momentos tan importantes como el siglo XIII están equilibradas las posturas, pero también lo es que el siglo siguiente las problematizará definitivamente.

En el Renacimiento brillan con luz propia religión y humanismo, aunque el desmoronamiento del ideal de la cristiandad a finales del XIV contribuirá al incontenible despegue de la razón autónoma. La manifestación de fuerza por parte de Roma contra el Galileo científico es una expresión clara de que la institución religiosa se encontraba en un momento de cierto peligro.

El nacimiento del capitalismo traerá una nueva ordenación económica, seguida de importantes cambios sociales. Cuando se permita el libre acceso a toda la riqueza que los seres humanos puedan producir, las limitaciones religiosas y morales tendrán que ir cediendo terreno.

Las ideas de libertad sin límites, autonomía y tolerancia empiezan a cobrar fuerza. La razón, en cuanto instrumento configurador del universo que decide el destino del hombre mismo y organiza la realidad entera, aparece como instancia imprescindible y ya sin retorno.

En especial el siglo de la Ilustración permite "ejercitar el talento de la razón" (Kant), emancipándose de los muchos prejuicios imperantes, creencias o costumbres. A todo esto contribuye, quizás como ninguna otra, la que Platón denomina "ciencia de los hombres libres" (Sofista, 353 c).
El impresionante dinamismo de la cultura europea -cristiana, desde luego, pero no sólo- va superando así dialécticamente sus internas contradicciones. Las Luces, la Revolución francesa, o la conquista de las libertades no llevan, desde luego, el signo cristiano y, sin embargo, son hitos que empujarán incluso al cristianismo por un sendero mejor y de mayor progreso.

La marcha imparable de la historia hace que confluyan en ella proyectos de hombres europeos que se confiesan también judíos, musulmanes o protestantes. Y de otros que ni siquiera tienen confesión religiosa, porque son agnósticos o hasta ateos. En todos estos casos la organización de la convivencia es una necesidad perentoria.

[www.linkterna.com]
 ¿Qué es lo que ha ocurrido a partir del Renacimiento? Entre las varias acciones posibles, me interesa resaltar ahora una: la disposición de aquellos humanistas para organizar la vida en forma radicalmente distinta, que podemos denominar laica. Ni la divinidad, ni lo sagrado, ni la fe serán ya las guías y referentes, sino la razón humana, titubeante y perpleja, la mayoría de veces, pero dispuesta a construir con orgullo su propia dignidad profana. Ya el mundo moderno comenzó a reclamar sus legítimos derechos, para los que necesitó afirmar "este" siglo, apostando por la secularización.

El paradigma de esta concepción fue la Ilustración, en el siglo XVIII, que a) destacó a los sabios frente a los teólogos, b) reivindicó una moral autónoma, c) secularizó la historia y d) sustituyó al antiguo régimen -apoyado y legitimado por la Iglesia-, mediante la revolución francesa.

A partir de aquí la Ilustración se convirtió en el paradigma por excelencia de la organización del modo de vivir. Nacieron otros valores y referentes, que se manifiestan en la ciencia, el derecho, la economía, el Estado, la literatura y el arte. ¿Se puede organizar internamente la vida sin la apelación a lo trascendente? ¿Existen formas nuevas de racionalización y justificación de valores desde principios válidos?

Es preciso convivir con el pluralismo y el politeísmo de valores, poniendo en marcha la virtud de la tolerancia. ¿No habrá que hacer sobre esto una reflexión ética?

La contrapartida de semejante talante o disposición optimista ilustrada son las dos guerras mundiales de nuestro siglo, con la ruptura extrema de la organización de la convivencia. Hay un momento en que parece que sólo cabe tomar una decisión radical. En la película "Shadowslands" ("Tierras de penumbra") Joy lo expresa con gran precisión: "En el año 38 sólo había dos opciones: o eras fascista y conquistabas el mundo o eras comunista y lo salvabas".

Mucho más complejas resultan las situaciones en la actualidad, aunque puede que todo se reduzca simplemente a una cuestión de perspectiva religiosa (en términos muy amplios) o laica. En este sentido el laicismo será una doctrina que defiende que ni el Estado ni ninguna institución creada por él tiene que defender obligatoriamente alguna religión oficial. El ciudadano goza de libertad para elegir la religión que quiera o no elegir ninguna. La propia libertad entre ambas instancias conduce al Estado no confesional. Sucede así en toda organización política democrática.

En una situación democrática habrá siempre problemas y con­flictos que deben regularse y que se suelen originar por capri­chos, conveniencias y egoísmos para los que se invoca la libertad, desde luego mal entendida.

Otra cosa es la pluralidad, bien respetable, pero que no debería impedir el logro del bienestar moral para el pueblo. Ahora bien, este es un trabajo que nunca termina. Una cosa es que no estemos en una autocracia autoritaria y otra que la libertad sea una realidad en todos los ámbitos. El control de la opinión y la propaganda sí es un hecho. Y del empobrecimiento cultural y hasta económico no nos libra, sin más, la democracia, un ideal que no debe hacernos olvidar la realidad. Todo esto es una exigencia de la cultura moral de nuestra época.

2. ¿Laicidad o laicismo?

E
stos términos pretenden plantear la cooperación o la confrontación entre una visión laica de la realidad y otra religiosa. Unos entienden por laicidad la descripción del cristiano que no pertenece a la jerarquía de la Iglesia y actúa como ciudadano, proponiendo iniciativas en el mundo. Y por laicismo la doctrina que propugna una visión  del mundo en el que se elimina el referente religioso. No se trata de simple nominalismo, puesto que denominan a veces al laicismo como "mística del ateísmo", hablan de "laicismo exasperante", o cosas similares. En este sentido aceptan la primera denominación, mientras rechazan la segunda.

Sin embargo, la distinción es innecesaria. Basta conocer la historia para no sacar al laicismo de su origen, ni pretender una defensa de posiciones no fundamentadas. El laicismo no tiene como objetivo la eliminación de referentes religiosos, ni tampoco favorecer el ateísmo, sino organizar la sociedad -el Estado, la política, la economía, etc.- con fundamentos distintos de los religiosos, ya que se han separado Iglesia y Estado.
El laicismo defiende una ética de fundamento racional, que se expresa en acuerdos sobre normas preferibles mayoritariamente por los seres humanos con capacidades autónomas. Tal ética mantiene los ideales ilustrados de valores como libertad, solidaridad, justicia, igualdad, tolerancia, etc., es decir, todas las virtudes públicas que tienen su ámbito de desarrollo en la cara política de la modernidad, o sea, la democracia.

         "No tengo la fe de la que hablan otros hombres, pero sí tengo fe en el hombre. En su capacidad para sobreponerse a un mundo que él no ha creado. En su valentía y generosidad a pesar de tener solamente una vida. En su ambición de conocimiento, en su voluntad siempre puesta a prueba por las catástrofes, naturales o inventadas. En su riquísima imaginación estética y en su fortaleza plástica. En su voluntad de diálogo que, a pesar del combate, tampoco cesa.
        Por eso, hermanos, mi mundo es de este mundo. No amo a Dios, sino a la gente con sus míseras miserias ...
          Constantemente. Pues no podemos, ni debemos, ni queremos esperar la vida eterna, sino la eterna vida. En este sentido pensar el ateísmo al final del milenio significa ensayar otra vez nuestra vieja apuesta por este animal tan problemático como problematizador. El único animal tan capaz de tropezar en la misma piedra de nuevo y lanzarla otra vez" (Quesada, J., Ateísmo difícil. En favor de Occidente).

Así pues, podemos cambiar el mundo o, al menos, hacer que sus modificaciones dependen de nosotros mismos y de los pueblos que construyamos. Si desapareciera la democracia todo esto sería muy problemático. ¿No aceptaremos de buen grado la responsabilidad de trabajar en favor del desarrollo de los seres humanos?
La toma de decisiones sólo es posible (realmente) en socieda­des de pluralidad y libertad. En las demás, ¿qué sentido puede tener, si prácticamente todo está decidido de antema­no? Es en aquellas sociedades donde encontramos un campo abonado para ir plantando una cultura autónoma, individual y colectiva.

3. Ética (laica) en las sociedades pluralistas.

H
ablar de ética laica en las sociedades pluralistas podría resultar equívoco. Urge disolver equívocos, no vaya a pensarse que hay distintas éticas en tales sociedades. Ironiza Savater en su libro (El valor de educar, Ariel 1997, p. 75) con lo oído a un responsable del Ministerio de Educación, que la ética no puede enseñarse como una asignatura "porque cada cual tiene la suya". Más recientemente otro de los responsables parece defender una ética laica como la alternativa a la religión.

El equívoco viene por no distinguir entre moral y ética. Los valores morales mayoritariamente aceptados por el pueblo español (igualdad, justicia, tolerancia, pluralismo, etc.) están recogidos en su Constitución. Por aquí caminará la sociedad española. Otra cosa muy distinta es la reflexión acerca de los mismos. La moral de una sociedad consiste en los códigos de conducta que se encuentran en vigor y son seguidos por quienes viven en el ámbito cultural en que está situada. En cambio, la ética está siempre enmarcada en una necesidad de universalidad y, por ello, transciende toda cultura. Precisamente por esto puede analizar y evaluar los distintos códigos morales que han sucedido en la historia.

No hay más que una ética, que "es cosa de todos", puesto que consta de "principios racionales que todos podemos comprender y compartir" (Savater 1997, p. 77). Por eso la Reforma educativa la ha concebido como una materia común en la Secundaria obligatoria.

Una vez conseguido que la materia de Ética (o Valores éticos) pueda enseñarse en las aulas de Secundaria, puede verse que no se trataba de aprovechar una coyuntura más o menos oportuna. Había profundas razones de fondo para defender que los jóvenes debían reflexionar en la escuela obligatoria sobre la vida moral, y plantearse de manera autónoma qué valores tenían que ser asumidos en nuestra sociedad pluralista y democrática, en la que flota un politeísmo valorativo que, a veces, parece terminar en la indiferencia ante los mismos.

Muchos se preguntan ahora por qué el profesorado acepta tan positivamente la asignatura de Ética, cuando hasta hace bien poco era universalmente rechazada. Apuntan una razón espuria, la reducción horaria de las materias de filosofía. Pienso que se debe a que han percibido la concepción tan distinta del estatuto de esta materia. Se cree en ella, como tal, sin necesidad de subordinarla a ninguna otra a la que apuntalar y sostener.
Nadie negará a estas alturas que nos encontramos viviendo en una época secularizada y en una sociedad pluralista. Entonces habrá que ser coherentes con tal situación y sacar las oportunas consecuencias. ¿Qué puede ocurrir si Dios no existe? No deberíamos olvidar ahora la lúcida advertencia de Sartre en 1848: que no sirve una moral laica "que quisiera suprimir a Dios con el menor gasto posible" (J. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo. Orbis, Barcelona 1985, p. 67).

El gasto consiste en la necesidad de crear y proponer valores nuevos a partir de la responsabilidad de los sujetos humanos y de su disposición para actuar con autonomía.
Tendrán que existir "diferencias" y "distancias", pero esto no es tan grave, si aceptamos la necesidad de la tolerancia como virtud ética y referente inevitable. Defender las convicciones que se consideran correctas es una obligación intelectual. Tolerar es respetar lo diferente por una razón intelectual profunda: que no hay un único punto de vista, ni una verdad absoluta. El "de omnibus est dubitandum" es también un principio de sabiduría y de humildad científica.

Los pueblos y los individuos que pertenecen a grupos sociales y culturas distintas han de convivir en el pluralismo. En efecto, democracia es pluralismo. Mas pluralidad de valores morales no puede identificarse con vacío moral. La reflexión sistemática sobre estos asuntos resulta inevitable para ir construyendo una ética civil, que prescinda de toda cosmovisión que la haría necesariamente dependiente y heterónoma. La ética es un asunto de los hombres y, por tanto, sólo puede ser autónoma. ¿De dónde partir para conseguir esto?
[www.mhuel.org]
Desde luego que hay que tener en cuenta la Ilustración. En cambio, a mi me parece que deberíamos ir más allá en la búsqueda de las raíces. Siendo muy cierta la inflexión producida en el siglo XVIII, se encuentra aquí una situación muy marcada, porque es cuando la ética se independiza precisamente de la religión.

La Europa nacida de raíces clásicas y cristianas está siendo atravesada cada vez más por interrelaciones culturales, de modo que la pluralidad se va realizando con mayor intensidad. Es precisamente ahora que arraigan las realidades culturales plurales, cuando son más necesarios principios universales comunes. Ellos permitirán la coexistencia de morales distintas y orientarán los posibles conflictos desde la tolerancia hacia lo que es diferente, pero también -y aun por ello- digno de respeto.

Una ética cívica planetaria está preparada para gestionar el pluralismo mundial, porque apuesta por la libertad radical de los individuos que les hace responsables de su propia autonomía. Paralelamente, la autonomía lleva a la independencia de toda otra instancia no racional. Esta es, pues, la base común en la que pueden brotar las muchas ramas de las diferencias. Una base común en la que converger rechaza de suyo cualquier moral única de carácter absoluto.

Tiene razón Nietzsche, cuando afirma que resta todavía por conocer "lo que constituye verdaderamente la moral". En efecto, hoy se ha generalizado hablar de una "ética mínima", con la excusa de aceptar el mínimo de normas a compartir en las sociedades pluralistas y democráticas. El peligro está en hacer, después, trampas, refiriendo, por ejemplo, a renglón seguido, que también existe una "ética de máximos". A nadie se le oculta que semejante concepción de la ética civil queda a radice devaluada y en precario, siendo puramente provisional.                                        

Puede definirse la tolerancia como una virtud social o ética de respeto por lo diferente (religiones, sexos, ideas, formas de vida, etc.). Respetar lo que sea diferente a uno implica reconocer el derecho de otros a la diversidad y, por ello, a su protección legal.

¿Respetarlo todo es lo mismo que permitirlo todo? Claro que no. Supondría, en principio, carecer de seguridad en las propias convicciones y ser inmoral en mis actuaciones.
Actualmente la tolerancia es un valor en alza, y tanto más cuanto que se desvalorizan los sistemas de sentido y fundamentación. Apenas hay ya grandes proyectos, ni convicciones firmes, no digamos absolutas, de tipo religioso, político o social. Esto lleva a la tolerancia de las ideas de cada uno porque unas no parecen más valiosas que otras. Lo que puede terminar en indiferencia general. Este es un gran peligro para la virtud de la tolerancia.

Tolerancia no significa renunciar a las ideas que uno considera válidas y que identifican lo correcto. Consiste en entender que mis convicciones no son la única y absoluta verdad. Esto me induciría a descalificar a las otras como falsas, impidiendo posibles enriquecimientos o correcciones a mi propia posición. Tolerancia es encontrarse y converger.

Otro peligro para las democracias es considerarnos satisfechos con la existencia de la libertad y la tolerancia, olvidando que lo que no sea un valor no es tolerable. Así, las desigualdades en los niveles de vida atentan contra la dignidad de los hombres.
Hay que introducir, entonces, la virtud de la justicia como igualdad (J. Rawls) para no convertir la tolerancia en represiva, al mantener las injustas desigualdades. Los países ricos tienen que ser solidarios con los países pobres, pues sin reciprocidad no puede haber tolerancia en sentido profundo. Tenemos aquí otro gran desafío ético.

"J.A. O sea que, si quisiéramos definir lo que es el comunismo actualmente para el que lo practica, ¿cómo lo haríamos?
J.M.Ll. Pues el extremo de la izquierda que antepone la justicia a la libertad.
J.J. Es decir que están dispuestos a perder la libertad, si hace falta...
J.M.Ll. Pero si la gente del pueblo no tiene libertad. La libertad es un lujo de unos cuantos en el mundo. El pueblo nunca ha tenido libertad, ni la ha deseado. Lo que ha deseado es la justicia. Lo que ellos buscan es que se les haga justicia. ¿Qué es la libertad para el que tiene hambre, para el que vive en una chabola?" (ABARCA ESCOBAR, J., Disculpad si os he molestado. Conversaciones con el Padre Llanos).

Dewey (Democracia y educación) se refería a la democracia moral o social, como la sabia que alimenta a la democracia política o forma de gobierno, para cultivar valores mediante la educación, porque no crecen espontáneamente, en lugar de buscar la dependencia del líder, que podría acabar en fascismos.

Rubert de Ventós propone una "ética sin atributos" (Ética sin atributos, Anagrama 1996) para aceptar la pluralidad irreductible, es decir los conflictos, incompatibilidades e intereses que conforman una vida y no son susceptibles de reducción ni armonización.
En las sociedades pluralistas actuales lo humano es cada vez más complejo y se presentará como proyecto a realizar, frente a modelos políticos simples y a morales absolutas con normas fijas y definitivas. Se trata de procesos dinámicos y provisionales, no de logros seguros y cerrados. Las normas se fragmentan y hay que abordarlas sin dogmatismos para hacerlas progresar en niveles superiores de resolución.
[www.blancahari.com]
El pluralismo es un valor que debe ser defendido, e igualmente la tolerancia, una virtud imprescindible, aunque sea "pequeña" y no "baste por sí sola" (Festscher, La tolerancia. Una pequeña virtud imprescindible para la democracia. Gedisa 1996, p. 161). Sin tolerancia no puede haber tampoco ciencia. De ello la historia de España es una prueba significativa.

Enseñar todo esto es necesario. Y también aprenderlo pronto y, en cualquier, caso antes de que sea demasiado tarde para que no nos pase lo que al Daniel de Delibes, cuando le sacan de su pueblo y de las cosas que quiere:

“A Daniel, el Mochuelo, le dolía esta despedida como nunca sospechara. Él no tenía la culpa de ser un sentimental. Ni de que el valle estuviera ligado a él de aquella manera absorbente y dolorosa. El progreso, en verdad, no le importaba un ardite. Y en cambio, le importaban los trenes diminutos en la distancia y los caseríos blancos y los prados y los maizales parcelados; y la Poza del Inglés, y la gruesa enloquecida corriente del Chorro; y el corro de bolos; y el gato de la Guindilla; [...]
Sin embargo, todo había que dejarlo por el progreso. Él no tenía aún autonomía ni capacidad de decisión. El poder de decisión le llega al hombre cuando ya no le hace falta para nada; cuando ni un solo día puede dejar de guiar un carro o picar piedra si no quiere quedarse sin comer. ¿Para qué valía, entonces, la capacidad de decisión de un hombre, si puede saberse? La vida era el peor tirano conocido. Cuando la vida le agarra a uno, sobra todo poder de decisión. En cambio, él todavía estaba en condiciones de deci­dir, pero como solamente tenía once años, era su padre quien decidía por él. ¿Por qué, Señor, por qué el mundo se organizaba tan rematadamente mal?” (­Delibes, M., El camino).

Julián Arroyo Pomeda


martes, 29 de noviembre de 2016

¿Es la era digital un tiempo propicio para pensar?

 "... vivimos en un siglo en el que no se toma en serio más que a los imbéciles..." […]. "Desde la elevada torre del Pensamiento podemos contemplar el Universo" (WILDE, O., Ensayos. Artículos. Orbis, Barcelona 1987, pp. 25 y 71).
  
E
l hecho de pensar hace referencia al aspecto más dinámico de una de las actividades que han caracterizado a los seres humanos a lo largo y ancho de la historia de la humanidad. En cuanto tal, requiere puntos de reposo que concluyen en cierto tipo de síntesis fijada en pensamientos, que en momentos posteriores llegan a ser denominados hipótesis, teorías, experimentos o descubrimientos, algunos definitivamente ya fijados y sin retorno. Al frente de los mismos solemos colocar a una autoridad individual o colectiva que los identifique.

Es sabido que las épocas no son ajenas a la inclinación en favor de uno de los citados sujetos individuales o colectivos. Quizás la nuestra muestre preferencias por el conjunto, aunque esto no excluya alguna forma de liderazgo en la situación de coordinación, dirección, mentor ideológico, artístico, financiero y otras metáforas.

La expresión materializada de los pensamientos más precisos ha hecho avanzar a la humanidad en una u otra dirección. Mas las direcciones no son válidas siempre, por lo que se originan cambios inevitables que nuevamente orientarán el futuro. Esta idea explica que algunos se cuestionen si actualmente seguimos en el progreso o si nos encontramos al final de una determinada época. Tal planteamiento viene, además, estimulado por el concepto de milenarismo, en el que parece que hasta naturalmente culmina una larga etapa histórica, siendo necesario impulsar culturalmente la siguiente. No sé si acaso de este modo lo cultural acabará igualmente imponiéndose a lo natural con la rabiosa importancia -una vez más- del triunfo humano y su sempiterna imposición imperialista.

                                                       Épocas de pensamiento.

Parece que existen épocas más inclinadas al pensamiento que otras, al menos oficialmente. ¿Acaso lo institucional ejerce también su benévola influencia en esa actividad tan propia de lo humano? Ciertamente, y sin ninguna duda. Que la situación cultural alimenta el pensar no puede parecer extraño, cuando hasta la generosa influencia de lo físico tiene tanto que ver en ello. En efecto, la neurofisiología confirma que la carencia de átomos de pensamiento empequeñece el cerebro, dicho sea en términos puramente divulgatorios.

Satisfacer ideales propuestos no deja indiferente al sujeto, al parecer, con la consiguiente repercusión incluso física. Sin duda esto contribuye a propiciar situaciones valorativas en toda sociedad, dirigidas a los grupos humanos que en ella desarrollan su vida. Incluso frente a situaciones de opresión física y agobio intelectual, los humanos se han defendido estableciendo ideas en las que creer, incrementando también de este modo el conjunto de su masa de pensamiento.

Ejemplos de épocas incitadoras del pensar son la griega, en general, y quizás la ilustrada, en particular y como mucho más próxima a la actualidad. ¿Por qué se hizo más presente esta necesidad de tipo cultural? Quizás el criterio más pertinente de respuesta esté en la exigencia de resolver alguna carencia perentoria, a lo que contribuirán, por ejemplo, en Grecia los dos niveles de actuación paralela de la mano y el cerebro (Farrington, Mano y cerebro en la Grecia Antigua). La necesidad de atravesar un río pone en marcha al cerebro, disparando el diseño de objetos que con el tiempo se resolverán en técnicas de navegación e igualmente en medios de defensa inevitables.

Mas no sólo hay este tipo de objetos y estrategias materiales. Con la misma fuerza pondrán los sofistas toda su industria en atender a las nuevas formas de vivir y relacionarse los hombres entre sí, al irrumpir con fuerza la democracia en Atenas.

Respecto de la época ilustrada, el germen que originó la larga marcha del nacimiento de la novedad comenzó en el Renacimiento. Es este un período especialmente simpático, precisamente por esa sensación que barrunta lo nuevo ya en raíz, aunque su desarrollo tenga que ser necesariamente algo más lento. Pero el camino de las ideas está ya trazado y lo viejo quedará quebrado inevitablemente en un recorrido de gran interés, no exento, a veces, de cierto dramatismo.
[www.roble.pn]
Emerge primero el pensamiento filosófico moderno. No sirve la Escolástica porque no da respuestas que expliquen la situación de la sociedad, ni de la economía, ni de la política, ni de la estética, etc. Su decadencia dejará lugar al esplendor de nuevas organizaciones frente al ancien régime. Todo se irá transformando con el pensar de los ilustrados, preparando así aquel mundo con brillos de muchas luces, que fueron diluyendo la agobiante pesantez de tantas e innumerables sombras.

El acontecimiento revolucionario por excelencia, la denominada Revolución francesa, pondría lo nuevo en su auténtico lugar, impidiendo ya definitivamente que el reino de lo antiguo continuara un momento más.

Fue, por tanto, una verdadera necesidad, impulsada por las fuerzas emergentes de la situación social y cultural de aquel momento. El pensar no se ha desarrollado nunca en el más absoluto vacío, surgiendo incontaminadamente, sino siempre como respuesta a los estímulos ambientales para dar cuenta de los acontecimientos dominantes en el influjo de la órbita histórica. Si así fue, de manera similar tendrá que seguir siendo. Mas esta hipótesis necesita ser confirmada.

                                                          La revolución digital

Nos encontramos ahora en el mundo digital. Negroponte (El mundo digital. Ediciones B, Barcelona 1995) lo ha descrito con tal maestría, que ahorra a otros hacerlo como tal, restando sólo, si acaso, de la complementariedad de algún que otro matiz.

Es también la denominación, sin duda, más afortunada, aunque no hay por qué negar la importancia y el interés de otras. Sociedad multimedia, ciudad informacional, telépolis (Echeverría, J., Telépolis. Destino, Barcelona 1995), cibersociedad (Jones, S. G. (Ed.), Cybersociety. Computermediated Communication and Community. Thousand Oaks, Sage Publications 1995), ciberespacio (Muller, S. E., Civilizing Ciberespace. Reading, Addison Wexley 1996), comunidad virtual (Rheingold., La comunidad virtual. Gedisa, Barcelona 1995; GUBERN, R., Del bisonte a la realidad virtual. Anagrama, Barcelona 1996), sociedad informatizada (Bustamante, J., Sociedad informatizada, ¿sociedad deshumanizada? Gaia, Madrid 1993)  son otras tantas metáforas, de mayor o menor fortuna, para recoger lo que es expresión de nuestra forma actual de vida en la sociedad que caracteriza el final del segundo milenio y que se extenderá sin límites, probablemente, en el siguiente.
[www.conocereisdeverdad.com]
Con el término 'digital', que implica una tosca y directa referencia a los dedos (digitus = dedo), porque alude a lo que se puede contar con los dedos, se quiere expresar la situación que resuelve todo en niveles de cuantificación. En efecto, la computadora recurre a dígitos numéricos como forma de control de los datos de información. Lo que interesa es manejar las cosas y los acontecimientos, usarlos o manipularlos.

Es evidente que para construir la máquina de computación son imprescindibles mano y cerebro (recuérdese esta metáfora, aplicada a los antiguos griegos) y consiguientemente un perfecto conocimiento de su funcionamiento. Esto lo hace el experto ingeniero, dotando al instrumento construido de completa autonomía. Por eso cabe preguntar si al usuario del mismo le basta con emplear ya sólo las manos. La sospecha empieza a convertirse en una expresiva evidencia. Pero si esto es así, entonces se está produciendo igualmente una transformación seria en el modo de entender y explicar el mundo. La mano basta para la generalidad, mientras que sólo unos pocos emplearán el cerebro. Estos serán los que piensen por los demás.

¿Esta orientación de cambio tecnológico es, acaso, una nueva revolución? Y en caso positivo, ¿de qué tipo? Es la sociología quien debería evaluarlo con mayor precisión. Pues bien, el sociólogo Giner ha apuntado una de sus más expresivas paradojas: se trata de una profunda transformación que configura una 'revolución sin revolución'. Esto constituye por primera vez la mayor y más importante de sus novedades.

Sin embargo, tal novedad no es menos efectiva. Al contrario, ya quedó apuntada la característica de lo cuantitativo: son cantidades ingentes de información las que permanecen registradas en espacios de capacidad elemental, al menos aparentemente y en lo que se ve. Empero, las cantidades de conocimiento disponibles nunca se han acercado -ni tan siquiera- a las que actualmente pueden ser almacenadas para su utilización precisa y selectiva en el momento necesario. ¿Tenemos, por tanto, más y mejor conocimiento? Teóricamente, desde luego que sí. Lo que en realidad ocurra es otra cuestión que casi nunca va en paralelo con las disponibilidades.

Desde luego que el conocimiento será de otra forma y, por ello, probablemente de distinta calidad. Frente a la relativa abundancia de 'sabios' en la antigüedad, hoy son cada vez más escasos, resultando casi imposible encontrar a alguno. Siendo la información de tal amplitud, se impone necesariamente la conexión y relaciones entre las diferentes disciplinas. Lo que está bien cuando se enriquece la perspectiva de análisis, pero igualmente puede servir para revolotear frívolamente y sin apenas control, por la dificultad de detenerse en alguna clase de fundamentación rigurosa.

La fragmentación desintegra el conocimiento y, generalmente, lo diluye, con el peligro de su desaparición. Hoy casi todo lo encontramos así, en segmentación. Ni siquiera se lleva la simple presentación de conceptos que aludan a situaciones de conjunto o expresiones de contenido holístico. Por ejemplo, ¿qué puede decirnos hoy un texto como el bien conocido de Aristóteles (Metafísica, 981 a 25-b3)? Seguramente nada y quizás los resultados podrían confirmarlo. Detengámonos un poco más en el texto referido que trataba de diferenciar -entre otras cosas- al sabio del experto. Aquél conoce la causa, el porqué de algo, mientras que éste sólo sabe el qué. Por eso realiza actividades, aunque sin saber lo que hace. Tiene ciertamente experiencia, pero ésta, por sí sola, no es ciencia, que requiere también del juicio y la valoración.

Además, la información es el valor mayor en la era digital. Por eso la cultura tecnológica se apoya en datos y hechos informáticos: esto es lo valorativamente importante. Mas una explicación de los hechos por sus causas para poder analizar su procedencia y sus consecuencias, no tiene el menor interés cognitivo. Y no digamos el juicio sobre los acontecimientos: se trata de su conocimiento; lo demás, o no se lleva, o se lleva muy poco. En cambio, no hace tanto que por aquí se orientaba la especie humana. El desfase resulta considerable. ¿Cómo es posible asumir coherentemente las consecuencias de determinados hechos, si no se piensa en ellos ni se establece un juicio de valor acerca de su contenido?

                                           La aventura del pensamiento filosófico

Puede afirmarse que en la historia se ha dado una secuencia interconectada entre pensar, pensamiento y filosofía. En efecto, pensar acaba produciendo objetivaciones de pensamientos. Y la rigurosa sistematización de los pensamientos concluye en teorías filosóficas. Con tal planteamiento cabe preguntarse si todavía es posible pensar en la era digital. De momento cabe sospechar si estamos en un tiempo propicio. Y además, si existe el peligro de la deshumanización, dado que la especie humana apareció y se desarrolló en esta órbita. Y, más indirectamente, se podría reflexionar sobre cómo afectaría toda esta situación a la filosofía misma.

Adelantaré que, en mi opinión, tiene que sentirse muy afectada. Al mismo tiempo creo que saldrá con bien del envite, quizás no a un plazo próximo, pero sí a corto, y, sobre todo, a largo. No me sorprende, sin embargo, lo más mínimo la situación, porque la lechuza de Minerva sólo emprende su vuelo al anochecer (Hegel, G. W. F., Principios de la Filosofía del Derecho). Bien lo sabía Hegel, quien ponía precisamente aquí una de sus características específicas. No será esta una razón menor para afirmar que la filosofía interpreta el mundo, pero que no lo transforma (Marx, K., Tesis sobre Feuerbach).

Aunque no hiciera más que interpretarlo, en una sociedad mundial cargada de información alguien tiene que seleccionarla mediante la criba crítica que establezca cuál es la válida y cuál está conformada sólo por basura informática. Alguien tendrá que establecer dónde poner el límite que permita entender las situaciones, razonar sobre ellas y vivir de un modo inteligente. Todo esto requiere el ejercicio del pensar, que conducirá necesariamente a juzgar cada uno por sí mismo, de lo que tan entusiasta era Kant. ¿Es posible tal ejercicio en la era digital?

Pensar es la actividad inevitable de la especie humana en la organización y orientación de su vida. Pensar tiene mucho que ver con vivir. Esto está realizado y de ello conservamos suficientes muestras en la historia. La vida empieza en la naturaleza y se desarrolla, después, en la sociedad. Pues bien, la sociedad en la que hemos de centrarnos es la digital, la nuestra. He aquí el reto de la actualidad y el lugar exacto en el que debe influir el pensar filosófico, precisamente para modificar situaciones negativas.
En una sociedad cada vez más masificada, en la que no faltan las manipulaciones más sutiles y donde la explotación se hace más refinada a través de la tecnificación, alguna instancia tendrá que alzar su grito crítico. Disponemos de fortísimos estímulos como para no permanecer indiferentes.
[mitosyleyendascr.com]
Existe una interpretación equivocada de los pensadores griegos -los primeros filósofos-, que deberíamos restituir a sus justos términos, porque puede prestarnos un gran servicio en la actualidad como justificación del pensar filosófico. Es común la interpretación de que la filosofía nació cuando se acentuó el peso del logos (Lledó, E., La memoria del logos. Taurus, Madrid 1984), con el consiguiente adelgazamiento de mythos. Logos se propone como razón, instrumento adecuado para desarrollar el pensamiento. Nace la filosofía cuando la especie humana pone su confianza en el instrumento racional en lugar de hacerlo en los oráculos y sacrificios a los dioses.

Desde entonces, razón, racionalidad, razón instrumental son matices terminológicos que tratan de establecer hegemonías. La última denominación es la más peligrosa en los finales del siglo XX, pues vale como eficacia y control científico-técnico ante los que no cabe ninguna otra forma de racionalidad. Mas razón (logos) significó antes que nada diálogo (Platón es el mejor de los modelos posibles), discusión, lenguaje, comunidad, cultura, palabra, comunicación, democracia, en fin. De este modo se convierte en toda una aventura humana.

Siendo cierto todo lo anterior y constituyendo un fantástico programa de actuación, la verdad es que suele olvidarse una segunda vertiente, que es consecuencia necesaria de la primera y se concreta en el término techné. Filosofía es también techné, porque sólo el contenido de tal concepto permitía desarrollar el logos sobre las cosas. La realidad tenía que ser entendida y explicada, pero igualmente proyectada y transformada. Techné es siempre un modo de hacer algo, un oficio, aunque valga tanto manual como intelectual. Traducido como arte es igualmente producción y ciencia, entre otras acepciones. Lo que interesa ahora es potenciar ambos niveles y no sólo uno.
Si la interpretación anterior se acepta como admisible, con el impresionante instrumental tecnológico del que hoy disponemos en la sociedad digital, habría posibilidad de desarrollar, como nunca ha sucedido hasta hoy, las capacidades del logos.

Somos receptores de información que podrá atribularnos si no ejercemos sobre la misma la criba del instrumento racional, que nos llevará a fijar criterios de actuación en ella. Uno podría ser no perder nunca de vista las fuerzas que contribuyen al desarrollo del espíritu frente a los caminos trillados y rutinarios a los que pueden conducir las técnicas.

Vivimos en el presente cercados del consumismo más estúpido, pero igualmente llenos a rebosar de estímulos sustentadores del ojo crítico, mientras continúe despierto, para seguir cuestionando planteamientos. No faltarán estímulos sociales que confirmen la trama teórica sobre la que formar modelos de respuestas explicativas.

El pensamiento filosófico no ha existido nunca con independencia de las condiciones sociales que lo impulsan a emerger. De este modo se encuentra siempre incardinado en una determinada realidad histórica que modela sus contornos. Si así surgió, desarraigarse de la realidad del presente supondría su desaparición. Esto nunca sucederá mientras siga expresando su propio tiempo en pensamientos, según la enseñanza de Hegel. Son precisamente los temas de nuestro tiempo los que tendrán que ser iluminados por las herramientas que el logos maneja para elaborar una reflexión equilibrada acerca de semejantes cuestiones.

Claro que sigue siendo necesario pensar en la era digital. Quizás tenga mucha razón Heidegger cuando creía que actuamos mucho y pensamos poco (Heidegger, M., Conferencias y artículos. Serbal, Madrid 1994). Sin embargo, "el estado del mundo da que pensar cada vez más". Y al hombre, según Ortega, no le queda más remedio que "seguir pensando". Para esto, un mundo en permanente cambio no tiene por qué suponer ningún peligro especial. Siempre habrá cosas que no se pensaron y que queden, por tanto, por pensar, guardadas en el depósito de lo humano.

Julián Arroyo Pomeda


domingo, 27 de noviembre de 2016

Status quaestionis: beneficios empresariales vs. bajadas salariales


 "La política de austeridad miope de Merkel [...] ha impedido dar los pasos necesarios y ha profundizado en las divisiones dentro de Europa" (Habermas, Entrevista en Sin Permiso").

L
a filosofía ha sido siempre crítica, como nos enseña su historia entera, y se ha caracterizado por dar cuenta de las experiencias de los seres humanos en el camino que lleva a su meta. Calicles deja caer ante Sócrates si la política no es más que "una forma de ‘engañar’ a la multitud aprovechándose de su inconsciencia y de sus desordenados deseos" (Platón, Gorgias). Quizás sea esto lo que explique por qué los humanos soportamos tantos atropellos con los que nos hieren.

La OCDE, una institución internacional para el análisis y seguimiento del desarrollo económico, acaba de ofrecer un informe demoledor para el caso de España. En él afirma que la desigualdad se ha incrementado, por lo que ahora hay un mayor número de pobres, y la redistribución de la riqueza permanece estancada desde 2010. Parece una paradoja que, aun estando en crisis, más de seis años ya, la riqueza se concentre en menos manos, mientras que se extiende como bola de nieve la incontenible pobreza. La crisis no es para todos, sino que unos la aprovechan para aumentar sus ya grandes beneficios a costa de los más pobres y desesperados. En la medida en que los salarios de la generalidad disminuyen, aumentan los beneficios que se concentran en un número menor de privilegiados ¿Acaso es esto salir de la crisis? Desde luego que no, salvo para el Gobierno que tanto cacarea lo de la recuperación económica.

Los hechos desmienten afirmaciones rotundas que sólo publicitan con engaños. Si estamos creciendo más que ningún otro país de Europa, ¿por qué entonces los trabajadores españoles son los peor pagados de la Unión? Si las Empresas crecen en beneficios, ¿por qué paralelamente no crecen también los sueldos de los más desfavorecidos? Nadie se cree que hayamos salido de la crisis, cuando contempla nuestra situación. Hay que recordar que el tan denostado por algunos Rodríguez Zapatero pronosticó en 2009 que la salida de la crisis tendría que ser social, de lo contrario no habría tal salida y superación. Para resolver la crisis se están llevando a cabo las políticas más injustas. La prueba de que no está resuelta son los niveles de desempleo tan desorbitados que arrastramos, la caída de los salarios (caída real, sólo la ministra de empleo desconoce que muchas empresas han bajado sus trabajadores un 20% o un 10% de sus nóminas sin discusión, además; o que se les jubila antes de cumplir los 60 años; esto se acepta o la puerta está abierta), y el troceado de los mercados. Conviene preguntar por qué se procede así, ya que es importante conocer las causas de una acción determinada. No lo ignora nadie: es que por el salario de un trabajador de 60 años se contrata a dos trabajadores jóvenes. Cuando éstos vayan creciendo en edad, se procederá con ellos de la misma o parecida manera. Se puede estimar mucho a un trabajador veterano y reconocer sus rendimientos, pero estos y otros valores positivos quedan siempre subordinados al nivel económico, que es el que manda.
[m.forocoches.com]
Los trabajadores pobres cada día será más pobres, éste es el futuro que nos aguarda. La Economía española seguirá creciendo, en el mejor de los escenarios, hasta el 0,7% y con ello los beneficios de las empresas alcanzarán en 2016 el 13%, pero, eso sí, a costa de los salarios que no se mueven (han perdido en torno a un 11% en los salarios, según él INE). La injusticia es más que evidente. Ahora lo que se lleva es poner a la Unión Europea como pretexto. Y también tiene su culpa, claro. Los Estados ya no son soberanos. Todavía más, porque se está creando una nueva Internacional autoritaria y muy poderosa, que lleva gestándose desde los años 70. Thatcher y los gobiernos republicanos sucesivos de Estados Unidos llevan tiempo trabajando en esto y han conseguido ya las peores cosas. En este momento nos escandaliza Trump, pero los neoliberalismos helados produjeron el cambio climático de la economía hace tiempo. Recordemos eso de que sigue habiendo lucha de clases y la estamos ganando nosotros, según el financiero multimillonario estadounidense Warren Buffet.

El desánimo no deja de crecer. ciertamente, el populismo de derechas se está ganando a los oprimidos y desfavorecidos, cuya rabia no aguanta más. Una y otra vez los partidos de la corrupción son cada vez más votados por el pueblo, ¿cómo es esto posible? La izquierda socialdemócrata no logra superarlos, sino que, más bien, retrocede y hasta cae en la perspectiva neoliberal con el objetivo de ganarse el centro. La globalización capitalista se adueña de la iniciativa del gobierno y proclama que favorecen a los pobres y a los trabajadores. ¿Cómo es posible que la gente crea semejantes desvergüenzas? Porque engañan a la multitud, lo que bien sabemos por Calicles. Pues ojo, porque las derechas pueden acabar en extremas-derechas y, en definitiva, en fascismos. Entonces entrarán los bárbaros y se amarrarán de tal modo que resultara imposible echarlos después. Los privilegios y la concentración del poder forman un cemento tan fuerte que resulta prácticamente imposible despegar por las buenas, salvo que se establezca alguna clase de proceso de rebelión por la fuerza, que tampoco es fácil de mantener, como enseña la historia: "Y en esto llegó Fidel. / Se acabó la diversión. / Llegó el comandante y mandó a parar" (Carlos Puebla).

[www.elconfidencial.es 5 jul 2016]
El aumento de la desigualdad alcanza niveles escalofriantes, como puede verse en el Índice de Gini. ¿Por qué hay una desigualdad tan manifiesta? Se suele decir que por falta de crecimiento. Aquí la responsabilidad es de los gobiernos y sus políticas, así como las de los bancos centrales mundiales, de lo contrario no se harían unos cada vez más ricos a costa de los más desfavorecidos. Son favorecidos quienes disponen de dinero efectivo para adquirir bienes. Otros, en cambio, sólo pueden hacerlo -si es que pueden- cuando los mercados han ajustado precios y han hecho las subidas correspondientes. Cuando llega el dinero, otros se han beneficiado ya de él y han comprado bienes a un precio menor, lucrándose financieramente. Así los ricos se enriquecen siempre más, mientras que los pobres y las clases bajas se van empobreciendo también más (Ver Bagus y Marquart, Porque otros se hacen cada vez más ricos a tu costa, Editorial Deusto). Esto invalida totalmente la leyenda popular de que siempre existió la desigualdad, existe ahora y existirá siempre.
[www.laovejanegra.es]

Todo se debe a la crisis y al paro, dicen otros, pero la desigualdad nada tiene que ver con las políticas neoliberales, ni con el reparto y la distribución de la riqueza, lo que ya señaló con lucidez Piketty. Pero no es así: el paro no causa la desastrosa desigualdad, sino que es su consecuencia y procede de las políticas económicas seguidas por los gobiernos de turno, que lo dejan estar y no corrigen casi nada. El capitalismo es el que produce desigualdad, no todo se resuelve con el crecimiento, como llevan machacando año tras año. Una fiscalidad más efectiva y justa podía acabar con el fraude fiscal, resolviendo así un problema de envergadura entre nosotros. También tenemos el trabajo de las mujeres, más precarizado cada vez.

Como en cualquier acontecimiento social, puede decirse, ciertamente, que sus causas no son simples, sino bien complejas. Siendo esto indiscutible, igualmente lo es el hecho de que aumentan los beneficios de las empresas en tiempos de crisis, mientras caen considerablemente los niveles salariales. Esto podrá ser, acaso, algo simple, pero es una realidad efectiva.

Julián Arroyo Pomeda