1. El laicismo como disposición histórica
na tesis mantenida con vigor, no exento de nostalgia, por ilustres
representantes de la confesión cristiana es que Europa sólo será Europa si se
encuentra fecundada por el cristianismo,
cuyas raíces han permanecido en las venas de la tradición. Siendo verdad tal fecundación, es, sin embargo,
incompleta, por tratarse de una parte solamente. Desde el mundo medieval (por
no remontarme mucho) hay constancia del debate entre la fe y la razón. Cierto
es que en momentos tan importantes como el siglo XIII están equilibradas las
posturas, pero también lo es que el siglo siguiente las problematizará
definitivamente.
En el Renacimiento brillan con
luz propia religión y humanismo, aunque el desmoronamiento del ideal de la
cristiandad a finales del XIV contribuirá al incontenible despegue de la razón autónoma. La manifestación de
fuerza por parte de Roma contra el Galileo científico es una expresión clara de
que la institución religiosa se encontraba en un momento de cierto peligro.
El nacimiento del capitalismo
traerá una nueva ordenación económica, seguida de importantes cambios sociales.
Cuando se permita el libre acceso a toda la riqueza que los seres humanos
puedan producir, las limitaciones religiosas y morales tendrán que ir cediendo
terreno.
Las ideas de libertad sin
límites, autonomía y tolerancia empiezan a cobrar fuerza. La razón, en cuanto
instrumento configurador del universo que decide el destino del hombre mismo y
organiza la realidad entera, aparece como instancia imprescindible y ya sin
retorno.
En especial el siglo de la
Ilustración permite "ejercitar el talento de la razón" (Kant),
emancipándose de los muchos prejuicios imperantes, creencias o costumbres. A todo
esto contribuye, quizás como ninguna otra, la que Platón denomina "ciencia
de los hombres libres" (Sofista,
353 c).
El impresionante dinamismo de
la cultura europea -cristiana, desde luego, pero no sólo- va superando así
dialécticamente sus internas contradicciones. Las Luces, la Revolución
francesa, o la conquista de las libertades no llevan, desde luego, el signo
cristiano y, sin embargo, son hitos que empujarán incluso al cristianismo por
un sendero mejor y de mayor progreso.
La marcha imparable de la
historia hace que confluyan en ella proyectos de hombres europeos que se
confiesan también judíos, musulmanes o protestantes. Y de otros que ni siquiera
tienen confesión religiosa, porque son agnósticos o hasta ateos. En todos estos
casos la organización de la convivencia es una necesidad perentoria.
|
[www.linkterna.com] |
¿Qué es lo que ha ocurrido a
partir del Renacimiento? Entre las varias acciones posibles, me interesa
resaltar ahora una: la disposición de aquellos humanistas para organizar la
vida en forma radicalmente distinta, que podemos denominar laica. Ni la divinidad, ni lo sagrado, ni la fe serán ya las guías
y referentes, sino la razón humana, titubeante y perpleja, la mayoría de veces,
pero dispuesta a construir con orgullo su propia dignidad profana. Ya el mundo
moderno comenzó a reclamar sus legítimos derechos, para los que necesitó
afirmar "este" siglo, apostando por la secularización.
El paradigma de esta
concepción fue la Ilustración, en el siglo XVIII, que a) destacó a los sabios
frente a los teólogos, b) reivindicó una moral autónoma, c) secularizó la
historia y d) sustituyó al antiguo régimen -apoyado y legitimado por la
Iglesia-, mediante la revolución francesa.
A partir de aquí la
Ilustración se convirtió en el paradigma por excelencia de la organización del
modo de vivir. Nacieron otros valores y referentes, que se manifiestan en la
ciencia, el derecho, la economía, el Estado, la literatura y el arte. ¿Se puede
organizar internamente la vida sin la apelación a lo trascendente? ¿Existen
formas nuevas de racionalización y justificación de valores desde principios
válidos?
Es preciso convivir con el
pluralismo y el politeísmo de valores, poniendo en marcha la virtud de la tolerancia. ¿No habrá que hacer sobre
esto una reflexión ética?
La contrapartida de semejante
talante o disposición optimista ilustrada son las dos guerras mundiales de
nuestro siglo, con la ruptura extrema de la organización de la convivencia. Hay
un momento en que parece que sólo cabe tomar una decisión radical. En la película
"Shadowslands" ("Tierras de penumbra") Joy lo expresa con
gran precisión: "En el año 38 sólo había dos opciones: o eras fascista y
conquistabas el mundo o eras comunista y lo salvabas".
Mucho más complejas resultan
las situaciones en la actualidad, aunque puede que todo se reduzca simplemente
a una cuestión de perspectiva religiosa (en términos muy amplios) o laica. En
este sentido el laicismo será una
doctrina que defiende que ni el Estado ni ninguna institución creada por él
tiene que defender obligatoriamente alguna religión oficial. El ciudadano goza
de libertad para elegir la religión que quiera o no elegir ninguna. La propia
libertad entre ambas instancias conduce al Estado
no confesional. Sucede así en toda organización política democrática.
En una situación democrática
habrá siempre problemas y conflictos que deben regularse y que se suelen
originar por caprichos, conveniencias y egoísmos para los que se invoca la
libertad, desde luego mal entendida.
Otra cosa es la pluralidad,
bien respetable, pero que no debería impedir el logro del bienestar moral para el pueblo. Ahora bien, este es un trabajo que
nunca termina. Una cosa es que no estemos en una autocracia autoritaria y otra
que la libertad sea una realidad en todos los ámbitos. El control de la opinión
y la propaganda sí es un hecho. Y del empobrecimiento cultural y hasta
económico no nos libra, sin más, la democracia, un ideal que no debe hacernos
olvidar la realidad. Todo esto es una exigencia de la cultura moral de nuestra
época.
2. ¿Laicidad o laicismo?
stos términos pretenden
plantear la cooperación o la confrontación entre una visión laica de la
realidad y otra religiosa. Unos entienden por laicidad la descripción del cristiano que no pertenece a la
jerarquía de la Iglesia y actúa como ciudadano, proponiendo iniciativas en el
mundo. Y por laicismo la doctrina
que propugna una visión del mundo en el
que se elimina el referente religioso. No se trata de simple nominalismo,
puesto que denominan a veces al laicismo como "mística del ateísmo", hablan
de "laicismo exasperante", o cosas similares. En este sentido aceptan
la primera denominación, mientras rechazan la segunda.
Sin embargo, la distinción es
innecesaria. Basta conocer la historia para no sacar al laicismo de su origen,
ni pretender una defensa de posiciones no fundamentadas. El laicismo no tiene
como objetivo la eliminación de referentes religiosos, ni tampoco favorecer el
ateísmo, sino organizar la sociedad -el Estado, la política, la economía, etc.-
con fundamentos distintos de los religiosos, ya que se han separado Iglesia y
Estado.
El laicismo defiende una ética
de fundamento racional, que se expresa en acuerdos sobre normas preferibles
mayoritariamente por los seres humanos con capacidades autónomas. Tal ética
mantiene los ideales ilustrados de valores como libertad, solidaridad,
justicia, igualdad, tolerancia, etc., es decir, todas las virtudes públicas que
tienen su ámbito de desarrollo en la cara política de la modernidad, o sea, la
democracia.
"No
tengo la fe de la que hablan otros hombres, pero sí tengo fe en el hombre. En
su capacidad para sobreponerse a un mundo que él no ha creado. En su valentía y
generosidad a pesar de tener solamente una vida. En su ambición de
conocimiento, en su voluntad siempre puesta a prueba por las catástrofes,
naturales o inventadas. En su riquísima imaginación estética y en su fortaleza
plástica. En su voluntad de diálogo que, a pesar del combate, tampoco cesa.
Por
eso, hermanos, mi mundo es de este mundo. No amo a Dios, sino a la gente con
sus míseras miserias ...
Constantemente.
Pues no podemos, ni debemos, ni queremos esperar la vida eterna, sino la eterna
vida. En este sentido pensar el ateísmo al final del milenio significa ensayar
otra vez nuestra vieja apuesta por este animal tan problemático como
problematizador. El único animal tan capaz de tropezar en la misma piedra de
nuevo y lanzarla otra vez" (Quesada, J., Ateísmo difícil. En favor de Occidente).
Así pues, podemos cambiar el
mundo o, al menos, hacer que sus modificaciones dependen de nosotros mismos y
de los pueblos que construyamos. Si desapareciera la democracia todo esto sería
muy problemático. ¿No aceptaremos de buen grado la responsabilidad de trabajar
en favor del desarrollo de los seres humanos?
La toma de decisiones sólo es
posible (realmente) en sociedades de pluralidad y libertad. En las demás, ¿qué
sentido puede tener, si prácticamente todo está decidido de antemano? Es en
aquellas sociedades donde encontramos un campo abonado para ir plantando una
cultura autónoma, individual y colectiva.
3. Ética (laica) en las sociedades pluralistas.
ablar de ética laica en las
sociedades pluralistas podría resultar equívoco. Urge disolver equívocos, no
vaya a pensarse que hay distintas éticas en tales sociedades. Ironiza Savater
en su libro (El valor de educar,
Ariel 1997, p. 75) con lo oído a un responsable del Ministerio de Educación,
que la ética no puede enseñarse como una asignatura "porque cada cual
tiene la suya". Más recientemente otro de los responsables parece defender
una ética laica como la alternativa a la religión.
El equívoco viene por no
distinguir entre moral y ética. Los valores morales
mayoritariamente aceptados por el pueblo español (igualdad, justicia,
tolerancia, pluralismo, etc.) están recogidos en su Constitución. Por aquí
caminará la sociedad española. Otra cosa muy distinta es la reflexión acerca de los mismos. La moral de una sociedad consiste en los
códigos de conducta que se encuentran en vigor y son seguidos por quienes viven
en el ámbito cultural en que está situada. En cambio, la ética está siempre enmarcada en una necesidad de universalidad y,
por ello, transciende toda cultura. Precisamente por esto puede analizar y
evaluar los distintos códigos morales que han sucedido en la historia.
No hay más que una ética, que
"es cosa de todos", puesto que consta de "principios racionales
que todos podemos comprender y compartir" (Savater 1997, p. 77). Por eso
la Reforma educativa la ha concebido como una materia común en la Secundaria
obligatoria.
Una vez conseguido que la
materia de Ética (o Valores éticos)
pueda enseñarse en las aulas de Secundaria, puede verse que no se trataba de
aprovechar una coyuntura más o menos oportuna. Había profundas razones de fondo
para defender que los jóvenes debían reflexionar en la escuela obligatoria
sobre la vida moral, y plantearse de manera autónoma qué valores tenían que ser
asumidos en nuestra sociedad pluralista y democrática, en la que flota un
politeísmo valorativo que, a veces, parece terminar en la indiferencia ante los
mismos.
Muchos se preguntan ahora por
qué el profesorado acepta tan positivamente la asignatura de Ética, cuando
hasta hace bien poco era universalmente rechazada. Apuntan una razón espuria,
la reducción horaria de las materias de filosofía. Pienso que se debe a que han
percibido la concepción tan distinta del estatuto de esta materia. Se cree en
ella, como tal, sin necesidad de subordinarla a ninguna otra a la que apuntalar
y sostener.
Nadie negará a estas alturas
que nos encontramos viviendo en una época secularizada y en una sociedad
pluralista. Entonces habrá que ser coherentes con tal situación y sacar las
oportunas consecuencias. ¿Qué puede ocurrir si Dios no existe? No deberíamos
olvidar ahora la lúcida advertencia de Sartre en 1848: que no sirve una moral
laica "que quisiera suprimir a Dios con el menor gasto posible" (J.
P. Sartre, El existencialismo es un
humanismo. Orbis, Barcelona 1985, p. 67).
El gasto consiste en la
necesidad de crear y proponer valores nuevos a partir de la responsabilidad de
los sujetos humanos y de su disposición para actuar con autonomía.
Tendrán que existir
"diferencias" y "distancias", pero esto no es tan grave, si
aceptamos la necesidad de la tolerancia como virtud ética y referente
inevitable. Defender las convicciones que se consideran correctas es una
obligación intelectual. Tolerar es respetar lo diferente por una razón
intelectual profunda: que no hay un único punto de vista, ni una verdad
absoluta. El "de omnibus est
dubitandum" es también un principio de sabiduría y de humildad
científica.
Los pueblos y los individuos
que pertenecen a grupos sociales y culturas distintas han de convivir en el
pluralismo. En efecto, democracia es pluralismo. Mas pluralidad de valores
morales no puede identificarse con vacío moral. La reflexión sistemática sobre
estos asuntos resulta inevitable para ir construyendo una ética civil, que
prescinda de toda cosmovisión que la haría necesariamente dependiente y
heterónoma. La ética es un asunto de los hombres y, por tanto, sólo puede ser autónoma. ¿De dónde partir para
conseguir esto?
|
[www.mhuel.org] |
Desde luego que hay que tener
en cuenta la Ilustración. En cambio, a mi me parece que deberíamos ir más allá
en la búsqueda de las raíces. Siendo muy cierta la inflexión producida en el siglo XVIII, se encuentra aquí una
situación muy marcada, porque es cuando la ética se independiza precisamente de
la religión.
La Europa nacida de raíces
clásicas y cristianas está siendo atravesada cada vez más por interrelaciones
culturales, de modo que la pluralidad
se va realizando con mayor intensidad. Es precisamente ahora que arraigan las
realidades culturales plurales, cuando son más necesarios principios
universales comunes. Ellos permitirán la coexistencia de morales distintas y
orientarán los posibles conflictos desde la tolerancia hacia lo que es
diferente, pero también -y aun por ello- digno de respeto.
Una ética cívica planetaria
está preparada para gestionar el pluralismo mundial, porque apuesta por la
libertad radical de los individuos que les hace responsables de su propia
autonomía. Paralelamente, la autonomía lleva a la independencia de toda otra
instancia no racional. Esta es, pues, la base común en la que pueden brotar las
muchas ramas de las diferencias. Una base común en la que converger rechaza de
suyo cualquier moral única de carácter absoluto.
Tiene razón Nietzsche, cuando
afirma que resta todavía por conocer "lo que constituye verdaderamente la
moral". En efecto, hoy se ha generalizado hablar de una "ética
mínima", con la excusa de aceptar el mínimo de normas a compartir en las
sociedades pluralistas y democráticas. El peligro está en hacer, después,
trampas, refiriendo, por ejemplo, a renglón seguido, que también existe una
"ética de máximos". A nadie se le oculta que semejante concepción de la
ética civil queda a radice devaluada
y en precario, siendo puramente provisional.
Puede definirse la tolerancia como una virtud social o
ética de respeto por lo diferente (religiones, sexos, ideas, formas de vida,
etc.). Respetar lo que sea diferente a uno implica reconocer el derecho de
otros a la diversidad y, por ello, a su protección legal.
¿Respetarlo todo es lo mismo
que permitirlo todo? Claro que no. Supondría, en principio, carecer de
seguridad en las propias convicciones y ser inmoral en mis actuaciones.
Actualmente la tolerancia es
un valor en alza, y tanto más cuanto que se desvalorizan los sistemas de
sentido y fundamentación. Apenas hay ya grandes proyectos, ni convicciones
firmes, no digamos absolutas, de tipo religioso, político o social. Esto lleva
a la tolerancia de las ideas de cada uno porque unas no parecen más valiosas
que otras. Lo que puede terminar en indiferencia general. Este es un gran peligro
para la virtud de la tolerancia.
Tolerancia no significa
renunciar a las ideas que uno considera válidas y que identifican lo correcto.
Consiste en entender que mis convicciones no son la única y absoluta verdad.
Esto me induciría a descalificar a las otras como falsas, impidiendo posibles
enriquecimientos o correcciones a mi propia posición. Tolerancia es encontrarse
y converger.
Otro peligro para las
democracias es considerarnos satisfechos con la existencia de la libertad y la
tolerancia, olvidando que lo que no sea un valor no es tolerable. Así, las
desigualdades en los niveles de vida atentan contra la dignidad de los hombres.
Hay que introducir, entonces,
la virtud de la justicia como igualdad (J. Rawls) para no convertir la
tolerancia en represiva, al mantener las injustas desigualdades. Los países
ricos tienen que ser solidarios con los países pobres, pues sin reciprocidad no
puede haber tolerancia en sentido profundo. Tenemos aquí otro gran desafío
ético.
"J.A.
O sea que, si quisiéramos definir lo que es el comunismo actualmente para el
que lo practica, ¿cómo lo haríamos?
J.M.Ll.
Pues el extremo de la izquierda que antepone la justicia a la libertad.
J.J.
Es decir que están dispuestos a perder la libertad, si hace falta...
J.M.Ll.
Pero si la gente del pueblo no tiene libertad. La libertad es un lujo de unos
cuantos en el mundo. El pueblo nunca ha tenido libertad, ni la ha deseado. Lo
que ha deseado es la justicia. Lo que ellos buscan es que se les haga justicia.
¿Qué es la libertad para el que tiene hambre, para el que vive en una
chabola?" (ABARCA ESCOBAR, J., Disculpad
si os he molestado. Conversaciones con el Padre Llanos).
Dewey (Democracia y educación) se refería a la democracia moral o social, como la sabia que alimenta a la
democracia política o forma de gobierno, para cultivar valores mediante la
educación, porque no crecen espontáneamente, en lugar de buscar la dependencia
del líder, que podría acabar en fascismos.
Rubert de Ventós propone una
"ética sin atributos" (Ética
sin atributos, Anagrama 1996) para aceptar la pluralidad irreductible, es
decir los conflictos, incompatibilidades e intereses que conforman una vida y
no son susceptibles de reducción ni armonización.
En las sociedades pluralistas
actuales lo humano es cada vez más complejo y se presentará como proyecto a
realizar, frente a modelos políticos simples y a morales absolutas con normas
fijas y definitivas. Se trata de procesos dinámicos y provisionales, no de
logros seguros y cerrados. Las normas se fragmentan y hay que abordarlas sin
dogmatismos para hacerlas progresar en niveles superiores de resolución.
|
[www.blancahari.com] |
El pluralismo es un valor que
debe ser defendido, e igualmente la tolerancia, una virtud imprescindible,
aunque sea "pequeña" y no "baste por sí sola" (Festscher, La tolerancia. Una pequeña virtud
imprescindible para la democracia. Gedisa 1996, p. 161). Sin tolerancia no
puede haber tampoco ciencia. De ello la historia de España es una prueba
significativa.
Enseñar todo esto es
necesario. Y también aprenderlo pronto y, en cualquier, caso antes de que sea
demasiado tarde para que no nos pase lo que al Daniel de Delibes, cuando le
sacan de su pueblo y de las cosas que quiere:
“A
Daniel, el Mochuelo, le dolía esta despedida como nunca sospechara. Él no tenía
la culpa de ser un sentimental. Ni de que el valle estuviera ligado a él de
aquella manera absorbente y dolorosa. El progreso, en verdad, no le importaba
un ardite. Y en cambio, le importaban los trenes diminutos en la distancia y
los caseríos blancos y los prados y los maizales parcelados; y la Poza del
Inglés, y la gruesa enloquecida corriente del Chorro; y el corro de bolos; y el
gato de la Guindilla; [...]
Sin
embargo, todo había que dejarlo por el progreso. Él no tenía aún autonomía ni
capacidad de decisión. El poder de decisión le llega al hombre cuando ya no le
hace falta para nada; cuando ni un solo día puede dejar de guiar un carro o
picar piedra si no quiere quedarse sin comer. ¿Para qué valía, entonces, la
capacidad de decisión de un hombre, si puede saberse? La vida era el peor
tirano conocido. Cuando la vida le agarra a uno, sobra todo poder de decisión.
En cambio, él todavía estaba en condiciones de decidir, pero como solamente
tenía once años, era su padre quien decidía por él. ¿Por qué, Señor, por qué el
mundo se organizaba tan rematadamente mal?” (Delibes, M., El camino).
Julián Arroyo Pomeda