sábado, 28 de marzo de 2015

El poder y la corrupción en paralelo

                                          Portada original del libro de Hobbes

"Esta es la generación de aquel gran LEVIATÁN, o más bien, de aquel dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y nuestra defensa" (Hobbes, Leviatán, segunda parte, capítulo XVII).

¿Quién iba a decirle a Hobbes que una de sus obras más conocidas serviría de título a una película en el siglo XXI, más de 350 años después de su publicación? Así son las cosas.

El director de cine, Andrei Zvyagintsev, ha conseguido hacer un filme de indudable calidad, situado en Rusia, la tierra que le vio nacer, hace ya 51 años. Con él alcanzó el premio al mejor guión (Oleg Negin, Andrei Zvyagintsev) en el festival de Cannes, en 2014, con su sexta película. Unas bellas imágenes, una cuidada fotografía y un ritmo adecuado contribuyen a presentarnos la degradación moral de los habitantes de un pueblo, a orillas del mar de Barents (norte de Rusia) que soportan sus grandes sufrimientos con botellas de vodka sin interrupción.

De nuevo aparece la dureza y desesperación de la condición humana y su absoluta soledad frente a cualquier institución, incluso ante Dios ("¿Por qué, Señor?"), que tampoco responde. Ni la política, ni la religión ofrecen una salida a la desesperación del ser humano por causa de la injusticia que ha producido la corrupción, que todo lo invade ("Nada en este mundo es justo", dice el sacerdote a Kolya (Aleksei Serebriakov), quien se encuentra en la más profunda desesperación).

El caso es que la noticia de la historia la leyó Andrei Zvyagintsev de un hombre de Colorado (Estados Unidos), Marvin Heemeyer, que se vio envuelto en la expropiación de una de sus tierras en la que tenía un taller. Una cementera quería comprarle la parcela que no quiso vender. Entonces pusieron una cerca alrededor para dificultarle el acceso y presionarle. Cuando comprendió que no podía vencer en la defensa de su propiedad tomo un bulldozer y derribó el Ayuntamiento, la casa del alcalde y otros edificios hasta que se suicido, ganándose el apodo de Killdozer. Murió enfrentándose sólo a la injusticia. ¿Cómo puede pasar esto en un país de leyes y libertades?, pensó Zvyagintsev. El suceso le sirvió de inspiración y acabo situando su historia en Rusia, lugar que él conocía, aunque esto podía pasar en cualquier parte del mundo. Es, pues, una historia universal.

Aquí lo que ocurre es que un alcalde corrupto y déspota, Vadin (Roman Madyanov) expropia las tierras del mecánico Kolya, sin que su abogado influyente de Moscú, Dmitri (Vladimir Vdovichenkov), consiga parar la sentencia del poder municipal. El alcalde acaba construyendo en esos terrenos, levantando, además, una nueva iglesia en el lugar de la casa.

¿Acaso se trata de ofrecer un espejo en el que ver la Rusia actual? "Rusia es una simulación democrática", ha declarado el director de la película. Sin embargo, el Estado, a través de sus instituciones culturales, ha financiado casi una tercera parte del film, que no ha gustado al Ministro de Cultura, W. Medinski, aunque entienda que Zvyagintsev tiene talento. Es que la película es una durísima crítica de la realidad rusa en la actualidad y esto nunca gusta las autoridades, que no pueden ocultar las actuaciones políticas, las de la religión y la corrupción, junto con el incremento armamentístico y el alcohol, ejemplarizados en la bebida nacional del vodka.
¿Merece la pena resistirse a la injusticia? En el caso de la narración de la película, no. Sin embargo, hay que hacerlo para no permitir que avance la opresión y acabe con la libertad, que mata la dignidad de los seres humanos. Éste es nuestro deber eternamente.

La tragedia de Kolya es espeluznante. Nada le responde: ni la familia y los amigos, ni los jueces en el tribunal de justicia, ni la entrega a su duro trabajo, ni el abogado, ni la Iglesia Ortodoxa, ni la Comunidad, ni los poderes intermedios. ¿Es posible vivir así? "Vivimos en un sistema feudal donde todo está en manos de una persona y todos los demás se sitúan en un modelo vertical de subordinación", declara el director sobre la Rusia actual. Esto hace imposible vivir con seguridad. "Resígnate a la suerte", como Job, le aconseja el sacerdote.

Los poderes son lobos para los hombres

La subordinación hace que los poderes tengan que enfrentarse entre sí, cubriendo siempre dos funciones complementarias. Por una parte, subordinarse al Poder legitima la fuerza de las administraciones menores. Por otra, tener a raya los ciudadanos que dependen de ellos les hace ser temidos y respetados por estos. Así, el alcalde lucha contra el dueño de una tierra para expropiársela. El abogado lucha contra el alcalde, que tiene asuntos turbios en su pasado. El tribunal se corrompe con sentencias injustas que favorecen al alcalde y doblegan al insumiso. Los policías y demás empleados del alcalde acaban la faena por la violencia física. Todo conforma una cascada que tapona cualquier salida posible. "En Rusia todo pequeño oligarca es una copia de los grandes poderes", en opinión del director.

Hobbes mantuvo que la Iglesia tenía que estar sometida al Estado, dado que la lucha entre las confesiones de su tiempo podía provocar una guerra civil. En la película Estado y Religión se entienden perfectamente con la potente arma de la corrupción de uno, que la otra consiente, y con el poder que da a la Religión estar en la Verdad. Mar y tierra son antitéticas entre sí. El mar representa el origen de la libertad que Lilya Elena Lyadova) busca para huir de la tierra corrompida. Y la brutalidad del relato y lo que en él sucede, ¿qué finalidad tiene? Sólo una: consolidarse los humanos en el poder para conseguir, mediante él, beneficios económicos. El tono, las pausas, los silencios y los sonidos de las aguas, el viento y la naturaleza estimulan la reflexión del espectador y le centran en la horrible y aplastante inhumanidad que se describe.

La vorágine de la mafia que desnuda la película consigue que se pudra en la cárcel un gran hombre, orgulloso de sus antepasados, enraizado en su tierra, honrado trabajador que construye su casa, su hogar y toda su vida.

La verdad

Es la piedra angular de la Iglesia Ortodoxa, a la que el pope sabe sacar buen partido. Con palabras seductoras manifiesta su gran convicción: "Dios no mora en fuerza, sino en verdad..., la verdad es el legado de Dios". Sólo la verdad libera, es la respuesta del sacerdote al problema que se ha planteado.


Cuando el alcalde Vadin acude angustiado al sacerdote, a éste le falta tiempo para tranquilizar a la autoridad: "donde hay poder hay fuerza y la fuerza es Dios" y "Dios está satisfecho" ¿Por qué esto? Sólo hay una única razón: el sacerdote tiene la Verdad y ella justifica dogmáticamente cualquier acción. Al fin y al cabo, todo pasará. La prueba son los esqueletos de las ballenas de la película y los barcos varados.

El humor

En medio de la atmósfera atosigante y de gran crudeza que se respira nos envuelven continuamente los paisajes naturales y los simbolismos visuales permanentes. Hay lugar, incluso, para el humor. Algunos momentos son geniales. Por ejemplo, cuando a los amigos se les acaban los blancos para disparar, en forma de botellas vacías, el policía de tráfico saca fotografías de presidentes rusos, desde Lenin a Gorbachov. Otro ejemplo se da en la lectura de la sentencia por la jueza. Lo hace a la velocidad de un robot, reflejando la burocracia rusa. Este humor, además de la crítica, nos hace sentir la brutalidad de la realidad: un entorno desolado y ruinoso del pueblo de pescadores, con todos los restos de barcos y esqueletos de ballenas, que representan un páramo muerto y desolado, paralelismo claro con la vida de Kolya y su familia.

El poder de la corrupción lo ha desmoronado todo.

Julián Arroyo Pomeda

Ilustraciones: