lunes, 13 de junio de 2016

Hombre perdido


Se equivocó la paloma/Se equivocaba/Por ir al norte fue al sur. (Rafael Alberti)

E
s normal que se pierda un niño, especialmente en tiempos de verano, prácticamente, pero también puede perderse un hombre maduro, sin que tenga problemas de salud. Veámoslo.

Salaña: Iglesia y depósito de agua [www.ayllon.es]
El pasado sábado, 11 junio, los pronósticos del tiempo daban una temperatura ideal en la provincia de Segovia, con veintiún grados de temperatura máxima. Para disfrutar del clima el hombre fue con unos amigos -otras cinco parejas- a preparar una barbacoa en casa de uno de ellos, que era de Saldaña de Ayllón. Después de tomar un rápido desayuno, pusieron en marcha los recursos para la efeméride en el patio exterior de la casa. Primero fue el aperitivo con ensaladas, rabanitos y trozos de empanada, regado todo con buen vino y cervezas.

Luego se encendió el carbón y se dispusieron las planchas, mientras se iban haciendo las ascuas para el asado. Primero se pusieron unas buenas sardinas, que quedaron poco hechas y bien jugosas, con sal gorda, para comerlas en rebanadas de pan de pueblo. Se degustaron en una mesa a la sombra con gran regocijo. A continuación se dispusieron en la plancha los pinchos de choricitos y las chuletas de cordero, que se fueron sirviendo poco a poco para que no se enfriaran. Como es costumbre, se finalizó con los postres y algunas copas.

Una vez recogida la mesa y guardados los cubiertos, el grupo dio un breve paseo por los alrededores para bajar un poco el exceso y ver algo del campo y del río, que por aquel lugar bajaba con buen caudal de agua bien fresquita. Y enseguida regresó a casa, a excepción de uno de ellos que quería disfrutar de la inmensa dehesa del pueblo.

Solidez del encinar [www.codinse.com]

Pasadas las seis de la tarde, y cuando ya caía algo el sol, el hombre se dirigió a disfrutar de los encinares y toda clase de arbolado (robledales, pinares y alcornoques, entre otros) y agua de río que tiene la dehesa. Había bastante sol, pero también sombras. El hombre aprovechaba siempre que iba del pueblo para ponerse en contacto con aquella naturaleza salvaje y espléndida, con abundante masa de biodiversidad de todas las clases. Olía a tierra, a hierba, a flores y a arboledas abundantes. Los ojos se inundaban de colores sobrios y descansados. Se oían rumores de grillos chillones, del serio mochuelo y, de vez en cuando, de alguna otra ave mayor, así como de algún perrillo. Un silencio armonioso, pero no total, alfombraba de paz la totalidad del paisaje. Los caminos se hacían polvorientos, cuando cruzaba un todoterreno -sólo uno- o un rebaño de ovejas, de los varios que hay en aquellas tierras. Caminos y sendas se entrecruzaban continuamente, formando encrucijadas. Dicen los lugareños que se debe tener buen cuidado para no despistarse en la vuelta.

El hombre proyectó un paseo de un par de horas de camino, incluyendo la vuelta. Disfrutaba en solitario de aquella inmensidad natural, dejando volar libremente sus pensamientos por unos y otros lugares, y oliendo las tierras.

En un sendero [www.terranostrum.es]
Cuando se disponía a internarse en la dehesa vio un par de naves que acogían un gran rebaño de ovejas, aunque entonces no calculó cuántas serían en número. Pasados aproximadamente los 90 minutos de caminata a buena marcha -eran ya las 19:30 horas- se dispuso volver para estar con el grupo de amigos a las 20 horas. Después de caminar unos minutos oyó los badajos y los validos de unas ovejas e interpretó que el pastor las sacaba para qué rumiaran algunas hierbas y ramas. En efecto, se las veía dar saltos hacia las ramas de las encinas para mordisquear las que estaban más bajas. Tres perrillos se encargaban de dirigir el ganado y el de color negro, el más rebelde, ladraba al viajero y se iba acercando. "No hace nada", dijo el pastor. Se dieron las buenas tardes y el paseante confirmó encontrarse en la buena senda y en que pronto aparecerían las naves de donde procedía el ganado. Pero, como no las veía, pensó que se había desviado en alguna encrucijada, por lo que enderezó -eso creía- el rumbo.

De nuevo en el camino vio acercarse un todo terreno y se echó hacia la derecha para mitigar algo la polvareda que levantaba. Otra vez interpretó el hombre que su camino estaba enderezado, ya que los del todoterreno se internaban y él salía. Sin embargo, no encontraba ninguna referencia segura y entonces empezó a sentir cierta extrañeza.

Encinas y pedregales [www..panoramamio.com]
De pronto, se había salido del camino, que ya no encontraba por más que lo intentó. En cambio se halló en un campo muy bien arado y preparado para el cultivo, que le pareció inmenso. Ya habían dado las veinte horas y su preocupación iba en aumento cada vez más. En ese momento oyó rodar coches y, como antes de entrar en la dehesa había que cruzar una carretera, el otras veces odiado ruido de automóviles le reconfortó. La vida tiene siempre sus propias paradojas. Quiso tirar en línea recta hacia la carretera, pero al terminar el recorrido del inmenso campo arado la maleza interrumpía su avance y le impedía casi caminar, pues le llegaba prácticamente hasta los hombros. No olvidemos que esta primavera ha llovido mucho y eso se notaba en la naturaleza. Hizo un esfuerzo más, cuando el reloj marcaba ya las veinte treinta. Caminaba con un palo largo y robusto y, de pronto, notó que se hundía en la tierra. Al querer avanzar, se metió en un barrizal, menos mal que llevaba unas buenas zapatillas.

Salió de ese lugar como buenamente pudo, cuando se dio cuenta de que cruzaba por allí un río oculto por la maleza y con apenas ruido de agua, puesto que el terreno era completamente plano. Maldijo y bendijo al río casi al mismo tiempo. Llevaba más de dos horas y media de camino y sentía deshidratación. Coger agua no era tan fácil, porque el cauce del río tenía cierta altura. No le quedó otro remedio que meter el otro pie en la orilla. Allí el agua no estaba demasiado limpia y la rodeaba una buena cantidad de mosquitos. Los apartó un poco y pudo mojarse los labios y la boca, sin atreverse a beberla. Así suavizó algo por la deshidratación y la excesiva sequedad.

A lo lejos divisó alguna construcción y, especialmente, un edificio que tenía una cruz. Pudo leer de lejos “Residencia”. Siguió el cauce del río, pero el problema del hombre es que no podía cruzarlo, los edificios estaban al otro lado. Siguió caminando como pudo, confiando en que se estrechara el cauce para poder dar un salto, lo que no era fácil, pero tenía que intentarlo. Luego vio una finta con toros que le parecieron bravos, por lo que estaba rodeada de una fuerte verja de gruesos yerros, que le impedían rodearla y cruzar. Siguió caminando, mientras tomaba en la mano un poco de agua para no deshidratarse más. Las dificultades eran cada vez mayores.
Espesura del bosque [www.panoramio.com]
Más tarde se encontró con un coto de caza por el que corrían conejos que le hicieron sonreír de momento, aunque su nerviosismo iba en aumento, pues el reloj marcaba las nueve y la noche se venía encima. Notaba algo de frío, sólo llevaba un niqui de manga corta. Entonces decidió poner al rumbo hacia atrás para buscar la residencia, que vio antes y a la que era difícil llegar por causa del río. Confiaba que alcanzaría algún meandro que lo desviara y pudiera cruzar entonces. Caminar no era nada fácil, pues tenía que retirar con el palo la maleza y espantar con la otra mano los ataques de las moscas que le rodeaban permanentemente.

Por fin, el río pareció desviarse y entonces entró en un campo de chopos, algo más cómodo de caminar. Llegó a dos grandes edificios y respiró, ya eran las nueve treinta de la noche y casi no se veía. Falsa alarma: estaban completamente clausurados y sin luz, sólo los perros respondían a los gritos de ‘hola’ que daba el hombre. Hasta que, por fin, llegó a la residencia, también cerrada, pero con un perro blanco que dio la voz de alarma, sacando del interior a un chaval joven, que abrió el candado de la verja de entrada. El perro se lanzó demasiado efusivamente sobre el caminante, pero luego se fue calmando. Antes de explicar lo que le pasaba, pidió una jarra de agua, de la que se tomó cuatro vasos grandes seguidos. Era una finca de una parroquia de Madrid, según le dijeron (ahora se explicaba el hombre lo de la cruz) a la que venían chavales para convivir en el campo. Fue el padre del muchacho el que se ofreció a trasladarlo en la furgoneta a casa de los amigos. Pasaban ya las veintiuna treinta. El dueño de la furgoneta no quiso aceptar ningún pago de parte del caminante, aunque dejó un billete para la parroquia. Había regresado felizmente y todavía no puede entender cómo se perdió tan ciegamente.
Esplendida encina y terreno suave [www.terranostrum.es]
Cuando bajó de la furgoneta, la plaza era un espectáculo. Esperaban las personas del pueblo (es un sitio pequeño) con linternas y silbatos preparados para buscarle, dando una batida. También dos números de la Guardia Civil, a la que habían avisado. Reconvinieron al hombre por no tener el móvil, que en ocasiones puede salvar vidas, dijeron. El prometió que lo llevaría en adelante, aunque seguía pensando que este sonido tecnológico estúpido y estridente era una gran descortesía para la propia armonía natural. Quién sabe. Lo cierto es que el hombre perdido dio un tremendo disgusto a los amigos y familiares, que no tenían ninguna culpa, aunque él si fuera el único responsable de semejante faena. En su descargo hay que decir que, evidentemente, perderse no fue intencionado y había estado en este lugar una media docena de veces. Sin embargo, nunca estamos libres de algún gran despiste, que debe evitar el desafortunado hombre perdido. Resultó un final feliz, afortunadamente, y pudo regresar a Madrid a horas avanzadas de la noche. Cuidado, hombre perdido, que es peligroso errar el camino, si bien escribió con mucha razón Goethe que “el único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada”.


Julián Arroyo Pomeda