Se equivocó la paloma/Se
equivocaba/Por ir al norte fue al sur.
(Rafael Alberti)
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s
normal que se pierda un niño, especialmente en tiempos de verano, prácticamente,
pero también puede perderse un hombre maduro, sin que tenga problemas de salud.
Veámoslo.
Salaña: Iglesia y depósito de agua [www.ayllon.es] |
El
pasado sábado, 11 junio, los pronósticos del tiempo daban una temperatura ideal
en la provincia de Segovia, con veintiún grados de temperatura máxima. Para
disfrutar del clima el hombre fue con unos amigos -otras cinco parejas- a
preparar una barbacoa en casa de uno de ellos, que era de Saldaña de Ayllón. Después
de tomar un rápido desayuno, pusieron en marcha los recursos para la efeméride
en el patio exterior de la casa. Primero fue el aperitivo con ensaladas, rabanitos
y trozos de empanada, regado todo con buen vino y cervezas.
Luego
se encendió el carbón y se dispusieron las planchas, mientras se iban haciendo
las ascuas para el asado. Primero se pusieron unas buenas sardinas, que
quedaron poco hechas y bien jugosas, con sal gorda, para comerlas en rebanadas
de pan de pueblo. Se degustaron en una mesa a la sombra con gran regocijo. A
continuación se dispusieron en la plancha los pinchos de choricitos y las chuletas
de cordero, que se fueron sirviendo poco a poco para que no se enfriaran. Como
es costumbre, se finalizó con los postres y algunas copas.
Una
vez recogida la mesa y guardados los cubiertos, el grupo dio un breve paseo por
los alrededores para bajar un poco el exceso y ver algo del campo y del río,
que por aquel lugar bajaba con buen caudal de agua bien fresquita. Y enseguida regresó
a casa, a excepción de uno de ellos que quería disfrutar de la inmensa dehesa del
pueblo.
Solidez del encinar [www.codinse.com] |
Pasadas
las seis de la tarde, y cuando ya caía algo el sol, el hombre se dirigió a disfrutar
de los encinares y toda clase de arbolado (robledales, pinares y alcornoques,
entre otros) y agua de río que tiene la dehesa. Había bastante sol, pero
también sombras. El hombre aprovechaba siempre que iba del pueblo para ponerse
en contacto con aquella naturaleza salvaje y espléndida, con abundante masa de
biodiversidad de todas las clases. Olía a tierra, a hierba, a flores y a
arboledas abundantes. Los ojos se inundaban de colores sobrios y descansados. Se
oían rumores de grillos chillones, del serio mochuelo y, de vez en cuando, de
alguna otra ave mayor, así como de algún perrillo. Un silencio armonioso, pero
no total, alfombraba de paz la totalidad del paisaje. Los caminos se hacían
polvorientos, cuando cruzaba un todoterreno -sólo uno- o un rebaño de ovejas,
de los varios que hay en aquellas tierras. Caminos y sendas se entrecruzaban
continuamente, formando encrucijadas. Dicen los lugareños que se debe tener
buen cuidado para no despistarse en la vuelta.
El
hombre proyectó un paseo de un par de horas de camino, incluyendo la vuelta.
Disfrutaba en solitario de aquella inmensidad natural, dejando volar libremente
sus pensamientos por unos y otros lugares, y oliendo las tierras.
En un sendero [www.terranostrum.es] |
Cuando
se disponía a internarse en la dehesa vio un par de naves que acogían un gran rebaño
de ovejas, aunque entonces no calculó cuántas serían en número. Pasados
aproximadamente los 90 minutos de caminata a buena marcha -eran ya las 19:30
horas- se dispuso volver para estar con el grupo de amigos a las 20 horas.
Después de caminar unos minutos oyó los badajos y los validos de unas ovejas e
interpretó que el pastor las sacaba para qué rumiaran algunas hierbas y ramas.
En efecto, se las veía dar saltos hacia las ramas de las encinas para
mordisquear las que estaban más bajas. Tres perrillos se encargaban de dirigir
el ganado y el de color negro, el más rebelde, ladraba al viajero y se iba
acercando. "No hace nada", dijo el pastor. Se dieron las buenas
tardes y el paseante confirmó encontrarse en la buena senda y en que pronto
aparecerían las naves de donde procedía el ganado. Pero, como no las veía,
pensó que se había desviado en alguna encrucijada, por lo que enderezó -eso
creía- el rumbo.
De
nuevo en el camino vio acercarse un todo terreno y se echó hacia la derecha
para mitigar algo la polvareda que levantaba. Otra vez interpretó el hombre que
su camino estaba enderezado, ya que los del todoterreno se internaban y él
salía. Sin embargo, no encontraba ninguna referencia segura y entonces empezó a
sentir cierta extrañeza.
Encinas y pedregales [www..panoramamio.com] |
De
pronto, se había salido del camino, que ya no encontraba por más que lo intentó.
En cambio se halló en un campo muy bien arado y preparado para el cultivo, que
le pareció inmenso. Ya habían dado las veinte horas y su preocupación iba en
aumento cada vez más. En ese momento oyó rodar coches y, como antes de entrar
en la dehesa había que cruzar una carretera, el otras veces odiado ruido de
automóviles le reconfortó. La vida tiene siempre sus propias paradojas. Quiso
tirar en línea recta hacia la carretera, pero al terminar el recorrido del
inmenso campo arado la maleza interrumpía su avance y le impedía casi caminar,
pues le llegaba prácticamente hasta los hombros. No olvidemos que esta
primavera ha llovido mucho y eso se notaba en la naturaleza. Hizo un esfuerzo
más, cuando el reloj marcaba ya las veinte treinta. Caminaba con un palo largo
y robusto y, de pronto, notó que se hundía en la tierra. Al querer avanzar, se
metió en un barrizal, menos mal que llevaba unas buenas zapatillas.
Salió
de ese lugar como buenamente pudo, cuando se dio cuenta de que cruzaba por allí
un río oculto por la maleza y con apenas ruido de agua, puesto que el terreno
era completamente plano. Maldijo y bendijo al río casi al mismo tiempo. Llevaba
más de dos horas y media de camino y sentía deshidratación. Coger agua no era
tan fácil, porque el cauce del río tenía cierta altura. No le quedó otro
remedio que meter el otro pie en la orilla. Allí el agua no estaba demasiado
limpia y la rodeaba una buena cantidad de mosquitos. Los apartó un poco y pudo
mojarse los labios y la boca, sin atreverse a beberla. Así suavizó algo por la
deshidratación y la excesiva sequedad.
A
lo lejos divisó alguna construcción y, especialmente, un edificio que tenía una
cruz. Pudo leer de lejos “Residencia”. Siguió el cauce del río, pero el
problema del hombre es que no podía cruzarlo, los edificios estaban al otro
lado. Siguió caminando como pudo, confiando en que se estrechara el cauce para
poder dar un salto, lo que no era fácil, pero tenía que intentarlo. Luego vio
una finta con toros que le parecieron bravos, por lo que estaba rodeada de una
fuerte verja de gruesos yerros, que le impedían rodearla y cruzar. Siguió
caminando, mientras tomaba en la mano un poco de agua para no deshidratarse
más. Las dificultades eran cada vez mayores.
Espesura del bosque [www.panoramio.com] |
Más
tarde se encontró con un coto de caza por el que corrían conejos que le
hicieron sonreír de momento, aunque su nerviosismo iba en aumento, pues el
reloj marcaba las nueve y la noche se venía encima. Notaba algo de frío, sólo
llevaba un niqui de manga corta. Entonces decidió poner al rumbo hacia atrás
para buscar la residencia, que vio antes y a la que era difícil llegar por
causa del río. Confiaba que alcanzaría algún meandro que lo desviara y pudiera
cruzar entonces. Caminar no era nada fácil, pues tenía que retirar con el palo
la maleza y espantar con la otra mano los ataques de las moscas que le rodeaban
permanentemente.
Por
fin, el río pareció desviarse y entonces entró en un campo de chopos, algo más
cómodo de caminar. Llegó a dos grandes edificios y respiró, ya eran las nueve
treinta de la noche y casi no se veía. Falsa alarma: estaban completamente
clausurados y sin luz, sólo los perros respondían a los gritos de ‘hola’ que
daba el hombre. Hasta que, por fin, llegó a la residencia, también cerrada, pero
con un perro blanco que dio la voz de alarma, sacando del interior a un chaval
joven, que abrió el candado de la verja de entrada. El perro se lanzó demasiado
efusivamente sobre el caminante, pero luego se fue calmando. Antes de explicar
lo que le pasaba, pidió una jarra de agua, de la que se tomó cuatro vasos
grandes seguidos. Era una finca de una parroquia de Madrid, según le dijeron (ahora
se explicaba el hombre lo de la cruz) a la que venían chavales para convivir en
el campo. Fue el padre del muchacho el que se ofreció a trasladarlo en la
furgoneta a casa de los amigos. Pasaban ya las veintiuna treinta. El dueño de
la furgoneta no quiso aceptar ningún pago de parte del caminante, aunque dejó
un billete para la parroquia. Había regresado felizmente y todavía no puede
entender cómo se perdió tan ciegamente.
Esplendida encina y terreno suave [www.terranostrum.es] |
Cuando
bajó de la furgoneta, la plaza era un espectáculo. Esperaban las personas del
pueblo (es un sitio pequeño) con linternas y silbatos preparados para buscarle,
dando una batida. También dos números de la Guardia Civil, a la que habían
avisado. Reconvinieron al hombre por no tener el móvil, que en ocasiones puede
salvar vidas, dijeron. El prometió que lo llevaría en adelante, aunque seguía
pensando que este sonido tecnológico estúpido y estridente era una gran descortesía
para la propia armonía natural. Quién sabe. Lo cierto es que el hombre perdido
dio un tremendo disgusto a los amigos y familiares, que no tenían ninguna
culpa, aunque él si fuera el único responsable de semejante faena. En su
descargo hay que decir que, evidentemente, perderse no fue intencionado y había
estado en este lugar una media docena de veces. Sin embargo, nunca estamos libres
de algún gran despiste, que debe evitar el desafortunado hombre perdido. Resultó
un final feliz, afortunadamente, y pudo regresar a Madrid a horas avanzadas de
la noche. Cuidado, hombre perdido, que es peligroso errar el camino, si bien escribió
con mucha razón Goethe que “el único hombre que no se equivoca es el que nunca
hace nada”.
Julián Arroyo
Pomeda