Mostrando entradas con la etiqueta Consumismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Consumismo. Mostrar todas las entradas

martes, 29 de noviembre de 2016

¿Es la era digital un tiempo propicio para pensar?

 "... vivimos en un siglo en el que no se toma en serio más que a los imbéciles..." […]. "Desde la elevada torre del Pensamiento podemos contemplar el Universo" (WILDE, O., Ensayos. Artículos. Orbis, Barcelona 1987, pp. 25 y 71).
  
E
l hecho de pensar hace referencia al aspecto más dinámico de una de las actividades que han caracterizado a los seres humanos a lo largo y ancho de la historia de la humanidad. En cuanto tal, requiere puntos de reposo que concluyen en cierto tipo de síntesis fijada en pensamientos, que en momentos posteriores llegan a ser denominados hipótesis, teorías, experimentos o descubrimientos, algunos definitivamente ya fijados y sin retorno. Al frente de los mismos solemos colocar a una autoridad individual o colectiva que los identifique.

Es sabido que las épocas no son ajenas a la inclinación en favor de uno de los citados sujetos individuales o colectivos. Quizás la nuestra muestre preferencias por el conjunto, aunque esto no excluya alguna forma de liderazgo en la situación de coordinación, dirección, mentor ideológico, artístico, financiero y otras metáforas.

La expresión materializada de los pensamientos más precisos ha hecho avanzar a la humanidad en una u otra dirección. Mas las direcciones no son válidas siempre, por lo que se originan cambios inevitables que nuevamente orientarán el futuro. Esta idea explica que algunos se cuestionen si actualmente seguimos en el progreso o si nos encontramos al final de una determinada época. Tal planteamiento viene, además, estimulado por el concepto de milenarismo, en el que parece que hasta naturalmente culmina una larga etapa histórica, siendo necesario impulsar culturalmente la siguiente. No sé si acaso de este modo lo cultural acabará igualmente imponiéndose a lo natural con la rabiosa importancia -una vez más- del triunfo humano y su sempiterna imposición imperialista.

                                                       Épocas de pensamiento.

Parece que existen épocas más inclinadas al pensamiento que otras, al menos oficialmente. ¿Acaso lo institucional ejerce también su benévola influencia en esa actividad tan propia de lo humano? Ciertamente, y sin ninguna duda. Que la situación cultural alimenta el pensar no puede parecer extraño, cuando hasta la generosa influencia de lo físico tiene tanto que ver en ello. En efecto, la neurofisiología confirma que la carencia de átomos de pensamiento empequeñece el cerebro, dicho sea en términos puramente divulgatorios.

Satisfacer ideales propuestos no deja indiferente al sujeto, al parecer, con la consiguiente repercusión incluso física. Sin duda esto contribuye a propiciar situaciones valorativas en toda sociedad, dirigidas a los grupos humanos que en ella desarrollan su vida. Incluso frente a situaciones de opresión física y agobio intelectual, los humanos se han defendido estableciendo ideas en las que creer, incrementando también de este modo el conjunto de su masa de pensamiento.

Ejemplos de épocas incitadoras del pensar son la griega, en general, y quizás la ilustrada, en particular y como mucho más próxima a la actualidad. ¿Por qué se hizo más presente esta necesidad de tipo cultural? Quizás el criterio más pertinente de respuesta esté en la exigencia de resolver alguna carencia perentoria, a lo que contribuirán, por ejemplo, en Grecia los dos niveles de actuación paralela de la mano y el cerebro (Farrington, Mano y cerebro en la Grecia Antigua). La necesidad de atravesar un río pone en marcha al cerebro, disparando el diseño de objetos que con el tiempo se resolverán en técnicas de navegación e igualmente en medios de defensa inevitables.

Mas no sólo hay este tipo de objetos y estrategias materiales. Con la misma fuerza pondrán los sofistas toda su industria en atender a las nuevas formas de vivir y relacionarse los hombres entre sí, al irrumpir con fuerza la democracia en Atenas.

Respecto de la época ilustrada, el germen que originó la larga marcha del nacimiento de la novedad comenzó en el Renacimiento. Es este un período especialmente simpático, precisamente por esa sensación que barrunta lo nuevo ya en raíz, aunque su desarrollo tenga que ser necesariamente algo más lento. Pero el camino de las ideas está ya trazado y lo viejo quedará quebrado inevitablemente en un recorrido de gran interés, no exento, a veces, de cierto dramatismo.
[www.roble.pn]
Emerge primero el pensamiento filosófico moderno. No sirve la Escolástica porque no da respuestas que expliquen la situación de la sociedad, ni de la economía, ni de la política, ni de la estética, etc. Su decadencia dejará lugar al esplendor de nuevas organizaciones frente al ancien régime. Todo se irá transformando con el pensar de los ilustrados, preparando así aquel mundo con brillos de muchas luces, que fueron diluyendo la agobiante pesantez de tantas e innumerables sombras.

El acontecimiento revolucionario por excelencia, la denominada Revolución francesa, pondría lo nuevo en su auténtico lugar, impidiendo ya definitivamente que el reino de lo antiguo continuara un momento más.

Fue, por tanto, una verdadera necesidad, impulsada por las fuerzas emergentes de la situación social y cultural de aquel momento. El pensar no se ha desarrollado nunca en el más absoluto vacío, surgiendo incontaminadamente, sino siempre como respuesta a los estímulos ambientales para dar cuenta de los acontecimientos dominantes en el influjo de la órbita histórica. Si así fue, de manera similar tendrá que seguir siendo. Mas esta hipótesis necesita ser confirmada.

                                                          La revolución digital

Nos encontramos ahora en el mundo digital. Negroponte (El mundo digital. Ediciones B, Barcelona 1995) lo ha descrito con tal maestría, que ahorra a otros hacerlo como tal, restando sólo, si acaso, de la complementariedad de algún que otro matiz.

Es también la denominación, sin duda, más afortunada, aunque no hay por qué negar la importancia y el interés de otras. Sociedad multimedia, ciudad informacional, telépolis (Echeverría, J., Telépolis. Destino, Barcelona 1995), cibersociedad (Jones, S. G. (Ed.), Cybersociety. Computermediated Communication and Community. Thousand Oaks, Sage Publications 1995), ciberespacio (Muller, S. E., Civilizing Ciberespace. Reading, Addison Wexley 1996), comunidad virtual (Rheingold., La comunidad virtual. Gedisa, Barcelona 1995; GUBERN, R., Del bisonte a la realidad virtual. Anagrama, Barcelona 1996), sociedad informatizada (Bustamante, J., Sociedad informatizada, ¿sociedad deshumanizada? Gaia, Madrid 1993)  son otras tantas metáforas, de mayor o menor fortuna, para recoger lo que es expresión de nuestra forma actual de vida en la sociedad que caracteriza el final del segundo milenio y que se extenderá sin límites, probablemente, en el siguiente.
[www.conocereisdeverdad.com]
Con el término 'digital', que implica una tosca y directa referencia a los dedos (digitus = dedo), porque alude a lo que se puede contar con los dedos, se quiere expresar la situación que resuelve todo en niveles de cuantificación. En efecto, la computadora recurre a dígitos numéricos como forma de control de los datos de información. Lo que interesa es manejar las cosas y los acontecimientos, usarlos o manipularlos.

Es evidente que para construir la máquina de computación son imprescindibles mano y cerebro (recuérdese esta metáfora, aplicada a los antiguos griegos) y consiguientemente un perfecto conocimiento de su funcionamiento. Esto lo hace el experto ingeniero, dotando al instrumento construido de completa autonomía. Por eso cabe preguntar si al usuario del mismo le basta con emplear ya sólo las manos. La sospecha empieza a convertirse en una expresiva evidencia. Pero si esto es así, entonces se está produciendo igualmente una transformación seria en el modo de entender y explicar el mundo. La mano basta para la generalidad, mientras que sólo unos pocos emplearán el cerebro. Estos serán los que piensen por los demás.

¿Esta orientación de cambio tecnológico es, acaso, una nueva revolución? Y en caso positivo, ¿de qué tipo? Es la sociología quien debería evaluarlo con mayor precisión. Pues bien, el sociólogo Giner ha apuntado una de sus más expresivas paradojas: se trata de una profunda transformación que configura una 'revolución sin revolución'. Esto constituye por primera vez la mayor y más importante de sus novedades.

Sin embargo, tal novedad no es menos efectiva. Al contrario, ya quedó apuntada la característica de lo cuantitativo: son cantidades ingentes de información las que permanecen registradas en espacios de capacidad elemental, al menos aparentemente y en lo que se ve. Empero, las cantidades de conocimiento disponibles nunca se han acercado -ni tan siquiera- a las que actualmente pueden ser almacenadas para su utilización precisa y selectiva en el momento necesario. ¿Tenemos, por tanto, más y mejor conocimiento? Teóricamente, desde luego que sí. Lo que en realidad ocurra es otra cuestión que casi nunca va en paralelo con las disponibilidades.

Desde luego que el conocimiento será de otra forma y, por ello, probablemente de distinta calidad. Frente a la relativa abundancia de 'sabios' en la antigüedad, hoy son cada vez más escasos, resultando casi imposible encontrar a alguno. Siendo la información de tal amplitud, se impone necesariamente la conexión y relaciones entre las diferentes disciplinas. Lo que está bien cuando se enriquece la perspectiva de análisis, pero igualmente puede servir para revolotear frívolamente y sin apenas control, por la dificultad de detenerse en alguna clase de fundamentación rigurosa.

La fragmentación desintegra el conocimiento y, generalmente, lo diluye, con el peligro de su desaparición. Hoy casi todo lo encontramos así, en segmentación. Ni siquiera se lleva la simple presentación de conceptos que aludan a situaciones de conjunto o expresiones de contenido holístico. Por ejemplo, ¿qué puede decirnos hoy un texto como el bien conocido de Aristóteles (Metafísica, 981 a 25-b3)? Seguramente nada y quizás los resultados podrían confirmarlo. Detengámonos un poco más en el texto referido que trataba de diferenciar -entre otras cosas- al sabio del experto. Aquél conoce la causa, el porqué de algo, mientras que éste sólo sabe el qué. Por eso realiza actividades, aunque sin saber lo que hace. Tiene ciertamente experiencia, pero ésta, por sí sola, no es ciencia, que requiere también del juicio y la valoración.

Además, la información es el valor mayor en la era digital. Por eso la cultura tecnológica se apoya en datos y hechos informáticos: esto es lo valorativamente importante. Mas una explicación de los hechos por sus causas para poder analizar su procedencia y sus consecuencias, no tiene el menor interés cognitivo. Y no digamos el juicio sobre los acontecimientos: se trata de su conocimiento; lo demás, o no se lleva, o se lleva muy poco. En cambio, no hace tanto que por aquí se orientaba la especie humana. El desfase resulta considerable. ¿Cómo es posible asumir coherentemente las consecuencias de determinados hechos, si no se piensa en ellos ni se establece un juicio de valor acerca de su contenido?

                                           La aventura del pensamiento filosófico

Puede afirmarse que en la historia se ha dado una secuencia interconectada entre pensar, pensamiento y filosofía. En efecto, pensar acaba produciendo objetivaciones de pensamientos. Y la rigurosa sistematización de los pensamientos concluye en teorías filosóficas. Con tal planteamiento cabe preguntarse si todavía es posible pensar en la era digital. De momento cabe sospechar si estamos en un tiempo propicio. Y además, si existe el peligro de la deshumanización, dado que la especie humana apareció y se desarrolló en esta órbita. Y, más indirectamente, se podría reflexionar sobre cómo afectaría toda esta situación a la filosofía misma.

Adelantaré que, en mi opinión, tiene que sentirse muy afectada. Al mismo tiempo creo que saldrá con bien del envite, quizás no a un plazo próximo, pero sí a corto, y, sobre todo, a largo. No me sorprende, sin embargo, lo más mínimo la situación, porque la lechuza de Minerva sólo emprende su vuelo al anochecer (Hegel, G. W. F., Principios de la Filosofía del Derecho). Bien lo sabía Hegel, quien ponía precisamente aquí una de sus características específicas. No será esta una razón menor para afirmar que la filosofía interpreta el mundo, pero que no lo transforma (Marx, K., Tesis sobre Feuerbach).

Aunque no hiciera más que interpretarlo, en una sociedad mundial cargada de información alguien tiene que seleccionarla mediante la criba crítica que establezca cuál es la válida y cuál está conformada sólo por basura informática. Alguien tendrá que establecer dónde poner el límite que permita entender las situaciones, razonar sobre ellas y vivir de un modo inteligente. Todo esto requiere el ejercicio del pensar, que conducirá necesariamente a juzgar cada uno por sí mismo, de lo que tan entusiasta era Kant. ¿Es posible tal ejercicio en la era digital?

Pensar es la actividad inevitable de la especie humana en la organización y orientación de su vida. Pensar tiene mucho que ver con vivir. Esto está realizado y de ello conservamos suficientes muestras en la historia. La vida empieza en la naturaleza y se desarrolla, después, en la sociedad. Pues bien, la sociedad en la que hemos de centrarnos es la digital, la nuestra. He aquí el reto de la actualidad y el lugar exacto en el que debe influir el pensar filosófico, precisamente para modificar situaciones negativas.
En una sociedad cada vez más masificada, en la que no faltan las manipulaciones más sutiles y donde la explotación se hace más refinada a través de la tecnificación, alguna instancia tendrá que alzar su grito crítico. Disponemos de fortísimos estímulos como para no permanecer indiferentes.
[mitosyleyendascr.com]
Existe una interpretación equivocada de los pensadores griegos -los primeros filósofos-, que deberíamos restituir a sus justos términos, porque puede prestarnos un gran servicio en la actualidad como justificación del pensar filosófico. Es común la interpretación de que la filosofía nació cuando se acentuó el peso del logos (Lledó, E., La memoria del logos. Taurus, Madrid 1984), con el consiguiente adelgazamiento de mythos. Logos se propone como razón, instrumento adecuado para desarrollar el pensamiento. Nace la filosofía cuando la especie humana pone su confianza en el instrumento racional en lugar de hacerlo en los oráculos y sacrificios a los dioses.

Desde entonces, razón, racionalidad, razón instrumental son matices terminológicos que tratan de establecer hegemonías. La última denominación es la más peligrosa en los finales del siglo XX, pues vale como eficacia y control científico-técnico ante los que no cabe ninguna otra forma de racionalidad. Mas razón (logos) significó antes que nada diálogo (Platón es el mejor de los modelos posibles), discusión, lenguaje, comunidad, cultura, palabra, comunicación, democracia, en fin. De este modo se convierte en toda una aventura humana.

Siendo cierto todo lo anterior y constituyendo un fantástico programa de actuación, la verdad es que suele olvidarse una segunda vertiente, que es consecuencia necesaria de la primera y se concreta en el término techné. Filosofía es también techné, porque sólo el contenido de tal concepto permitía desarrollar el logos sobre las cosas. La realidad tenía que ser entendida y explicada, pero igualmente proyectada y transformada. Techné es siempre un modo de hacer algo, un oficio, aunque valga tanto manual como intelectual. Traducido como arte es igualmente producción y ciencia, entre otras acepciones. Lo que interesa ahora es potenciar ambos niveles y no sólo uno.
Si la interpretación anterior se acepta como admisible, con el impresionante instrumental tecnológico del que hoy disponemos en la sociedad digital, habría posibilidad de desarrollar, como nunca ha sucedido hasta hoy, las capacidades del logos.

Somos receptores de información que podrá atribularnos si no ejercemos sobre la misma la criba del instrumento racional, que nos llevará a fijar criterios de actuación en ella. Uno podría ser no perder nunca de vista las fuerzas que contribuyen al desarrollo del espíritu frente a los caminos trillados y rutinarios a los que pueden conducir las técnicas.

Vivimos en el presente cercados del consumismo más estúpido, pero igualmente llenos a rebosar de estímulos sustentadores del ojo crítico, mientras continúe despierto, para seguir cuestionando planteamientos. No faltarán estímulos sociales que confirmen la trama teórica sobre la que formar modelos de respuestas explicativas.

El pensamiento filosófico no ha existido nunca con independencia de las condiciones sociales que lo impulsan a emerger. De este modo se encuentra siempre incardinado en una determinada realidad histórica que modela sus contornos. Si así surgió, desarraigarse de la realidad del presente supondría su desaparición. Esto nunca sucederá mientras siga expresando su propio tiempo en pensamientos, según la enseñanza de Hegel. Son precisamente los temas de nuestro tiempo los que tendrán que ser iluminados por las herramientas que el logos maneja para elaborar una reflexión equilibrada acerca de semejantes cuestiones.

Claro que sigue siendo necesario pensar en la era digital. Quizás tenga mucha razón Heidegger cuando creía que actuamos mucho y pensamos poco (Heidegger, M., Conferencias y artículos. Serbal, Madrid 1994). Sin embargo, "el estado del mundo da que pensar cada vez más". Y al hombre, según Ortega, no le queda más remedio que "seguir pensando". Para esto, un mundo en permanente cambio no tiene por qué suponer ningún peligro especial. Siempre habrá cosas que no se pensaron y que queden, por tanto, por pensar, guardadas en el depósito de lo humano.

Julián Arroyo Pomeda