Pardo,
J. L. (2016). Estudio del malestar.
Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas. Barcelona:
Anagrama, 291 páginas.
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prácticamente imposible no identificar un libro de Pardo como suyo, porque
incluye siempre sus propias señas de identidad. En este caso, todos los
capítulos empiezan con una cita de un autor de la actualidad en el original
-aquí en inglés, aunque se traduce a pie de página de manera muy ajustada-.
Puede pertenecer a cualquier ámbito cultural: literatura, música, cine, arte,
etc., esto es lo de menos, con tal de que se ajuste al capítulo que se va a
escribir. Al mismo tiempo aparecen los filósofos: Sócrates Platón, Leibniz,
Kant, Hegel, Marx, C. Schmitt, Pettit, Deleuze, Benjamin, Foucault, Sartre,
Adorno, etc. Otras que se saca a los Beatles, Supermán, Chaplin, el
Correcaminos o la zarzuela de Chueca. ¿Qué significa todo esto? Nadie se
despiste, ni mucho menos se engañe.
En
la concepción de la filosofía de Pardo no hay separación entre la alta cultura,
o la especializada, como sería la Filosofía, y la baja cultura, popular o de
masas. Lo de saber minoritario (aristocrático), académico y especializado es uno
de los prejuicios que hay que superar. A la filosofía le perjudica mucho,
porque la convierte en algo propio de especialistas y esto no interesa para la
enseñanza Secundaria. Por eso se disminuye su peso cada vez más. No, la
filosofía interesa a todos los seres humanos por ser tales, su característica
es la universalización y no la especialización.
Esto
se evidencia en que los filósofos griegos hablaban a la gente del pueblo en
plazas donde se reunían, y lo hacían en el lenguaje y con el vocabulario que ellos
entendían. La Edad Media hizo otra cosa muy distinta, pero el mundo
contemporáneo volvió a las directrices griegas.
Marina
insiste en que uno de los problemas de la LOMCE es que no ha puesto entre las
competencias la filosófica, que estableciera una conexión necesaria y básica
entre las otras. Lleva razón, pero esto es imposible, dada la orientación de la
propia ley, la formación que trata de inculcar a los estudiantes para que
tengan éxito en el mundo laboral, para que sepan emprender y manejarse en todos
los recursos tecnológicos posibles. No hay más que recordar la unidad 12 de la
filosofía de primero de Bachillerato:
Filosofía y proyectos. Filosofía y Empresa, con epígrafes como "el
modo metafísico de preguntar para designar un proyecto [...] de empresa. Diseño
de un proyecto [...] laboral". Todo esto es una auténtica vergüenza. Por
si fuera poco, hasta la Facultad de Filosofía de la Complutense está en vías de
quedar disuelta por causa del único criterio que priva hoy, el de la
rentabilidad. Todo saber tiene que ser rentable y eficaz, lo de buscar la
verdad y formarse es ahora puro anacronismo. Y lo del pensamiento crítico,
¿quién se atreve a defenderlo ya?
La
anécdota para comenzar este libro fue la intervención de un pensador francés en
el Paraninfo de Filosofía de la Complutense. Parece que se trataba de "un
problema de filosofía política" (página 10) y de la pregunta por el
significado del comunismo.
En
el capítulo uno aparece Marx, "Marx que nada", página 17, ya se sabe
de la particular ironía de Pardo. En otros momentos de la historia, la nuestra,
ser comunista era un ideal que lo llenaba todo, porque era como una orientación
general de la realidad. Debemos a Hegel la concepción de la historia como la
capacidad de dar sentido a los acontecimientos, sometiéndolos a la razón, pero
pronto los hechos confirmaron otra cosa muy distinta: la historia la hacían los
Soberanos y los políticos mediante las guerras (hoy, quizás, se puede hablar de
los poderes financieros). El comunismo seguía hablando de revolución para
alcanzar la justicia, pero en 2010 quedaban ya muy pocos militantes comunistas.
Tendríamos que saber por qué, lo que puede plantearse la filosofía, cuyo
estatuto es el de ser crítica, precisamente.
Luego
se pregunta por el arte y las vanguardias históricas, empezando por la cita de
Krauss de la diferencia entre una urna y un original. El arte autónomo o
independiente es el que no se compromete y aquí vuelve nuevamente al tema
anterior, porque el intelectual es el que mantiene un compromiso con el
comunismo: "el comunismo, al menos filosóficamente, era hegemónico entre
los intelectuales de las democracias liberales" (página 73). Todavía más
ocurría con los intelectuales españoles que la dictadura franquista había
sometido al más rígido control. Entonces el Estado del bienestar se consideraba
peligroso, pues la democracia, después de la muerte del dictador, podría
mantener el Capital, estableciendo la sociedad de consumo como control de los
ideales revolucionarios originales.
En
el recorrido histórico de Pardo se alcanza la segunda mitad del siglo XX,
después de la Segunda Guerra Mundial. Los intelectuales de entonces se topan
con la Guerra de Argelia y el Mayo del 68. En mayo de 1979 Foucault publica un
artículo en Le Monde (Inutile de se soulever?) sobre la
Revolución en Irán, en el que establece que el poder no puede tomarse sin la
sublevación: burn, baby, burn. ¿Hay,
entonces, una rebelión legítima por encima de la ley? Así sucedió con Jomeini
contra el Sah. Más tarde cayó el muro de Berlín, en 1989, y seguidamente la
Unión Soviética, a partir de 1990. ¿Qué fue entonces de la posibilidad del
comunismo?
El
interés por el Estado de bienestar llegó a España en 1977, cuando se instauró
la democracia de derecho y se empezó a vivir en paz, superada ya la Guerra
Civil. Aunque fue un Estado precario, importaba mucho el bienestar material,
primero, y tener una vida digna, después. Sin el bienestar material hay pobreza
y sin una vida digna, miseria moral. Los dos niveles nos son bien conocidos,
con lo que el comunismo podría actualizarse de nuevo. Los jóvenes sentían que
con la transición no se liquidó el franquismo, ni se consiguió una democracia real, auténtica. Economía débil,
corrupción política, imposición de los poderes fácticos, etc., todo esto era
también democracia. Como no había dinero, quedó un paisaje de
"urbanizaciones sin compradores, aeropuertos sin aviones, trenes sin
viajeros, periódicos sin lectores [...], hospitales sin médicos, universidades
sin estudiantes [...]" (página 143). En una palabra, se impuso el estado
del malestar.
Mientras
tanto llegó el 15-M. y todo envejeció repentinamente. Ya sólo podía
contraponerse lo viejo y lo nuevo y cambiar así la sociedad. Es entonces cuando
la filosofía salió a la calle para disolverse en la sociedad civil. Las
autoridades vieron aquí la posibilidad de que todo se pusiera al servicio del
mercado de trabajo -la filosofía también tendría que hacerlo, si quería
subsistir-. Pero con los planes de rejuvenecimiento las viejas facultades de
filosofía estaban de más, porque habían sido superadas. Ya no era necesario ni
que existieran siquiera, por lo que quedaba firmada así su sentencia de muerte
el estado del malestar se había impuesto definitivamente.
¿Qué
decir de todo esto? Nos encontramos con un diagnóstico pensado, argumentado y
expuesto de un modo muy equilibrado. Pardo presenta detalladamente el origen
del malestar, que se ha ido incrementando hasta la actualidad y avisa de lo que
puede pasar Y del (no)futuro que nos espera, dado el deterioro constante de las
instituciones que podrían hacerle frente. ¿Alguien o algo podrá orientar un
diseño de arreglo que tan perniciosa situación de crisis?
Luego
está el profundo cinismo de los mayores responsables institucionales de
semejante destrozo, acusando a algunos nuevos partidos políticos emergentes de
populismo, sin preguntarse por los verdaderos culpables de todo esto, no sea
que vaya a aparecer en nombre de algunos de ellos. A ver si va a tener razón
Calicles, cuando le habla así a Sócrates: "¿no es verdad que, aunque suene
muy feo, eso es lo que ha sido
siempre la política, una forma de engañar a la multitud aprovechándose de su
inconsciencia y de sus desordenados deseos?" (página 235). Es tan feo que
ni la vergüenza puede ocultar el rostro del político que no ha cumplido durante
su mandato ni uno solo de los puntos de su programa por el que fue elegido.
¿Qué decir del desorden y de la inconsciencia que supone, a pesar de todo,
volver a votarlo otra vez después?
Malestar
porque se viene abajo todo lo conseguido en siglos de lucha y trabajo por los
ideales, sin que nadie lo remedie. Desigualdad en aumento, que puede acabar
incluso con las pensiones de los mayores que amortizaron con el trabajo diario
y su contribución. ¿Quién nos ha robado todo, no sólo el mes de abril? Es el
hundimiento en el que podría nacer de nuevo el totalitarismo. ¿A quién se le
ocurrió ingenuamente que la filosofía es un mal negocio por su falta de
actualidad? Aquí nos pone ante los ojos el mayor problema de la actualidad, el
malestar de las sociedades contemporáneas, que somete al tribunal de la
crítica. Por eso hay que destruir las Humanidades y la Filosofía para que nadie
pueda echar las evidencias directamente ante el rostro, que vaya impertinencia
presumir de semejante compromiso con la verdad de la realidad.
Julián Arroyo Pomeda
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