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sábado, 19 de noviembre de 2016

El malestar puede llevar a totalitarismos


Pardo, J. L. (2016). Estudio del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas. Barcelona: Anagrama, 291 páginas.

 E
s prácticamente imposible no identificar un libro de Pardo como suyo, porque incluye siempre sus propias señas de identidad. En este caso, todos los capítulos empiezan con una cita de un autor de la actualidad en el original -aquí en inglés, aunque se traduce a pie de página de manera muy ajustada-. Puede pertenecer a cualquier ámbito cultural: literatura, música, cine, arte, etc., esto es lo de menos, con tal de que se ajuste al capítulo que se va a escribir. Al mismo tiempo aparecen los filósofos: Sócrates Platón, Leibniz, Kant, Hegel, Marx, C. Schmitt, Pettit, Deleuze, Benjamin, Foucault, Sartre, Adorno, etc. Otras que se saca a los Beatles, Supermán, Chaplin, el Correcaminos o la zarzuela de Chueca. ¿Qué significa todo esto? Nadie se despiste, ni mucho menos se engañe.

En la concepción de la filosofía de Pardo no hay separación entre la alta cultura, o la especializada, como sería la Filosofía, y la baja cultura, popular o de masas. Lo de saber minoritario (aristocrático), académico y especializado es uno de los prejuicios que hay que superar. A la filosofía le perjudica mucho, porque la convierte en algo propio de especialistas y esto no interesa para la enseñanza Secundaria. Por eso se disminuye su peso cada vez más. No, la filosofía interesa a todos los seres humanos por ser tales, su característica es la universalización y no la especialización.

Esto se evidencia en que los filósofos griegos hablaban a la gente del pueblo en plazas donde se reunían, y lo hacían en el lenguaje y con el vocabulario que ellos entendían. La Edad Media hizo otra cosa muy distinta, pero el mundo contemporáneo volvió a las directrices griegas.

Marina insiste en que uno de los problemas de la LOMCE es que no ha puesto entre las competencias la filosófica, que estableciera una conexión necesaria y básica entre las otras. Lleva razón, pero esto es imposible, dada la orientación de la propia ley, la formación que trata de inculcar a los estudiantes para que tengan éxito en el mundo laboral, para que sepan emprender y manejarse en todos los recursos tecnológicos posibles. No hay más que recordar la unidad 12 de la filosofía de primero de Bachillerato: Filosofía y proyectos. Filosofía y Empresa, con epígrafes como "el modo metafísico de preguntar para designar un proyecto [...] de empresa. Diseño de un proyecto [...] laboral". Todo esto es una auténtica vergüenza. Por si fuera poco, hasta la Facultad de Filosofía de la Complutense está en vías de quedar disuelta por causa del único criterio que priva hoy, el de la rentabilidad. Todo saber tiene que ser rentable y eficaz, lo de buscar la verdad y formarse es ahora puro anacronismo. Y lo del pensamiento crítico, ¿quién se atreve a defenderlo ya?
La anécdota para comenzar este libro fue la intervención de un pensador francés en el Paraninfo de Filosofía de la Complutense. Parece que se trataba de "un problema de filosofía política" (página 10) y de la pregunta por el significado del comunismo.

En el capítulo uno aparece Marx, "Marx que nada", página 17, ya se sabe de la particular ironía de Pardo. En otros momentos de la historia, la nuestra, ser comunista era un ideal que lo llenaba todo, porque era como una orientación general de la realidad. Debemos a Hegel la concepción de la historia como la capacidad de dar sentido a los acontecimientos, sometiéndolos a la razón, pero pronto los hechos confirmaron otra cosa muy distinta: la historia la hacían los Soberanos y los políticos mediante las guerras (hoy, quizás, se puede hablar de los poderes financieros). El comunismo seguía hablando de revolución para alcanzar la justicia, pero en 2010 quedaban ya muy pocos militantes comunistas. Tendríamos que saber por qué, lo que puede plantearse la filosofía, cuyo estatuto es el de ser crítica, precisamente.

Luego se pregunta por el arte y las vanguardias históricas, empezando por la cita de Krauss de la diferencia entre una urna y un original. El arte autónomo o independiente es el que no se compromete y aquí vuelve nuevamente al tema anterior, porque el intelectual es el que mantiene un compromiso con el comunismo: "el comunismo, al menos filosóficamente, era hegemónico entre los intelectuales de las democracias liberales" (página 73). Todavía más ocurría con los intelectuales españoles que la dictadura franquista había sometido al más rígido control. Entonces el Estado del bienestar se consideraba peligroso, pues la democracia, después de la muerte del dictador, podría mantener el Capital, estableciendo la sociedad de consumo como control de los ideales revolucionarios originales.

En el recorrido histórico de Pardo se alcanza la segunda mitad del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial. Los intelectuales de entonces se topan con la Guerra de Argelia y el Mayo del 68. En mayo de 1979 Foucault publica un artículo en Le Monde (Inutile de se soulever?) sobre la Revolución en Irán, en el que establece que el poder no puede tomarse sin la sublevación: burn, baby, burn. ¿Hay, entonces, una rebelión legítima por encima de la ley? Así sucedió con Jomeini contra el Sah. Más tarde cayó el muro de Berlín, en 1989, y seguidamente la Unión Soviética, a partir de 1990. ¿Qué fue entonces de la posibilidad del comunismo?

El interés por el Estado de bienestar llegó a España en 1977, cuando se instauró la democracia de derecho y se empezó a vivir en paz, superada ya la Guerra Civil. Aunque fue un Estado precario, importaba mucho el bienestar material, primero, y tener una vida digna, después. Sin el bienestar material hay pobreza y sin una vida digna, miseria moral. Los dos niveles nos son bien conocidos, con lo que el comunismo podría actualizarse de nuevo. Los jóvenes sentían que con la transición no se liquidó el franquismo, ni se consiguió una democracia real, auténtica. Economía débil, corrupción política, imposición de los poderes fácticos, etc., todo esto era también democracia. Como no había dinero, quedó un paisaje de "urbanizaciones sin compradores, aeropuertos sin aviones, trenes sin viajeros, periódicos sin lectores [...], hospitales sin médicos, universidades sin estudiantes [...]" (página 143). En una palabra, se impuso el estado del malestar.

Mientras tanto llegó el 15-M. y todo envejeció repentinamente. Ya sólo podía contraponerse lo viejo y lo nuevo y cambiar así la sociedad. Es entonces cuando la filosofía salió a la calle para disolverse en la sociedad civil. Las autoridades vieron aquí la posibilidad de que todo se pusiera al servicio del mercado de trabajo -la filosofía también tendría que hacerlo, si quería subsistir-. Pero con los planes de rejuvenecimiento las viejas facultades de filosofía estaban de más, porque habían sido superadas. Ya no era necesario ni que existieran siquiera, por lo que quedaba firmada así su sentencia de muerte el estado del malestar se había impuesto definitivamente.

¿Qué decir de todo esto? Nos encontramos con un diagnóstico pensado, argumentado y expuesto de un modo muy equilibrado. Pardo presenta detalladamente el origen del malestar, que se ha ido incrementando hasta la actualidad y avisa de lo que puede pasar Y del (no)futuro que nos espera, dado el deterioro constante de las instituciones que podrían hacerle frente. ¿Alguien o algo podrá orientar un diseño de arreglo que tan perniciosa situación de crisis?

Luego está el profundo cinismo de los mayores responsables institucionales de semejante destrozo, acusando a algunos nuevos partidos políticos emergentes de populismo, sin preguntarse por los verdaderos culpables de todo esto, no sea que vaya a aparecer en nombre de algunos de ellos. A ver si va a tener razón Calicles, cuando le habla así a Sócrates: "¿no es verdad que, aunque suene muy feo, eso es lo que ha sido siempre la política, una forma de engañar a la multitud aprovechándose de su inconsciencia y de sus desordenados deseos?" (página 235). Es tan feo que ni la vergüenza puede ocultar el rostro del político que no ha cumplido durante su mandato ni uno solo de los puntos de su programa por el que fue elegido. ¿Qué decir del desorden y de la inconsciencia que supone, a pesar de todo, volver a votarlo otra vez después?

Malestar porque se viene abajo todo lo conseguido en siglos de lucha y trabajo por los ideales, sin que nadie lo remedie. Desigualdad en aumento, que puede acabar incluso con las pensiones de los mayores que amortizaron con el trabajo diario y su contribución. ¿Quién nos ha robado todo, no sólo el mes de abril? Es el hundimiento en el que podría nacer de nuevo el totalitarismo. ¿A quién se le ocurrió ingenuamente que la filosofía es un mal negocio por su falta de actualidad? Aquí nos pone ante los ojos el mayor problema de la actualidad, el malestar de las sociedades contemporáneas, que somete al tribunal de la crítica. Por eso hay que destruir las Humanidades y la Filosofía para que nadie pueda echar las evidencias directamente ante el rostro, que vaya impertinencia presumir de semejante compromiso con la verdad de la realidad.

Julián Arroyo Pomeda