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jueves, 9 de enero de 2020

Dios mío, el discurso del rey

[www.publico.es]

“Pensar es poner ante nuestra individualidad las cosas según ellas son" (Ortega y Gasset).

Por quinta vez, el rey pronunció su discurso de Nochebuena, cumpliendo así una de las importantes funciones que le corresponden. Tiene cinco páginas y fue expuesto en doce minutos. Se impone aquí la primera observación: el contenido es escaso, lo que ya impide, de entrada, desarrollar los puntos seleccionados. Se trata de generalidades que evitan un tratamiento posterior. Un discurso excesivamente sencillo y hasta simple, incluso, que, buscando no molestar, podría no contentar a casi nadie, lo que sería todavía peor.

Ya sabemos que el rey reina y que gobernar corresponde al presidente del gobierno. Por eso debe mantener una neutralidad impecable. Pero es también el Jefe de Estado, que "arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones" (Constitución, artículo 56,1). Arbitrar es actuar como juez entre dos partes en conflicto: es disponer los medios o recursos necesarios para resolver un problema. Aquí, en el discurso no se proponen medios ni soluciones. Es más, ni tan siquiera se analiza un asunto determinado.

¿Qué dice entonces el rey en su discurso, el más importante, sin duda, del año? Hablando claro: puras generalidades. No es, pues, extraño que la audiencia disminuya, porque no les interesa lo que va a decir. Parece que pasa de él el 40% de ciudadanos, aproximadamente. ¿Cuáles son estas generalidades? Cataluña como preocupación, la era tecnológica, la Unión Europea, la inmigración, el empleo, el clima, la falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones. Por cierto, preocupan los independentistas catalanes, que no deben identificarse con Cataluña.

El rey tiene información de lo que ocurre en España, por lo que se habrá formado una opinión adecuada, pero no puede o no quiere manifestarla. El discurso le habrá costado asumirlo días, consultas y diversos asesoramientos. Sufrirá mucho por ello y se angustiará, sin duda. Me queda la duda de si no sería mejor suprimir el discurso. Además, no influye lo más mínimo en nadie. Ya se sabe que la derecha lo elogia, la izquierda lo ignora y el nacionalismo lo critica. Puede que la crítica no deje de tener razón, porque parece una broma reconocer la diversidad territorial para luego no hacer ni una referencia a vascos y gallegos (casi tampoco a los catalanes), salvo que alguien considere la despedida del discurso en esas tres lenguas. Eso sí que puede tener gracia. Así no se enfrenta hoy a las realidades, ni a la realidad.

Vengamos al contenido. Plantea que los tiempos no son fáciles, sino de incertidumbre por falta de empleo y dificultades económicas (página 1), desigualdad y desconfianza en las instituciones. Además, Cataluña es una seria preocupación. Ahora bien, todo esto tiene solución, que es confiar en nosotros y en España (página 2), porque hemos hecho una profunda transformación social y estamos en situación privilegiada como nación (página 3). El Estado es sólido y la Constitución fundamenta proyectos y valores, como concordia, voluntad de entendimiento e integración de diferencias (página 4). Por eso superaremos los desafíos, ya que disponemos de un gran potencial. Y queda sólo concluir: "Pensemos en grande. Avancemos con ambición. Todos juntos. Sabemos hacerlo y conocemos el camino..." (página 5). Leer esto último sonroja un poco, la diversidad difícilmente puede actuar junta. España ya no es una, mucho menos es grande, el camino es incierto y nuestra dignidad de hidalgos no se sostiene. ¿Qué ambiciones tenemos los españoles en el presente? Dios a la vista, como exclamaba Ortega y también creía que "hay muy escasas energías en España" (Obras Completas, tres, página 85). Seguimos invertebrados y desintegrados, ahora todavía más, si cabe.

Pensar en grande y avanzar con ambición implica disponer de bases objetivas reconocidas internacionalmente, porque proclamarlo nosotros como parte interesada no es más que retórica hueca y sin fundamentación. Acudir a la idea popular de que quienes nos visitan o viven aquí reconocen y destacan la equiparación de que disponemos y lo seguros que vivimos resulta muy poco serio: como la gastronomía y nuestra forma de vivir no existe otra comparable, dice cualquier paisano en la barra de un bar. Hacer referencia a las fortalezas y debilidades del país para resaltar las primeras y silenciar las segundas parece demasiado preparado para convencer sólo a los ya convencidos. Se echa de menos una argumentación algo más convincente.

Por mi parte, considero que se podrían haber seleccionado dos o tres temas para analizar cada uno en un par de páginas, orientando, proponiendo y sugiriendo algunas vías por las que empezar a caminar y avanzar. Podrían ser estos: crisis catalana, corrupción interminable y situación política que arrastra el año actual sin poder formar gobierno. Creo que serían suficientes, por breve que fuera el tratamiento que se les diera. Así podríamos conocer algo de lo que piensa el rey.