[www.publico.es] |
“Pensar es poner ante
nuestra individualidad las cosas según ellas son" (Ortega y Gasset).
Por quinta vez, el rey pronunció su discurso de Nochebuena,
cumpliendo así una de las importantes funciones que le corresponden. Tiene
cinco páginas y fue expuesto en doce minutos. Se impone aquí la primera observación: el contenido es
escaso, lo que ya impide, de entrada, desarrollar los puntos seleccionados. Se
trata de generalidades que evitan un tratamiento posterior. Un discurso
excesivamente sencillo y hasta simple, incluso, que, buscando no molestar,
podría no contentar a casi nadie, lo que sería todavía peor.
Ya sabemos que el rey reina y que gobernar corresponde al
presidente del gobierno. Por eso debe mantener una neutralidad impecable. Pero
es también el Jefe de Estado, que "arbitra y modera el funcionamiento
regular de las instituciones" (Constitución, artículo 56,1). Arbitrar es
actuar como juez entre dos partes en conflicto: es disponer los medios o
recursos necesarios para resolver un problema. Aquí, en el discurso no se
proponen medios ni soluciones. Es más, ni tan siquiera se analiza un asunto
determinado.
¿Qué dice entonces el rey en su discurso, el más importante,
sin duda, del año? Hablando claro: puras
generalidades. No es, pues, extraño que la audiencia disminuya, porque no
les interesa lo que va a decir. Parece que pasa de él el 40% de ciudadanos, aproximadamente.
¿Cuáles son estas generalidades? Cataluña como preocupación, la era
tecnológica, la Unión Europea, la inmigración, el empleo, el clima, la falta de
confianza de los ciudadanos en las instituciones. Por cierto, preocupan los
independentistas catalanes, que no deben identificarse con Cataluña.
El rey tiene información de lo que ocurre en España, por lo
que se habrá formado una opinión adecuada, pero no puede o no quiere
manifestarla. El discurso le habrá costado asumirlo días, consultas y diversos asesoramientos.
Sufrirá mucho por ello y se angustiará, sin duda. Me queda la duda de si no
sería mejor suprimir el discurso. Además, no influye lo más mínimo en nadie. Ya
se sabe que la derecha lo elogia, la izquierda lo ignora y el nacionalismo lo
critica. Puede que la crítica no deje de tener razón, porque parece una broma reconocer la diversidad territorial para
luego no hacer ni una referencia a vascos y gallegos (casi tampoco a los
catalanes), salvo que alguien considere la despedida del discurso en esas
tres lenguas. Eso sí que puede tener gracia. Así no se enfrenta hoy a las realidades, ni a la realidad.
Vengamos al contenido.
Plantea que los tiempos no son fáciles, sino de incertidumbre por falta de
empleo y dificultades económicas (página 1), desigualdad y desconfianza en las
instituciones. Además, Cataluña es una seria preocupación. Ahora bien, todo esto
tiene solución, que es confiar en nosotros y en España (página 2), porque hemos
hecho una profunda transformación social y estamos en situación privilegiada
como nación (página 3). El Estado es sólido y la Constitución fundamenta
proyectos y valores, como concordia, voluntad de entendimiento e integración de
diferencias (página 4). Por eso superaremos los desafíos, ya que disponemos de
un gran potencial. Y queda sólo concluir: "Pensemos en grande. Avancemos
con ambición. Todos juntos. Sabemos hacerlo y conocemos el camino..."
(página 5). Leer esto último sonroja un poco, la diversidad difícilmente puede
actuar junta. España ya no es una, mucho menos es grande, el camino es incierto
y nuestra dignidad de hidalgos no se sostiene. ¿Qué ambiciones tenemos los españoles
en el presente? Dios a la vista, como exclamaba Ortega y también creía que
"hay muy escasas energías en España" (Obras Completas, tres, página 85). Seguimos invertebrados y
desintegrados, ahora todavía más, si cabe.
Pensar en grande y avanzar con ambición implica disponer de
bases objetivas reconocidas internacionalmente, porque proclamarlo nosotros
como parte interesada no es más que retórica hueca y sin fundamentación. Acudir
a la idea popular de que quienes nos visitan o viven aquí reconocen y destacan
la equiparación de que disponemos y lo seguros que vivimos resulta muy poco
serio: como la gastronomía y nuestra forma de vivir no existe otra comparable,
dice cualquier paisano en la barra de un bar. Hacer referencia a las fortalezas
y debilidades del país para resaltar las primeras y silenciar las segundas
parece demasiado preparado para convencer sólo a los ya convencidos. Se echa de
menos una argumentación algo más convincente.
Por mi parte, considero que se podrían haber seleccionado dos
o tres temas para analizar cada uno en un par de páginas, orientando,
proponiendo y sugiriendo algunas vías por las que empezar a caminar y avanzar.
Podrían ser estos: crisis catalana, corrupción interminable y situación
política que arrastra el año actual sin poder formar gobierno. Creo que serían
suficientes, por breve que fuera el tratamiento que se les diera. Así podríamos
conocer algo de lo que piensa el rey.