martes, 27 de septiembre de 2016

Una experiencia magnífica de educación popular


“¿Por qué la filosofía debería hoy interesar a alguien? Porque sin filosofía vivimos mutilados. La necesitamos para respirar. […] La filosofía es una forma de oxígeno que sostiene todo nuestro pensamiento. Siempre hay alguna forma de filosofía en el tronco común de nuestro pensamiento, lo sepamos o no” (Skolimovski, The theatre of the Mind, 1984).

Estamos ante un trozo de historia, no muy próximo, pero tampoco tan alejado, que hay que reivindicar para que no se nos olvide ni se pierda del todo. En este campo se hicieron cosas importantes y la filosofía puede también reflexionar acerca de la vida cotidiana de un pueblo y sus raíces.

"Entre los años 1931 y 1936 se desarrolló en España una experiencia de Educación popular tan original como interesante" (página 11). Así comienza la introducción de Tiana, que quiere "reconstruir la historia de esta iniciativa y recuperar su memoria" (página 12). Aquellos misioneros sembraron educación y cultura, lo que merece la pena divulgar y disfrutar con su conocimiento.

La primera misión llega a Ayllón y desde allí a Riaza, Ribota, Saldaña y Estebanvela. Luego toca Navalcán (Toledo), Valdepeñas de la Sierra (Guadalajara), Navas del Madroño (Cáceres), Puebla de la Mujer Muerta (Madrid), La Cabrera (León), Besullo (Asturias) y El Tobar (Cuenca), entre otros lugares de unos 1200, recorriendo la geografía española en una iniciativa de educación popular. Aquella era una España campesina, que vivía del cultivo agrario y que no resultaba el paraíso que se puede imaginar hoy. La propiedad del campo estaba en pocas manos y los jornaleros sufrían desempleo, que producía malestar y conflictividad, más en unos sitios que en otros. Las reformas agrarias se hacían necesarias y urgentes. Sin embargo, los agricultores no eran republicanos, estaban aislados y en verdadera penuria espiritual. Cuando la República se dio cuenta de esta situación, emprendió su revolución educativa y cultural para que los agricultores pudieran acceder a estos bienes.
[Portada del libro comentado]

Para impulsar tales objetivos se pusieron en marcha las misiones pedagógicas [1], mediante un Patronato, promulgado en mayo de 1931, que presidió Cossío. En ellas participaron intelectuales, pedagogos y artistas de orientación republicana. Eran instituciones recreativas para educar de esta forma y sin carácter escolar. Estas escuelas ambulantes trataban de que los campesinos, que no habían ido a la escuela, tuvieran acceso a los bienes culturales. "Las misiones se proponen saldar la deuda moral que la sociedad española había contraído con el mundo campesino" (página 83).

A pesar del gran entusiasmo de los misioneros, la cosa no resultaría nada fácil, dado el alto índice de analfabetismo imperante en España, de aquí que fue imprescindible el papel de los maestros en las escuelas. Despertar el amor a la lectura no podía esperar, por lo que era necesario crear bibliotecas, que después quedarían en los pueblos. Comenzaron entregando un lote de libros de unos 100 volúmenes que seleccionaban con sumo cuidado. Después vendría el museo del pueblo, la formación de coros y el cultivo de la música, celebraciones teatrales, cine, retablos, etc. Todo esto daba lugar a un nuevo ambiente de perspectivas abiertas que movían a muchos desde el lugar propio en el que trabajaban y vivían.

Con una notable escasez de recursos se organizaron cursos de todo tipo para apoyar a la escuela rural, como estudio de la naturaleza, dibujo, trabajos manuales, cocina, decoración y montaje de una casa ("Ciencias del Hogar", se denominó esto último) y recursos marinos en lugares de costa. Los participantes tuvieron que pagar, incluso, gastos por desplazamiento y estancia.

En el año 1933 las misiones llegaron a su madurez. Continuaron en 1934, introduciendo charlas y conferencias de distintos temas, ya más técnicos. Arreciaban, sin embargo, las dificultades que nunca faltaron, desde recelos y prejuicios contra los misioneros, la disminución del presupuesto en el año 34 y las maliciosas críticas de los diputados en el Parlamento. Ibáñez Martín alertaba de que servirían para diversión de algunos privilegiados de la Junta de Ampliación de Estudios. Todo esto frenaba su expansión.

Los maestros, los medios y los materiales de los que disponían formaban un todo indiviso. Con ellos colaboraban en todo momento los misioneros, un grupo amplio y heterogéneo, que participaban de una actitud colectiva para acercarse al pueblo y transmitir energías culturales amplias en su ambiente original.

La labor social de las misiones destacó en todos los ámbitos, especialmente en la alimentación y la sanidad. Abrieron comedores escolares, detallando menús, calorías y raciones. La sanidad estaba muy descuidada. A las madres se las instruyó en higiene y asuntos de puericultura. Especial cuidado dedicaron a la prevención de enfermedades infantiles, trataron las enfermedades agudas y proporcionaron un botiquín en la escuela. Así orientaban cambios en las condiciones campesinas que irritaban a las políticas de derecha, las cuales no aceptaran modificar lo que había para mantenerlo lo más fijo posible.

Trabajaron, fundamentalmente, primero la vertiente pedagógica, luego la cultural y social y, por último, la política. La empresa era muy ambiciosa, introduciendo una educación popular, un acercamiento de los pueblos y el impulso a una profunda reforma. La dimensión política no trataba de presionar a nadie para que estuviera a favor de la República, no tenía como objeto una educación republicana, sino algo mucho más completo y enriquecedor: animar a la gente de los pueblos a disfrutar de los bienes culturales a los que tenían derecho. El objetivo era conseguir una verdadera educación cívica para todos. Cuando se entienden estas raíces de la Educación cívica, no resulta extraño que sea tan denostada, incluso en la actualidad, por la cultura de la derecha, que era y es radicalmente conservadora y no quiere saber nada de este nivel, y menos aún de dar al pueblo sus legítimos derechos democráticos.

Este proyecto republicano terminó con la sublevación de 1936 y la injusta represión que produjo entre los misioneros, aunque "aún hoy podemos escuchar y recuperar su eco" (página 192), escribe Tiana. La experiencia quedó truncada por las órdenes oficiales franquistas, pero todavía hoy podemos "rememorar una bella página de la educación popular española" (página 202).

Leyendo este libro podemos aproximarnos a una experiencia detallada y completa de una gran página de la historia de la educación en nuestro país.

Julián Arroyo Pomeda





[1] Tiana, A. (2016). Las misiones pedagógicas. Educación popular en la Segunda República. Madrid: Catarata, 207 páginas.

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