“¿Por qué la filosofía debería hoy interesar a alguien? Porque sin filosofía vivimos mutilados. La necesitamos para respirar. […] La filosofía es una forma de oxígeno que sostiene todo nuestro pensamiento. Siempre hay alguna forma de filosofía en el tronco común de nuestro pensamiento, lo sepamos o no” (Skolimovski, The theatre of the Mind, 1984).
Estamos
ante un trozo de historia, no muy próximo, pero tampoco tan alejado, que hay
que reivindicar para que no se nos olvide ni se pierda del todo. En este campo
se hicieron cosas importantes y la filosofía puede también reflexionar acerca
de la vida cotidiana de un pueblo y sus raíces.
"Entre
los años 1931 y 1936 se desarrolló en España una experiencia de Educación
popular tan original como interesante" (página 11). Así comienza la
introducción de Tiana, que quiere "reconstruir la historia de esta iniciativa
y recuperar su memoria" (página 12). Aquellos misioneros sembraron
educación y cultura, lo que merece la pena divulgar y disfrutar con su
conocimiento.
La
primera misión llega a Ayllón y desde allí a Riaza, Ribota, Saldaña y
Estebanvela. Luego toca Navalcán (Toledo), Valdepeñas de la Sierra
(Guadalajara), Navas del Madroño (Cáceres), Puebla de la Mujer Muerta (Madrid),
La Cabrera (León), Besullo (Asturias) y El Tobar (Cuenca), entre otros lugares
de unos 1200, recorriendo la geografía española en una iniciativa de educación
popular. Aquella era una España campesina, que vivía del cultivo agrario y que
no resultaba el paraíso que se puede imaginar hoy. La propiedad del campo
estaba en pocas manos y los jornaleros sufrían desempleo, que producía malestar
y conflictividad, más en unos sitios que en otros. Las reformas agrarias se
hacían necesarias y urgentes. Sin embargo, los agricultores no eran
republicanos, estaban aislados y en verdadera penuria espiritual. Cuando la
República se dio cuenta de esta situación, emprendió su revolución educativa y
cultural para que los agricultores pudieran acceder a estos bienes.
Para
impulsar tales objetivos se pusieron en marcha las misiones pedagógicas [1], mediante un Patronato,
promulgado en mayo de 1931, que presidió Cossío. En ellas participaron
intelectuales, pedagogos y artistas de orientación republicana. Eran
instituciones recreativas para educar de esta forma y sin carácter escolar.
Estas escuelas ambulantes trataban de que los campesinos, que no habían ido a la
escuela, tuvieran acceso a los bienes culturales. "Las misiones se
proponen saldar la deuda moral que la sociedad española había contraído con el
mundo campesino" (página 83).
A
pesar del gran entusiasmo de los misioneros, la cosa no resultaría nada fácil,
dado el alto índice de analfabetismo imperante en España, de aquí que fue
imprescindible el papel de los maestros en las escuelas. Despertar el amor a la
lectura no podía esperar, por lo que era necesario crear bibliotecas, que
después quedarían en los pueblos. Comenzaron entregando un lote de libros de
unos 100 volúmenes que seleccionaban con sumo cuidado. Después vendría el museo
del pueblo, la formación de coros y el cultivo de la música, celebraciones
teatrales, cine, retablos, etc. Todo esto daba lugar a un nuevo ambiente de
perspectivas abiertas que movían a muchos desde el lugar propio en el que
trabajaban y vivían.
Con
una notable escasez de recursos se organizaron cursos de todo tipo para apoyar
a la escuela rural, como estudio de la naturaleza, dibujo, trabajos manuales,
cocina, decoración y montaje de una casa ("Ciencias del Hogar", se
denominó esto último) y recursos marinos en lugares de costa. Los participantes
tuvieron que pagar, incluso, gastos por desplazamiento y estancia.
En
el año 1933 las misiones llegaron a su madurez. Continuaron en 1934,
introduciendo charlas y conferencias de distintos temas, ya más técnicos.
Arreciaban, sin embargo, las dificultades que nunca faltaron, desde recelos y
prejuicios contra los misioneros, la disminución del presupuesto en el año 34 y
las maliciosas críticas de los diputados en el Parlamento. Ibáñez Martín
alertaba de que servirían para diversión de algunos privilegiados de la Junta
de Ampliación de Estudios. Todo esto frenaba su expansión.
Los
maestros, los medios y los materiales de los que disponían formaban un todo
indiviso. Con ellos colaboraban en todo momento los misioneros, un grupo amplio
y heterogéneo, que participaban de una actitud colectiva para acercarse al
pueblo y transmitir energías culturales amplias en su ambiente original.
La
labor social de las misiones destacó en todos los ámbitos, especialmente en la
alimentación y la sanidad. Abrieron comedores escolares, detallando menús,
calorías y raciones. La sanidad estaba muy descuidada. A las madres se las
instruyó en higiene y asuntos de puericultura. Especial cuidado dedicaron a la
prevención de enfermedades infantiles, trataron las enfermedades agudas y
proporcionaron un botiquín en la escuela. Así orientaban cambios en las
condiciones campesinas que irritaban a las políticas de derecha, las cuales no
aceptaran modificar lo que había para mantenerlo lo más fijo posible.
Trabajaron,
fundamentalmente, primero la vertiente pedagógica, luego la cultural y social
y, por último, la política. La empresa era muy ambiciosa, introduciendo una
educación popular, un acercamiento de los pueblos y el impulso a una profunda
reforma. La
dimensión política no trataba de presionar a nadie para que estuviera a favor
de la República, no tenía como objeto una educación republicana, sino algo
mucho más completo y enriquecedor: animar a la gente de los pueblos a disfrutar
de los bienes culturales a los que tenían derecho. El objetivo era conseguir
una verdadera educación cívica para todos. Cuando se entienden estas raíces de
la Educación cívica, no resulta extraño que sea tan denostada, incluso en la
actualidad, por la cultura de la derecha, que era y es radicalmente
conservadora y no quiere saber nada de este nivel, y menos aún de dar al pueblo
sus legítimos derechos democráticos.
Este
proyecto republicano terminó con la sublevación de 1936 y la injusta represión
que produjo entre los misioneros, aunque "aún hoy podemos escuchar y
recuperar su eco" (página 192), escribe Tiana. La experiencia quedó
truncada por las órdenes oficiales franquistas, pero todavía hoy podemos
"rememorar una bella página de la educación popular española" (página
202).
Leyendo
este libro podemos aproximarnos a una experiencia detallada y completa de una
gran página de la historia de la educación en nuestro país.
Julián Arroyo Pomeda
[1]
Tiana, A. (2016). Las misiones pedagógicas. Educación popular
en la Segunda República. Madrid: Catarata, 207 páginas.
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