En 1968 -año mítico por excelencia- el grupo de rock español Lone
Star lanza el tema musical Mi calle:
no llega la luz, hay niños descalzos, con un oscuro hogar y húmedas paredes.
Sabina vivió en calle Melancolía y el doctor Gutiérrez en el número 166 de la
Carretera General (Tamaraceite). Este distrito de la periferia de Las Palmas de
Gran Canaria tiene un espléndido nombre original, Atamarazait o paso entre palmeras. Ahora cuenta con más de diez
mil habitantes y allí se estableció don Aurelio con su familia.
El pasado 15 marzo, por la tarde, su mujer corrió la
cortinilla que dejó ver la placa de la calle con su nombre propio, dedicada por
el ayuntamiento como merecido homenaje. Don
Aurelio entregó la vida a su profesión de médico-pediatra con un trabajo
intenso, empezando por la mañana temprano y acabando al anochecer. Lo hacía con
naturalidad: estaba siempre dispuesto a ayudar profesional y humanamente a
quien lo necesitara. En otro tiempo Tamaraceite era un pueblo rural, que
dependía del cultivo del platano, y el médico tenía que atender la totalidad de
incidencias, especialmente infantiles, incluso renunciando al descanso
nocturno, cuando le llamaban por alguna urgencia. ¿Cómo no iba a ganarse así el
cariño de los vecinos?
El pasado septiembre, el Consistorio acordó en un pleno
sustituir el nombre de la calle Samaritana por el de Aurelio Gutiérrez Brito-Doctor.,
a petición de los propios vecinos para los que fue un ejemplo de médico y de
persona.
Los nombres propios de las calles quieren recordar y
homenajear a un personaje ilustre, que ha vivido o trabajado en el lugar, o en
sus proximidades. De este modo las
calles se convierten en la propia historia de la ciudad, en cuyas páginas
podemos leer directamente el transcurrir del tiempo. Así los ciudadanos
superan el anonimato, se conocen y sus acciones se convierten en cercanas y
vivas, en las que cuesta menos ser hospitalarios, como la gente de Canarias.
Podemos celebrar todos con orgullo haberle conocido y
tratado. Su familia, primero. Y así consta por el testimonio gráfico, que se
percibe manifiestamente en el rostro de su mujer, Carmina, cuando descubre la
placa, y en el de sus hijos que la arropan conmovidos. En mi caso, diré, con
palabras de René Char a su amigo Albert Camus, que "hay encuentros
fértiles que valen más de un amanecer". Don Aurelio cuidó con el mayor
cariño a mi hija desde su nacimiento en la clínica San Roque del barrio Vegueta.
En la fórmula de Heidegger, el Dasein es un ser para la muerte (Sein zum Tode). Cuántas veces nos angustia reconocer que aquí
estamos de paso y que hay que asumir la finitud, pero el paso que es nuestra
vida puede adquirir un espléndido significado, siendo sencillamente ejemplares
en lo que tenemos que hacer, con lo que nos rodeamos de posibilidades. H. Arendt
contrapone a Heidegger su fórmula de "ser para el inicio", cuya
expresión es la vida activa. Todo final
es un nuevo comienzo. Así se trasciende la vida individual, o la conciencia
biológica de la existencia propia. Se trata de hacer cosas que merezcan ser,
imperecederas, inmortales, huellas imborrables, compartidas con las demás
personas, intersubjetivamente, sean las que sean. Somos seres históricos porque participamos de las generaciones
anteriores y de las interpretaciones que realizaron. En esto consiste la
inmortalidad, como recoge el relato de Borges, El inmortal.
A todo esto me lleva la calle delicada al doctor Gutiérrez.
Ojalá recuerden el rótulo las generaciones futuras y los adolescentes actuales
del Instituto Cairasco de Figueroa se dispongan también a ser personas
ejemplares, siguiendo al pediatra tan cercano en donde ellos están formando. A
veces una decisión política acierta totalmente, como en este caso. Puede que la
nueva calle doctor Aurelio Gutiérrez nos recuerde aquello que no fuimos
(todavía), igual que la calle de París de Duncan Dhu, aunque podría ser un buen
estímulo para serlo.
Julián Arroyo Pomeda