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sábado, 20 de junio de 2015

Tomar el rábano por las hojas: prueba de filosofía de Selectividad, Madrid



Ayer, El País, publicó una brevísima carta mía sobre la polémica "irregularidad" cometida en la prueba de filosofía de las universidades de Madrid.

CARTAS AL DIRECTOR
Prueba de Filosofía

Estupor y confusión produjo en los profesores ver la prueba de Filosofía en el examen de selectividad del 9 de junio en Madrid. El texto de Aristóteles de la opción B era un fragmento del libro primero de Ética nicomáquea, cuando estaban fijados obligatoriamente por la Coordinación de las Universidades los libros II y X a comienzos del curso. Tal irregularidad es inaceptable por injusta y perjudicial para los estudiantes. Debería subsanarse este error para no perjudicar a los alumnos y cesar inmediatamente a los responsables del mismo. Los rectores tienen que intervenir para reparar la injusticia, por la dignidad de las instituciones y antes de que sean corregidos los exámenes. Julián Arroyo Pomeda.


Hoy, sábado, vuelve a la carga, con un corto en "El Acento" del autor Juan Andrés Rojo, titulado "Aristóteles, los nervios y las ideas fundamentales". El titular, tan periodístico, es un ejemplo de desenfoque y desorientación de la cuestión. Algo de esto se había hecho ya por parte de los lectores que ofrecen un flash de su primera ocurrencia en unas líneas, pero una sección técnica como "El Acento" necesita mayor rigor en el contenido de la información que  ofrece.

Con "Aristóteles" se refiere al fragmento irregular del examen. Con "los nervios" ironiza acerca de la situación en que se encuentra cualquiera que tenga que hacer un examen. A las tres Asociaciones que protestaron les sale con que "el drama no fue a más porque no ha afectado a las clasificaciones" (sic), queriendo decir "calificaciones". Y ya está, problema resuelto.

Sin embargo, el autor toma ahora el rábano por las hojas para plantear lo importante. Dando una larga cambiada, ofrece su concepción de la educación: los alumnos tienen que aprender a leer y escribir, esto es, a comprender un texto, captar las ideas fundamentales del mismo y relacionarlas entre sí.

Pues bien, que sepa Rojo que esto es lo que hace permanentemente en clase el profesorado, no sólo de filosofía, también de historia, lengua, literatura y otras materias. Así que no podríamos estar más de acuerdo con él. Pero lo que desconoce J. A. Rojo es que la lectura de textos en cada materia tiene características propias y dificultades técnicas específicas en función de sus contenidos respectivos. Y enseñar esto requiere tiempo y dedicación, no es tan fácil como lo presenta, ya que no se trata de una lectura más.

Tampoco sabe que el modelo de examen forma una estructura en la que hay un conjunto de cuatro cuestiones relacionadas entre sí e interdependientes. Ciertamente, no tiene por qué saberlo, pero sí está obligado a informarse y reflexionar un poco antes de escribir (tan mal). Aclarémoslo.

La cuestión 1 pide identificar las ideas fundamentales del texto y su relación. La cuestión 2 pide explicar cómo se trata el problema del contenido del texto, en este caso, la moral de Aristóteles. Es decir, que la idea de la moral es la que se debe desarrollar ahora. De haber sido otro el tema del contenido, sería, igualmente, otro el asunto a explicar, luego no hay segunda cuestión sin la primera. La cuestión 3 pide disponer las líneas generales del problema que ha salido, es decir, de la moral, en este caso, en un autor de otra época. También aquí la cuestión tres depende de la dos y la uno. Por último, la cuestión 4 pide desarrollar el problema del hombre, que sale en la línea primera del texto, con un autor o corriente de otra época. Por todo lo dicho, no se puede lanzar balones fuera, reduciéndolo todo a la primera cuestión, como hace J. A. Rojo, porque entonces el que pide leer y comprender no ha entendido nada.




Finalmente, en los textos de filosofía no hay ningún temario. Se trata de que las universidades establecen unos textos, sacados de la totalidad de las obras de los filósofos para leer y comentar en las aulas, que en este caso van de Platón a Ortega y Gasset, porque es imposible abarcarlos todos en un Curso de tres horas semanales, y, además, innecesario. Los coordinadores universitarios llevan la lista confeccionada y la "proponen" al profesorado de bachillerato. Por eso algunos no acuden a las reuniones, ya que se lo dan todo hecho.

Desde luego, lo importante, que reclama Rojo, es haber tomado el culo por las témporas, aprovechando la anécdota para alertar sobre el sistema educativo español. Esta es otra historia, que no puede mezclarse sin más y que se podría discutir mucho más despacio.

Páginas después, aparece en el periódico otro comentario de Pilar Álvarez, explicando que las universidades dicen que el error en Selectividad “no ha afectado a las calificaciones de los estudiantes", por lo que no lo van a revisar. Se apoya en Carlos de Carlos, delegado del rector de la Autónoma y secretario de uno de los tribunales de la prueba. Que sepa P. Álvarez que el delegado del rector tiene, entre otras tareas, la de parar los golpes para que no lleguen al responsable máximo de la Universidad, que debería intervenir ante cualquier irregularidad. De Carlos lo lleva bien estudiado, aunque ni los rectores, ni los decanos deberían conformarse con sus explicaciones.

Una es puramente para salir del paso. Ante la queja, comprueba que las calificaciones han sido similares a las de los años anteriores, luego el error no ha afectado a los resultados.

La segunda explicación es de más envergadura y los argumentos de De Carlos producen sonrojo. La primera pregunta valía 2 puntos sobre 10, lo que la hace insignificante. Aunque hubiera sido de sólo una décima, tiene su importancia. Lo más grave es que tampoco el secretario del tribunal se sabe la estructura de la prueba, por eso se defiende atacando.



Luego está lo del currículo de la Comunidad de Madrid. Vergüenza e indignación me produce el argumento de pedir a los alumnos "madurez y conocimientos generales", leer "de modo comprensivo" y analizar textos "con rigor". En cerca de cuarenta años de vida activa en la enseñanza pública nunca he oído a la Universidad manifestarse en estos términos, por lo que creo que De Carlos procede de otro planeta. Se reconoce el error o la irregularidad, pero no se mueve un dedo por subsanarlo. Es más, parece que la culpa sea del profesorado de bachillerato. Es intolerable.

Todo esto constituye una grave irresponsabilidad y alguien tendría que responder por ello, junto con el perjuicio que se ha hecho a los estudiantes, a los que les ha tocado el golpe injusto e inesperado.

Ni siquiera un gesto para que el responsable del desaguisado sea retirado de sus responsabilidades. Todos pagaremos por ello. Primero, la misma universidad; después, el profesorado y el alumnado, y, finalmente, los ciudadanos y la sociedad. Es este el verdadero drama, que nadie quiere reconocer. No se podrá decir que las asociaciones denunciantes no lo hayan hecho con sensata prudencia, aunque siempre serán consideradas unos miserables renacuajos que osan cuestionar a la Universidad. Qué pena.

Julián Arroyo Pomeda

Ilustraciones: www.elmundo.es; www.tintaroja.es; www.desmotivaciones.es; www.uniactualidad.es