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odos los seres humanos por naturaleza
desean saber, escribió Aristóteles en el libro primero de su Metafísica. La sabiduría de las épocas
ha permanecido en un depósito del que alimentarse. En los siglos XVII y XVIII
el saber se encontraba en diccionarios y enciclopedias que los interesados
buscaban afanosamente. En la última década del siglo XVII el pensador francés
Pedro Bayle (1647-1706) comienza a redactar
su obra más conocida, el Diccionario
histórico y crítico, que ahora podemos leer en castellano, gracias a Ediciones
KRK de Oviedo, que lo ha proyectado en 20 volúmenes, de los que acaba de sacar
ahora el segundo.
Del diccionario decía Diderot que todos
querían tener un Bayle a cualquier precio. Se vendía mediante suscripción y las
ediciones se agotaban. Hasta trece veces se editó, al cuidado del trabajo
hercúleo de un solo hombre, que terminó su vida dedicado a tan importante
empresa. Bayle sacaban los datos de los libros que devoraba a costa de su
propia salud. Dispuso así de una gran erudición, acompañada de su actividad
crítica incesante. Más de tres siglos después, por fin tenemos la primera edición íntegra en español.
¿Qué hace singular al diccionario y
distinto al resto? Tiene una parte común, una sucinta descripción de datos,
hechos y pasajes que informan el lector. Esto es lo que el género exigía. Pero
incluso aquí se diferencia, porque revisa y crítica las versiones sesgadas,
como la que ofrece el católico Moréri en el suyo. Descubre la historiografía
oficial, bastante sectaria, y deshace numerosas leyendas sin fundamentación.
Esta es la parte histórica.
Luego viene la parte reflexiva y
crítica con aportación de pruebas y discusiones, observaciones, comentarios y
muchas notas personales de carácter científico. Discute interpretaciones y pone
en evidencia muchísimos errores. Aquí está la parte crítica, que todavía hoy sigue conservando su primigenio
interés.
La elaboración espontánea y rigurosa,
que no impide ocultar la ironía del autor, consigue provocar, desafiar y atraer
al lector, dejando que fluyan pensamientos e ideas nuevas. De este modo va
anticipando la próxima modernidad para lo que habrá que enterrar las
concepciones tradicionales. El fanatismo, entonces en vigor, no le perdonará
que ponga en solfa a predicadores, directores de conciencia, confesores, la
conducta de los cristianos, los milagros, la infalibilidad, los prelados y la
superstición, entre otros asuntos.
Un ejemplo de su proceder puede ser la
entrada David. Allí plantea si David puede ser considerado un santo.
Confirmarlo dependerá de los hechos, sus acciones y conducta personal. El relato bíblico le representa
dedicado al pastoreo. Venció a Goliat, ofreció el trofeo de la cabeza del
gigante a su rey, Saúl, a cuya obediencia se sometió. Su fuerza y valentía hicieron
que Saúl temiera ser destronado. David huye para evitar la muerte y la tribu de
Judá le proclama rey. El texto sagrado destaca su piedad y santidad con Dios, más
¿también con los hombres? Su fuerte poder, el adulterio con Betsabé y el
asesinato de Urías son mezquindades del hombre y tiranía del rey. La figura
histórica deja de ser intocable: no todos sus actos son propios de un santo. Pensar lo acontecido es sacarlo a la luz
para proceder a su análisis crítico y reconstruirlo mediante una interpretación
apoyada en sus raíces. ¿Acaso no será esta una ayuda inestimable para
cobrar confianza en la posibilidad de la verdad?
Nosotros tenemos fama de no estar al
día en casi nada, pero tardar más de tres siglos en traducirlo al castellano
tampoco es común. Habría que preguntarse qué es lo que ha pasado con Bayle. Un
primer acontecimiento, que podría explicar algunas cosas, es el hecho de haber
estudiado con los jesuitas en Toulouse, siendo hijo de pastor protestante. Poco
después abjuró del catolicismo, porque no le pareció mejor que su anterior
credo, pues había más violencia y más opresión de conciencia en la religión
católica. Así adquirió la condición de relapso por causa de su abjuración. A éstos
entonces se los perseguía por infames, apostatas y renegados y eran expulsados
de Francia. Se exilió a Ginebra por parecerle un lugar de libertad.
Enseñó Filosofía e Historia en la
cátedra de la Academia Protestante de Sedán hasta que fue cerrada por los
conflictos religiosos. La puntilla fue la revocación del Edicto de Nantes por
Luis XIV en 1685. Desde entonces no cesó la persecución: unos le acusaban de
ser hugonote y otros (los suyos) de heterodoxo, ateo y escéptico, lo que le
obligó a defenderse con la pluma en escritos considerados muy polémicos. Para
salvar su maltrecha economía aceptó la pensión que le ofrecieron para dedicarse
plenamente al diccionario. Tolerante e independiente, fue intelectualmente implacable en la instauración de la verdad y en la
lucha contra el fanatismo y la superstición. Siempre será un buen momento
para leer pausadamente el diccionario de Bayle en la tipografía impecable de la
que disponemos.
Julián Arroyo Pomeda