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martes, 15 de octubre de 2019

Un diccionario síntesis del saber



T
odos los seres humanos por naturaleza desean saber, escribió Aristóteles en el libro primero de su Metafísica. La sabiduría de las épocas ha permanecido en un depósito del que alimentarse. En los siglos XVII y XVIII el saber se encontraba en diccionarios y enciclopedias que los interesados buscaban afanosamente. En la última década del siglo XVII el pensador francés Pedro Bayle (1647-1706)  comienza a redactar su obra más conocida, el Diccionario histórico y crítico, que ahora podemos leer en castellano, gracias a Ediciones KRK de Oviedo, que lo ha proyectado en 20 volúmenes, de los que acaba de sacar ahora el segundo.

Del diccionario decía Diderot que todos querían tener un Bayle a cualquier precio. Se vendía mediante suscripción y las ediciones se agotaban. Hasta trece veces se editó, al cuidado del trabajo hercúleo de un solo hombre, que terminó su vida dedicado a tan importante empresa. Bayle sacaban los datos de los libros que devoraba a costa de su propia salud. Dispuso así de una gran erudición, acompañada de su actividad crítica incesante. Más de tres siglos después, por fin tenemos la primera edición íntegra en español.

¿Qué hace singular al diccionario y distinto al resto? Tiene una parte común, una sucinta descripción de datos, hechos y pasajes que informan el lector. Esto es lo que el género exigía. Pero incluso aquí se diferencia, porque revisa y crítica las versiones sesgadas, como la que ofrece el católico Moréri en el suyo. Descubre la historiografía oficial, bastante sectaria, y deshace numerosas leyendas sin fundamentación. Esta es la parte histórica.
Luego viene la parte reflexiva y crítica con aportación de pruebas y discusiones, observaciones, comentarios y muchas notas personales de carácter científico. Discute interpretaciones y pone en evidencia muchísimos errores. Aquí está la parte crítica, que todavía hoy sigue conservando su primigenio interés.

La elaboración espontánea y rigurosa, que no impide ocultar la ironía del autor, consigue provocar, desafiar y atraer al lector, dejando que fluyan pensamientos e ideas nuevas. De este modo va anticipando la próxima modernidad para lo que habrá que enterrar las concepciones tradicionales. El fanatismo, entonces en vigor, no le perdonará que ponga en solfa a predicadores, directores de conciencia, confesores, la conducta de los cristianos, los milagros, la infalibilidad, los prelados y la superstición, entre otros asuntos.

Un ejemplo de su proceder puede ser la entrada David. Allí plantea si David puede ser considerado un santo. Confirmarlo dependerá de los hechos, sus acciones y conducta personal. El relato bíblico le representa dedicado al pastoreo. Venció a Goliat, ofreció el trofeo de la cabeza del gigante a su rey, Saúl, a cuya obediencia se sometió. Su fuerza y valentía hicieron que Saúl temiera ser destronado. David huye para evitar la muerte y la tribu de Judá le proclama rey. El texto sagrado destaca su piedad y santidad con Dios, más ¿también con los hombres? Su fuerte poder, el adulterio con Betsabé y el asesinato de Urías son mezquindades del hombre y tiranía del rey. La figura histórica deja de ser intocable: no todos sus actos son propios de un santo. Pensar lo acontecido es sacarlo a la luz para proceder a su análisis crítico y reconstruirlo mediante una interpretación apoyada en sus raíces. ¿Acaso no será esta una ayuda inestimable para cobrar confianza en la posibilidad de la verdad?

Nosotros tenemos fama de no estar al día en casi nada, pero tardar más de tres siglos en traducirlo al castellano tampoco es común. Habría que preguntarse qué es lo que ha pasado con Bayle. Un primer acontecimiento, que podría explicar algunas cosas, es el hecho de haber estudiado con los jesuitas en Toulouse, siendo hijo de pastor protestante. Poco después abjuró del catolicismo, porque no le pareció mejor que su anterior credo, pues había más violencia y más opresión de conciencia en la religión católica. Así adquirió la condición de relapso por causa de su abjuración. A éstos entonces se los perseguía por infames, apostatas y renegados y eran expulsados de Francia. Se exilió a Ginebra por parecerle un lugar de libertad.

Enseñó Filosofía e Historia en la cátedra de la Academia Protestante de Sedán hasta que fue cerrada por los conflictos religiosos. La puntilla fue la revocación del Edicto de Nantes por Luis XIV en 1685. Desde entonces no cesó la persecución: unos le acusaban de ser hugonote y otros (los suyos) de heterodoxo, ateo y escéptico, lo que le obligó a defenderse con la pluma en escritos considerados muy polémicos. Para salvar su maltrecha economía aceptó la pensión que le ofrecieron para dedicarse plenamente al diccionario. Tolerante e independiente, fue intelectualmente implacable en la instauración de la verdad y en la lucha contra el fanatismo y la superstición. Siempre será un buen momento para leer pausadamente el diccionario de Bayle en la tipografía impecable de la que disponemos.

Julián Arroyo Pomeda