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domingo, 31 de mayo de 2020

Hay esperanza



"La filosofía tendrá que... saber de la esperanza, o no tendrá saber alguno" (E. Bloch, El principio esperanza).

Que un poco más de media España haya pasado de la fase cero a la uno es una gran alegría para la gente de bien. De la otra mitad, unos se han resignado, tomando buena nota de lo que aún les falta, y otros muestran su gran enfado, porque dicen que cumplen con los parámetros establecidos, pero el mando único los ha aplicado subjetivamente. En mi opinión, la decisión de los expertos de Sanidad es muy positiva, porque en adelante cada Autonomía ajustará sus niveles de aplicación para conseguir el pase a la siguiente fase. Y no se trata de llegar antes, sino de hacerlo bien, con garantías de mantener el avance sin necesidad de volver atrás.

Los agoreros siguen manifestando desacuerdos, pero el avance es innegable en función de los criterios establecidos. La epidemia está siendo controlada poco a poco, por lo que la metodología empleada ha sido correcta. Siempre se pueden hacer las cosas mejor, cierto, pero también es verdad que lo mejor es enemigo de lo bueno. No se puede echar la culpa a un impersonal ‘se ha actuado mal’, sino que deberíamos decir ‘hemos actuado mal’. Y aquí hay que meter a gobernantes, a toda la gente y a la sociedad en general.

¿Qué queda por hacer ahora? Creo que hay que proseguir el camino emprendido, cumpliendo cada uno con su responsabilidad. Quienes se saltan las normas, sean los que sean, son unos irresponsables o no saben lo que hacen. Formamos un colectivo, de modo que lo que realiza uno tiene consecuencias en el resto. Mis derechos individuales no pueden ser ejercidos en contra de la colectividad. Es un deber del Estado garantizarlo. No vale decir que cercena mis libertades, porque sólo quedan interrumpidas en el momento ante el bien común superior de la ciudadanía.

Tampoco son útiles las valoraciones chismosas contra los que se saltan la norma y luego decir que, si ellos lo hacen, por qué voy a ser yo tan tonto para llevarlas a raja tabla. Las normas se dan para cumplirlas y es un deber cívico hacerlo, precisamente ahora que estamos apreciando mucho más el civismo como un gran valor democrático.

Claro que hay que convivir con el virus, no vamos a estar siempre confinados. Todavía no se acaba el mundo, por eso hay que ir volviendo a la normalidad, pero también hay una cuestión de orden. Lo primero es controlar la epidemia y, cuando esto haya concluido, tiempo habrá de ocuparnos de lo segundo, es decir, de todo lo demás. En todo lo demás se encuentra la economía, que no merece el tratamiento único de ’es la economía, tonto’. Ahora se trata de las vidas salvadas como lo primero. Y después llegará el momento de construir una sociedad justa, sin hambre, ni explotación, ni alienación, por ejemplo. Hay que recordar que esto sigue sin hacerse y es grave, porque nos priva de la esperanza, que no trae necesariamente la globalización.

Hacer un mundo mejor no es ningún mito fundacional, ni una ideología mitológica, pero sí es un panorama utópico y humanista, que se nos abre. Es, acaso, un instrumento simbólico para actuar, haciendo del ser humano el sujeto básico de la esperanza, que nos puede iluminar. Cada vez más nos hunde la idea de la resignación, pero ¿por qué resignarse? No hay que hacerlo hasta que el ser humano sea libre. Y aquí no estoy pensando en las libertades individuales, formales y burguesas, adoptadas hoy por todos las democracias, sino de la auténtica libertad, que ya no necesita un para qué, sino que pone al hombre en el lugar que le corresponde, que no es ni la ceniza ni el polvo, sino la garantía de una vida humana plena y extensiva a la totalidad.

Esta posibilidad humana, que apunta al porvenir esperado, fue calificada por Ernst Bloch como "horizonte ontológico" que orienta a la transformación de la sociedad, porque ya es hora de hacerlo. En este sentido, me da igual esperar para creer que creer para esperar. De una manera o de otra se impone la praxis. "España tiene derecho a la esperanza", decía María Zambrano, y no al delirio, del que todavía muchos siguen haciendo bandera con ínfulas vigorosas, pero artificiales y más que caducas. Si somos personas prudentes no debemos hablar mucho, pero tampoco podemos callar ante lo irracional y las certezas contundentes, que algunos se empeñan en mantener. Así continúa el encarnizamiento y el odio entre nosotros.

En la actualidad, la esperanza no es optimista, hay que completarla con la ética de la responsabilidad por el futuro. Vana será la esperanza, si no la orientamos al futuro, continuando la vida en la tierra, mediante el respeto a la naturaleza. De lo contrario, caminaremos al desastre. Es el propio peligro incluido el que nos hará trabajar por el control de la pandemia, manteniendo de este modo la esperanza. Responsabilidad para poder tener esperanza. Sin responsabilidad, no será posible. Esto es fácil de decir, pero más difícil de cumplir. ¿Nos empeñaremos en no ser responsables cuando nos va la vida en ello?


Julián Arroyo Pomeda