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sábado, 14 de junio de 2014

Episodios nacionales


El pasado 4 junio del año en curso, por la tarde, como mandan los cánones, se celebró en la plaza de Las Ventas de Madrid la última corrida de la Beneficencia, presidida por el rey Juan Carlos I. 

Además de sangre roja, hubo también sangre azul de despedida.

De los toros se encargaron tres conocidos maestros: El Juli, Talavante y Fandiño. De abarrotar la plaza, los espectadores y aficionados tradicionales, entre los que se encontraban altas autoridades, como el propio rey, Ignacio González, presidente de la Autonomía madrileña, Esperanza Aguirre, su mentora, la alcaldesa de Madrid Ana Botella, el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Ignacio Wert, y la delegada del gobierno de Madrid, Cristina Cifuentes. Además, Jesús Posada, Suárez Illana, Samuel Flores, Cospedal, Carmen Martínez-Bordiú, Carmen Lomana, el marqués de Cubas y otras muchas personalidades.

La Fiesta Nacional se llenó hasta la bandera. La Asociación Internacional de Tauromaquia quiso rendir un homenaje al rey, agradeciendo su apoyo de siempre y deseándole larga vida para poder disfrutar de la más hermosa y genuina de las artes, patrimonio cultural de España. El brindis de El Juli fue de lo más expresivo: "Por ayer, por hoy y por siempre. Por apoyar nuestra fiesta y por dignificarnos con su presencia". Ahí es nada. Tampoco es moco de pavo la vestimenta que adornaba a los maestros. De tabaco y oro se cubría El Juli. De vainilla y oro, Fandiño. De grana y oro, Talavante. Todo un espectáculo, no puede negarse.

En contraste con tanto esplendor, la beneficencia tiene por finalidad propia proporcionar sustento y desarrollo a los necesitados, que carecen de los recursos económicos más elementales, los pobres e indigentes. Hoy, en el país de la vergüenza que se ha convertido España, con cargo a los actuales gobernantes, debemos andar por los 6 millones de españoles en paro. No estamos ya en la época medieval, pero en el siglo XXI siguen pasando hambre varios millones, no sólo de niños, aunque la situación más sangrante se cebe especialmente en ellos. La pregunta que tenemos que hacernos es por la raíz de todo esto. Pues bien, se trata de que la decisión haya sido pagar los intereses de nuestra deuda, prioritariamente. Por tanto, esto es lo que prevalece por encima de todo y caiga quien caiga. ¿Es esto aceptable?

Con el tema del rey Juan Carlos I sucede algo parecido. Que hay que agradecer los servicios que haya podido prestar al país, creo que no se discute. Quien fue impuesto por la dictadura supo ganarse su legitimidad democrática. El problema es que tal legitimidad pueda transmitirse sólo por herencia, porque la herencia quedó rota con la renuncia de Juan de Borbón, que no aceptó la dictadura de Franco, precisamente. Hubo que hacer malabarismos y aquí las habilidades de Juan Carlos I jugaron su papel, pero todo esto no quedó enterrado en el olvido. La prueba es el cuestionamiento de la institución monárquica en la actualidad. 

Si la soberanía reside en el pueblo, sólo este puede confirmar la legitimación democrática del futuro monarca. No hay otra. Por eso el próximo rey debería impulsar la consulta, sometiéndose a la voluntad del pueblo. Es lo más razonable que podría hacer, él sabrá. De lo contrario, cada vez más sombras cubrirán su reinado.

Los españoles quieren que España sea una monarquía, dice el actual presidente del gobierno. Sin 
una consulta no es posible saberlo, porque no es nada extraño que entre el Parlamento y el pueblo se esté produciendo el más profundo divorcio, como las últimas elecciones europeas han mostrado. Hay incluso más, que el jefe del partido de la oposición manifieste la preferencia republicana de los socialistas, así como que hay que abrir un tiempo nuevo.


Es gravísimo que la representación del pueblo de Cataluña, junto con el pueblo vasco, se hayan abstenido en la votación de la abdicación del rey, porque el único sentido de semejante decisión es que el nacionalismo no está por la monarquía para convivir y piden un nuevo pacto, junto con la regeneración democrática. Lo que se aprobó hace un cuarto de siglo no puede gozar de calidad. En este periodo de años las cosas han cambiado mucho y hay que saber escuchar estos cambios. La herencia del franquismo sí que fue un fraude absoluto. Hasta Coalición Canaria se ha abstenido. La quiebra está bien consumada.

La monarquía española contiene una peculiaridad singular, la de haber sido establecida por un régimen que fue el resultado de un golpe de estado contra el gobierno legítimo de entonces, la República. Así hemos ido aguantando más de tres décadas. Hasta que no se rompa con este baldón, la proclamación del próximo rey no puede cargar con esta legitimidad de hecho, espuria y no democrática. La transición española dejó demasiadas cosas inconclusas y lo que una vez se impuso por las circunstancias que fueran no puede permanecer ya para siempre. Se impone la ruptura definitiva.

Ni la abdicación del rey, aprobada por el Parlamento el 11 junio actual, ni la próxima proclamación del futuro rey pueden seguir con este ingente manchón. Por la propia dignidad de la monarquía y la del país hay que resolver con urgencia la singularidad de la monarquía española. Todos ganaríamos con ello.

Julián Arroyo Pomeda

Ilustraciones: bekia.es, bekia.es, semana.es, transición.org, milenio.com