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martes, 6 de diciembre de 2016

Ciudadanía, un proyecto para la diversidad


 “El republicanismo es el principio político de la separación del poder ejecutivo–gobierno- y del poder legislativo. El despotismo es el principio del gobierno del Estado por leyes que el propio gobernante ha dado...” (Kant, La paz perpetua).

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uando sale el tema de la diversidad cultural en las conversaciones entre profesores, no es raro oír que no entienden qué nos sorprende tanto. Al fin y al cabo, diferencias hemos tenido siempre en las aulas, los niveles culturales se hacen evidentes curso tras curso. Todos nos hemos arreglado siempre para superar las dificultades que esto implica.
Cuenta la gente mayor que lo que sí tenía mérito era contemplar el trabajo cotidiano de los maestros en clases unitarias, en las que uno sólo enseñaba a 60 ó 70 estudiantes de todas las edades y con bases muy distintas. Además, la única enseñanza que recibían era la de la escuela del pueblo en el que vivían: no había otra. No hablemos de las condiciones para impartirla, porque muestra con rotundidad que cualquier tiempo pasado fue realmente peor.
Según esto no son, pues, nuevas, ni de ahora la diversidad y las diferencias. Acaso tienen muchos años ya en su haber. Sin embargo, es en la actualidad cuando se plantea el problema de la diversidad cultural. ¿Es correcto semejante proceder? ¿Las diferencias actuales tienen algo que ver con las anteriores? Cambian los tiempos, qué duda cabe. Sin embargo, las diferencias culturales siempre están de actualidad y el tema interesa. El pasado domingo 4 de Diciembre, sin ir más lejos, dieron en TV1 la película “Perder la razón” (Á perdre la raison, de Joachim Lafosse, en la que tales diferencias se hacen muy vivas y presentes.

1. ¿Poner puertas al campo?

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o se trata de discutir, si ponemos puertas al campo o no lo hacemos, porque no se puede, sencillamente. El campo en que actualmente nos movemos es el de la diversidad cultural, entre otros.
Siempre hubo movimientos migratorios, es verdad. Hoy, en cambio, parece que la emigración se está convirtiendo en un fenómeno universal con el que hay que contar, quiérase o no. Nuestras sociedades han dejado de reflejar un solo color, encontrando hoy en ellas una gama de colores cada vez mayor.
Contemplar algunas cifras y porcentajes de inmigración iluminará la perspectiva de análisis. Aunque los porcentajes no sean todavía excesivos, sí son bastantes los emigrantes, constituyendo ya una realidad de población con cuya diversidad hay que contar necesariamente, porque no existen tantas puertas como para cubrir todo el campo. Veamos un primer gráfico, que tomo solamente como muestra, sin discutir la validez o la actualidad de los resultados.
[www.eleconomista.es]
A simple vista, observamos que la población extranjera se aproxima en nuestro país a los cuatro millones y medio, lo que podría haber sido sobrepasado. Además, se notan diferencias considerables entre las Comunidades hay unas que absorben cerca de 1.050.000 personas, mientras que otras tienen muy pocas. También ocurre que algunas casi la duplican, mientras que otras probablemente no la alcanzarán en mucho tiempo. No se les escaparán a los lectores las razones y las causas del fenómeno, sin duda.
Véase igualmente otro gráfico con los lugares de procedencia. Cabría señalar que, mientras los ciudadanos extranjeros de algunos países vienen para buscar oportunidades y ganarse la vida, otros llegan para pasar la jubilación, atraídos por el clima, el nivel de vida, las gentes del país, su gastronomía y paisajes, etc. Unos quieren disfrutar la propiedad que tienen adquirida, otros vienen con lo puesto, incluso sin un lugar donde vivir y hasta carentes de legalización.
[www.ociolatino.com]
Se da el caso -como está ocurriendo recientemente- que los gobiernos ofrecen a los inmigrantes incentivos económicos para que puedan poner un negocio en su país y regresen a él, pero ocurre frecuentemente que éstos lo rechazan, porque prefieren la seguridad con la que cuentan aquí, a pesar de todas las dificultades que se les echan encima. No sólo no fue posible poner puertas al campo, sino que ni siquiera mediante ofertas económicas se les puede hacer regresar, porque no quieren para ellos ni para su familia las condiciones de vida de las que huyeron.
En otros tiempos los emigrantes que iban a un país lo hacían para adquirir recursos económicos, mediante la dedicación al mayor trabajo posible y ahorrando todo lo que podían, porque su objetivo era volver y situarse en el lugar del que salieron y que permanentemente añoraban. Ahora no sucede así: han venido para quedarse, si obtienen la legalización. Procuran que sus hijos adquieran lo antes posible la nacionalidad y se formen de acuerdo con las normas que sigue en el país de acogida. Vienen con el deseo de permanecer.

2. Todo canto hace pared

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onsideremos ahora el hecho de que España es uno de los países en los que se da más emigración. No es el momento de analizar los factores que contribuyen a ello, sino de constatar una realidad. Ni los controles marítimos, aéreos y terrestres, ni las expulsiones, ni las leyes de extranjería, ni siquiera los convenios firmados con los gobiernos de los países de donde proceden los flujos parecen disuadir a los que se acercan a nosotros. Resulta angustioso comprobar verano tras verano, con la llegada del buen tiempo, las pésimas condiciones a las que se someten para poder venir.
[www.elpais.es]
Ante semejante situación, el país tiene que recibir a la emigración. Cuando llegan a nuestra sociedad, una de las primeras palabras que aprenden es la de ‘trabajo’, porque ciertamente buscan eso, trabajar para comer y poder vivir. Todavía resulta más difícil la situación al venir con hijos, muchas veces de corta edad, y, en cualquier caso con necesidades de escolarización. El Estado tiene que garantizarles este derecho. Por qué ha de hacerlo, se preguntarán algunos. Por ser el de la educación uno de los derechos básicos. Así quedan recogidos en las escuelas hasta que les llega la edad para poder trabajar.
En este momento se produce un importante fenómeno social: los niños encuentran con los escolares de aquí y conviven con ellos muchas horas al día. Se produce así el contacto con la cultura del país de acogida y, a través del instrumento escolar, también sus padres conocen la forma de vida, las costumbres y los valores de esta su nueva sociedad.
No se puede eludir que la concentración de estudiantes procedentes de la emigración aumenta las dificultades en las escuelas públicas, pero también es cierto que generalmente -con las excepciones que proceda señalar- son bien acogidos y bien tratados. Esto hace que nos encontremos con padres emigrantes agradecidos, cuando ven que a sus hijos se les trata como iguales. Probablemente no ocurra lo mismo con ellos en sus trabajos. Ahora bien, si somos justos, nada se pierde. Cuando se organiza bien el fenómeno de la emigración ganan los centros escolares, que a veces tienen escasez de alumnos por causa del bajo nivel de natalidad. Gana también la caja de la Seguridad Social, pues muchos más trabajadores son lo que cotizan, contribuyendo con sus impuestos al aumento de la riqueza del país.
No puede olvidarse tampoco que los trabajos que consiguen no se encuentran entre los de mayor consideración económica y social. Seamos justos: la mayoría se dedican a aquellos oficios que los autóctonos rechazan expresamente. El dúo nosotros y los otros está necesitado de una conjugación más adecuada. Estos otros no pueden ser excluidos, incluso sin tener en cuenta la idea de la dignidad humana, es que muchas veces se hacen imprescindibles, necesitamos de sus aportaciones. Claro que se dan situaciones hasta de violencia y encontronazos, no lo negaré, pero las fracturas disminuirán cuando se sientan integrados y no excluidos. Cualquier canto hace pared, dice sabiamente el refrán.
Por otra parte, el profesorado se queja de no estar preparado para la diversidad cultural de tantos alumnos como llegan. Las administraciones no pueden echar balones fuera, ni seguir aumentando ratios por ahorrar en sus presupuestos, ni continuar con programas que no pisan la tierra. Reconocer esto es una cosa y otra muy distinta, la falta de compromiso con esta diversidad cultural, porque éste es el mejor camino para aumentar las desigualdades. Hay un principio básico en educación, que es el de la justicia social como ha desarrollado Connell. Podría ser una sencilla compensación a las prácticas de actuación, en las que sólo priman los puros intereses económicos (necesitamos quien nos recoja la fruta y las verduras para que no se pierdan; también necesitamos mano de obra barata  que cultive la tierra de la que después obtenemos el fruto que pondremos en el mercado), o utilitarios (interesa aumentar los niveles demográficos que emplearemos después en nuestro sistema productivo). Nada se pierde, otra vez, y todos salimos ganando.
¿Qué decir de los padres que rechazan matricular a sus hijos en una determinada escuela por estar llena de emigrantes? Esto no es ningún artificio retórico que me esté inventando. A veces hasta parece que se avergüenzan de contarlo y se excusan intercalando expresiones como ¿qué puedo hacer yo?, o mis hijos son lo primero y por encima de todo, y otras similares. Cuando hablamos así procedemos de manera elitista y estamos legitimando las desigualdades en el fondo y en la superficie. ¿Cómo no nos sentimos culpables? ¿Acaso se trata de una cuestión de competencia, que el mercado sacraliza? Claro, es que sólo los que alcancen la excelencia serán los mejores para competir. Los socialmente rechazados son los culpables de la exclusión. ¿Hablan en broma o se están burlando?
Superar la diferencia y promover la diversidad cultural supone implicar activamente a todos los ciudadanos en la comunidad política, gozando de todos los derechos, tanto civiles (fundamentalmente, las libertades) como políticos (de sufragio y representación, especialmente) y sociales (bienestar, seguridad, costumbres y valores). Así se producirá una verdadera integración y se construirá la ciudadanía en una perspectiva más abierta y enriquecedora. Igualmente, el concepto de hombre evolutivamente unidimensional se expandirá en pluridimensionalidades culturales.

3. El horizonte de la diversidad cultural

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a cultura es uno de los aspectos que caracterizan a los seres humanos. El problema es la denominación "real" que se haga de ella y si se integran en “la cultura” todas las culturas. Cuando la percepción social es la de una hegemonía cultural, las minorías culturales se sienten excluidas, pero tales minorías existen sin ninguna duda.
Por otra parte, ¿es cultura todo lo que hace el hombre, que no sea lo innato e instintivo? En este caso la cultura lo es todo, con lo que se recogería en el concepto cualquiera de las manifestaciones populares. Todo se integraría en el patrimonio cultural de una época o pueblo por igual. Creo que se impone establecer algunos perfiles matizadores. Una cosa es considerar ciertas manifestaciones como mero residuo y otra muy distinta ponerlas en el mismo nivel, considerando que todo es igual, porque, evidentemente no lo es, por más que un determinado elemento pueda resolver una necesidad concreta. El caso de una hierba medicinal, por ejemplo, y una pintura románica no pueden ser vistos como expresiones culturales idénticas. Habrá que analizar críticamente los dos contenidos.
Considerar cultura las manifestaciones exclusivas de una clase social o de una elite puede acabar despreciando o, al menos, minusvalorando otras expresiones minoritarias. Esto sería demasiado restrictivo. Sin embargo, es innegable que cada pueblo vive su existencia de modo distinto y tales formas de vivir van conformando su identidad. En este sentido afirma la declaración de la UNESCO (2001) que "cada individuo debe reconocer no sólo la alteridad en todas sus formas, sino también el carácter plural de su propia identidad distinto de sociedades igualmente plurales". Esto muestra que cada individuo vive social y culturalmente de modos distintos y que la participación en ambas instituciones que es tanto plural como multicultural, lo que no debería sorprender a nadie.
Sin embargo, la cultura no puede presentarse tampoco con un carácter esencialista, sino que se va constituyendo en el transcurso de la historia. Esto es lo que puede explicar que unos aspectos culturales sean más interesantes que otros y por ello solidifican. De aquí viene el reconocimiento de unos, mientras otros se diluyen en el tiempo.
¿Esta variedad cultural y vital puede convivir en una misma sociedad de pertenencia? Necesariamente y esta es la apuesta del interculturalismo. Para lo cual es imprescindible avanzar en la senda de la integración, que ofrece diferentes vías desde el contrato de trabajo a la licencia de residencia con los derechos y deberes que los ciudadanos tienen que cumplir. Bien sea la situación del emigrante transitoria o permanente, la acción en un proyecto común debe ser el referente que cimiente la convivencia y evite cualquier conflictividad. El problema es cómo hacerlo, porque hay dos posturas encontradas, la que mantiene la asimilación de las culturas minoritarias por la dominante y mayoritaria, o la que propone la comunicación entre todas ellas. En todo caso, se trata de integrar en la forma de reconocimiento de la diferencia. Esta es, precisamente, la cuestión candente, es decir, la de aceptar la diversidad.
Precisamente la diversidad está en la entraña misma de la cultura. En este sentido, la cultura se concibe como el instrumento de búsqueda de significados para lo que es necesario interpretar los datos que se van manifestando. Esta es la idea central que propone Geertz (1996). Interpretar implica igualmente comunicación. Ambos elementos suponen que existen aspectos en discusión sobre los que no se ha alcanzado un acuerdo todavía.
La cultura común como instrumento de interpretación de significados no tiene por qué incluir ningún tipo de rechazo. Esta es precisamente la cuestión a plantear, según escribe Lamo de Espinosa (1995:29): "por qué ciertas sociedades generan rasgos de identidad excluyentes de otros rasgos de identidad, por qué eventualmente ciertas prácticas monopolizan la pertenencia al grupo. El problema no es la convivencia, sino el rechazo; no la variedad, sino la fobia hacia lo extraño".

4. ¿Es posible construir la ciudadanía?

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robablemente casi todos tenemos asumido que la construcción de la ciudadanía es uno de los grandes retos de nuestro tiempo y que en ello está en juego el "choque de las civilizaciones" de Huntington. La cuestión es cómo delimitar un tema que, según Quesada (2008), "parece inagotable" por las razones que no se pueden exponer aquí.
[www.pilarsanchezvicente.es]
En su raíz histórica, la ciudadanía pertenece al universo de la modernidad y fue creada en el ámbito de la Revolución francesa, aunque algunos la hagan remontar a la Grecia clásica. Así hace, por ejemplo Walter (2001), quien refiere que los griegos adquieren identidad bajo un régimen democrático. Recordemos a este respecto las palabras de Pericles: "El nombre de nuestra constitución es democracia... Puesto que no hay prohibición alguna en la vida privada... cada uno de nosotros personalmente desarrolla una personalidad autónoma que acepta con elegante flexibilidad las más diferentes formas de vida".
Siendo cierto lo anterior, la discusión está en el contenido imprescindible que se asigne al concepto de ciudadanía. El texto de Pericles se refiere a dos aspectos importantes, la libertad y la autonomía, pero no son suficientes. La ciudadanía clásica griega afirma la identidad por exclusión de extranjeros y esclavos, aunque vivían y trabajaban en Atenas. Además, no incluye tampoco el lugar que ocupa el ciudadano frente al Estado, lo que hoy se denomina soberanía popular. Por último, no se trata de garantizar solamente la seguridad de la vida privada e individual, sino igualmente la de la pública
[www.flic.kr.com]
Así pues, hay que situar la ciudadanía en la Revolución francesa, que estableció las bases para su creación posterior. Recuérdese el cuadro de David, El juramento de los Horacios, que fue considerado como expresión del juramento de los ciudadanos y su compromiso de defender lo colectivo, poniendo en ello la virtud cívica y todo su heroísmo.
En la actualidad, el proyecto de ciudadanía no puede prescindir de otra característica más: la imprescindible apertura a la diversidad cultural. La totalidad de grupos diferenciados pertenecen a la comunidad política en la que se encuentran (status) y, por ello, participan en los espacios de la esfera pública, ejerciendo las virtudes cívicas. Por tanto, hay que superar los modelos de multiculturalidad y asimilacionismo. El primero acepta a todas las culturas y las respeta, pero cree que deben vivir conforme a sus tradiciones, al margen de cualquier integración posible. En el fondo, margina las diferencias, bajo capa de respetarlas.
El modelo asimilacionista exige de las diversidades que reconozcan la cultura del lugar al que vienen y que se integren de este modo en la cultura mayoritaria. De entrada, les exige aprender la lengua y comprometerse a respetar normas, costumbres y valores. Es decir, asimilarse a la cultura dominante, sin practicar ninguna propia, de lo contrario, quedarán excluidos.
Sólo queda la vía de la interculturalidad. El sentido de pertenencia a una comunidad no exige la renuncia a sus raíces culturales, sino que participen con ellas en la cultura que les acoge. La interconexión y comunicación conducirá al enriquecimiento mutuo y a depurar aspectos y matices deteriorados. Únicamente los iguales cooperan y se solidarizan con lo que sucede.
Todas estas cuestiones forman parte del debate contemporáneo entre las tradiciones liberales, comunitarias y republicanas. Para los liberales ciudadanía incluye las libertades individuales: derechos civiles, como el de expresión, pensamiento, culto y propiedad; derechos políticos, como el sufragio; y derechos sociales, como seguridad y bienestar económico. Un ciudadano es el que tiene reconocidos todos estos derechos. El estudio clásico acerca de esto es el de Marshall (1950). Más tarde, Kymlicka está considerado como un reputado defensor del multiculturalismo.
Para los comunitaristas lo digno de enfatizar es la pertenencia a una comunidad concreta, que tiene unas tradiciones, las cuales proporcionan una identidad social, que aporta la necesaria cohesión.
Los derechos civiles otorgados por el Estado pueden ampliarse o limitarse, según convenga, puesto que se trata de concesiones otorgadas por el poder político. En este caso, las teorías vienen aceptando otros derechos para el ciudadano, como el de las minorías étnicas, el de las mujeres, sexualidad, ecología, juventud, etc. Igualmente pueden restringirse conforme se presenten situaciones sociales emergentes. Así se van limitando los derechos a inmigrar, a elegir la residencia y nacionalidad, etc. Esto lleva, en el debate contemporáneo, a proponer correcciones a las teorías. Este es el caso del italiano Ferrara (2004:4), que pide un "liberalismo corregido". Sucede también que la cohesión social, fundada en la pertenencia a una comunidad particular, tiene el peligro de no atender a intereses más generalizables. Así Rawls (1996) propone su tesis de la justicia como idea universal y cosmopolita, que es un referente para la gestión de la democracia.
La tradición republicana, que se remonta a Aristóteles, Cicerón, Maquiavelo, Rousseau Kant, entre otros, busca que el individuo se identifique con las leyes de la ciudad, porque entonces participará en la empresa común en la que se siente incluido necesariamente. Libertad y autonomía están presentes en la teoría de la ciudadanía republicana, pero con algún importante matiz, que la diferencia. No se trata solamente de que el Estado no interfiera en los mercados para que cada uno se rija por la ley de la competencia, obtenga beneficios y ofrezca calidad al menor costo, optimizando los recursos, con lo que las desigualdades son un hecho legítimo. El republicanismo exige que no exista dominación ni dependencia.
La autonomía se expresa en el autogobierno, ejercido por los ciudadanos participantes bajo leyes iguales para todos. De esta manera la comunidad (no sólo el individuo) controla su destino. Los ciudadanos sirven a lo público, donde la vida humana se realiza plenamente, mediante la práctica de las virtudes cívicas. La ciudadanía es el espacio de realización individual. Lealtad, patriotismo, integración e inclusión en el Estado, que "sólo conoce ciudadanos, no importa de qué nacionalidad" (Arent, 2005:257). Ciudadanos, cuya esencialidad consiste, según Aristóteles en "participar en las funciones judiciales y en el gobierno" (Política, III, 1275a).
Ya no tenemos comunidades homogéneas en las que establecer normas para todos, hoy se impone dialogar con la diversidad de modo de los participantes incluidos deliberen y decidan la propuesta de normas y obligaciones. Así se producirá la cohesión y la integración, porque la pluralidad cultural se sentirá defendida por la pasión y el corazón republicanos. Son muchos los representantes del republicanismo en la actualidad, entre otros Skinner, Pettit, Sunstein, Virola, Habermas, etc.

5. Perplejidad en la esperanza

¿Está hoy la democracia en peligro o su situación crítica es uno de sus factores constitutivos? ¿Cuál es el problema para la construcción de la ciudadanía en el seno de las diversidades culturales? Distintos autores españoles han incidido en este tema. El más reciente es Pérez Díaz, que habla del malestar de la democracia. Fernando Quesada dice que hay un "vaciamiento" de contenidos en la política. Unos años antes, Laporta refirió al "cansancio" de la democracia y Rubio Carracedo se interrogaba sobre el "acomodo" de los políticos. Castell se pronunció abiertamente por el término de "crisis". Esta terminología anuncia, ciertamente, una sintomatología preocupante.
Como quiera que sea, ya no se considera la política como el mejor medio para la realización de la vida y esto era lo que definía la ciudadanía. Estamos en un proceso de cambio, que puede resultar profundo. Los ciudadanos pasan de la política y se dedican a la vida familiar o profesional. Esto es lo que les interesa en vez de la participación política. Tampoco se sienten ya soberanos, ni le encuentran significado a la soberanía popular. Así se va produciendo un adelgazamiento manifiesto de la democracia. La democracia liberal representativa está perdiendo su vigor clásico que la caracterizaba y su fundamento en la defensa de lo público.
Ahora bien, es precisamente en el ámbito público donde puede garantizarse la libertad individual y no viceversa. Vivir en un espacio colectivo libre hace posible disfrutar de su propia libertad a los individuos. En palabras de Skinner (1996:147): "El único camino que lleva a la libertad individual es el sendero del servicio público". Un individuo autónomo lo es únicamente en un ámbito de libertad social con leyes y con una pluralidad de individuos a los que reconoce. Estos son asuntos de ciudadanía. Sólo en una polis autónoma independiente puedo ejercer mi libertad y participar de las decisiones políticas. La pura libertad individual no garantiza la posibilidad de realizar mis propios proyectos.
La democracia tiene que ser, pues, renovada para que pueda ser integrada la diversidad de manera colectiva, mediante la construcción de una ciudadanía que abre abra mecanismos de participación más adecuados. Reconociendo que estas decisiones no son fáciles de tomar, Font (2003) concluye así su ponencia: "ser conscientes de la amplia gama de posibilidades existentes, de que... todo puede ser inventado y de cuáles son los déficits que deberemos afrontar, según cuál haya sido nuestra elección, supone ya un gran paso adelante".
Hay que aprender educación cívica en el espacio escolar. Por todo lo dicho, me parece que es necesario e incluso imprescindible. Quienes la rechazan se están retratando: lo que no quieren es el fortalecimiento de la democracia y la sociedad y civil.

Referencias bibliográficas
Arendt, H. (2005), Ensayos de comprensión 1930-1954. Caparrós, Madrid.
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Béjar, H. (1999), “El corazón de la república”, en Claves de razón práctica, 91, 37-42.
Besalú, X. (2002), Diversidad cultural y educación. Síntesis, Madrid.
Cornnell, R. W. (1999), Escuelas y justicia social. Morata, Madrid.
Ferrara, A. (2004), “El desafío republicano”, en Claves de razón práctica, 139, 4-12
Font, J. (2003), “¿Más allá de la democracia representativa?”. Ponencia en las II Jornadas de Sociología Política. UNED, Madrid.
Geerts, C. (1996), La interpretación de las culturas. Gedisa, Barcelona.
Huntington, S. P. (1997), El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Paidós, Barcelona.
Kymlicka, W. (1996), Ciudadanía multicultural. Paidós, Barcelona.
Laporta, F. J. (2000), “El cansancio de la democracia”, en Claves de razón práctica, 99, 20-25.
Marshall, T. H. y Bottomore, T. (1998), Ciudadanía y clase social. Alianza, Madrid.
Pérez Díaz, V. (2008), El malestar de la democracia. Crítica, Barcelona.
Quesada, F. (2008), Sendas de democracia. Entre la violencia y la globalización. Trotta, Madrid.
Rawls, J. (1996), El liberalismo político. Crítica, Barcelona.
Rubio Carracedo, J. (2000), “¿Cansancio de la democracia o acomodo de los políticos?”, en Claves de razón práctica, 105, 76-82.
Skinner, Q. (1996), “Acerca de la justicia, el bien común y la privacidad de la libertad”, en La política, 1
Tourain, A. (1997), ¿Podemos vivir iguales y diferentes? PPC, Madrid.
UNESCO (2001), Declaración Universal sobre la Diversidad cultural. París
Walzer, M. (2001), Guerra, política y moral. Paidós, Barcelona.

Julián Arroyo Pomeda