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jueves, 24 de julio de 2014

Mujeres y dilemas morales en el cine


Últimamente he visto dos películas, que todavía están en cartelera en Madrid, cuya historia es conducida por mujeres protagonistas. Incluso en una de ellas la directora es una mujer. Las tres merecen comentarios, por ser susceptibles de ponderada reflexión.

"El sueño de Ellis" nos cuenta la historia de dos hermanas, Ewa (Marion Catillard) y Magda (Angela Sarafyan) que emigran (The inmigrant es el título original) desde su Polonia natal a Nueva York, al final de la Primera Guerra Mundial, buscando su oportunidad en la tierra del sueño americano. Desembarcan en la isla de Ellis, que truncará completamente dicho sueño.

Una vez más la guerra genocida es la causa de los mayores males producidos a los civiles en la historia. Países enteros devastados hacen que los ciudadanos tengan que salir de ellos en busca de mejores condiciones de vida. Y de nuevo, la recepción de los que vienen es pésima, viendo en ellos solamente material desechable con el que obtener mayores beneficios. La inhumanidad no deja de cebarse en los abandonados por la fortuna, sin pensar nunca en miras algo más altas, incluyendo el hecho de que a nosotros nos podría pasar lo mismo. Mientras nos encontremos en situación de abundancia, disfrutemos de la misma, después ya veremos, pero nosotros no debemos atemorizarnos con ello, ¿para qué?

Se trata de un drama sobre la emigración, uno más, aunque todos acaban de modo parecido. El título español busca, sin duda, algo más sugerente para el espectador que el monótono y conocido del emigrante. Nos encontramos con algo bien sabido: la mujer guapa que cae en manos del rufián de turno, que la convertirá en prostituta. La situación es irremediable, ya que a su hermana Magda la internan en un hospital por enfermedad contagiosa. Desde entonces, Ewa hará lo que sea por salvarla. La introducción en la historia de Bruno (Joaquin Fhoenix) hará que todo concluya en un gran melodrama.

Nadie ha discutido la magnífica interpretación, ni la correcta puesta en escena, ni la profunda sensibilidad que rezuman todos sus fotogramas. Al director, James Grey le critican un guión que diluye la magia inicial y termina en un film lúgubre y frío, sin pasión y con excesivo riesgo, que suaviza la rabia y contiene la ira hasta concluir melodramáticamente. Buena película, aunque no sea genial, que presenta la cruda realidad, que, a buen seguro, se vuelve a repetir hoy en la emigración de forma tan descarnada como nos hace visualizar el andamiaje de Ceuta y Melilla, del que tan ufano se siente nuestro ministro del interior.

Es un gran acierto la fotografía grisácea, que se identifica bien con la tierra y la situación interior de dos seres destrozados, Ewa y Bruno. La crítica al sueño americano también es evidente: la tierra prometida impulsa el sueño, pero falla muchas veces y casi siempre hace pagar el tributo que exige el dragón del hambre y el miedo. La estructura policial se muestra, como muchas veces, demasiado corrupta, vendida impunemente al vil metal del dólar ensangrentado, que nunca se sacia. ¡Qué pesadilla!.

Una de las cosas que más me impresiona de la película es la inmensa capacidad del ser humano por sobrevivir. Esto es eterno, sucedió ayer y continúa ocurriendo hoy. Los seres humanos se mantienen por encima de toda una serie de dificultades que la vida nos va regalando sin pedírselo, de forma gratuita: "tanto penar para morirse luego", como nos recordó Quevedo. El dilema consiste en plantear hasta dónde habría que llegar para salvar una vida. Quien aguante sufrir el desgarro que vea la película, incómoda y angustiosa, sí, pero real. Pobres habrá siempre para disfrute de otros muchos.

"Dos vidas" es una película alemana que cuenta la historia de tres mujeres: Katrine (espía de la Stasi), Asi Evensen (su falsa madre) y Anne (hija de Katrine). Naturalmente, hay otros personajes.

Lo que más me interesa aquí es seguir el coraje de una mujer, Katrine (Liv Ullmann) para recuperar su vida y superar un pasado atroz, que trazaron los nazis alemanes, cuyos crímenes son muy difícilmente perdonables, aunque hoy los dirigentes del pueblo alemán se presenten como salvadores de Europa. En la RDU vivieron bajo el totalitarismo de la Stasi y, cuando los nazis ocuparon Noruega, las mujeres fueron sometidas a un terrorífico experimento. En 1935 se creó la organización Lebensborn (Fuente de vida) con unas clínicas en las que mujeres noruegas, de espíritu vikingo, procreaban con personal de las SS para mejorar la raza. Permanecían tres meses con sus hijos, que luego eran entregados a familias arias. El totalitarismo opresor de los seres humanos aparece aquí también en primer plano. Un poder violento y sin entrañas se empeña en la utopía, en este caso nefasta y hasta ridícula, de mejorar la raza aria. Mujeres noruegas con el halo de su historia vikinga son obligadas, con engaños y falsas promesas, a yacer con lo peor de los seres humanos para producir hijos al Reich.

Katrine nació en una Lebensborn y pudo escaparse de la de aquella cruel telaraña para encontrar a su madre. Se casó y formó una familia, olvidando así el pasado y viviendo feliz en Dinamarca.

A la caída del muro de Berlín, el abogado que defiende a Katrine-Vera, Sben Solbach, empieza a sospechar, con pruebas, que no es hija de Asi Evensen, su madre hasta entonces, sino una espía que pertenece a la Stasi. Al verse descubierta, abandona su familia, dispuesta a entregarse a la policía. Su vida ha sido una gran mentira, pero el amor a su marido Bjarde Myrd, a su madre Asi Evensen y a su hija Anne han dado sentido a su existencia. Historia, ideologías totalitarias y repercusiones psicológicas se mezclan en esta ambiciosa película. El dilema es si puede convivir una mentira con una vida auténtica.

Gran narración de intensidad y calidad, complejidad del montaje, excelente fotografía para visualizar imágenes antiguas y nuevas en una historia muy compleja, y llevada con pulso seguro. Claro que podría haberse hecho todavía mejor, pero no es poco lo que aquí se ofrece.

La tercera es una película española, "Marsella", de Belén Macías. Dos mujeres, Sara (María León) y Virginia (Goya Toledo), una, madre biológica de la niña Claire (Noa Fontanals) y la otra, mamá de adopción, viajan en coche a Marsella para que Clara pueda conocer a su padre. Ambas pelean por la niña en una situación verdaderamente límite. Una anti heroína por excelencia, condenada por drogas y abuso del alcohol, es despojada de la presencia de su hija por una sociedad injusta que se obliga a dar a la niña en adopción por una familia burguesa para salvarla del mal, representado por su pérfida madre, que se ha entregado a un ciudadano francés. Se trata de situaciones muy próximas, muchas veces de completa actualidad, aunque no sea literalmente.

Con la historia se plantea en qué consiste la maternidad. Parir a la niña es algo biológico, pero cuidarla, educarla y preocuparse por las condiciones en que puede vivir es algo que trasciende lo puramente físico. El dilema está servido: quien tiene más derecho a quedarse con la niña. La película resuelve el dilema, aunque aquí no lo vamos a descubrir.

La película tiene un gran mérito, además de la actuación de las tres mujeres: magistral la de María León, comedida y acertada la de Goya Toledo y magnifica la de Noa Fontanals, en su primer papel en el cine. Además, se ha rodado en seis semanas, con poco dinero y entrega total. Ricas sensaciones: hay que sacrificarlo todo para ser madre. María León, con el lenguaje al que ya nos tiene acostumbrados, declara que es una película hecha con "fuerza y muchísimos cojones". Aunque está protagonizada por mujeres, el grupo de camioneros, que también sale -estos si son hombres-, tiene, igualmente, su punto de gracia.

Quiero fijarme, especialmente, en estas mujeres fuertes y llenas de energía, que han sido capaces de superar las duras condiciones en las que les ha puesto la vida y que no siempre somos capaces de entender en el entorno hostil en que muchas veces nos vemos obligados a vivir.

Los dilemas morales plantean siempre una situación problemática, que cada persona interesada tiene que resolver, por eso aquí se dejan así, aunque las películas también ofrecen orientaciones y pistas de una posible solución. Tomar partido nos hace crecer en algún mayor grado de moralidad de nuestra conducta cotidiana.

Julián Arroyo Pomeda

Ilustraciones: Carteles de cada una de las películas citadas y fotograma