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ahora dos años que nos dejó Luis Gómez Llorente, un buen amigo. Lo hizo el 5
octubre de manera silenciosa y con rapidez, como si no quisiera molestar. Pidió
a su mujer que no avisara a nadie para no interrumpir sus tareas cotidianas. El
fin de semana anterior se excusó por tener que faltar a una conferencia, que
estaba programada y que ya nunca impartió. A mediados de la semana siguiente le
visitó la muerte inflexible y se lo llevó. Aquí dejó muchos amigos y creo que
muy pocos enemigos, porque era un hombre bueno y una persona de integridad moral y humana como pocos.
Apenas septuagenario y en plena producción intelectual, consiguió que a todos
nos sorprendiera su marcha.
La
actividad profesional a la que dedicó su vida fue la enseñanza en academias, primero, e institutos después. Se
jubiló en el IES Virgen de la Paloma, de Madrid. Con horarios siempre cargados
y teniendo, incluso, que hacer un largo recorrido, como cuando trabajó en la
antigua Universidad Laboral de Alcalá de Henares, a la que acudía en tren,
seguido de un paseo a pie, siempre antes de su hora, porque aprovechaba para
tomar previamente un café y saludar a los colegas. En la Paloma el horario se
extendía mucho, ya que necesitaba descansar entre clases para recuperarse con
otro café y, a veces, una palmera, acompañados de un cigarrillo celtas o una
pipa, cuando se podía fumar.
Al
llegar a casa, tampoco paraba, dado que le esperaban con frecuencia en alguna
institución para impartir una charla o conferencia. Acudía en metro con
puntualidad y siempre bien dispuesto. En los ratos libres en su casa,
aprovechaba para leer y escribir artículos o ensayos. Tampoco hacía pereza para
acudir a encuentros y reuniones, cuando le llamaban. En la Sociedad Española de
Profesores de Filosofía, de la que era socio, conocemos bien su disponibilidad
para tratar cualquier tema profesional o educativo, mediante largas reuniones.
Tampoco se negó nunca a participar en el programa de los cursos que se
organizaban.
A
la Fundación CIVES dedicó cientos de horas a lo largo de la última década de
los 90. Trabajábamos entonces en un proyecto para convencer al Ministerio de
Educación de la necesidad de incluir la Ética en la Secundaria obligatoria. Las
reuniones salían bien, porque, previamente, se preparaban a conciencia,
exponiendo razones y buenos argumentos a los responsables de aquel momento,
Álvaro Marchesi, Alfredo Pérez Rubalcaba y Javier Solana, en largos encuentros
vespertinos. Todavía me emociona leer la dedicatoria de uno de sus libros:
"en recuerdo de tantas tareas compartidas hasta ver en el BOE ‘La vida
moral y la reflexión ética’, que fue la primera denominación de la materia en
un bloque de la Historia de cuarto de ESO, que empezamos a impartir los
profesores de filosofía con mucha fuerza y gran entusiasmo por semejante
estreno.
Además
de la integridad moral personal, Gómez Llorente creía en la ética del movimiento
obrero sobre cuya historia
reflexionó como nadie. Estuviera del mejor o peor humor, ningún año faltaba a
la manifestación del primero de Mayo. Con los amigos acompañantes quedaba
siempre en el chaflán del Banco de España, como gustaba decir, en torno a las
12 de la mañana. Tapándose la cabeza del sol -me traspasa como cuchillos,
decía-, miraba con ojos ilusionados la larga senda de manifestantes que con
lluvia o con calor recorríamos la calle de Alcalá hasta Sol. No soltaba la bandera
de la UGT y lamentaba la decisión de haber establecido la fiesta de la
Comunidad de Madrid el día 2 mayo, porque la gente aprovechaba para salir de
puente y esto no constituía un estímulo para la manifestación. Un hombre
consecuente, que no dejaba de reconocer las dificultades reales de las
situaciones.
Enseñar/Educar
A
veces se plantea la alternativa de que una cosa es enseñar y otra muy distinta
educar. Por educación se entiende la transmisión y el aprendizaje de valores,
mientras que enseñar es únicamente explicar los contenidos de la asignatura
determinada. Este es un falso dilema, que busca solamente enfrentar la
enseñanza privada con la pública. En esta última el profesorado conoce bien las
materias y las enseña. En cambio, en la privada puede que no sean tan
especialistas los profesores, pero el ambiente que reina en los Centros hace
que los estudiantes sean también formados en valores, además de obtener buenos resultados académicos.
Las
clases de Gómez Llorente no resistían tal dilema. El sabía educar mediante la
transmisión de los contenidos de sus materias filosóficas, que nunca convertía
en tendenciosos. Su exquisita prudencia le hacía considerar objetivamente las
temáticas. A veces me comentaba que algún alumno le decía que Tomás de Aquino
estaba obsoleto y que no merecía la pena dedicar tanto tiempo y detalles a la
explicación de su pensamiento. Entonces le miraba y le sonreía socarrón para
contestarle que si conocía el pensamiento de Santo Tomás tampoco podría
comprender la situación histórica del universo medieval. Algo parecido ocurría
con Marx para poder entender el siglo XIX.
Con
Historia de la filosofía se encontraba en su salsa el profesor Gómez Llorente.
Explicaba detalladamente los autores, leyendo e interpretando sus textos. Yo
nunca he estado interesado en lógica o en psicología, por ejemplo, a las que
otros colegas dedican buena parte del curso de primero de bachillerato, me
decía, pero en Historia de la filosofía si estoy capacitado para debatir con
cualquiera. Y es que en la historia no veía su carácter esencialista, sino el
dinamismo constitutivo del cambio, su devenir como base para desarrollar el
futuro. En la historia veía la
posibilidad de entender el presente e interpretar así nuestra propia
existencia. Por eso tenía tanto interés en explicarla con todo detalle.
Educaba transmitiendo
contenidos, porque
sugería metas, apuntaba proyectos, marcaba orientaciones y se comprometía. Eran
valores para la crisis y la desorientación que rodea a muchos adolescentes.
Estimulaba proyectos de vida social y compartía ideales en la pasión que ponía
emocionalmente para transmitirlos. Incluso sin ser muy conscientes del acto de
enseñar, nunca se dejaba de percibir su pensar ordenado en los puntos que,
previamente, anunciaba que se proponía transmitir. A lo largo del desarrollo se
sometía siempre al esquema trazado en lo que traslucía su potente organización
intelectual de las ideas. Claro, esto resultaba agotador.
Tampoco
era nada ingenuo. Bueno, enseño lo que me dejan, me decía entre risas un día.
En la corrección de los ejercicios tenía una paciencia admirable: marcaba todos
y cada uno de los errores cometidos en color. Con lo pesado que resulta hacer
esto, él parece que no se cansaba. Cuando descubría que no estudiaban lo
suficiente se ponía muy serio y se lo reprochaba, alzando la voz, porque no
cumplían con su deber y no tenían derecho a actuar así. Se comportaba como un
profesor que no teme llamar la atención de quienes se lo merecían.
Después
de la jubilación a los 65 años, que ya deseaba, creo que en lugar de descansar
dedicó todo su tiempo con más ahínco todavía, al trabajo intelectual de
conferencias e intervenciones de todo tipo. Al acabar una de ellas, se
encontraba cansado, pero satisfecho. Le descansaba tomarse un café sólo. Pocos
meses antes de su muerte paseábamos por la calle de Alcalá arriba. Se le notaba
fatiga y cierta dificultad para respirar. Me preguntó por mi hija y su
actividad. Sigue trabajando como neumóloga en el hospital, le dije. Y me
contestó sonriendo: de eso tendré que morir yo. Desgraciadamente, no se
encontraba desencaminado.
Algo
se muere en el alma, cuando un amigo se va, dice la canción. Y en efecto, así
es, lo confieso. No queda ya su insustituible presencia personal, ni el
estímulo de su grata conversación, ni las enseñanzas que impartía, ni los
paseos en busca de un café o camino de su casa, ni los contactos telefónicos,
ni los proyectos compartidos, ni sus profundas huellas. Sólo permanecen los
recuerdos imborrables ya, porque el amigo se ha marchado para siempre.
Julián Arroyo Pomeda
Ilustraciones: Instituto La Paloma: vista aérea;
Ética de SM: carátula; carátula de uno de sus libros; Historia de la Filosofía
de SM: carátula; homenaje en Ateneo de Madrid.
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