Ojeé
los ‘medios’ para ver dónde estamos. La división sigue, así como los juicios parciales
y no objetivos. Los lectores responden ante un artículo que los rojos
populistas ‘quitaron’ a la gente que les molestaba o que se trata de una fecha
gloriosa que nos libró de caer en el comunismo. Y así.
¿Qué ocurrió el 18 julio? Que parte del ejército conspiró
contra la segunda República, porque las elecciones del 16 de febrero del 36 las
ganó el Frente Popular sin pucherazo. Según Gironella, "cuando se supo que
el triunfo en España había correspondido al Frente Popular, un alarido se elevó
de la tierra". En efecto, el país se acostó monárquico y se levantó
republicano.
Azaña
fue el presidente del gobierno y Alcalá Zamora presidió la República. Desde ese
momento se articuló la intentona golpista militar para sublevarse contra las
urnas. El financiero Juan March ofrece un cheque a Luca de Tena, propietario
del ABC, para adquirir el medio aéreo que trasladara a Franco a Marruecos, al
frente de las tropas sublevadas. Alfonso XIII había pedido a Mussolini que le
ayudara a restaurar la monarquía. Hitler también apoyó el golpe, e igualmente
hizo Salazar. Y la Iglesia. El 17 julio era el día señalado para el
levantamiento, que fracasó, al no lograr imponerse en las grandes ciudades. Una
parte importante del ejército, los poderes financieros y los dueños de las
tierras, las fuerzas monárquicas y casi la totalidad de la jerarquía
eclesiástica apostaron por los sublevados con un objetivo único: depurar España, eliminando a los
enemigos ideológicos.
Días
antes asesinaron a Calvo Sotelo, diputado monárquico, católico, tradicionalista
y de orden, que había criticado a la República. Esto exacerbó más los ánimos,
pero todo venía de antes. Sainz Rodríguez firmó acuerdos con Mussolini para
pedir apoyos materiales (aviones, bombas, ametralladoras y otros). Propalaron
que este fue el detonante del alzamiento. En los dos bandos se hicieron
barbaridades, pero no de igual índole, porque exterminar sistemáticamente a
hermanos que no pensaban igual no justifica las matanzas, ni la sublevación
militar contra el sistema democrático republicano. La CEDA fue un partido
fascista de inspiración católica y la Falange otro partido violento, que
reclamaba los puños y las pistolas como solución. Sus intereses eran
incompatibles con la atención a los trabajadores, mediante reformas que
modernizaran España e hicieran posible la convivencia en paz. Financieros,
capitalistas, terratenientes, caciquismos locales y oligarquías tenían
objetivos muy distintos y su encontronazo originó la tragedia.
Se
enfrentaban monárquicos y republicanos. La economía de subsistencia, basada en
el campo y unas pocas fábricas, estaba controlada por la nobleza y la Iglesia,
que estableció también la moral y los comportamientos, así como la vida social
y cultural. Tales privilegios podían peligrar, haciendo surgir tiempos nuevos.
De aquí el dicho popular ante cualquier problema: la culpa la tienen los curas.
Nos han contado demasiados cuentos.
Se
trataba del derrocamiento de la República, restaurando la monarquía y
estableciendo un régimen en la línea de Mussolini. De todo esto se anexionó Franco,
que se apoderó de la monarquía y dejó al príncipe como su sucesor, cuando le llegó
la muerte.
[www.lavozdigital.es] |
Ni
el asesinato de Calvo Sotelo fue el detonante del estallido, ni se debió a
razones de política interna española. Conspiró la derecha de forma ilegítima: sublevación contra los resultados de las
urnas. Que había que defenderse de una intentona de revolución comunista y
prevenirla fue otro gran cuento. Estaba en juego la reforma agraria, las
autonomías y la reforma militar, que impidieron. Que la Unión Soviética
quisiera intervenir España es un disparate. No fue real el terror rojo para
destruir el orden, ni la necesidad de defender la religión amenazada. El pueblo
llano y sencillo se lo creía: veía a los obispos respaldando el levantamiento
en cartas y sermones y hablando de ‘cruzada’.
Una
revolución sangrienta, cuyo único objetivo era destruir a todos las izquierdas
por ser enemigas de España no se puede poner en parangón con otra clase de
violencias. Otro cuento es la austeridad de Franco. Se está confirmando su
falsedad, incluso en estos momentos en que la herencia del dictador está
resultando ingente.
Después
de la guerra, ‘estalló’ la paz, mientras represiones y víctimas seguían aumentando,
sin que a Franco le temblara la mano para firmar sentencias de muerte. El
tratamiento a los muertos de uno y otro bando fue discriminatorio. Se
recuperaron los cuerpos de ‘nacionales’ asesinados y el honor y dignidad de las
familias con pensiones y ayudas y otros beneficios, mientras que los rojos
permanecieron en cunetas y fosas comunes.
¿Quién no recuerda todavía hoy, después de más de 80 años, algún familiar,
amigo o conocido, destruido por aquella barbarie? ¿Fue modélica la
transición? Nos sabemos ya todos los cuentos. Proclamemos todo esto por simple pedagogía.
Julián
Arroyo Pomeda