jueves, 7 de noviembre de 2019

Elecciones a la vista



"Lo más duro y amargo para el pueblo era la servidumbre". Aristóteles, Constitución de Atenas 2, 3.

Q
ué lejos estamos ya de la primera convocatoria del 78 para la aprobación del referéndum de la Constitución. Hemos cambiado mucho todos, probablemente para peor. Entonces se veían rostros alegres y expresivos, especialmente en los barrios, donde nos conocíamos los vecinos. Sentíamos, en general, que en adelante las cosas empezarían a ser muy distintas. Estrenábamos la democracia, que nos inundaría del poder de la libertad. Estábamos dispuestos a ejercer, igualmente, la correspondiente responsabilidad personal y política. Era ilusionante.
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En la convocatoria actual de noviembre, sin embargo, las caras parecen mucho más serías y menos espontáneas. Nos saludamos más circunspectos y sin poder evitar la preocupación y la incertidumbre. Vamos con bastante desilusión. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos para que nuestros representantes gobiernen? Se amontonan los problemas y las soluciones nos parecen difíciles, echándose encima como si quisieran ahogarnos. Se impone la pesadumbre.

Se oyen voces que aconsejan que no nos prestemos al juego una vez más. Se trata de que se presentan los mismos que nos convocaron hace unos meses y después no fueron capaces de formar gobierno. ¿Antes no lo hicieron, pero ahora sí? La abstención pende en el horizonte bastante tenebroso. ¿Vale la pena molestarse de nuevo? Otras voces dicen que, cuando los ciudadanos son llamados al voto, su deber cívico es acudir a las urnas. Ninguna razón puede desactivar la responsabilidad ciudadana. Necesitamos hablar, lanzando el más claro mensaje a los que se presentan: la política se hace cada vez más imprescindible, no podemos pasar de ella, porque los organismos institucionales de gobierno no dejarán por eso de aplicarnos normas y leyes. Si no participamos, luego no podremos quejarnos. Los gobernantes dependen de nuestros votos.

A pesar de haber cambiado tanto, las elecciones siguen siendo la fiesta mayor de la democracia. Lo fueron antes y lo son también ahora. A una fiesta se va a participar con la mayor alegría posible. Los invitados son siempre importantes, sin ellos no se podría celebrar nada. Nuestros votos deciden quiénes tienen que gobernar, porque son considerados los mejores y más capaces para orientar las dificultades y poner todo su empeño en solucionarlas. Si no lo consiguen, no se puede imponer la frustración: otros habrá dispuestos a someterse a nuestro próximo veredicto. La educación y la cultura democráticas así nos lo dicen. Es un gobierno de seres humanos, no de dioses, que tendrán que someterse a las reglas y a las leyes, haciendo cumplir las mismas a los ciudadanos por igual, dado que han sido legitimados para el gobierno, por lo que no pueden abusar de su poder. Si lo hicieran, serían removidos de dicho gobierno por el mismo pueblo que los eligió y ahora retira su decisión por la gestión desacertada.

La democracia tiene que escuchar, igualmente, la voz de las mujeres y la de los jóvenes. Su participación no puede discutirse, así como el ejercicio de sus derechos sociales, políticos y económicos, especialmente el derecho a la igualdad entre géneros. Los jóvenes parecen escépticos ante el modelo de democracia, pero son ellos precisamente los que tienen más posibilidades y tiempo para conseguir los cambios necesarios. Tomar el relevo les corresponde a los jóvenes inapelablemente por lo que deben trabajar en la construcción de las mejores democracias y hacer que se oiga su voz. Los gobiernos tienen la obligación de impulsar la Educación para la democracia, lo de menos es la denominación que propongamos para ella, pero cada vez parece todavía imprescindible su introducción escolar. Su compromiso y participación es muy necesaria, de lo contrario se impondrá el autoritarismo en el mejor de los casos. Es necesario potenciar las capacidades de la juventud para que se implique en la política. Aquí nos encontramos con expresiones juveniles que se deberían contener, por ejemplo cuando piden que nos les hablen de política, porque no les interesa el tema.  Las elecciones confirman la democracia y la fortalecen. “Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil”, dijo Abraham Lincoln.

Votaremos, pues, el 10 de noviembre con normalidad y sin aspavientos, y seleccionaremos a los que consideremos mejores. El pueblo tiene la última palabra, sintiéndose soberano y no siervo. Los gobernantes tendrán que justificar sus acciones ante ellos, porque son los únicos que pueden dar legitimidad al poder. Esto no es ninguna fragilidad, sino la máxima fortaleza que cabe. En este caso hemos de proclamar no a las armas, pero sí a las urnas, ciudadanos. Nada puede sustituirnos. Necesitamos poder decidir como individuos. La política puede ser un buen instrumento para resolver problemas. Participar en el voto es una medida que iguala a todos: mujeres y hombres, ricos y pobres, cultos e incultos.

Julián Arroyo Pomeda


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