Creo que los Estados Unidos no han tenido nunca un presidente
de tan baja estatura intelectual y moral como el actual. Desde que inició su
mandato no ha dejado de sorprender con sus declaraciones, que considerará
magníficas y brillantes, aunque no pueden ser más estúpidas. Está dotado de tal
soberbia que no acepta la mínima sugerencia sin fulminar al proponente, incluso
siendo de su equipo. Cuando habla el presidente sólo queda escuchar y acatar lo que se dice.
Para poder entender a Trump hay que recordar que las próximas
elecciones, en las que tiene que revalidar su mandato, se encuentran a seis
meses vistos. También, que los norteamericanos se inclinan por votar a quien
sepa solucionar las cuestiones económicas. Pues bien, ahora la situación
económica no se encuentra en su mejor nivel. En poco más de un mes se han
apuntado al paro 30 millones de estadunidenses y, por tanto, se ha destruido el
empleo creado desde la crisis de 2018. También se ve a gente en la cola,
esperando que les den comida gratis. De no haber recuperación, Trump puede
perder. Ganará la reelección si la
economía se recupera. De lo contrario, estaría en peligro. De aquí que se
encuentre desesperado. Esto le lleva a transitar desde la financiación a la
medicina. Trump ha sido hasta ahora un buen financiero y necesita ser un buen
sanitario. ¿Cómo conseguirlo? Mediante la intervenciones técnicas en la Casa
Blanca.
Aquí empieza a actuar como médico. Primero dice que el coronavirus
es una simple gripe (un catarrito, una gripecita, que se cura con una sopita,
según Bolsonaro). Luego, viendo la gravedad, asegura que todo está bajo
control. A un periodista que le pregunta le espeta que su canal es una farsa. Después
precisa que desaparecerá en verano "como si fuera un milagro" y no regresará
en otoño con el frío. En Bielorrusia, su presidente Lukashenco afirma que se
cura con vodka y saunas. Con la muestra se confirma la afirmación de Cicerón en
sus cartas Ad familiares (2. 22. 4): Stultorum
plena sunt omnia (todo está lleno de necios).
Trump propuso también
la cloroquina como fármaco eficaz para tratar el coronavirus. Los médicos que le acompañaban
entonces le decían que eso no tenía evidencias científicas, pero él seguía con
su tema: "Un amigo me ha dicho que ha mejorado después de tomársela, quién
sabe". El director del organismo encargado de desarrollar una vacuna ha
sido destituido por decir que se investigara en algo seguro, no en cloroquina.
Y a la directora del Centro Nacional de Enfermedades Respiratorias la relegaron
en sus funciones por declarar que había que prepararse para fuertes cambios en
la vida diaria. Otros saben sostener el obstáculo. Por decir que el invierno
será peor para la epidemia, Trump pidió al doctor Fauci que corrigiera estas
declaraciones, porque le habían entendido mal. Se las arregló para decir que
peor no, sino más difícil, porque coincidirían el corona virus y la gripe
común.
Pero el episodio que ha coronado las barbaridades sucedió el
pasado 24 abril. Decía Trump que estaba interesado en averiguar inyectando un desinfectante como la Lavandina
se podría curar el coronavirus. Después se fue a la aplicación de luz y calor. Preguntó a la Coordinadora de su equipo
sanitario, la doctora Deborah Birx, si había oído algo sobre esto. Ella
contestó que como tratamiento sanitario no valía. El desinfectante, dijo Trump
"lo bloquea en un minuto, en un minuto". Habría que comprobar si
funciona.
Ante la lluvia de críticas por estas fantasías, propias de un
psicópata, dijo a los periodistas que había querido hacer una broma. Formulaba
la pregunta "de manera sarcástica" con objeto de "ver qué
pasaba". Así quiere dar por cerrado el asunto. Ahora ha suspendido las
comparecencias con la prensa, porque no hace más que preguntas hostiles y no
informan. Médicos y empresas sanitarias piden que no se tomen a la letra las
palabras del presidente. Parecen propias no del presidente del país más
avanzado tecnológicamente, sino de un tercermundista. Hay quien lo llama
imbécil. Otros no creen en la ciencia, sino en la fe. Un obispo de Iglesias
evangélicas en Brasil proclama que el
coronavirus se vence con coronafé. Y otro dice que es la estrategia de
Satanás para meter miedo.
Las consecuencias de tales declaraciones irresponsables no se
han hecho esperar. Muchos preguntan por la viabilidad de los fármacos
anunciados. Algunos los han tomado ya y han muerto o están intoxicados. La
empresa del desinfectante Lysol ha pedido que no se tome el producto, que puede
ser mortal. El comentario sarcástico ha traído consecuencias muy graves. El
poder absoluto puede quebrar la democracia y acabar con la libertad y Trump lo
tiene, desde luego, y lo emplea a diario. Esta situación es preocupante y
tendríamos que reflexionar. Alguien que
pierda la razón en la Casa Blanca tiene en sus manos recursos tecnológicos de
última generación para destruir el mundo, si no le tiembla la mano. ¿Cómo
es posible que tengamos que depender de tales personajes?
Julián Arroyo Pomeda