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domingo, 20 de noviembre de 2016

El paseo en otoño


Tan, tan/ ¿Quién es?/ El otoño otra vez (F. García Lorca)

C
uando sale una tarde soleada no hay nada como un largo paseo por el parque. El más próximo a mi casa es el Juan Carlos I de la Avenida de Logroño. Apenas en seis minutos se llega a esta calle, basta con atravesar el semáforo y ya te encuentras en la subida asfaltada que da acceso al parque, con una cascada artificial de agua no demasiado limpia.
[www.llikriver.com]
A dos pasos de la entrada parece que te saludan hospitalarios sendos cipreses que enmarcan el camino y un conjunto de arbustos de hojas amarillas y naranjas, bordeando un pequeño estanque. Aquí puede iniciarse ya la caminata a buen ritmo y con paso rápido. Se tarda aproximadamente una hora en recorrerlo, siguiendo un extenso lago con algunas docenas de patos y barquichuelas que navegan y sirven de entrenamiento y diversión a jóvenes de buena musculatura.

[www.tripadvisor.es]
La música que te acompaña puede ser clásica o pop español, entre otras posibles. La claridad y la luz te embargan y el sol calienta solícito el rostro. Una corta carretera asfaltada, que se bifurcará más adelante para que puedan correr las bicicletas, está adornada por los dos lados con olivos, porque el terreno fue un olivar no hace mucho tiempo. Unos están aliviados de su fruto, dado que amantes de las aceitunas las han ido recogiendo en pequeñas bolsas, sin duda para ponerlas en agua y aliñarlos convenientemente, y poder degustarlas tiempo después. Otros siguen cargadas de frutos delgados o gruesos.

Al lado hay también un campo de almendros japoneses, que en primavera se visten de flores lujuriosas y espléndidas, en cualquier caso. Los jardineros cuidan el parque, cumpliendo diariamente con su trabajo. Sólo en sábados y domingos se dan breves alfombras de hojarasca amarillenta, ya que el fin de semana descansan. El lunes se les ve recogerlas de nuevo con mucho afán, casi tanto como cuando, sentados en el césped a media mañana, dan buena cuenta de sus bocadillos o del contenido de sus tupperware, porque el que consume energía necesita, igualmente, reponerla para aliviar su estómago.

Por el parque siempre se ven ciclistas, familias con niños, runners, pájaros, perros con sus dueños, a veces conejos correteando y, en general, gente disfrutando del paseo en solitario o en grata compañía. Hay suficientes fuentes de agua potable para saciar la sed y abundantes campos y colinas de césped, que se alimentan de agua no potable, tomada del mismo parque.
[www.yelp.es]
Los niños tienen sus rincones reservados con muchos juegos. Igualmente, hay lugares para que se entretengan los perros. La flora es abundante y suele tener rótulos para conocer su especie y los nombres técnicos, así como los vulgares. Hay lugares temáticos, como el espacio de las tres culturas, o el de las estatuas, entre otros. También existen colinas dedicadas a diversos países con arquitecturas que se exhiben orgullosas ante los paseantes.

En el lago hay siempre peces y en diversos lugares pescadores de caña que esperan pacientemente, a veces en su sillita a ver si pican. Cuando lo hacen, son inmediatamente devueltos a su hábitat propio, porque nadie puede llevárselos para cocinarlos. También abundan las palomas, que inundan el camino, bastante desvergonzadas ellas. Los niños pequeños corren detrás para agarrar las, pero saltan y no se dejan. Algunos se quejan ante la mamá o el papá que los consuelan  en vano, tirándolos trocitos de pan para que se arremolinen de nuevo y el niño sonría otra vez.

No se ven parejas acurrucadas en el césped en el otoño, porque, incluso con sol, empieza a sentirse ya el frío. Ha llegado la estación otoñal, que se muestra orgullosa en el dorado de los árboles que parecen pintados por ese pintor tan natural y original que vuelve siempre año tras año.

A veces puedes cruzarte en el parque con algunos vecinos, que echan media mañana distraídos en él. Si se cansan, tienen bancos disponibles para sentarse un rato. Son personas en su retiro laboral, del que nadie se queja, que pueden tener una pensión corta, pero que son multimillonarios en tiempo, porque disponen de todo el que se les antoja, mientras sus nietos se están formando en el colegio cercano hasta las primeras horas de la tarde en que terminan para volver a casa de su mano. El ritmo vital es ahora muy distinto. Prisas y estrés laborales van desapareciendo con lentitud. Lejos quedan los tiempos en que más de uno deseaba aburrirse, o marcharse de vacaciones de verano o de invierno, porque sólo hace falta disponer de algunos recursos para desaparecer unos días, cuando apetezca.
[www.planesdefamilia.com]
La vida sigue también en el tiempo precioso del otoño. A veces lamentamos que sea tan corta esta estación que el verano se encarga de robar con su alargamiento, o se la arrebata el invierno que muchos años le muerde como si no quisiera, pero no puede pasar desapercibido. El frío invierno y el cálido verano no suplen, ciertamente, la frescura reconfortante de la temporada otoñal. El otoño tampoco puede renunciar a su propia identidad.

Huizinga, el historiador holandés, publicó en 1919, aunque se tradujo entre nosotros en 1930, una obra considerada pionera en su campo, El otoño de la Edad Media, que consideró la mentalidad medieval como decadente, sin vitalidad y con formas religiosas meramente externas. Véase un fragmento muy expresivo: "El fuego del odio y la violencia se eleva en altas llamaradas. La injusticia es poderosa, el diablo cubre con sus negras alas una tierra lúgubre, y la humanidad espera para en breve el término de las cosas". Resultan duras estas ideas de Huizinga y uno está tentado por compararlas con la época actual en que vivimos, puesto que no puede negarse que estamos, también ahora, rodeados de odio y violencia, no digamos la injusticia, ni de una humanidad que cuenta con todas las posibilidades de derrumbarse. Los bárbaros han llegado hace algún tiempo y habitan entre nosotros. Pero no deberíamos ponernos tan tétricos, mientras escribimos sobre paseos otoñales. El otoño de la vida no es ya la primavera, desde luego, pero tampoco es un invierno.
[planesdefamilia.com]
Hay que seguir dando caminatas otoñales y pensando entre coloridos amarillo-rojizos que, aunque nada impulsa a recrear las ideas, tampoco tenemos ningún derecho a renunciar a las mismas. El pensamiento tiene manos. Los haces de ideas, o ideologías, no han muerto, ni estamos en el final de la historia. Por el contrario, las utopías son razonables y necesarias para poder cambiar todo lo malo que encontremos en la sociedad. Ellas son la esperanza que alimenta -también ahora- a los seres humanos, porque constituye la condición de posibilidad de su existencia.

El otoño es un buen momento para soltar los lastres que ha podido dejar el verano, expulsar los sudores sufridos y limpiarse de tantas presunciones y bronceados estivales. Es una buena ocasión para que se evapore la ingesta de líquidos y alcoholes a los que casi nos obligan los calores. Es también el tiempo de alimentarse bien con materias sustantivas, siempre con moderación, que el organismo agradecerá. Y a quienes les gusten las setas que aprovechen para disfrutar de estos pequeños, pero sabrosos manjares de la buena tierra, si tenemos la suerte de que acompañan algunas lluvias.

Julián Arroyo Pomeda

Nota: Todas las ilustraciones son del parque Juan Carlos I (Madrid)