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miércoles, 16 de marzo de 2016

El poder del pensamiento



H
e leído una buena entrevista (*) hecha al profesor de matemáticas Josep Manel Marrasé, en la que lanza verdades que conviene convertir en objeto de reflexión.
Recordemos que nadie podía entrar en la Academia de Platón sin saber geometría. Y también, que para el filósofo griego las matemáticas eran el pensamiento en estado puro, porque carecen de existencia física. Para alcanzar el Bien hay que servirse de las matemáticas, que ayudan a comprender los objetos inteligibles, aunque sólo la Dialéctica llega a las ideas. Las matemáticas son "el preludio de la melodía que se debe aprender, [...] que no es otra cosa que la melodía que ejecuta la Dialéctica" (República 531d).

En el Menón describe como el esclavo llega a una verdad matemática mediante su propio razonamiento. Luego las matemáticas son connaturales al alma humana y sólo hace falta darse cuenta de ello y actualizar este saber. Los futuros gobernantes han de estudiar las ciencias matemáticas entre los 20 y los 30 años. Tan importantes son que, según Las Leyes, "los dioses no se resisten ni luchan contra las matemáticas".

J. M. Marrasé
El profesor Marrasé es muy diferente de tantos agoreros cavernícolas que pululan entre nosotros. Para empezar se licenció en Ciencias Químicas en la Universidad de Barcelona y luego se doctoró en Sociología y Ciencias políticas en la Universidad Pontificia de Salamanca. Ahora es profesor de matemáticas y trabaja en la Escuela Hamelin Internacional Laie de Alella (Barcelona). En 2013 publicó en Plataforma Editorial La alegría de educar, donde recogió sus experiencias personales de su larga carrera como docente. La alegría, dice, se puede mantener si se piensa sólo en los alumnos y su futuro para el que hay que educarlos. En este horizonte no cabe el desánimo ni el pesimismo, a pesar de todo lo que tenemos. Los profesores somos responsables de esta importante función: construir el futuro. Alegría, pues.

Además, en su aula está siempre presente la formación humanista. Primero, educar y hacer buenas personas a los estudiantes, con valores; después, los contenidos de cada materia. No al revés. Esta dimensión les facilitará poder relacionarse con los demás, superar una entrevista de trabajo y funcionar en equipo. También enriquecerá las relaciones personales. En la pizarra de sus clases a veces aparece una frase de un filósofo clásico, un pensamiento de Mafalda, o una reflexión ética.
 
No es fácil educar y enseñar. Las técnicas pedagógicas o las diversas tecnologías instrumentales no pueden impedir que cuando el profesor entra en su aula se encuentre solo frente a sus alumnos. Sin su ayuda nada se puede hacer. Por eso hay que atenderlos con sensibilidad y estar pendientes de sus emociones y sentimientos, que siempre nos interpelan.

Portada del libro
Concibe Marrasé las matemáticas como belleza y armonía que ha de cautivar nuestra sensibilidad estética. Y cree que sí se pueden comprender y disfrutar. Estimulan la perspectiva mental y la abren y enriquecen. Ahora acaba de publicar otro libro, también en Plataforma, La belleza de las matemáticas. Son importantes no por su utilidad, que la tienen, en las computadoras, en la música, en el diseño del motor de un automóvil, en los planos arquitectónicos, en economía, en Psicología, en Sociología, en el GPS que nos dice la dirección a seguir. Forman parte de nuestras tareas cotidianas. Pero lo esencial en ellas es su belleza, que constituye un reto intelectual para acercarse a las mismas.

En matemáticas hay que razonar, deducir, extraer conclusiones. Pero, igualmente, hay que ser creativos y flexibles para interpretar los datos. Para esto la cabeza debe estar en su sitio y extraer de ella la inteligencia lógico-matemática. También se hace esto en Filosofía, que utiliza siempre las capacidades del pensamiento. Todo el mundo puede emplear estas capacidades y realizar las actividades correspondientes. ¿Quién ha dicho que esto no puede entenderse con un adiestramiento adecuado? Conozco a una persona que suspendía las matemáticas hasta que un profesor se las explicó personalmente. Entonces empezó a disfrutarlas y se entusiasmó con ellas, porque vio la luz. Después hizo estudios de filosofía por circunstancias de la vida y acabó doctorándose en esta materia. Las matemáticas están cerca de la filosofía y la proporcionan, en expresión de V. Gómez Pin oxígeno, y la filosofía es "el verdadero oxígeno de nuestro espíritu", quien nos "protege de la barbarie y la estupidez" (Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen. Espasa) y nos enseña a ser humanos.

Cualquiera puede entender las matemáticas por la razón de que "son de una lógica irresistible", dice Marrasé. Y, haciendo una hipérbole, continúa así: "Una hormiga debidamente sentada en clase y atenta las entendería". Qué suerte la de la hormiga. Se trata de saber, primero, y lo de aprobar vendrá por añadidura. No se puede cerrar la mente: hay que desconectar para que vengan las ideas. Después es necesaria mucha disciplina y austeridad. A los niños no se les puede dar todo hecho, porque entonces no se esforzarán por encontrar la solución de un problema, ni se aventurarán a dar el primer paso por temor a tropezar. Aunque tropiecen y se caigan, ¿qué pasa? Nada, si les enseñamos a levantarse y a empezar nuevamente. La vida es muy compleja y lo más normal es caerse. Lo peligroso es permanecer caído y semidestrozado.

Limitar la filosofía en bachillerato y hasta suprimirla es lo mismo que impedir que la gente pueda pensar. Esto también lo cree Marrasé, que para sintetizar la entrevista cuenta un chiste a su entrevistadora. Es éste: "¿Sabe por qué la libreta de martes se ha suicidado? [...]. Porque estaba llena de problemas".


No se trata aquí del poder del pensamiento positivo, ni de sus capacidades curativas, ni del optimismo, ni de la neurociencias, ni de alquimias, ni de actuar de modo flexible ante el futuro, ni de su comparación con el cuerpo, ni de la supraconciencia, ni de ninguna de las cosas que tanto se usan para que nos resulten sorprendentes. Se trata de cuestionar que el poder del Estado constriña el pensamiento y quiera dominarlo y violentarlo. Así impide la creación, la crítica, la libertad personal, el cuestionar lo que sucede, sometiéndonos a la información dominante. De este modo puede conseguir "que creer en este mundo, en esta vida, se haya vuelto nuestra tarea más difícil", como escribía Deleuze.

Anteriormente, la filosofía estuvo controlada por la teología, que con gran arrogancia la convirtió en sierva, aunque Kant con fina ironía escribió que "siempre existirá la duda de saber si ésta porta la antorcha delante de su graciosa dama o si, detrás de ella lleva su manto" (El conflicto de  las facultades); ahora, en cambio, es el Poder político quien intenta dominarla. Pero es inútil, porque siempre ha tenido la exigencia de "ser libre" y "también dejar en libertad a los demás", sigue Kant. Y pide respeto para la filosofía, porque presenta públicamente sus posiciones en el ejercicio público de la razón, que es su función específica y legítima, se quejaba Kant en su tiempo frente a eclesiásticos, juristas y médicos. Ahora puede ser la Ciencia la que se imponga. El físico norteamericano Leonard Mlodinov plantea de nuevo la necesidad del equilibrio: 
"Pero del mismo modo que la ciencia desempeña un papel fundamental en la formación de los patrones del pensamiento humano, no es menos cierto que los patrones del pensamiento humano han jugado un rol decisivo en la formación de nuestras teorías científicas" (Las lagartijas no se hacen preguntas, página 18).

Julián Arroyo Pomeda

(*) En El Periódico, 13 de marzo 2016