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on ocasión de la presentación del
libro de Javier Herrera, Luis Buñuel en
su archivo, publicado por Fondo de Cultura Económica, en la Filmoteca
Nacional, he podido ver de nuevo la película
Los olvidados del mejor director de cine español, que ofreció la
institución a los asistentes para que disfrutaran de un momento mágico, el
pasado jueves, día 19 de mayo.
De la película se ha escrito
tanto que puede resultar temerario hacer un mínimo comentario más, pero la
publicación de un nuevo libro bien lo merece. Como siempre ocurre con los
clásicos, este filme es también intemporal. Estrenado en 1950 en México ha
envejecido tan bien que todavía resulta de actualidad: la miseria, la pobreza y
la desigualdad social no han sido erradicados, sino que, incluso, se
acrecientan en la primera década del siglo XXI.
Ficha técnica
breve: México. 1950. B/N. Duración: 80’. Género: Drama social. Dirección: Luis
Buñuel. Guión: Luis Buñuel y Luis Alcoriza. Música: Rodolfo Halffter sobre
temas de Gustavo Pittaluga. Producción: Óscar Dacingers. Reparto: Roberto Cobo
(El Jaibo), Alfonso Mejía (Pedro), Stella Inda (madre de Pedro), Miguel Inglán
(El ciego), Mario Ramírez (Ojitos), Alma Delia (Merche), Efraín Arauz
(Cacarizo)
Ya se sabe que no gustó en México
y apenas se exhibió durante una semana. Sólo volvió de nuevo cuando fue
premiada en Cannes, con el reconocimiento a Buñuel de mejor director. El
retrato que hace de México es brutal, sí, pero su autor no inventó nada, porque
esa realidad existía en los barrios que visitó durante varios meses y en los
archivos del Tribunal de Menores, en los que se documentó. Además, no se trata
de un problema local, sino universal: el desarrollismo y la
opulencia originan cada vez más "olvidados" en cualquier sitio. Vale
la pena citar la voz en off del
inicio de la película con las imágenes de Londres, Nueva York y París, a base
de fundidos encadenados:
“Las grandes ciudades modernas, Nueva York, París, Londres, esconden tras sus magníficos edificios hogares de miseria que albergan niños malnutridos, sin higiene, sin escuela, semillero de futuros delincuentes. La sociedad trata de corregir este mal pero el éxito de sus esfuerzos es muy limitado. Sólo en un futuro próximo podrán ser reivindicados los derechos del niño y del adolescente para que sean útiles a la sociedad. México, la gran ciudad moderna, no es la excepción a esta regla universal, por eso esta película, basada en hechos de la vida real, no es optimista y deja la solución del problema a las fuerzas progresistas de la sociedad”.
[Cartel del estreno] |
La desgarrada historia empieza con El Jaibo (Roberto Cobo), escapado de un correccional que viene dispuesto a vengarse de Julián (Javier Amezcua) por pensar que fue el que le denunció. Se hace jefe de un grupo de chicos adolescentes que sobreviven en la calle a base de hurtos, delincuencia e ir huyendo de la policía. No respetan nada y se ceban con ciegos y tullidos. Logra asesinarle en presencia de Pedro (Alfonso Mejía), quien le delata ante los chicos, cuando le acusan de haber robado un cuchillo con empuñadura de plata en la herrería en que trabajaba. Fiel a su lema ("a mí el que me la hacen nada para"), acabará con Pedro a palos, siendo él mismo tiroteado por la policía, a la que ha acudido el ciego Don Carmelo (Miguel Inclán), que acogió a "Ojitos", mientras esperaba a su padre.
No se queda en un cine social, ni
siquiera neorrealista, sino que plantea crudamente la descripción de la miseria y sus causas. El director de
la granja-escuela, ante la pregunta de uno de sus subalternos por su sonrisa,
le contesta: "Pensaba que, si en lugar de a éstos, pudiéramos encerrar
para siempre la miseria". Pero no puede, porque no lo permite la situación
social y los personajes carecen de la mínima afectividad humana en un entorno
de pobreza total, que les impide siquiera saciar un mínimo de hambre. No es
nada sorprendente que se unan a cualquier líder, especialmente si, como Jaibo,
es "requetemacho y no le tiene miedo a nadie". Jaibo es muy
consciente de la situación y por eso se ofrece a la cuadrilla: "cómo se conoce
que andaba yo encajonado. Pero ahora van a ver. He aprendido mucho allá, y si
hacen lo que yo les digo a ninguno les faltará su centavo".
No hay salida
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e muestra la profundísima
realidad sin moralina alguna, sin el más mínimo sentimentalismo: los niños son
como los perros, que viven en la calle de lo que pillan con la amenaza de ser
matados a palos, ya que son escoria despreciable y sarnosa. Al espectador sólo
le queda aguantar la contemplación de las imágenes con el corazón encogido, o
abandonar la sala de proyección. No hay consuelo ninguno, sólo la verdad
desnuda: "Tengo simpatía por los que se esfuerzan en buscar la verdad;
disiento de los que hablan como si la hubieran encontrado" (Buñuel, en Mi último suspiro).
Jaibo mata a Julián en presencia de Pedro [pelispototo.com] |
La pandilla arropa y cubre las fechorías y maldades. Están unidos por
intimidación, sin otro lazo de cohesión. Salvo alguna excepción, que tampoco
actúa en consecuencia, nadie sospecha ni cuestiona nada. Bastante tienen con
aprender a sobrevivir. Todos se encuentran atemorizados por otras víctimas.
Todo es fruto del azar. Así, Pedro le dice su madre que quiere portarse bien,
"pero no sé cómo". Ante lo que ella le entrega a la institución
correspondiente, porque no sabe lo que hacer con él: "¡Castíguenlo hasta
que escarmiente!". Y Merche, la amiga de Pedro, le dice a su abuelo que ha
visto cómo le ha matado Jaibo, que sabe que fue él. Pero el abuelo lo tiene
claro: "Pues te callas, porque nos pueden echar la culpa a nosotros".
Y la madre de Pedro se cruza con los dos en otra escena escalofriante, mientras
se llevan a su hijo en la burra para tirarle al vertedero. A su vez, Don
Carmelo obliga a "Ojitos" a que le digan quién mató a Pedro y
denuncia a Jaibo a la policía. Cuando le tirotean exclama orgulloso y
satisfecho: "Ojalá los mataran a todos antes de nacer". También
"Ojitos" ha sido abandonado por su padre para no tener que darle de
comer.
La Iglesia permanece ciega ante la realidad de la delincuencia
juvenil. En la magnífica escena del sueño de Pedro -un prodigio de factura- se
comunica con la madre, que le ha negado un plato de comida y ahora le ofrece un
gran trozo de carne, mientras en la pared puede visualizarse una gran cruz. A
la sutileza acostumbrada de Buñuel no le hace falta más para sugerir que la
Iglesia está aliada con el Gobierno del Estado, todavía más ciego que Don
Carmelo y que encubre la realidad mediante frases como ésta: "Uno menos,
así irán cayendo todos". Es decir, acabarán los problemas, cuando caigan
todos, lo que ocurrirá poco a poco.
La educación tampoco es la solución. El director de la granja-escuela
fracasa rotundamente. No sólo pierde 50 pesos que le ha dado a Pedro para que
le compre cigarrillos, sino que éste muere a manos de Jaibo. La película tiene
un final alternativo, que nunca se usó y que salvaba la situación. El Progreso, al que acude la película en
la voz en off del principio, también es
un fracaso. La Modernidad, con la escuela y las instituciones, tampoco
soluciona el problema.
Por lo demás, la película es muy buñuelesca.
Destaca la presencia de lo metafórico permanentemente: la sociedad con todos
sus miembros influyentes está ciega. Abundan los animales como en todas las
películas del aragonés. Se ha dicho que constituyen sus obsesiones eternas,
bueno, ¿qué más da? Lo cierto es que hay
gallinas blancas y negras. Unas veces Pedro las cuida y otras las apalea,
descargando su tremenda rabia en los pobres animales. Hay también palomas. Con una de ellas Don Carmelo
trata de curar a una enferma, frotándola sobre su espalda. Hay pájaros, especialmente en la escena del
sueño de Pedro. Hay muchos perros
callejeros, famélicos y sarnosos. El gallinero es el lugar donde apalea Jaibo a
Pedro. Hay una burra, que conduce el cadáver de Pedro al estercolero.
Merche con el ciego [ditritocine.com] |
Con no menor fuerza está presente
la sexualidad. Pedro desea el cariño
de su madre, que no consigue, pero Jaibo se la come con miradas perversas y
logra poseerla. Merche se frota los muslos con leche de cabra, por consejo del
ciego, y es muy atractiva. El ciego la toca, acosándola, pero logra zafarse
porque, de lo contrario, habría sido violada. Hay pedofilia: a Pedro le ofrece
dinero un homosexual, que sólo escapa ante la llegada de un policía. La escena
se ofrece desde un escaparate. Las mujeres lavando sus pies dan una imagen muy
sensual. Todo muy típico de Buñuel, que le hace inconfundible. Algunos
personajes nos cautivan, otros producen un absoluto rechazo, pero no son
completamente buenos o malos. Sólo son seres humanos. A Buñuel le gustaba
provocar para impulsar, igualmente, nuestra reflexión.
El sueño de Pedro [gencineexin.com] |
Desde el punto de vista
cinematográfico hay una narración rigurosa que muestra las situaciones de
pobreza de manera visual, con travelling
para los espacios y profundidad de campo, que nos mete en las casas-chabolas de
una realidad social muy presente. Dramatiza las escenas con creciente
intensidad hasta helar al espectador en el último momento en que la madre de
Pedro se cruza con los que le trasportan muerto. Quizás la escena más
impresionante es la onírica de Pedro, mientras duerme en un jergón. Hay aquí
una atmósfera profunda de misterio (“Soy
enemigo de la ciencia y amigo del misterio”, escribe en Mi último suspiro) con claro-oscuros y mezcla de realidad y sueños.
Verdaderamente brilla por su lucimiento la cámara de Gabriel Figueroa. Estéticamente
tiene niveles de sublimidad. En definitiva, estamos ante una obra maestra.
Julián Arroyo Pomeda