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domingo, 22 de mayo de 2016

Enterrar para siempre la miseria


C
on ocasión de la presentación del libro de Javier Herrera, Luis Buñuel en su archivo, publicado por Fondo de Cultura Económica, en la Filmoteca Nacional, he podido ver de nuevo la película Los olvidados del mejor director de cine español, que ofreció la institución a los asistentes para que disfrutaran de un momento mágico, el pasado jueves, día 19 de mayo.


De la película se ha escrito tanto que puede resultar temerario hacer un mínimo comentario más, pero la publicación de un nuevo libro bien lo merece. Como siempre ocurre con los clásicos, este filme es también intemporal. Estrenado en 1950 en México ha envejecido tan bien que todavía resulta de actualidad: la miseria, la pobreza y la desigualdad social no han sido erradicados, sino que, incluso, se acrecientan en la primera década del siglo XXI.

Ficha técnica breve: México. 1950. B/N. Duración: 80’. Género: Drama social. Dirección: Luis Buñuel. Guión: Luis Buñuel y Luis Alcoriza. Música: Rodolfo Halffter sobre temas de Gustavo Pittaluga. Producción: Óscar Dacingers. Reparto: Roberto Cobo (El Jaibo), Alfonso Mejía (Pedro), Stella Inda (madre de Pedro), Miguel Inglán (El ciego), Mario Ramírez (Ojitos), Alma Delia (Merche), Efraín Arauz (Cacarizo)

Ya se sabe que no gustó en México y apenas se exhibió durante una semana. Sólo volvió de nuevo cuando fue premiada en Cannes, con el reconocimiento a Buñuel de mejor director. El retrato que hace de México es brutal, sí, pero su autor no inventó nada, porque esa realidad existía en los barrios que visitó durante varios meses y en los archivos del Tribunal de Menores, en los que se documentó. Además, no se trata de un problema local, sino universal: el desarrollismo y la opulencia originan cada vez más "olvidados" en cualquier sitio. Vale la pena citar la voz en off del inicio de la película con las imágenes de Londres, Nueva York y París, a base de fundidos encadenados:

“Las grandes ciudades modernas, Nueva York, París, Londres, esconden tras sus magníficos edificios hogares de miseria que albergan niños malnutridos, sin higiene, sin escuela, semillero de futuros delincuentes. La sociedad trata de corregir este mal pero el éxito de sus esfuerzos es muy limitado. Sólo en un futuro próximo podrán ser reivindicados los derechos del niño y del adolescente para que sean útiles a la sociedad. México, la gran ciudad moderna, no es la excepción a esta regla universal, por eso esta película, basada en hechos de la vida real, no es optimista y deja la solución del problema a las fuerzas progresistas de la sociedad”.
[Cartel del estreno]

La desgarrada historia empieza con El Jaibo (Roberto Cobo), escapado de un correccional que viene dispuesto a vengarse de Julián (Javier Amezcua) por pensar que fue el que le denunció. Se hace jefe de un grupo de chicos adolescentes que sobreviven en la calle a base de hurtos, delincuencia e ir huyendo de la policía. No respetan nada y se ceban con ciegos y tullidos. Logra asesinarle en presencia de Pedro (Alfonso Mejía), quien le delata ante los chicos, cuando le acusan de haber robado un cuchillo con empuñadura de plata en la herrería en que trabajaba. Fiel a su lema ("a mí el que me la hacen nada para"), acabará con Pedro a palos, siendo él mismo tiroteado por la policía, a la que ha acudido el ciego Don Carmelo (Miguel Inclán), que acogió a "Ojitos", mientras esperaba a su padre.

No se queda en un cine social, ni siquiera neorrealista, sino que plantea crudamente la descripción de la miseria y sus causas. El director de la granja-escuela, ante la pregunta de uno de sus subalternos por su sonrisa, le contesta: "Pensaba que, si en lugar de a éstos, pudiéramos encerrar para siempre la miseria". Pero no puede, porque no lo permite la situación social y los personajes carecen de la mínima afectividad humana en un entorno de pobreza total, que les impide siquiera saciar un mínimo de hambre. No es nada sorprendente que se unan a cualquier líder, especialmente si, como Jaibo, es "requetemacho y no le tiene miedo a nadie". Jaibo es muy consciente de la situación y por eso se ofrece a la cuadrilla: "cómo se conoce que andaba yo encajonado. Pero ahora van a ver. He aprendido mucho allá, y si hacen lo que yo les digo a ninguno les faltará su centavo".

No hay salida

S
e muestra la profundísima realidad sin moralina alguna, sin el más mínimo sentimentalismo: los niños son como los perros, que viven en la calle de lo que pillan con la amenaza de ser matados a palos, ya que son escoria despreciable y sarnosa. Al espectador sólo le queda aguantar la contemplación de las imágenes con el corazón encogido, o abandonar la sala de proyección. No hay consuelo ninguno, sólo la verdad desnuda: "Tengo simpatía por los que se esfuerzan en buscar la verdad; disiento de los que hablan como si la hubieran encontrado" (Buñuel, en Mi último suspiro).

Jaibo mata a Julián en presencia de Pedro [pelispototo.com]

La pandilla arropa y cubre las fechorías y maldades. Están unidos por intimidación, sin otro lazo de cohesión. Salvo alguna excepción, que tampoco actúa en consecuencia, nadie sospecha ni cuestiona nada. Bastante tienen con aprender a sobrevivir. Todos se encuentran atemorizados por otras víctimas. Todo es fruto del azar. Así, Pedro le dice su madre que quiere portarse bien, "pero no sé cómo". Ante lo que ella le entrega a la institución correspondiente, porque no sabe lo que hacer con él: "¡Castíguenlo hasta que escarmiente!". Y Merche, la amiga de Pedro, le dice a su abuelo que ha visto cómo le ha matado Jaibo, que sabe que fue él. Pero el abuelo lo tiene claro: "Pues te callas, porque nos pueden echar la culpa a nosotros". Y la madre de Pedro se cruza con los dos en otra escena escalofriante, mientras se llevan a su hijo en la burra para tirarle al vertedero. A su vez, Don Carmelo obliga a "Ojitos" a que le digan quién mató a Pedro y denuncia a Jaibo a la policía. Cuando le tirotean exclama orgulloso y satisfecho: "Ojalá los mataran a todos antes de nacer". También "Ojitos" ha sido abandonado por su padre para no tener que darle de comer.

La Iglesia permanece ciega ante la realidad de la delincuencia juvenil. En la magnífica escena del sueño de Pedro -un prodigio de factura- se comunica con la madre, que le ha negado un plato de comida y ahora le ofrece un gran trozo de carne, mientras en la pared puede visualizarse una gran cruz. A la sutileza acostumbrada de Buñuel no le hace falta más para sugerir que la Iglesia está aliada con el Gobierno del Estado, todavía más ciego que Don Carmelo y que encubre la realidad mediante frases como ésta: "Uno menos, así irán cayendo todos". Es decir, acabarán los problemas, cuando caigan todos, lo que ocurrirá poco a poco.

La educación tampoco es la solución. El director de la granja-escuela fracasa rotundamente. No sólo pierde 50 pesos que le ha dado a Pedro para que le compre cigarrillos, sino que éste muere a manos de Jaibo. La película tiene un final alternativo, que nunca se usó y que salvaba la situación. El Progreso, al que acude la película en la voz en off del principio, también es un fracaso. La Modernidad, con la escuela y las instituciones, tampoco soluciona el problema.

Por lo demás, la película es muy buñuelesca. Destaca la presencia de lo metafórico permanentemente: la sociedad con todos sus miembros influyentes está ciega. Abundan los animales como en todas las películas del aragonés. Se ha dicho que constituyen sus obsesiones eternas, bueno, ¿qué más da? Lo cierto es que hay gallinas blancas y negras. Unas veces Pedro las cuida y otras las apalea, descargando su tremenda rabia en los pobres animales. Hay también palomas. Con una de ellas Don Carmelo trata de curar a una enferma, frotándola sobre su espalda. Hay pájaros, especialmente en la escena del sueño de Pedro. Hay muchos perros callejeros, famélicos y sarnosos. El gallinero es el lugar donde apalea Jaibo a Pedro. Hay una burra, que conduce el cadáver de Pedro al estercolero.

Merche con el ciego [ditritocine.com]

Con no menor fuerza está presente la sexualidad. Pedro desea el cariño de su madre, que no consigue, pero Jaibo se la come con miradas perversas y logra poseerla. Merche se frota los muslos con leche de cabra, por consejo del ciego, y es muy atractiva. El ciego la toca, acosándola, pero logra zafarse porque, de lo contrario, habría sido violada. Hay pedofilia: a Pedro le ofrece dinero un homosexual, que sólo escapa ante la llegada de un policía. La escena se ofrece desde un escaparate. Las mujeres lavando sus pies dan una imagen muy sensual. Todo muy típico de Buñuel, que le hace inconfundible. Algunos personajes nos cautivan, otros producen un absoluto rechazo, pero no son completamente buenos o malos. Sólo son seres humanos. A Buñuel le gustaba provocar para impulsar, igualmente, nuestra reflexión.

El sueño de Pedro [gencineexin.com]

Desde el punto de vista cinematográfico hay una narración rigurosa que muestra las situaciones de pobreza de manera visual, con travelling para los espacios y profundidad de campo, que nos mete en las casas-chabolas de una realidad social muy presente. Dramatiza las escenas con creciente intensidad hasta helar al espectador en el último momento en que la madre de Pedro se cruza con los que le trasportan muerto. Quizás la escena más impresionante es la onírica de Pedro, mientras duerme en un jergón. Hay aquí una atmósfera profunda de misterio  (“Soy enemigo de la ciencia y amigo del misterio”, escribe en Mi último suspiro) con claro-oscuros y mezcla de realidad y sueños. Verdaderamente brilla por su lucimiento la cámara de Gabriel Figueroa. Estéticamente tiene niveles de sublimidad. En definitiva, estamos ante una obra maestra.

Julián Arroyo Pomeda