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domingo, 15 de marzo de 2020

El premio César a Polanski



 “Solo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma” (Émile Zola. París, 13 de enero de 1898).

Vi la película de Polanski. Me pareció grande en cuanto a su factura, la interpretación de los actores y la solidez del guión. El director se mantiene a la altura cinematográfica de siempre, aunque esta no sea su mejor obra, y maneja como nadie el enfoque del cine clásico. Es magnífica su puesta en escena y el interés no decae en ningún momento.

Polanski cometió una villanía inclasificable hace más de cuarenta años, cuando violó a una niña de trece. Lo reconoce, pero alega que el sexo fue consentido. Con esta edad no se puede consentir nada y actuó como un auténtico descerebrado. Desde entonces lleva pagando su pasado, aunque ha burlado la cárcel. Por eso comprendo muy bien que se considere una vergüenza la concesión del premio César francés y que varias personas salieran de la sala, porque no lo soportaron. La actriz Florence Foresti declaró que estaba disgustada (écoeurée) y que no perdona a Polanski. Además, no es el único caso. Sin embargo, ¿qué podría hacer una Academia, si el film había recibido más nominaciones que nadie, como dijo la directora Claire Denis? La controversia estaba servida y la indignación fue sonora.

Los premios César del cine francés distinguen las mejores películas y equivalen a los Oscar de Hollywood. Desde su creación en 1975 se han ganado el prestigio internacional merecido y la ceremonia de entrega constituye un espectáculo. Tampoco es la primera vez que se lo dan a Polanski, aunque, probablemente, será la última. Algunos premios han sido polémicos, pero lo que no pueden perder es el prestigio logrado de trofeo emblemático.

Ahora bien, ¿hay que condecorar a un artista en virtud de la calidad de su trabajo, aunque se haya mostrado miserable por sus actos humanos, o prescindir de la calidad de una obra por el rechazo social que una persona provoca? Esto no es fácil de resolver. De hecho Claire Denis y Emmanuelle Bercot no dudaron en entregar el premio. Informamos de una votación, dice Denis, no emitimos un veredicto. Y ante la pregunta de si entendía el gesto de las personas que se ausentaron, contestó que no es insensible al dolor de los demás. La cuestión es si valoramos una película magnífica o la persona que la filmó. Una cosa no quita la otra, por supuesto. ¿Premiar a Polanski es dar una bofetada y echar un escupitajo a las víctimas? Desde luego que la irracionalidad no puede triunfar. Cualquier institución tiene la obligación de dar ejemplo. Roman Polanski lo sabe, sin duda, por eso su película está planteada en términos de estructura racional y no emocional. No se le puede negar inteligencia.

Ha hecho un gran cine, que puede llevarnos a pensar lo extraña que es nuestra cultura, no sólo la actual, sino la de todos los tiempos. Cultura es como el cultivo de nuestras capacidades mejores, pero la cultura no es algo natural, sino que muchas veces está contra la naturaleza, aunque igualmente pueda sublimarla. Este debate sigue abierto en la actualidad, sólo hace falta ser un poco observadores para darnos cuenta de ello.

Personalmente, sí creo que la película es acreedora de un gran Premio, otra cosa es que nuestra idiosincrasia natural nos pida que dejemos que el autor se pudra en prisión. La violencia actual contra las mujeres no permite el mínimo titubeo para dar un paso atrás. Sería una injusticia colosal.
Lo que pasa es que a Polanski ya no se le puede sacar de su contexto, que fue dramático, trágico y hasta siniestro: no se debe separar la obra de su vida. Y en esta última hay veces en que uno es a la vez víctima y verdugo. A él se le da mejor presentarse como víctima, ocultando lo de verdugo. El paralelismo Dreyfus-Polanski es inevitable, aunque también hay que decir que la película no se enfoca hacia el oficial, sino que aquí el héroe es Picquart, un militar integro y lleno de nobleza, que sólo busca encontrar la verdad. "Hacer una película como esta ayuda mucho. En la historia a veces encuentro momentos que he experimentado, puedo ver la misma determinación por negar los hechos y condenarme por cosas que no hice".

De otra parte, hay que reconocer la valentía de Polanski para denunciar la corrupción del París del siglo XIX y su política escandalosa con un férreo control militar. Esta situación supera el fin de siglo y lo trasciende para ir más allá. Todavía hoy el antisemitismo sigue vigente, así como el odio, las violencias y la intolerancia. Actualmente, y más que nunca, la posverdad puede destrozar la vida de cualquier persona, condenándola ininterrumpidamente. Disfrutamos de más derechos que nunca, pero sobre el papel y de un modo teórico, porque cada vez tenemos la posibilidad de acceder a menos. Las desigualdades y servidumbres son el menú cotidiano sangrante. ¿Quién será hoy el Zola que lo denuncie, incluso a costa de su propia vida?

Julián Arroyo Pomeda