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sábado, 14 de junio de 2014

1. La filosofía, su sentido, su necesidad y su historia (parte segunda) (*)

4. Necesidad y sentido de la filosofía

La filosofía es necesaria para el ser humano, y en especial en la etapa de la adolescencia, en la que todavía no se está forzado por necesidades exteriores y la mente se encuentra limpia para interesarse por la verdad de las cosas y los compromisos en favor de la dignidad y la justicia. La inteligencia es más libre en este momento, pues no la presionan intereses tan limitados en el cumplimiento.

En la adolescencia y juventud el ser humano se está formando, a lo que la filosofía contribuye como paideía, educación o formación, que entre los griegos proporcionaba un carácter humano, mediante la cultura. En esta época se corre el peligro de abandonarse a los dogmatismos, que renuncian a cuestionar las afirmaciones hechas sin argumentos razonables. Aquí incide la filosofía, interrogando con su actitud crítica para que uno sea capaz de pensar por sí mismo en cualquier situación.

También se puede caer en irracionalidades, a las que hay que enfrentarse, sometiéndolas a la duda. La seguridad de los dogmatismos disminuye, cuando se critican las situaciones, y el conocimiento y los juicios evitan muchas irracionalidades.

Ejercer la racionalidad implica necesariamente liberarse de imposiciones y actuar de manera autónoma. Nos bombardean cotidianamente las opiniones y los lemas que se lanzan en los medios de comunicación social, creando ideas y argumentarios de todo tipo. Precisamente, saber permite desideologizar la mente y abrir nuevas perspectivas al pensamiento, enriqueciéndolo y disminuyendo adhesiones sin fisuras.
El valor de la filosofía, su sentido y necesidad va en paralelo con la vida, porque vivir es, ineludiblemente, elegir, y para elegir hay que pensar. Pensar es la propiedad esencial del ser humano, por eso Descartes le describía como res cogitans, o pensamiento. 

Ortega y Gasset conectaba el pensamiento con la vida: no se puede vivir sin filosofar, porque la vida plantea problemas y se necesita pensar en algunas respuestas, es inevitable. El acto de pensar origina teorías y se piensa sobre la totalidad de lo que acontece, expresándolo luego en el lenguaje, que es la casa común del ser.
El sentido de la filosofía ha sido siempre buscar la verdad que no se encuentra de golpe, sino a fuerza de seguir buscándola. Si hay pluralidad de doctrinas en filosofía, esto hace posible, precisamente, la búsqueda, que se concreta en formulaciones y revisiones críticas. Foucault llega a decir que la verdad sólo existe como lenguaje, dado que el lenguaje es necesario para poder expresarla.

Frente a la ciencia, que se caracteriza por la objetividad, porque se analizan los contenidos desde el exterior, sin que tenga que implicarse, necesariamente, el sujeto, y la poesía, que es pura subjetividad de sentimientos, la filosofía consiste en ser objetividad contada por el sujeto. La filosofía es objetividad narrativa. 

Sócrates enseñó magistralmente que una vida sin filosofía no merecía la pena ser vivida. Filosofar para conocerse a sí mismo y hacerse hombre y ciudadano. La filosofía es necesaria inicial y colectivamente, es decir, es para toda la humanidad.

No sólo se necesita saber cómo funciona algo, lo que es propio de la ciencia, sino también qué es algo y porqué lo es. Por tanto, importa conocer en qué es nuestra condición humana y cuál es su sentido en el mundo. No todo puede ser instrumental útil para algo, también existen los fines en sí mismos, aunque requieran medios.
 Todo esto exige el esfuerzo del aprendizaje y la práctica, que no es algo hueco y vacío, sino un quehacer histórico, que busca permanentemente el encuentro con la verdad. Esta es la misión de la filosofía, la única ciencia libre, según Aristóteles, que se interna en lo desconocido, que pueda afectar al ser humano. De nuevo se impone sorprendernos ante el curso de los acontecimientos, que son cada vez más abundantes e incomprensibles. El objetivo es siempre conocer para salir de la ignorancia.

De hecho, el valor de la filosofía debe ser buscado en una larga medida en su real incertidumbre. El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a hacerse preciso, definido, obvio, los objetos habituales no le suscitan problema alguno, y las posibilidades no familiares son desdeñosamente rechazadas. Desde el momento en que empezamos a filosofar, hallamos, por el contrario, como hemos visto en nuestros primeros capítulos, que aun los objetos más ordinarios conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas muy incompletas. La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre. Así, el disminuir nuestro sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda liberadora y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración presentando los objetos familiares en un aspecto no familiar…
Para resumir nuestro análisis sobre el valor de la filosofía: la filosofía debe ser estudiada, no por las respuestas concretas a los problemas que plantea, puesto que, por lo general, ninguna respuesta precisa puede ser conocida como verdadera, sino más bien por el valor de los problemas mismos; porque estos problemas amplían nuestra concepción de lo posible, enriquecen nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad dogmática que cierra el espíritu a la investigación, pero, ante todo, porque por la grandeza del Universo que la filosofía contempla, el espíritu se hace a su vez grande, y llega a ser capaz de la unión con el Universo que constituye su supremo bien. (Bertrand Russell, Los  problemas de la filosofía).

Cuestiones
1. ¿Cuál es el problema que plantea el texto y cómo lo resuelve?
2. Indicar las principales tesis del texto.
3. Especificar la argumentación empleada.
4. Explicar la expresión: el valor de la filosofía es su “radical incertidumbre”.
5. ¿En qué consiste “el valor de los problemas mismos? ¿Puede tener valor un problema como tal?
Julián Arroyo Pomeda

Ilustraciones: philosop..., derecho y democracia.es, akifrases.com, e-yorredebabel.com, biografiasyvida.com


(*) Esta es la segunda parte de le Unidad 1 del currículo de Filosofía LOMCE. El resto de las unidades podrá verse en Editorial Coloquio, de Madrid, a partir del próximo mes de mayo.