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jueves, 9 de mayo de 2019

El (pésimo) estilo de los políticos


Hoy nosotros estamos acostumbrados a insultarnos. Un político insulta a otro, un vecino insulta a otro, también en las familias se insultan entre ellos. No me atrevo a decir que hay una cultura del insulto, pero el insulto es un arma a la mano. Papa Francisco, Rueda de prensa en su viaje a Bulgaria y Macedonia del Norte.

Los políticos elegidos por el pueblo representan a los ciudadanos en la casa de la democracia, sea el Parlamento o el Senado. Qué menos que mostrarse ejemplares ante sus votantes y poner el alma en la defensa de sus intereses. Cualquiera que lea esto se sonreirá ante tales afirmaciones, que sólo ocurren por excepción, pero que no son la regla ni mucho menos. Por el contrario, lo que se lleva es la confrontación, el insulto, las interrupciones constantes en el debate y el menosprecio del que se considera adversario político.

A finales de abril pudimos ver en televisión los debates a cuatro, contemplando atónitos cómo se despedazaban entre sí con expresiones de lo más desagradables: ‘no mienta’, ‘todo es mentira’, ‘no se ponga nervioso’, ‘yo no he dicho eso’, y demás calaña. El déjeme terminar o no me interrumpa no deja de decirse una y otra vez. De este modo el sentido de Estado brilló por su ausencia, se notaba el bajo nivel y a muchos les horroriza que esas personas nos vayan a gobernar.

Todo esto se remonta a legislaturas anteriores en las que cada cual echaba el resto por sobresalir y alcanzar titulares escandalosos. Ante la inmersión lingüística en Catalunya, un político dijo que es como dejar que los pederastas campen a sus anchas. Otro llamó mariposón al presidente del gobierno de entonces, aclarando que ocupaba un cargo ahora y otro después. El presidente Zapatero fue lo peor que le ha ocurrido a la democracia española después de Tejero. De Santamaría se dijo que era una monja novata. Un ex presidente de Comunidad Autónoma estableció que Hitler y Mussolini destruyeron el sistema desde dentro y que esta clase de golpismo también lo practicaba el presidente de la Generalitat. Un ministro del gobierno afirmó que el aborto y ETA tenían algo que ver. Otra ministra dijo ante un escrache que el último acoso conocido es el de la Alemania nazi. Y un periodista afirmó que de tener una escopeta recortada dispararía contra algunos miembros de Podemos, o que "el bebé de Bescansa debe estar en algún contenedor". Cuántas barbaridades.

En otros tiempos tampoco se mordían la lengua los políticos, pero lo hacían con una ironía de más clase, como Gil Robles, cuando, al lanzarle que todavía llevaba calzoncillos de seda, contestó: "No sabía que la esposa de su señoría fuese tan indiscreta". Cánovas del Castillo respondió a unas señoras que le pedían un favor, disculpándose por molestarle: "a mí las mujeres no me molestan por lo que me piden, sino por lo que me niegan". Qué distinto a cuando una diputada abronca a Rufián con "no me guiñes el ojo, imbécil". O un ministro del último gobierno al mismo diputado, diciéndole que en el hemiciclo esparce "esa mezcla de serrín y estiércol que es lo único que usted es capaz de producir".

[www.publico6mayo19.es]
Finalmente, en el último debate de los aspirantes al ayuntamiento de Madrid uno de los representantes acusó a la alcaldesa de la suciedad y abandono de la ciudad y de que no apueste por la cultura. Carmena contestó defendiendo la cultura y el aumento del turismo que llega a la capital, pero el anterior le interrumpió que eso sucedía ‘a pesar de’. "Perdona, no me interrumpas", le pidió Carmena, pero seguía haciéndolo. "¿Me quieres no interrumpir?". Y el otro: "Si, sí, pero es a pesar del ayuntamiento". Y Carmena: "No me interrumpas", porque es debido a lo que está haciendo el ayuntamiento. Ni cortesía, ni educación, ni respeto, sino simple ataque para destrozar al otro.

Cosa semejante se ven diariamente en televisión. No hace mucho había una cadena basura por antonomasia, pero ahora ya lo hacen casi todas hasta producir asco oírlas. Así se habla también en los centros de enseñanza, en muchos titulares de periódicos, en bares y cafeterías, y entre la gente normal. ¿Hasta dónde vamos a llegar en enfrentamientos apasionados, bajo nivel, encuentros broncos y de la peor baba posible?

Julián Arroyo Pomeda