Según Wittgenstein, la
filosofía analiza el lenguaje para clarificarlo de enredos lingüísticos.
Clarifiquemos, pues, uno de los importantes temas de la actualidad, el fascismo.
Uno de los partidos que
han ganado las elecciones en Andalucía -uno, porque resulta que todos las han
ganado por una u otra razón- está siendo calificado de fascista. Habría que
precisar de qué se trata, porque hay una virulenta lucha dialéctica de los que
niegan que lo sea.
La RAE define al
fascismo como el movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera
mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación
nacionalista. El líder ejerce la autoridad mediante violencia, represión y
propaganda (especialmente, de la educación). Posee un fuerte componente racial,
persiguiendo y expulsando a quienes no son de la raza nacional y discriminándolos,
al eliminar sus derechos ciudadanos.
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El caso de los estatutos
de VOX, aprobados en octubre de 2015, establecen entre sus fines la unidad de
la nación, la soberanía nacional indivisible y la promoción del patriotismo en
la sociedad (artículo 3, a). Parece todo acorde con la Constitución. En el
manifiesto fundacional se apunta la degradación del Estado constitucional, ante
lo que se proponen medidas de renovación, como la movilización ante los
escándalos y casos de corrupción, la ignorancia y desprecio de la Constitución,
la destrucción de la nación en vez de preservarla, la descentralización del
estado fallido de las autonomías, que han incrementado el nacionalismo catalán
y vasco, la degeneración de los partidos, la politización de la justicia, etc.
Por eso el sistema está irreversiblemente agotado y España al borde de la
desintegración. Exigen que el estado de las autonomías evolucione a un Estado
unitario con gobierno único, único parlamento y un Tribunal Supremo.
Finalmente, proclaman el uso de la lengua española en todo el territorio y en la
educación, especialmente. No al aborto, protección a la familia y unidad de
España frente a autonomías.
Si todo el poder se encuentra en manos del Estado y se controla por la
autoridad única que lo dirige todo, ¿dónde quedan los derechos humanos?
Defensa de los intereses específicos y derechos del grupo, organizado en
corporaciones, que tiene el poder de decidir. Esto lo superamos cuando se pasó
de un estado corporativista a otro parlamentario; de estar sin partidos (había
solo uno) a partidos políticos. Parece que ahora se quiere volver atrás. Nada
digamos de la identidad nacional
(cultura, etnia, religión, lengua, ancestros propios, patria), donde no cabe el
intercambio con los otros ni su integración, puesto que se consideran enemigos,
que deben ser expulsados a sus países respectivos, dado que no pertenecen a la
nación.
Los españoles, primero,
para hacer grande a España de nuevo. Recortemos a los inmigrantes sus derechos,
que, además, hacen los peores trabajos que no quieren los de aquí y han
enriquecido a pueblos de Almería, entre otros. Las señas de identidad no fallan
por mucho que se tergiversan con el lenguaje. El fascismo nunca ha desaparecido de entre nosotros: ahora vuelve a aflorar sin complejos y sin
máscaras.
Julián
Arroyo Pomeda