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lunes, 10 de diciembre de 2018

Manipulación del lenguaje


Según Wittgenstein, la filosofía analiza el lenguaje para clarificarlo de enredos lingüísticos. Clarifiquemos, pues, uno de los importantes temas de la actualidad, el fascismo.

Uno de los partidos que han ganado las elecciones en Andalucía -uno, porque resulta que todos las han ganado por una u otra razón- está siendo calificado de fascista. Habría que precisar de qué se trata, porque hay una virulenta lucha dialéctica de los que niegan que lo sea.

La RAE define al fascismo como el movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia en la primera mitad del siglo XX, y que se caracterizaba por el corporativismo y la exaltación nacionalista. El líder ejerce la autoridad mediante violencia, represión y propaganda (especialmente, de la educación). Posee un fuerte componente racial, persiguiendo y expulsando a quienes no son de la raza nacional y discriminándolos, al eliminar sus derechos ciudadanos.
[www.elpais.com]
El caso de los estatutos de VOX, aprobados en octubre de 2015, establecen entre sus fines la unidad de la nación, la soberanía nacional indivisible y la promoción del patriotismo en la sociedad (artículo 3, a). Parece todo acorde con la Constitución. En el manifiesto fundacional se apunta la degradación del Estado constitucional, ante lo que se proponen medidas de renovación, como la movilización ante los escándalos y casos de corrupción, la ignorancia y desprecio de la Constitución, la destrucción de la nación en vez de preservarla, la descentralización del estado fallido de las autonomías, que han incrementado el nacionalismo catalán y vasco, la degeneración de los partidos, la politización de la justicia, etc. Por eso el sistema está irreversiblemente agotado y España al borde de la desintegración. Exigen que el estado de las autonomías evolucione a un Estado unitario con gobierno único, único parlamento y un Tribunal Supremo. Finalmente, proclaman el uso de la lengua española en todo el territorio y en la educación, especialmente. No al aborto, protección a la familia y unidad de España frente a autonomías.

Si todo el poder se encuentra en manos del Estado y se controla por la autoridad única que lo dirige todo, ¿dónde quedan los derechos humanos? Defensa de los intereses específicos y derechos del grupo, organizado en corporaciones, que tiene el poder de decidir. Esto lo superamos cuando se pasó de un estado corporativista a otro parlamentario; de estar sin partidos (había solo uno) a partidos políticos. Parece que ahora se quiere volver atrás. Nada digamos de la identidad nacional (cultura, etnia, religión, lengua, ancestros propios, patria), donde no cabe el intercambio con los otros ni su integración, puesto que se consideran enemigos, que deben ser expulsados a sus países respectivos, dado que no pertenecen a la nación.

Los españoles, primero, para hacer grande a España de nuevo. Recortemos a los inmigrantes sus derechos, que, además, hacen los peores trabajos que no quieren los de aquí y han enriquecido a pueblos de Almería, entre otros. Las señas de identidad no fallan por mucho que se tergiversan con el lenguaje. El fascismo nunca ha desaparecido de entre nosotros: ahora vuelve a aflorar sin complejos y sin máscaras.

Julián Arroyo Pomeda