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domingo, 11 de diciembre de 2016

El problema de la justificación de los valores


¿

Cómo justificar los enunciados normativos? Se trata de enunciados que no describen cómo son las cosas: cómo razonar, refle­xionar, pensar; sino que prescriben cómo deben ser: cómo hay que razonar, pensar, proceder, etc. En ellos hay, pues, referencia, a valores, normas, leyes, es decir, al mundo ético. Su problema es carecer de una base empírica, apoyada en hechos. Hay un abismo entre hechos y valores, o entre lo normativo y lo empírico.

Hasta no hace mucho se creía en un referente de fundamen­tación absoluta. Ahora, que no se suele aceptar esto, sólo queda: a) fundamentarlos en hechos (lo que no es posible), b) mante­nerlos en un discreto relativismo o escepticismo. Sin embargo existe todavía una tercera posición, su remisión al consenso social.

Un planteamiento similar puede aplicarse al orden político. Es el tema de la legitimación. Sólo cuando un orden político es legítimo, es decir, justo, razonable, garantizador del bien común, los ciudadanos creen en la institución y la obedecen. Importa, pues, el modo de legitimarlo.
[mediafamily.psico]
Que no existe un único principio (trascendente, si se quiere) lo prueba la realidad del conflicto de valores, que permite, por otra parte, la libertad de elegir y la necesidad de hacerlo. Ahora bien, cuando yo elijo, mi posición tampoco puede ser absoluta (es limitada) y, por tanto, tengo que contar con las otras posturas que me interpelan. Ante un conflicto no superable hay que tomar posi­ción. Esto no sucede en la vida cotidiana, no se piensa en ella en la existencia de valores hostiles. Para Weber, es necesario “tomar conciencia de tales antagonismos y de comprender que toda acción indivi­dual y, en último término, la vida entera -a condi­ción de que no fluya como un fenómeno de la natura­leza, sino que sea llevada con plena consciencia- no constituye más que una cadena de decisiones últimas gracias a las cuales el alma escoge su propio desti­no, al igual que en Platón"[1] .

La concepción tradicional carece de fuerza a partir de lo que Weber denomina el desencanto del mundo (Entzauberung der Welt). El mundo no se encuentra ya ocupado por lo sacro, que ha sido expulsado de él para introducir el capital y lo material, en general, que es ahora totalmente profano. Los seres humanos están, pues, desencantados y tienen que vivir en medio de la burocracia y las técnicas, las cuales han profanado las raíces sagradas del mundo. Algunos acuden ahora al relativismo cultural o etnocentrismo: una acción es válida cuando coincide con los valores de la comunidad con la que me identifico, Rorty entra en esta posición: tenemos que justificarnos ante el grupo social al que pertenecemos y en virtud del cual podemos decir ‘nosotros’: “Por tanto, la identificación kantiana con una conciencia transcultural y ahistórica es sustituida por una identificación cuasi-hegeliana con nuestra comunidad, entendida como un producto histórico. Para la teoría social pragmática la cuestión de si la justificabilidad ante la comunidad con la que nos identificamos supone verdad, es simplemente irrelevante"[2] .

También los hechos invalidan tal posición, pues se siguen produciendo en una misma comunidad conflictos de valores, que Rorty resuelve remitiendo a márgenes de tolerancia y a la sana libertad individual, claro. Así pues, es necesario buscar un criterio racional para analizar las legitimaciones existentes, que tendrá que ser resultante de un proceso histórico y, además, no debe tomarse a la ligera, como reconoce el propio Rorty: "fomentar la ligereza en torno a viejos tópicos filosóficos tradicionales tiene el mismo objetivo que el adoptar una actitud ligera con respecto de cuestiones teológicas tradicionales. […] esa superficialidad filosófica y esa ligereza contribuyen al desencanto del mundo. Ayuda a que los habitantes del mundo sean más pragmáticos, más tolerantes, más receptivos a las demandas de la racionalidad instrumental"[3].

En una concepción individualista del poder político, éste se orienta a intereses particulares, lo que es difícil­mente justificable como capacidad de individuos aislados; ahora bien, un poder dirigido a realizar fines sociales y colectivos y a garantizar un orden social más justo sí es posible de legitimar.
[www.libertyk.com]
Ahora se presenta la legitimidad en un mundo desencantado. La civiliza­ción occidental consiste en un conjunto de fenómenos cultura­les sin punto de retorno: "El hijo del mundo cultural europeo moderno que se pro­ponga abordar los problemas de la historia universal, inevitable y justificadamente tendrá que considerar esta problemática del siguiente modo: ¿Qué serie de circuns­tancias han conducido a que en Occidente, y sólo aquí, hayan surgido fenómenos culturales en los cuales existe (por lo menos así nos gustaría representárnoslo) una dirección de desarrollo con significado y validez univer­sal?"[4].
Occidente representa, entre otros fenómenos, la ciencia, el derecho, la organización (capitalista) de la economía, la literatura, el Estado. Todo esto supone un nuevo proceso de racionalización posterior al desencanto del mundo. Irrumpe un politeísmo de valores, produciéndose la crisis a todos los niveles. ¿Es posible una nueva justificación desde principios universales, que sin apelar a lo trascendente organice inter­namente la vida social y que sean aceptados por el sujeto racional? Este es el reto: la racionalidad posmetafísica.

Es posible una justificación escéptica del universa­lismo (escéptica: cuentan las demás posturas, al no ser la mía absoluta) en la que nos apoyemos para decidir proyectos de vida buena, contando con las consecuencias (ética de la res­ponsabilidad) que se seguirán de mis acciones, desde el marco de los imperativos (ética de las convicciones). Las conviccio­nes no marcan la decisión correcta en las diversas circunstan­cias, siendo uno mismo el que opta entre los valores en pugna: "Tenemos que ver con claridad que toda acción puede ajustarse a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí e irremediablemente opuestas: puede orien­tarse conforme a la 'ética de la convicción' o con­forme a la 'ética de la responsabilidad' [gesin­nungsethish oder verantwortungsethish]. […] hay una diferencia abismal entre obrar según la máxima de una ética de la convicción, tal como la que ordena (religiosamente hablando) 'el cristiano obra bien y deja el resultado en manos de Dios' o según una máxima de la ética de la responsa­bilidad, como la que ordena tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción"[5].

No tiene sentido recurrir al neocontractualismo, pues pactos y consensos podrán legitimar un derecho, pero no determinar su contenido. Tampoco al relativismo, pues los valores culturales no se identifican con la universalidad. Hay que convivir con la pluralidad (las pretensiones absolutistas de la razón la sacrifican), pero hay imperativos éticos que transcienden los contextos particula­res.
[www.josearnedo.com]
Puede aceptarse que los juicios de valor se basan en una decisión (no en una verdad), pero requieren la crítica racio­nal que los modifique y corrija desde la pluralidad: “los ideales supremos que más nos conmueven, sólo se manifiestan en todo tiempo gra­cias a la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados como los nuestros"[6].

Sin la crítica racional, la decisión podría ser un simple sentimiento y los valores no son sentimientos porque no care­cen de objetividad: “el conocimiento de su verdadero sentido constituye, por el contrario, la premisa de todas las discusiones útiles de este tipo. Presuponen simplemente la compren­sión de la posibilidad de valoraciones últimas, que en principio ofrecen una divergencia inconciliable. Porque no sólo 'comprenderlo todo' significa 'perdonarlo todo', como tampoco la simple comprensión del punto de vista del contrario conduce a aprobarla, sino que nos conduce con la misma facilidad, y a menudo con mayor probabilidad, a darnos cuenta de la imposibilidad de un mutuo acuerdo, de la causa y del punto que lo impide"[7].

Julián Arroyo Pomeda





[1] Ensayos meto­dológicos. Barcelona, Península 1984, pp. 71-2)
[2] "La prima­cía de la democracia frente a la filosofía", Sociológica. Revista de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapot­zalco, 2,3 (1986-7), p.107)
[3] Ib., p. 125
[4] Weber, M., Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziolo­gie, I. Tubinga, J.C.B. Mohr, 978, p. I
[5] Weber, M., "La política como vocación", en El político y el científico. Madrid, Alianza 1981, pp. 163-4
[6] Weber, M., La acción social: Ensayos metodológicos. Barcelona, Península 1984, pp. 121-2
[7] Weber, M., La acción ..., pp. 66-7