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miércoles, 15 de abril de 2015

La comunicación y su importancia


Comunicar implica todo un proceso para la relación de unos seres humanos con otros, mediante la transmisión de información. Todo el mundo informa, esperando que el contenido del mensaje tenga consecuencias. Para ello el emisor conversa con el receptor. Entre los seres humanos esto se desarrolla a través del medio privilegiado que es el lenguaje, que, además, puede producir errores.
Se puede comunicar en tiempos felices y tranquilos e igualmente cuando todo está revuelto. En este último caso, decía Tácito, que "tanto sabía cada orador cuánto podía persuadir al pueblo errante" y de este modo se estimulaba la elocuencia.

                      Floriano: "¿No crees, María Dolores, que nos ha faltado un poco de piel, un poco de sensibilidad?"

En los tiempos actuales estamos acostumbrados a oír a muchos políticos, cuando las cosas logradas no son percibidas como tales por los ciudadanos, que no han sabido comunicar lo que se ha conseguido y, por eso, los electores permanecen impasibles. Fue muy comentado recientemente lo dicho por Carlos Floriano ante las mejoras económicas de las que informaba el presidente Rajoy: "A lo mejor nos ha faltado darle piel a cada cifra positiva que estamos obteniendo". Hay que ofrecer sensibilidad a las estadísticas. Magnífica excusa para justificar lo injustificable en una conclusión que no se sostiene.

Los logros económicos del Gobierno español son un modelo para Europa, y los ciudadanos no los perciben, luego los hemos comunicado mal. Pues no, porque puede haber otras razones de peso para que los ciudadanos de a pie no se los crean. La más evidente es que tales éxitos no sean coincidentes con la realidad.

Aceptando, en general, que todos los seres humanos son filósofos, cualquiera puede elaborar un pensamiento de una forma parecida a lo que sigue. Si tan bien va la economía, yo tendría que notarlo. Pero sucede lo contrario, que mi economía familiar no aumenta, sino que, por el contrario, o se mantiene igual de mal -en el mejor de los casos- o disminuye. Así pues, mi realidad no confirma lo que me anuncian. Luego no me lo creo.

La no coincidencia entre lo que oficialmente me dicen y la realidad del día a día es un dato digno de comprobación. Lo que falta, pues, es el acuerdo entre lo que me comunican y lo que me muestra la realidad. Y el más avispado puede seguir pensando que le quieren engañar -una vez más- y los porcentajes bajan en las encuestas. ¿Cómo no darse cuenta de esto y más cuando llueve sobre mojado?

En otros ámbitos ocurre algo similar. Por ejemplo, repunta el empleo -según las informaciones oficiales del actual mes de abril- y se afilian a la Seguridad Social 400.000 trabajadores más, pero sólo se recauda el 1% más. ¿Qué ocurre para que se dé esta baja cotización? Eso ya no se dice, ocultando una parte de la realidad tozuda. Lo que se calla es que se han devaluado los salarios y que la situación laboral es precaria, entre otras cosas. Ya, pero es que se trata de cuadros macroeconómicos. Ah, bueno.

Se trata de pensar continuamente, porque si dejamos de hacerlo nos pueden timar, mediante informaciones demasiado parciales, que pueden acabar suplantando la realidad desde la comunicación. La filosofía es pertinente para hacer frente a los retos de nuestro tiempo. Lo importante es estar muy de acuerdo consigo mismo, como dice Sócrates en Gorgias (482, c): "es preferible que mi lira desafine y no suene acorde con mi voz, y que me ocurra igual con el coro que yo dirija, y que un sinnúmero de hombres disienta de mí, a que yo -un hombre solo- discrepe de mí mismo y me contradiga".

Algunas veces se confunden los deseos con la realidad, impulsando así falsamente su transformación y cambio. Puede tener esto algún éxito inmediato y a corto plazo, pero, finalmente, la realidad acabará imponiéndose por más empeños e intentos de comunicar lo que se intenta que quede entendido y explicado. Es que no me entienden, se apresura a manifestar la excusa, pero no cuela, porque hay que dar cuenta de las propias comunicaciones que formulamos.
Comunicar implica también, paralelamente, capacidad de escuchar. Saber escuchar no resulta nada fácil para quien está convencido de tener la verdad. Ahora bien, la escucha es no sólo necesaria, sino hasta imprescindible. Cuando se escucha, sabemos lo que quieren los demás. Y esto ha de ser tenido en cuenta por nuestras comunicaciones. Así disminuye la prepotencia para situarnos en el ámbito de la humildad. El otro es también un yo y, como ya sabemos, yo no puedo discrepar de mí mismo.

Escuchar es prestar atención a lo que oímos. Si no se oye, o no se quiere oír, o no interesa hacerlo, entonces se lanzan soflamas o brillantes titulares para que se graben en el cerebro. De esta manera tratamos de timar a los demás. Pero esto, aunque de momento no se descubra, no es decente, es, más bien, inhumano, porque en la escucha se manifiesta la humanidad, se produce la paz y huyen los temores.

Nunca se enfatizará demasiado la importancia de las comunicaciones. El ser humano es el único animal que tiene logos, palabra, enseñó Aristóteles (Política, 1253 a), y con ella manifiesta lo conveniente lo perjudicial, lo justo y lo injusto. Por eso tiene "el sentido del bien y del mal". Desgraciadamente, cada vez nos olvidamos más de los valores y, entre ellos, de lo que es la justicia y la injusticia y con ello cada vez nos resulta más difícil vivir en polis y participar en ella, lo que es nuestro reto inevitable.

Es absolutamente injusto que avancen las desigualdades sociales, mientras lo que se nos vende es 
que van a bajar los impuestos para que la clase media pague menos y así se vayan ajustando las distancias con la clase superior. Pero si al mismo tiempo me suben los estudios universitarios, por ejemplo, o me hacen esperar más para una intervención en la Sanidad pública, o me ponen obstáculos para que mis hijos puedan estudiar en el centro de su barrio y me obligan a pagar autobús o comedor en otro centro escolar, por haber establecido el distrito único, todo lo que me han vendido es mentira, me están timando otra vez. Pensemos, pues, en lo que nos pasa.

Julián Arroyo Pomeda