Un hombre arrogante en su interior, pero revestido
exteriormente de la humildad de un servidor para su grey, a quien dirige un
discurso apasionado como si estuviera en la verdad absoluta. Bajo el rótulo de
"enticonfio" y encomendándose a la Virgen con gran riqueza de
simbología religiosa, no deja de hacer proclamas en su diócesis de San
Sebastián con un argumentario variopinto y la audacia de un cruzado medieval,
marcada en su pecho orgulloso. Pontifica desde su cátedra arzobispal, al tiempo
que ofrece titulares a los periódicos.
Con motivo de la festividad de la Asunción, del pasado 15 de
agosto, ha conseguido que chirriaran, otra vez, los oídos de la gente sencilla,
proclamando que la interrupción del
embarazo es equivalente al despido libre. La conmemoración de la fecundidad
de la Virgen por el Espíritu y su ascenso al cielo debe ser, sin duda, el marco
adecuado para sacar a la palestra el tema del aborto y el despido libre. No me
sitúo, es algo desconcertante. Vamos, como para hacer creíble la causa
cristiana.
Espíritu (ruah, en
hebreo) es aliento, soplo, energía, fuerza y poder, Dios mismo, en una palabra.
Lo que hace posible respirar al creyente cristiano. Por eso puede poner su
fruto en un vientre y enaltecer a María en su asunción. Ahora este poder de
Dios se ha hecho absoluto, de modo que cualquier enemigo de la Iglesia deberá
ser igualmente enemigo del Estado. Se trata del constantinismo, que tanto debe
añorar el obispo Munilla. No se trata de ideas mías, no. Al anteproyecto de
reforma de la ley actual del ministro Gallardón le ha espetado que la Iglesia
no bendecirá a quien siga justificando el aborto. Echa en cara a los actuales
gobernantes sus "titubeos" acerca del tema.
Tres son los temas tratados en su última homilía: la asignatura
de religión, el aborto y el paro. Recorramos con algún detalle el tema de la
religión.
Reivindicación de la
enseñanza religiosa
La regulación de la asignatura de religión con su
alternativa (Educación en valores) de
la LOMCE es una buena forma de "normalizar la educación". Algo
simplista parece la tesis, aunque se pueda comprender que éste es su único
interés educativo. Mantiene el obispo que la religión es "de oferta
obligatoria por parte de los centros, y de libre elección para los padres".
Nadie le niega esto y la ley lo recoge, así que estamos de acuerdo. Ahora bien,
eso de que "parece obvio" que la alternativa tendrá que ser la ética
es un asunto bien diferente. Lo que sí debería haber es una asignatura de
Ética, como ocurría hasta ahora, sin ser una consecuencia de la religión, ni al
servicio de la misma. Lo que ahora se pretende sí es una verdadera involución,
porque esto no está en la Constitución, sino sólo en los Acuerdos, que, a todas
luces, fueron elaborados previamente a la Constitución y son, por tanto, pre-
constitucionales. Por eso, denunciarlos tiene sobradas razones.
En un escrito doctrinal anterior (¿Por qué la religión como asignatura?) reflexiona el obispo sobre
las razones para defender la asignatura de religión. Aquí señala las siguientes:
la política no puede decidirlo todo, la ética tiene un fundamento religioso,
sin la religión no se puede entender nuestra cultura.
En otro escrito ("Asignatura
de Religión en la escuela y otros "telares"...") vuelve al
asunto de la asignatura de religión. Al parecer, los otros "telares"
son la mentalidad laicista, que acosa a la religión. La cuestión es que se
confunde laicidad y laicismo. Sólo la primera es sana y positiva, mientras que
el segundo es astuto y excluyente, y acabará forzando la salida de la religión
del currículo.
Hay razones pedagógicas que fundamentan la necesidad de la
asignatura de religión en la escuela. Veámoslas.
a) Se trata de un
derecho reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en
la Constitución española. Son los padres los que pagan impuestos al Estado para
que garantice la formación religiosa y moral que les asiste.
b) La religión ayuda a
entender la cultura heredada.
c) La religión ofrece
una cosmovisión frente al saber fragmentado
d) La religión da
sentido a la existencia ante la crisis de valores.
e) La religión tiene una
dimensión moral.
La verdad es que toda esta serie de argumentaciones del
obispo Munilla son de una pesadez tal que llevan ad nauseam, carecen de sustantividad, no tienen eficacia y no
resuelven ni podrá resolver nunca el problema que los obispos se empeñan en
hacer palpitante.
Lo que tiene la Ética es un fundamento racional con todas las secuelas religiosas y
dimensiones morales que se quieran. Se queja el obispo de que Occidente parece
un eclipse de la razón, si, pero es él mismo quien lo estimula permanentemente.
En cuanto a la confusión de laicidad/laicismo, Munilla es el
que se empeña en semejante confusión. Construye un fantasma precisamente para
darle palos. La escuela tiene que ser
laica, respetando el hecho religioso, las tradiciones y la libertad de
conciencia de los escolares. Esto implica que no cabe en la escuela la instrucción
dogmática de ninguna confesión particular. Al contrario, se deben compartir
valores de convivencia y actitudes cívicas de una comunidad, estableciendo
prácticas educativas de tolerancia, descubrimiento del pluralismo y de las
diferencias, y aceptación de convicciones y valoraciones de distintas
fundamentaciones filosóficas. Pero esto no es nuevo, ya que lo practicó el
laicista Francisco Giner de los Ríos en su escuela con resultados alabados por
muchos.
Lo de los derechos y la judicialización de los mismos en los
tribunales es un disparate, que sólo lleva a ver cómo conseguir un estatus escolar para la enseñanza de la
religión, en lugar de estar pensando en la propia naturaleza de la misma. Esta
es una gran pobreza, además del reconocimiento de un fracaso anunciado, al no
ser capaces de resolver el problema como tal.
Que el conocimiento del universo religioso puede contribuir
a entender mejor nuestra cultura no lo voy a discutir, es un lugar común pensar
así. Pero los ejemplos que nos ofrece el obispo Munilla no significan nada.
Léase el de la Magdalena, el del banquete de la Última Cena, o cualquier otro
que se quiera poner. No significan nada, porque, aunque los alumnos asistan a
clase de religión, tampoco se quedan con mucho. Yo mismo he podido comprobar,
al explicar una situación determinada del mundo griego en clase de filosofía,
transformada después en el cristianismo, que nunca habían oído hablar del
acontecimiento. Como no lo creía, al salir de clase, busqué al profesor de
religión, quien me dijo sonriendo que acababa de hablarles de ello hacía una
semana. Todavía más. ¿Quién no se ha encontrado con que ante una pregunta de un
ejercicio los alumnos le dicen muy serios que eso no se había explicado en
clase, ni tampoco viene en el libro?
Lo de la cosmovisión y el sentido de la existencia lo pueden
ofrecer perfectamente la filosofía y hasta la misma ciencia, como muestra la
historia. Lo que se echa de menos aquí es la reivindicación de las Humanidades,
ya que la formación humana se resiente cada vez más.
De nuevo la LOMCE vuelve a establecer la dualidad religión/alternativa. La pequeña historia educativa desde
los años 80 confirma que esto no ha funcionado nunca y, además, es una solución
discriminatoria e injusta. Calificaciones excelentes traerán más parroquianos
en uno y otro caso. Muchos profesores se sentirán instrumentalizados, al tener
que explicar Valores sólo para el mantenimiento de la enseñanza de la religión.
La desmotivación es más que evidente.
Es, por último, un derroche
de horario lectivo y de coste económico. Por pocas que sean las horas
semanales que se ofrezcan, la enseñanza religiosa se imparte en cada uno de los
cursos de Primaria, Secundaria y hasta de Bachillerato (parece que en este
último nivel del Ministerio rectifica, aunque está por ver si no se recurre la
decisión) y hay que pagar por ello al profesorado por parte del Estado, aunque
los profesores de religión sean nombrados por él Ordinario correspondiente en
base a su grado de idoneidad, lo que no tiene sentido en la escuela pública, al
menos.
Recordemos también a Munilla que el Estado español no es
laico, sino aconfesional, lo mismo
que la Constitución. No es lo mismo una cosa que otra y él, que presume de ser
tan preciso, debería saberlo.
De toda esta artillería dialéctica del obispo Munilla hay
que hacerse una sola pregunta, si vale para solucionar el conflicto planteado.
Si la respuesta es negativa, como creo, entonces estamos perdiendo el tiempo y,
en todo caso, exacerbando los ánimos para nada. Sería mejor centrarse en el
artículo 27,3 de la Constitución ("el derecho que asiste a los padres para
que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con
sus propias convicciones"). Esta es la verdadera cuestión.
Lo que no se debería
hacer
En la hoja de ruta hay que empezar por desbrozar los
impedimentos para una solución correcta del asunto.
Judicializar el
problema no es la solución. La reciente historia lo ha evidenciado
suficientemente. El juez se limita a señalar si una norma es legal o no y
conforme a derecho o no, pero no dice cómo enfocar el tema para darle una
solución aceptable por parte de todos.
No se puede considerar un estatuto especial para la
enseñanza de la religión de modo particular o aislado, sin integrarla en la formación humanística escolar. No hay que
tener miedo a esto, que abriría nuevas perspectivas de tratamiento de manera
conjunta y podría evitar muchos prejuicios.
La libertad de conciencia, que se trata de proteger, no puede ser excluyente para nadie,
teniendo efectos no deseados y discriminatorios, diferenciando entre
estudiantes católicos o de otras religiones con los no católicos. Estaríamos
entonces utilizando un derecho para manifestar prepotencia y desprecio a otros.
Habría que replantearse
la carga horaria y el profesorado que ha de atenderla, siendo prudentes
para no caer en el exceso en ninguno de los dos casos. Igualmente habría que
plantear unas pruebas estatales para quienes impartan la materia, con la renuncia de los obispos al privilegio de
nombrar y cesar.
No se puede seguir
proponiendo la alternativa a las enseñanzas religiosas. Esto no es serio,
ni profesional, ni pedagógico, sino sencillamente lamentable e impositivo.
El planteamiento actual de la materia no es de recibo, pero,
mientras se mantengan las normativas, habría que sentarse hasta alcanzar un
acuerdo mínimo, sin exigir derechos ni imponer nada. Los obispos tendrían que
dialogar en igualdad de condiciones con la participación activa de todos los
interesados, sin hacerlo soterradamente con el Ministerio solamente. Esta
situación no es trasparente, ni justa, además de que nunca les deja totalmente
satisfechos, ya que la Administración no puede ceder en todo.
¿Qué se podría hacer entonces? Ante todo, abandonar el
lenguaje belicoso que sólo habla de
vulneración de derechos y ponerse a trabajar en un problema que continúa sin
resolverse. La solución sólo puede venir del consenso entre todos los
protagonistas para alcanzar un acuerdo
social y político necesario.
Julián Arroyo Pomeda
Ilustraciones: elmundo.es, fundación G. R., politiquiando.com