Mostrando entradas con la etiqueta Aconfesionalidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Aconfesionalidad. Mostrar todas las entradas

jueves, 29 de marzo de 2018

¿Se salta Cospedal la Constitución?

[www.elmundo.es]


P
or segundo año consecutivo la ministra de Defensa establece una orden con el título de Honores a la Semana Santa por la que "desde las 14.00 horas del Jueves Santo hasta las 00,01 horas del Domingo de Resurrección la enseña nacional ondeará a media asta en todas las unidades, bases, centros y acuartelamientos". Se trata de conmemorar la muerte de Jesucristo, lo que parece, al menos, algo sorprendente.

El artículo 16.3 de la Constitución española dice que "ninguna confesión tendrá carácter estatal". Por contraste contra este espíritu, se impulsa mantener la nostalgia de años pasados del gobierno de la dictadura. ¿A qué viene seguir mezclando política y religión? ¿Dónde está aquí la neutralidad del Estado? Ahora resulta que instituciones como el Ejército también tiene creencias. Se imponen tales valores sin respetar a los ciudadanos que no los compartan. Todavía más, porque otros ministros, como el del Interior y el de Justicia, se hacen visibles en las procesiones.

Con total desparpajo, proclama Cospedal que esto pertenece a la tradición secular de nuestra propia cultura. Por eso los militares participan en doscientos actos aproximadamente con motivo de las procesiones. Con especial incidencia se hace notar la Legión. Acompañan, igualmente, capellanes católicos y él Arzobispo Castrense, haciendo gala de vestimenta y condecoraciones en el pecho. Así la cultura católica se cuela por todos las rendijas de las conmemoraciones, confirmando el anacronismo y el disparate de las más altas instituciones. 

[www.elconfidencialdigital]
Sonroja ver a ministros cantando el himno de los legionarios al unísono, mientras proclaman el ‘soy un novio de la muerte’. Entra un poco de pánico, cuando alzan al Cristo de Mena mientras entonan himnos militares, con la cabeza alta y desafiante, la vestimenta y los fusiles preparados. ¡Qué exhibicionismo! No sólo es un exceso, sino una tergiversación total del cristianismo del amor y de la paz. Jesucristo fue sentenciado por los militares romanos, a los que se oponía. Ahora resulta que son los legionarios quienes le defenderían con su vida, poniéndose a sus pies. ¡Qué barbaridad!

Fueron los poderes políticos, militares y religiosos, precisamente, los que crucificaron a Jesús, por dejarlos en evidencia y denunciarlos ante el pueblo. No se lo perdonaron. Estos mismos poderes celebran ahora su memoria, lo que resulta absolutamente incompatible con el espíritu cristiano.

Parece que el pueblo español sólo tiene esta clase de cultura religiosa. La aconfesionalidad del Estado se va de vacaciones durante una semana, especialmente. La ministra Cospedal es una representante civil del Estado, aunque parece una generala castrense. Confunde sus convicciones privadas con creencias públicas. Aunque sólo fuera por pudor y por el respeto exquisito que merecen todos los ciudadanos, tendrían que dejar de estar presentes en las procesiones, mientras sean ministros. Cospedal ha querido siempre sobresalir en todo, incluso enfrentándose con otros colegas. ¿Se salta la Constitución en el artículo 16.3? Me parece que sí y, además, hace el ridículo.

En cuanto a la oposición política, no basta con exigir explicaciones a la ministra de Defensa. Esta situación sólo acabará cuando se denuncien los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede. ¿Por qué no hablamos claro por una vez?

Julián Arroyo Pomeda

lunes, 13 de marzo de 2017

El día del Señor



Este día está consagrado al Señor (Nehemías 8,10)

U
no de los programas realmente veteranos en RTVE, la televisión pública de todos, pagada con los presupuestos del Estado, es el dedicado a la transmisión de la misa el domingo, día en que los católicos celebran el descanso de Dios en su obra creadora. Se trata de la ley del sabbat judío, del domingo cristiano, el séptimo día de la semana, para dedicarlo al Señor. En efecto, ese día televisión dedica un espacio religioso por la mañana, con una duración de 60 minutos, transmitiendo la ceremonia de la eucaristía, desde alguna parroquia.

El programa se ha mantenido con toda clase de gobiernos de distintos colores políticos hasta la actualidad, sin que ninguno del espectro lo haya cuestionado. Aunque en principio estuvo dedicado sólo a la religión católica, después se ha ido abriendo a información de otras religiones, por algo habrá sido. Claro que cualquier conocedor de estos asuntos podría decir que aquí antes sólo había una religión, puesto que el Estado era confesionalmente católico. Es verdad, pero esta razón no parece suficiente. También en las clases de religión en la escuela se va abriendo la perspectiva a otras confesiones, pero mucho más tímidamente, lo que hace que se estén quejando una y otra vez.

Ahora, el partido político Unidos Podemos ha planteado una proposición al Parlamento, con fecha del 20 febrero del año actual, para suprimir "las emisiones de misas en la televisión pública" e insta a la Corporación RTVE a que lo haga. Quiere que esto se debata en la Comisión Mixta de Control Parlamentario de la Corporación.

Para ello se apoya en el artículo 16,3 de la Constitución, por el que "ninguna concesión tendrá carácter estatal". Pide neutralidad para no favorecer ni privilegiar a ninguna creencia. Esto ha soliviantado a los medios conocidos de todos, que han puesto el grito en el cielo, contraponiendo argumentaciones que "tumban la propuesta de Podemos", declaró uno de ellos. En este caso no los voy a citar por su nombre, porque me parecen repugnantes ad nauseam y ya tienen suficiente capacidad para hacerse publicidad por sí mismos.

Deseo únicamente comentar los argumentos que contraponen para que puedan ser contrastados. Mi conclusión será que no me convence ninguno, qué le vamos a hacer. Pueden sintetizarse como sigue.
El argumento que consideran más potente es que la televisión española es un servicio público, por lo que, al ser las misas, igualmente, un servicio que se ofrece para que puedan acceder a él las personas que no tienen posibilidad de acudir a la iglesia por causa de enfermedad que los mantiene postrados, por ausencia de movilidad, por no disponer de alguien que pueda llevarlos, etc. Si se suprimieran, se les privaría de este servicio. Tanto ellos como los católicos pagan impuestos y tienen sus derechos, como el de la libertad religiosa, por ejemplo.

Estando de acuerdo con que RTVE puede ser un servicio público, se la exige por ello que haga gala de neutralidad, sin privilegiar, ni favorecer a ninguna creencia. No cabe decir que también ofrece la Televisión espacios a otras creencias, a las que, igualmente favorece y privilegia, acaso. Lo que se pide es, precisamente, que no lo haga con ninguna.

Que paguen impuestos los católicos no tiene nada de excepcional. Lo hacen en cuanto que son ciudadanos, no como católicos, precisamente. No creo que el nuevo ofrecimiento de espacios para transmitir misas atente contra los impuestos pagados en función de los ingresos y nivel de renta. Y mucho menos que se lesione la libertad religiosa. Esto sólo tiene sentido, si uno quiere agarrarse a un clavo ardiendo, lo que no aconsejo, porque se puede quemar.
Otro argumento es el nivel de audiencia. Según dicen, el programa duplica el nivel medio de las audiencias de RTVE. Este no puede ser el único criterio para una televisión pública, sino, si acaso, para las privadas, especialmente para las denominadas telebasuras. Cuanto más basura y carnaza echen, mejor, porque así se alimenta el morbo y las ganas de consumir más inmundicias.

No vale tampoco el argumento del bajo coste. Sea menor o mayor que el de otros programas, lo que deberíamos decidir es si un medio público tiene que atender a gastos de creencias privadas. Es evidente que no, ya que los privilegios no pueden mantenerse con presupuestos públicos. No vale que gaste poco, de lo que se trata es de entender lo que es un gasto público para instituciones privadas.

No tiene sentido que se encargue de algo, que es de producción propia, a un medio público. Aquí pasa algo similar a la enseñanza de la religión católica en la escuela, en la que una Comisión de Educación episcopal confecciona los contenidos a impartir, selecciona al profesorado y, además, exige que sea pagado por el Ministerio correspondiente. Aparte de ideologías, la cuestión es que estos negocios son claramente ruinosos, no ya para RTVE -que también-, sino para todos los ciudadanos que los financian vía impuestos. Esto no tiene nada que ver con la defensa de la pluralidad o la libertad. Está en función solamente de la influencia y los intereses de determinadas creencias. El día que ellas mismas se cuestionen semejante modo de proceder, podremos establecer relaciones de buen entendimiento.
[www.alfayomega, 9 marzo 2017]
Con independencia de quien la haya propuesto y venga de quien venga, está Proposición merece ser tenida en cuenta y, en su caso, apoyada por el resto de grupos políticos. Tienen que hacerlo por la buena salud mental, y también religiosa, de los ciudadanos españoles. Que no se trata de que vengan de unos cuantos locos, que sólo buscan incordiar y ocupar espacios de publicidad en la prensa. No puede permitirse actuar en contra de la Constitución, ni torcer ninguno de sus artículos. Lo exige la aconfesionalidad del Estado. Franco ha muerto, como nos comunicó en su momento Arias Navarro, presidente del Gobierno de entonces. No conviene olvidarlo.

Julián Arroyo Pomeda


miércoles, 20 de agosto de 2014

La nueva cruzada del obispo Munilla


Un hombre arrogante en su interior, pero revestido exteriormente de la humildad de un servidor para su grey, a quien dirige un discurso apasionado como si estuviera en la verdad absoluta. Bajo el rótulo de "enticonfio" y encomendándose a la Virgen con gran riqueza de simbología religiosa, no deja de hacer proclamas en su diócesis de San Sebastián con un argumentario variopinto y la audacia de un cruzado medieval, marcada en su pecho orgulloso. Pontifica desde su cátedra arzobispal, al tiempo que ofrece titulares a los periódicos.

Con motivo de la festividad de la Asunción, del pasado 15 de agosto, ha conseguido que chirriaran, otra vez, los oídos de la gente sencilla, proclamando que la interrupción del embarazo es equivalente al despido libre. La conmemoración de la fecundidad de la Virgen por el Espíritu y su ascenso al cielo debe ser, sin duda, el marco adecuado para sacar a la palestra el tema del aborto y el despido libre. No me sitúo, es algo desconcertante. Vamos, como para hacer creíble la causa cristiana.

Espíritu (ruah, en hebreo) es aliento, soplo, energía, fuerza y poder, Dios mismo, en una palabra. Lo que hace posible respirar al creyente cristiano. Por eso puede poner su fruto en un vientre y enaltecer a María en su asunción. Ahora este poder de Dios se ha hecho absoluto, de modo que cualquier enemigo de la Iglesia deberá ser igualmente enemigo del Estado. Se trata del constantinismo, que tanto debe añorar el obispo Munilla. No se trata de ideas mías, no. Al anteproyecto de reforma de la ley actual del ministro Gallardón le ha espetado que la Iglesia no bendecirá a quien siga justificando el aborto. Echa en cara a los actuales gobernantes sus "titubeos" acerca del tema.

Tres son los temas tratados en su última homilía: la asignatura de religión, el aborto y el paro. Recorramos con algún detalle el tema de la religión.

Reivindicación de la enseñanza religiosa

La regulación de la asignatura de religión con su alternativa (Educación en valores) de la LOMCE es una buena forma de "normalizar la educación". Algo simplista parece la tesis, aunque se pueda comprender que éste es su único interés educativo. Mantiene el obispo que la religión es "de oferta obligatoria por parte de los centros, y de libre elección para los padres". Nadie le niega esto y la ley lo recoge, así que estamos de acuerdo. Ahora bien, eso de que "parece obvio" que la alternativa tendrá que ser la ética es un asunto bien diferente. Lo que sí debería haber es una asignatura de Ética, como ocurría hasta ahora, sin ser una consecuencia de la religión, ni al servicio de la misma. Lo que ahora se pretende sí es una verdadera involución, porque esto no está en la Constitución, sino sólo en los Acuerdos, que, a todas luces, fueron elaborados previamente a la Constitución y son, por tanto, pre- constitucionales. Por eso, denunciarlos tiene sobradas razones.

En un escrito doctrinal anterior (¿Por qué la religión como asignatura?) reflexiona el obispo sobre las razones para defender la asignatura de religión. Aquí señala las siguientes: la política no puede decidirlo todo, la ética tiene un fundamento religioso, sin la religión no se puede entender nuestra cultura.

En otro escrito ("Asignatura de Religión en la escuela y otros "telares"...") vuelve al asunto de la asignatura de religión. Al parecer, los otros "telares" son la mentalidad laicista, que acosa a la religión. La cuestión es que se confunde laicidad y laicismo. Sólo la primera es sana y positiva, mientras que el segundo es astuto y excluyente, y acabará forzando la salida de la religión del currículo.

Hay razones pedagógicas que fundamentan la necesidad de la asignatura de religión en la escuela. Veámoslas.
a) Se trata de un derecho reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la Constitución española. Son los padres los que pagan impuestos al Estado para que garantice la formación religiosa y moral que les asiste.
b) La religión ayuda a entender la cultura heredada.
c) La religión ofrece una cosmovisión frente al saber fragmentado
d) La religión da sentido a la existencia ante la crisis de valores.
e) La religión tiene una dimensión moral.

La verdad es que toda esta serie de argumentaciones del obispo Munilla son de una pesadez tal que llevan ad nauseam, carecen de sustantividad, no tienen eficacia y no resuelven ni podrá resolver nunca el problema que los obispos se empeñan en hacer palpitante.
Lo que tiene la Ética es un fundamento racional con todas las secuelas religiosas y dimensiones morales que se quieran. Se queja el obispo de que Occidente parece un eclipse de la razón, si, pero es él mismo quien lo estimula permanentemente.

En cuanto a la confusión de laicidad/laicismo, Munilla es el que se empeña en semejante confusión. Construye un fantasma precisamente para darle palos. La escuela tiene que ser laica, respetando el hecho religioso, las tradiciones y la libertad de conciencia de los escolares. Esto implica que no cabe en la escuela la instrucción dogmática de ninguna confesión particular. Al contrario, se deben compartir valores de convivencia y actitudes cívicas de una comunidad, estableciendo prácticas educativas de tolerancia, descubrimiento del pluralismo y de las diferencias, y aceptación de convicciones y valoraciones de distintas fundamentaciones filosóficas. Pero esto no es nuevo, ya que lo practicó el laicista Francisco Giner de los Ríos en su escuela con resultados alabados por muchos.

Lo de los derechos y la judicialización de los mismos en los tribunales es un disparate, que sólo lleva a ver cómo conseguir un estatus escolar para la enseñanza de la religión, en lugar de estar pensando en la propia naturaleza de la misma. Esta es una gran pobreza, además del reconocimiento de un fracaso anunciado, al no ser capaces de resolver el problema como tal.

Que el conocimiento del universo religioso puede contribuir a entender mejor nuestra cultura no lo voy a discutir, es un lugar común pensar así. Pero los ejemplos que nos ofrece el obispo Munilla no significan nada. Léase el de la Magdalena, el del banquete de la Última Cena, o cualquier otro que se quiera poner. No significan nada, porque, aunque los alumnos asistan a clase de religión, tampoco se quedan con mucho. Yo mismo he podido comprobar, al explicar una situación determinada del mundo griego en clase de filosofía, transformada después en el cristianismo, que nunca habían oído hablar del acontecimiento. Como no lo creía, al salir de clase, busqué al profesor de religión, quien me dijo sonriendo que acababa de hablarles de ello hacía una semana. Todavía más. ¿Quién no se ha encontrado con que ante una pregunta de un ejercicio los alumnos le dicen muy serios que eso no se había explicado en clase, ni tampoco viene en el libro?
Lo de la cosmovisión y el sentido de la existencia lo pueden ofrecer perfectamente la filosofía y hasta la misma ciencia, como muestra la historia. Lo que se echa de menos aquí es la reivindicación de las Humanidades, ya que la formación humana se resiente cada vez más.

De nuevo la LOMCE vuelve a establecer la dualidad religión/alternativa. La pequeña historia educativa desde los años 80 confirma que esto no ha funcionado nunca y, además, es una solución discriminatoria e injusta. Calificaciones excelentes traerán más parroquianos en uno y otro caso. Muchos profesores se sentirán instrumentalizados, al tener que explicar Valores sólo para el mantenimiento de la enseñanza de la religión. La desmotivación es más que evidente.

Es, por último, un derroche de horario lectivo y de coste económico. Por pocas que sean las horas semanales que se ofrezcan, la enseñanza religiosa se imparte en cada uno de los cursos de Primaria, Secundaria y hasta de Bachillerato (parece que en este último nivel del Ministerio rectifica, aunque está por ver si no se recurre la decisión) y hay que pagar por ello al profesorado por parte del Estado, aunque los profesores de religión sean nombrados por él Ordinario correspondiente en base a su grado de idoneidad, lo que no tiene sentido en la escuela pública, al menos.
Recordemos también a Munilla que el Estado español no es laico, sino aconfesional, lo mismo que la Constitución. No es lo mismo una cosa que otra y él, que presume de ser tan preciso, debería saberlo.

De toda esta artillería dialéctica del obispo Munilla hay que hacerse una sola pregunta, si vale para solucionar el conflicto planteado. Si la respuesta es negativa, como creo, entonces estamos perdiendo el tiempo y, en todo caso, exacerbando los ánimos para nada. Sería mejor centrarse en el artículo 27,3 de la Constitución ("el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones"). Esta es la verdadera cuestión.

Lo que no se debería hacer

En la hoja de ruta hay que empezar por desbrozar los impedimentos para una solución correcta del asunto.
Judicializar el problema no es la solución. La reciente historia lo ha evidenciado suficientemente. El juez se limita a señalar si una norma es legal o no y conforme a derecho o no, pero no dice cómo enfocar el tema para darle una solución aceptable por parte de todos.

No se puede considerar un estatuto especial para la enseñanza de la religión de modo particular o aislado, sin integrarla en la formación humanística escolar. No hay que tener miedo a esto, que abriría nuevas perspectivas de tratamiento de manera conjunta y podría evitar muchos prejuicios.

La libertad de conciencia, que se trata de proteger, no puede ser excluyente para nadie, teniendo efectos no deseados y discriminatorios, diferenciando entre estudiantes católicos o de otras religiones con los no católicos. Estaríamos entonces utilizando un derecho para manifestar prepotencia y desprecio a otros.
Habría que replantearse la carga horaria y el profesorado que ha de atenderla, siendo prudentes para no caer en el exceso en ninguno de los dos casos. Igualmente habría que plantear unas pruebas estatales para quienes impartan la materia, con la renuncia de los obispos al privilegio de nombrar y cesar.

No se puede seguir proponiendo la alternativa a las enseñanzas religiosas. Esto no es serio, ni profesional, ni pedagógico, sino sencillamente lamentable e impositivo.

El planteamiento actual de la materia no es de recibo, pero, mientras se mantengan las normativas, habría que sentarse hasta alcanzar un acuerdo mínimo, sin exigir derechos ni imponer nada. Los obispos tendrían que dialogar en igualdad de condiciones con la participación activa de todos los interesados, sin hacerlo soterradamente con el Ministerio solamente. Esta situación no es trasparente, ni justa, además de que nunca les deja totalmente satisfechos, ya que la Administración no puede ceder en todo.
¿Qué se podría hacer entonces? Ante todo, abandonar el lenguaje belicoso que sólo habla de vulneración de derechos y ponerse a trabajar en un problema que continúa sin resolverse. La solución sólo puede venir del consenso entre todos los protagonistas para alcanzar un acuerdo social y político necesario.
Julián Arroyo Pomeda

Ilustraciones: elmundo.es, fundación G. R., politiquiando.com