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sábado, 3 de diciembre de 2016

La enseñanza como profesión moral



La dimensión moral de la educación

L
ópez Aranguren distinguía en su Ética dos aspectos de la moral, que denominó moral como estructura y moral como contenido[1]. Según esto, las acciones humanas se caracterizan por su condición moral, este es su armazón y lo que las sustenta. Si los seres humanos son libres, entonces pueden elegir entre distintas posibilidades u opciones. Para eso necesitan modelos y normas con las que poder comparar una acción determinada y tomar su propia decisión.

La libertad no es arbitraria ni irracional, un puro impulso instintivo, sino que implica actos como deliberar, decidir y ejecutar. Esta secuencia de acciones sólo podrá realizarse por el ser racional, cuando conozca los valores y las normas que le sirven de criterio para una actuación autónoma, es decir, hecha por sí mismo. Claro que se dan impedimentos y distorsiones en la decisión, por eso se requiere lucidez y preparación para no dejarse llevar por los primeros estímulos, que nos bombardean continuamente.

Sólo porque hay una estructura moral puede haber también distintos códigos morales o contenidos que la desarrollen. Esta es la segunda acepción de la moral como contenido. Tal desarrollo no tendrá lugar sin la educación, que posee necesariamente una dimensión moral, que debe ser objeto de tratamiento en la escuela. Tanto es así que la docencia es en sí misma ya una profesión moral:

“La docencia es una profesión moral y ello exige a los educadores cuidar esta dimensión en su acción educadora. Desde esta perspectiva, no se trata de volver de nuevo a cómo plantear la educación moral en las escuelas, sino más bien a conocer cuáles deberían ser las principales virtudes de los docentes mientras desarrollan su trabajo en la escuela. He destacado tres virtudes que son especialmente importantes en la profesión docente: la justicia, la compasión y la responsabilidad. Hemos de ser virtuosos en nuestra actividad docente de la misma manera que hemos de favorecer que nuestros alumnos lo sean también. Aquí se manifiestan de forma clara la grandeza y la exigencia de la tarea de enseñar a las nuevas generaciones”[2].

En cuanto a su condición moral, todo lo que el ser humano hace queda impregnado por la moralidad, que modela su conducta y su vida misma. Aplicando todo esto al profesor en el aula para enseñar a un grupo de alumnos, las actividades docentes repercuten en los aprendizajes inevitablemente. Por eso la acción docente no lleva inherente la neutralidad.

El profesor educa necesariamente a través de la materia que explica. El modo de exponer, el entusiasmo que puede poner en su transmisión, la evaluación de lo que se aprende, el tratamiento a los desiguales, la consideración y respeto que muestra ante las dificultades y problemas, la atención a quienes más lo necesiten, la disciplina que exige, son prácticas morales muchas veces explícitas y no sólo implícitas. Puede decirse, quizás en términos solemnes, que al profesor se le recuerda por su honestidad intelectual. Marchesi se expresa así sobre este tema:

“Son los principios que impulsan el trabajo de enseñar, las metas capaces de dinamizar y de orientar su trabajo, la forma de relacionarse con los demás. Constituyen, posiblemente, el carácter del profesor, su estilo profesional, la manera de establecer relaciones personales con los que le rodean en su trabajo, los motivos que informan su acción”[3].

Algo semejante ocurre con los centros educativos. Todo Centro tiene espacios y contornos visibles a través de los cuales se perciben formas de convivencia y modos de aprendizaje. Mobiliario, tecnologías, recursos y hasta luminosidad en las aulas hacen que quienes las habitan se encuentre bien o se sientan desambientados.

Todo lo dicho conduce a la idea de transversalidad. A la escuela, que es un centro educativo, se viene a aprender y a educarse. Contenidos académicamente valiosos se coimplican con una formación cultural e igualmente con valores educativos y humanos. Uno recuerda a sus maestros, pero también a su escuela y a sus compañeros de aula y de mesa. Y hasta puede tener la sensación de que respira el mismo aire infantil, adolescente y juvenil. Por eso conservar los objetos exactamente como estaban provoca emoción y entusiasmo, como ocurre en algunos de los espacios en que ahora nos encontramos. La escuela educa también transversalmente, porque la educación posee una dimensión moral.

Me parece que no está de más de más recordar esto en los comienzos del siglo XXI, porque la educación es un ejercicio polifónico con cuartetos, pianos a cuatro manos y la compañía de algunos violines. No tiene sentido separar el sistema educativo por niveles, identificando cada uno en sí mismo, sin sus acompañantes básicos imprescindibles. Tampoco es posible la neutralidad y asepsia en educación.

En los institutos se suele pecar de actuaciones puramente individualistas: cada profesor se encarga de su asignatura, que, además, la explica bien, por tener un dominio científico y pedagógico de ella. A esto habría que añadir la imprescindible colaboración de los restantes profesores de un Departamento, en primer lugar. No hacerlo colectivamente implica distorsiones y cortes irrecuperables. Cada uno debe compartir con el resto de colegas la situación de grupo, lo que le falta, sus dificultades, la ayuda que se debe prestar, las conexiones en puntos concretos que permita pasar al nivel superior sin trampas didácticas.

Si esto es necesario desde un punto de vista didáctico, lo es tanto más, si cabe, desde las conductas. En un Instituto educamos todos, y no sólo los equipos directivos, o, de lo contrario, se resienten los valores más elementales.

Los planes de Centro establecen determinados objetivos a conseguir de modo inmediato o a lo largo de un curso. Ni las cosas se alcanzan en un día, ni tampoco sin la colaboración colectiva. Los adolescentes se olvidan de las normas, pierden los documentos que se les entregan y es necesario volver a recordar una y otra vez lo mismo. "Siempre me estás hablando de lo mismo", le dice a Sócrates su interlocutor en uno de los diálogos platónicos. Sin embargo, Sócrates no cree ser un pesado o un reiterativo, sino que sabe que es necesario hacerlo así. Por eso le contesta: "y con las mismas palabras". Así se van internalizando los comportamientos, hasta convertirlos en hábitos, que luego se hace sin ninguna equivocación.
La educación tiene un ritmo lento y no valen los atajos. Sólo al final del camino podrán recogerse sus frutos. Su mayor enemigo es la impaciencia, requiere un temple y una dignidad en el profesorado. Marina sintetiza todo esto en un proverbio africano: "para educar a un niño hace falta la tribu entera". En este caso, hace falta la enseñanza Secundaria completa, con todas sus materias y la totalidad del profesorado que trabaja en el proyecto que han elaborado. Otra solución no es posible.

[es.solideshare.net]
Los códigos morales se han ido construyendo culturalmente en la evolución de la sociedad, siendo el resultado de muchos conflictos y también de acuerdos. Tenemos la costumbre de diferenciar entre la moral individual y la social. La primera pertenece a la conciencia personal y es, por eso, privada e intocable. Sólo la actuación moral social tiene que ser controlada por afectar a todos.

El fiscal Eliot Spitzer, que dimitió de su cargo de gobernador de Nueva York persiguió con rigor las conductas relacionadas con la prostitución, por considerar que su deber y su función como fiscal era destruir esas inmoralidades sociales. Después  resultó que él privadamente se servía de una prostituta, Kristen. Unos dicen: deshonró su cargo y ha tenido que pagar por ello dimitiendo del cargo público. Otros le defienden  porque se trata de asuntos de su vida privada y lo hace con su dinero. O sea que es un vicio repudiable en los demás, pero no para mí.

El terrorista suicida que hace estallar el explosivo produciendo un número determinado de muertes lo justifica por sus creencias personales y es elevado a la categoría de mártir por su fe. Ahora bien, ¿cómo se ha producido la "autonomía" personal si no ha sido elaborada en la evolución social, que ha establecido un nuevo valor, el de mártir por sus creencias? Así pues, lo individual y lo social interaccionan y se implican mutuamente. Mi actuación individual -y más en el caso de la educación- tiene una incidencia social innegable, es decir, viene impregnada de moral. La moral función tiene que garantizar las libertades individuales y no viceversa. Por ejemplo, una creencia determinada no puede impedir las actuaciones personales libres, porque en ese caso impide paralelamente la formación de la autonomía personal.

Agentes de socialización

L
a escuela es en la actualidad uno de los principales agentes de socialización, esto es, de moralización, de aquí la importancia que ha de tener la institución educativa pública, que el Estado tiene la obligación de salvaguardar. Anteriormente tales agentes eran otros, pero en la actualidad van perdiendo su influencia o incluso han llegado a abandonar su función.

1) El primero fue la familia. Aquello de que la base de los valores está en la educación que proporciona la familia hay que cuestionarlo hoy. Cuando se mantiene el vínculo familiar, el ritmo de vida impide, muchas veces, la atención debida a los hijos y el ocuparse de ellos. Los padres suelen salir temprano del domicilio familiar y regresar tarde. Entonces los hijos dependen de los abuelos o de una empleada del hogar, ajena, en principio, al mismo. Por eso las pautas de conducta no tienen un seguimiento y producen desorientación. ¿Qué decir de los principios y normas cuando la familia se rompe? Habría que recordar aquí la importancia de políticas sociales relacionadas con la conciliación entre la vida laboral y familiar, que es preciso impulsar y apoyar independientemente de quienes las promulguen.

Lo anterior no puede interpretarse como la renuncia a educar en el entorno más cercano y próximo, que es el mundo familiar cotidiano. Existen posibilidades para hacerlo y, desde luego, responsabilidades de los padres y las madres en este caso. Isabel Carrilllo se pregunta si “es posible educar en valores en familia”[4] y de eso trata el contenido de su libro, que invita a pensarlo y ofrece estrategias para ponerlo en práctica.

2) Otra fue la comunidad local de un pueblo o una ciudad. El trato directo, el conocimiento y la cercanía hacía posible organizar los comportamientos e influir en la vida. La profesión de cada uno establecía los roles rígidamente. Todo se reducía a ejercer el oficio propio y cumplir los debes familiares que son conocidos de todos. Había autoridades civiles, escolares y religiosas para el mantenimiento del orden social, así como lugares de encuentro y ocio. Esto también ha concluido ya.

3) La política y las organizaciones sociales ejercían igualmente en tiempos históricos pasados de agentes moralizadores. La estructura política no es ahora la del mundo clásico griego, ni la medieval, ni la moderna. Hoy todo es macropolítica, en la que sólo algunos participan y se sienten representados. Muchos trabajadores tienen un empleo precario, quedándoles escaso tiempo para contribuir a las actividades sindicales, que pocos perciben como concordantes con sus propios intereses. Cuando con grandes dificultades el trabajo apenas permite vivir o malvivir, ¿cómo se puede percibir entonces como la realización del ser humano o la base de su libertad por las clases sociales, que casi no existen ya?

[www.ejemplos.org]
4) La religión fue en otros tiempos casi el único agente de moral y reglas de conducta, pero la secularización de la cultura ha disminuido su eficacia práctica, al menos en el mundo europeo. Se rechazan, incluso, las creencias y hasta se hace apostasía de las mismas. Al desaparecer tal orientación de principios morales, el vacío dejado es evidente. "Dios ha muerto", escribió Nietzsche, y el mar está vaciado, el horizonte borrado, la tierra sin sol y "nos absorbe el espacio vacío"[5]. Ahora queda la tarea de la transvaloración para crear nuevos valores. La cuestión es cómo hacerlo en la sociedad en que vivimos.

En todo caso, queda la escuela como encargada de la educación, que "tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad en el respecto a los principios democráticos de convivencia y los derechos y libertades fundamentales" como establece el artículo 27,2 de la Constitución. De todas formas, el espacio de la familia y el de la escuela no pueden estar fragmentados en la educación en valores. Una puede sustituir a la otra, cuando no exista alguna de ellas. Cuantas veces se encuentra en la escuela lo que no hay en la familia, pero también es cierto que la familia reprende, informa y exige respecto a las normas. Por eso están en interrelación mutua con la loable tarea de la educación, que siempre es un valor, según la tesis de Savater[6].

5) En honor a la verdad, hay, además, otros agentes de socialización. En la actualidad el principal es el que se refiere a los medios de comunicación y entre éstos, la Televisión, la Radio e Internet. TV es el de mayor impacto directo: en ella las imágenes presentan los que se consideran ejemplos o modelos de valor, o de contra-valores, según se mire, porque también puede abrir nuevas posibilidades de transformación. La escritora Nuria Amat se expresa así sobre TV como producto de consumo:

“El televisor se ha convertido en un mueble sospechoso. Oculto y mudo como un general sin mando en el centro del desierto”[7]

En la radio aparecen mediante la palabra todos los días, especialmente en las tertulias. Internet es todavía mucho más interactivo y directo: se ve, se escucha, se actúa y uno mismo va creando acciones valorativas. Es, probablemente, el que más influye en adolescentes y jóvenes. A nivel individual, poco se puede hacer en estas tres plataformas, que están al alcance de la mano de cualquiera y con toda facilidad y atractivo. Es verdad que en la escuela cabe analizarlos e interpretar sus contenidos de forma crítica, mostrándolos como realmente son, independientemente de su apariencia tan estimulante. También la familia puede hacer una labor similar, pero es prácticamente imposible evitar su impacto. Por desgracia, los denominados programas-basura son los que más éxito tienen y, por tanto, los que más se ven. Son estos los medios nuevos por excelencia, que, además, tienen bien garantizado su futuro en la revolución tecnológica en la que ahora transcurre nuestra existencia cotidiana.
[blog.fundaciónaulassmart.org]
Educar no es dar instrucciones para que se profese un conjunto de ideas, como hacía en otros tiempos la que se denominaba “doctrina cristiana”, o “doctrina política”, sino de transmitir unos contenidos para pensar sobre ellos y, en su caso, elegirlos y asumirlos de acuerdo con criterios que así lo aconsejen. Esto se aprende, como muestran algunos ejemplos: que la libertad es superior a la esclavitud, que la igualdad es preferible a la desigualdad, que ser solidarios es mejor que excluir, que respetar[8] es antes que despreciar al otro, que los conflictos pueden resolverse con medios pacíficos de diálogo, aclaración de malentendidos y argumentaciones, etc. Son valores pertenecientes a la ética ciudadana, que deben enseñarse en la escuela, aunque para aprenderlos es necesaria la contribución de la familia, de los medios de comunicación y de la política, entre otras instituciones. ¿Dónde se ha dicho que no pueden enseñarse los valores? ¿Cómo vamos a aprenderlos entonces? Desde luego que no se tienen por naturaleza, ni tampoco por favor divino. Según Aristóteles, la virtud es un hábito, a cuya consecución deben dirigirse todos nuestros esfuerzos. Respecto a la virtud, Aristóteles dice todavía más: “no basta saber lo que es; es preciso, además, esforzarse en poseerla y ponerla en práctica, o encontrar cualquier otro medio para hacerse realmente virtuoso y bueno”[9]. Y también: “pues no investigamos para saber qué es la virtud, sino para ser buenos, ya que en otro caso sería totalmente inútil”[10] La justicia sólo puede adquirirse practicando cosas justas, es evidente. Hay que tener criterios para poder elegir bien y que no nos ocurra como al asno, que, según ¿Heráclito, “escogería la paja y dejaría el oro”?[11].

Julián Arroyo Pomeda




[1] L. Aranguren, J. L., Obras completas. Volumen 2: Ética, Primera parte, capítulo 7.
[2] Marchesi, A., “La docencia es una profesión moral”, Revista Internacional Magisterio sobre Educación y Pedagogía, 20 de marzo de 2008. Tomado de OEI. Boletín de novedades 29 de marzo de 2008
[3] Marchesi, A., “La docencia es una profesión moral”, Revista Internacional Magisterio sobre Educación y Pedagogía, 20 de marzo de 2008. Tomado de OEI. Boletín de novedades 29 de marzo de 2008
[4] Carrillo, I., ¿Es posible educar en valores en familia? Graó, Barcelona 2007
[5] Nietzsche, F., El gay saber, libro tercero, parágrafo 125
[6] Savater, F., El valor de educar. Ariel, Barcelona 1997
[7] Véase: Amat, N., Deja que la lluvia llueva sobre mí. Lumen, Barcelona 2008
[8] Véase: Sennett, R., El Respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad. Anagrama, Barcelona 2003.
[9] Aristóteles, Ética nicomáquea, libro décimo, capítulo diez.
[10] Aristóteles, Ética nicomáquea, libro segundo, capítulo segundo.
[11] Aristóteles, Ética nicomáquea, libro décimo, capítulo quinto.