La
dimensión moral de la educación
L
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ópez Aranguren distinguía en su Ética dos aspectos de la moral, que
denominó moral como estructura y moral
como contenido[1]. Según esto, las
acciones humanas se caracterizan por su condición moral, este es su armazón y
lo que las sustenta. Si los seres humanos son libres, entonces pueden elegir
entre distintas posibilidades u opciones. Para eso necesitan modelos y normas
con las que poder comparar una acción determinada y tomar su propia decisión.
La libertad no es arbitraria ni
irracional, un puro impulso instintivo, sino que implica actos como deliberar,
decidir y ejecutar. Esta secuencia de acciones sólo podrá realizarse por el ser
racional, cuando conozca los valores y las normas que le sirven de criterio
para una actuación autónoma, es decir, hecha por sí mismo. Claro que se dan
impedimentos y distorsiones en la decisión, por eso se requiere lucidez y
preparación para no dejarse llevar por los primeros estímulos, que nos
bombardean continuamente.
Sólo porque hay una estructura moral puede haber también distintos códigos
morales o contenidos que la desarrollen. Esta es la segunda acepción de la
moral como contenido. Tal desarrollo no tendrá lugar sin la educación, que
posee necesariamente una dimensión moral, que debe ser objeto de tratamiento en
la escuela. Tanto es así que la docencia es en sí misma ya una profesión moral:
“La docencia es
una profesión moral y ello exige a los educadores cuidar esta dimensión en su
acción educadora. Desde esta perspectiva, no se trata de volver de nuevo a cómo
plantear la educación moral en las escuelas, sino más bien a conocer cuáles
deberían ser las principales virtudes de los docentes mientras desarrollan su
trabajo en la escuela. He destacado tres virtudes que son especialmente
importantes en la profesión docente: la justicia, la compasión y la
responsabilidad. Hemos de ser virtuosos en nuestra actividad docente de la
misma manera que hemos de favorecer que nuestros alumnos lo sean también. Aquí
se manifiestan de forma clara la grandeza y la exigencia de la tarea de enseñar
a las nuevas generaciones”[2].
En cuanto a su condición moral, todo lo
que el ser humano hace queda impregnado por la moralidad, que modela su
conducta y su vida misma. Aplicando todo esto al profesor en el aula para
enseñar a un grupo de alumnos, las actividades docentes repercuten en los
aprendizajes inevitablemente. Por eso la acción docente no lleva inherente la neutralidad.
El profesor educa necesariamente a
través de la materia que explica. El modo de exponer, el entusiasmo que puede
poner en su transmisión, la evaluación de lo que se aprende, el tratamiento a
los desiguales, la consideración y respeto que muestra ante las dificultades y
problemas, la atención a quienes más lo necesiten, la disciplina que exige, son
prácticas morales muchas veces explícitas y no sólo implícitas. Puede decirse,
quizás en términos solemnes, que al profesor se le recuerda por su honestidad
intelectual. Marchesi se expresa así sobre este tema:
“Son
los principios que impulsan el trabajo de enseñar, las metas capaces de
dinamizar y de orientar su trabajo, la forma de relacionarse con los demás.
Constituyen, posiblemente, el carácter del profesor, su estilo profesional, la
manera de establecer relaciones personales con los que le rodean en su trabajo,
los motivos que informan su acción”[3].
Algo semejante ocurre con los centros
educativos. Todo Centro tiene espacios y contornos visibles a través de los
cuales se perciben formas de convivencia y modos de aprendizaje. Mobiliario,
tecnologías, recursos y hasta luminosidad en las aulas hacen que quienes las
habitan se encuentre bien o se sientan desambientados.
Todo lo dicho conduce a la idea de transversalidad. A la escuela, que es
un centro educativo, se viene a aprender y a educarse. Contenidos
académicamente valiosos se coimplican con una formación cultural e igualmente
con valores educativos y humanos. Uno recuerda a sus maestros, pero también a
su escuela y a sus compañeros de aula y de mesa. Y hasta puede tener la
sensación de que respira el mismo aire infantil, adolescente y juvenil. Por eso
conservar los objetos exactamente como estaban provoca emoción y entusiasmo,
como ocurre en algunos de los espacios en que ahora nos encontramos. La escuela
educa también transversalmente, porque la educación posee una dimensión moral.
Me parece que no está de más de más
recordar esto en los comienzos del siglo XXI, porque la educación es un
ejercicio polifónico con cuartetos, pianos a cuatro manos y la compañía de
algunos violines. No tiene sentido separar el sistema educativo por niveles,
identificando cada uno en sí mismo, sin sus acompañantes básicos
imprescindibles. Tampoco es posible la neutralidad y asepsia en educación.
En los institutos se suele pecar de
actuaciones puramente individualistas: cada profesor se encarga de su
asignatura, que, además, la explica bien, por tener un dominio científico y
pedagógico de ella. A esto habría que añadir la imprescindible colaboración de
los restantes profesores de un Departamento, en primer lugar. No hacerlo
colectivamente implica distorsiones y cortes irrecuperables. Cada uno debe
compartir con el resto de colegas la situación de grupo, lo que le falta, sus
dificultades, la ayuda que se debe prestar, las conexiones en puntos concretos
que permita pasar al nivel superior sin trampas didácticas.
Si esto es necesario desde un punto de
vista didáctico, lo es tanto más, si cabe, desde las conductas. En un Instituto
educamos todos, y no sólo los equipos directivos, o, de lo contrario, se
resienten los valores más elementales.
Los planes de Centro establecen
determinados objetivos a conseguir de modo inmediato o a lo largo de un curso.
Ni las cosas se alcanzan en un día, ni tampoco sin la colaboración colectiva.
Los adolescentes se olvidan de las normas, pierden los documentos que se les
entregan y es necesario volver a recordar una y otra vez lo mismo.
"Siempre me estás hablando de lo mismo", le dice a Sócrates su
interlocutor en uno de los diálogos platónicos. Sin embargo, Sócrates no cree
ser un pesado o un reiterativo, sino que sabe que es necesario hacerlo así. Por
eso le contesta: "y con las mismas palabras". Así se van
internalizando los comportamientos, hasta convertirlos en hábitos, que luego se
hace sin ninguna equivocación.
La educación tiene un ritmo lento y no
valen los atajos. Sólo al final del camino podrán recogerse sus frutos. Su
mayor enemigo es la impaciencia, requiere un temple y una dignidad en el
profesorado. Marina sintetiza todo esto en un proverbio africano: "para
educar a un niño hace falta la tribu entera". En este caso, hace falta la
enseñanza Secundaria completa, con todas sus materias y la totalidad del
profesorado que trabaja en el proyecto que han elaborado. Otra solución no es
posible.
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Los códigos
morales se han ido construyendo culturalmente en la evolución de la
sociedad, siendo el resultado de muchos conflictos y también de acuerdos.
Tenemos la costumbre de diferenciar entre la
moral individual y la social.
La primera pertenece a la conciencia personal y es, por eso, privada e
intocable. Sólo la actuación moral social tiene que ser controlada por afectar
a todos.
El fiscal Eliot Spitzer, que dimitió de
su cargo de gobernador de Nueva York persiguió con rigor las conductas
relacionadas con la prostitución, por considerar que su deber y su función como
fiscal era destruir esas inmoralidades sociales. Después resultó que él privadamente se servía de una
prostituta, Kristen. Unos dicen: deshonró su cargo y ha tenido que pagar por
ello dimitiendo del cargo público. Otros le defienden porque se trata de asuntos de su vida privada
y lo hace con su dinero. O sea que es un vicio repudiable en los demás, pero no
para mí.
El terrorista suicida que hace estallar
el explosivo produciendo un número determinado de muertes lo justifica por sus
creencias personales y es elevado a la categoría de mártir por su fe. Ahora
bien, ¿cómo se ha producido la "autonomía" personal si no ha sido elaborada
en la evolución social, que ha establecido un nuevo valor, el de mártir por sus
creencias? Así pues, lo individual y lo social interaccionan y se implican
mutuamente. Mi actuación individual -y más en el caso de la educación- tiene
una incidencia social innegable, es decir, viene impregnada de moral. La moral
función tiene que garantizar las libertades individuales y no viceversa. Por
ejemplo, una creencia determinada no puede impedir las actuaciones personales
libres, porque en ese caso impide paralelamente la formación de la autonomía
personal.
Agentes
de socialización
L
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a escuela
es en la actualidad uno de los principales
agentes de socialización, esto es, de moralización, de aquí la importancia
que ha de tener la institución educativa pública, que el Estado tiene la
obligación de salvaguardar. Anteriormente tales agentes eran otros, pero en la
actualidad van perdiendo su influencia o incluso han llegado a abandonar su
función.
1) El primero fue la familia. Aquello de que
la base de los valores está en la educación que proporciona la familia hay que
cuestionarlo hoy. Cuando se mantiene el vínculo familiar, el ritmo de vida
impide, muchas veces, la atención debida a los hijos y el ocuparse de ellos.
Los padres suelen salir temprano del domicilio familiar y regresar tarde.
Entonces los hijos dependen de los abuelos o de una empleada del hogar, ajena,
en principio, al mismo. Por eso las pautas de conducta no tienen un seguimiento
y producen desorientación. ¿Qué decir de los principios y normas cuando la
familia se rompe? Habría que recordar aquí la importancia de políticas sociales
relacionadas con la conciliación entre la vida laboral y familiar, que es
preciso impulsar y apoyar independientemente de quienes las promulguen.
Lo anterior no puede interpretarse como
la renuncia a educar en el entorno más cercano y próximo, que es el mundo
familiar cotidiano. Existen posibilidades para hacerlo y, desde luego,
responsabilidades de los padres y las madres en este caso. Isabel Carrilllo se
pregunta si “es posible educar en valores en familia”[4] y de
eso trata el contenido de su libro, que invita a pensarlo y ofrece estrategias
para ponerlo en práctica.
2) Otra fue la comunidad local de un
pueblo o una ciudad. El trato directo, el conocimiento y la cercanía hacía
posible organizar los comportamientos e influir en la vida. La profesión de
cada uno establecía los roles rígidamente. Todo se reducía a ejercer el oficio
propio y cumplir los debes familiares que son conocidos de todos. Había
autoridades civiles, escolares y religiosas para el mantenimiento del orden
social, así como lugares de encuentro y ocio. Esto también ha concluido ya.
3) La
política y las organizaciones
sociales ejercían igualmente en tiempos históricos pasados de agentes
moralizadores. La estructura política no es ahora la del mundo clásico griego,
ni la medieval, ni la moderna. Hoy todo es macropolítica, en la que sólo
algunos participan y se sienten representados. Muchos trabajadores tienen un
empleo precario, quedándoles escaso tiempo para contribuir a las actividades
sindicales, que pocos perciben como concordantes con sus propios intereses.
Cuando con grandes dificultades el trabajo apenas permite vivir o malvivir,
¿cómo se puede percibir entonces como la realización del ser humano o la base
de su libertad por las clases sociales, que casi no existen ya?
[www.ejemplos.org] |
4) La
religión fue en otros tiempos
casi el único agente de moral y reglas de conducta, pero la secularización de
la cultura ha disminuido su eficacia práctica, al menos en el mundo europeo. Se
rechazan, incluso, las creencias y hasta se hace apostasía de las mismas. Al
desaparecer tal orientación de principios morales, el vacío dejado es evidente.
"Dios ha muerto", escribió Nietzsche, y el mar está vaciado, el
horizonte borrado, la tierra sin sol y "nos absorbe el espacio vacío"[5].
Ahora queda la tarea de la transvaloración para crear nuevos valores. La
cuestión es cómo hacerlo en la sociedad en que vivimos.
En todo caso, queda la escuela como
encargada de la educación, que "tendrá por objeto el pleno desarrollo de
la personalidad en el respecto a los principios democráticos de convivencia y
los derechos y libertades fundamentales" como establece el artículo 27,2
de la Constitución.
De todas formas, el espacio de la familia y el de la escuela
no pueden estar fragmentados en la educación en valores. Una puede sustituir a la
otra, cuando no exista alguna de ellas. Cuantas veces se encuentra en la
escuela lo que no hay en la familia, pero también es cierto que la familia
reprende, informa y exige respecto a las normas. Por eso están en interrelación
mutua con la loable tarea de la educación, que siempre es un valor, según la
tesis de Savater[6].
5) En honor a la verdad, hay, además,
otros agentes de socialización. En la actualidad el principal es el que se
refiere a los medios de comunicación
y entre éstos, la
Televisión , la
Radio e Internet. TV es el de mayor impacto directo: en ella
las imágenes presentan los que se consideran ejemplos o modelos de valor, o de
contra-valores, según se mire, porque también puede abrir nuevas posibilidades
de transformación. La escritora Nuria Amat se expresa así sobre TV como
producto de consumo:
“El televisor se
ha convertido en un mueble sospechoso. Oculto y mudo como un general sin mando
en el centro del desierto”[7]
En la radio aparecen mediante la palabra
todos los días, especialmente en las tertulias. Internet es todavía mucho más
interactivo y directo: se ve, se escucha, se actúa y uno mismo va creando
acciones valorativas. Es, probablemente, el que más influye en adolescentes y
jóvenes. A nivel individual, poco se puede hacer en estas tres plataformas, que
están al alcance de la mano de cualquiera y con toda facilidad y atractivo. Es
verdad que en la escuela cabe analizarlos e interpretar sus contenidos de forma
crítica, mostrándolos como realmente son, independientemente de su apariencia
tan estimulante. También la familia puede hacer una labor similar, pero es
prácticamente imposible evitar su impacto. Por desgracia, los denominados
programas-basura son los que más éxito tienen y, por tanto, los que más se ven.
Son estos los medios nuevos por excelencia, que, además, tienen bien
garantizado su futuro en la revolución tecnológica en la que ahora transcurre
nuestra existencia cotidiana.
[blog.fundaciónaulassmart.org] |
Educar no es dar instrucciones
para que se profese un conjunto de ideas, como hacía en otros tiempos la que se
denominaba “doctrina cristiana”, o “doctrina política”, sino de transmitir unos
contenidos para pensar sobre ellos y, en su caso, elegirlos y asumirlos de
acuerdo con criterios que así lo aconsejen. Esto se aprende, como muestran
algunos ejemplos: que la libertad es superior a la esclavitud, que la igualdad
es preferible a la desigualdad, que ser solidarios es mejor que excluir, que
respetar[8]
es antes que despreciar al otro, que los conflictos pueden resolverse con
medios pacíficos de diálogo, aclaración de malentendidos y argumentaciones,
etc. Son valores pertenecientes a la ética ciudadana, que deben enseñarse en la
escuela, aunque para aprenderlos es necesaria la contribución de la familia, de
los medios de comunicación y de la política, entre otras instituciones. ¿Dónde
se ha dicho que no pueden enseñarse los valores? ¿Cómo vamos a aprenderlos
entonces? Desde luego que no se tienen por naturaleza, ni tampoco por favor
divino. Según Aristóteles, la virtud es un hábito, a cuya consecución deben
dirigirse todos nuestros esfuerzos. Respecto a la virtud, Aristóteles dice
todavía más: “no basta saber lo que es; es preciso, además, esforzarse en poseerla
y ponerla en práctica, o encontrar cualquier otro medio para hacerse realmente
virtuoso y bueno”[9]. Y
también: “pues no investigamos para saber qué es la virtud, sino para ser
buenos, ya que en otro caso sería totalmente inútil”[10]
La justicia sólo puede adquirirse practicando cosas justas, es evidente. Hay
que tener criterios para poder elegir bien y que no nos ocurra como al asno,
que, según ¿Heráclito, “escogería la paja y dejaría el oro”?[11].
Julián Arroyo
Pomeda
[1]
L. Aranguren, J. L., Obras completas.
Volumen 2: Ética, Primera parte,
capítulo 7.
[2]
Marchesi, A., “La docencia es una profesión moral”, Revista
Internacional Magisterio sobre Educación y Pedagogía, 20 de marzo de 2008. Tomado de OEI. Boletín de novedades 29 de
marzo de 2008
[3] Marchesi, A., “La docencia es
una profesión moral”, Revista Internacional Magisterio sobre
Educación y Pedagogía, 20 de marzo de 2008. Tomado de OEI.
Boletín de novedades 29 de marzo de 2008
[4]
Carrillo, I., ¿Es posible educar en
valores en familia? Graó, Barcelona 2007
[5]
Nietzsche, F., El gay saber, libro
tercero, parágrafo 125
[6]
Savater, F., El valor de educar.
Ariel, Barcelona 1997
[7]
Véase: Amat, N., Deja que la lluvia
llueva sobre mí. Lumen, Barcelona 2008
[8]
Véase: Sennett, R., El Respeto. Sobre
la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad. Anagrama,
Barcelona 2003.
[9]
Aristóteles, Ética nicomáquea, libro
décimo, capítulo diez.
[10]
Aristóteles, Ética nicomáquea, libro
segundo, capítulo segundo.
[11]
Aristóteles, Ética nicomáquea, libro
décimo, capítulo quinto.
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