1. Ciudad y educación
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a importancia de la educación para
los seres humanos
no es una cuestión discutida.
Kant mantiene,
incluso, la identidad de los
términos. "El hombre -escribe- no llega a ser hombre más que por la educación. No es más que lo que la educación
hace de él" (Kant: Reflexiones
sobre la educación, introducción). Si aceptamos la idea, habrá que tomar la
educación como el necesario punto de partida
de cualquiera de
nuestras actividades.
Ahora bien, la educación tiene mucho
que ver con las ciudades, en cuanto que éstas han sido siempre el lugar
de encuentro del
pueblo y sus
ciudadanos. Si
quisiéramos empezar por el principio, tendríamos que
remontarnos a los siglos anteriores a
la era cristiana. Uno de los referentes importantes
es Aristóteles,
y el sentido
que para los
griegos tenía la
polis.
Según el filósofo, la educación tiene
por base la constitución política en la que es necesario formar
a los jóvenes, acostumbrándolos
a desarrollar actividades
y valores constitucionales, con el fin de que puedan así practicar
la virtud. Además, la educación ha de ser la misma para todos, ya que "el fin de toda ciudad es único" (Política, libro VIII, I), y a todos los ciudadanos
incumbe cuidarla
por igual, por ser cada uno parte de la ciudad, que se configura
como el conjunto. La primera tradición griega
ha transmitido la
idea de que es en la polis donde se realizaba la paideía,
es decir, todas las actividades
relacionadas con el modo de vivir dignamente,
mediante la práctica
de las virtudes, comunitarias o
ciudadanas.
Esta idea evolucionaría
pronto, dando lugar
a la creación
de escuelas, a
las que acudía la gente más cualificada desde
los aspectos económicos, intelectuales y
sociales. Pero
incluso estos lugares
especiales de educación
mantenían la tradición
primitiva, abriendo
clases más populares
de divulgación de
forma pública.
Quizás era una
buena manera de
que los estudiantes
mejores pudieran poner en práctica
los conocimientos adquiridos, midiendo
su capacidad de
hacerse entender por el pueblo
llano.
Mucho más tarde se crearon universidades, pero con la particularidad de
estar siempre incardinadas
en ciudades. De
este modo la
cultura irradiaba en las mismas, favoreciendo el
bien común de
todo el pueblo. Incluso cuando
se refugia en
ámbitos retirados para salvaguardarla
de luchas y guerras, prevalece
la idea de preservar las tradiciones, poniendo a salvo la educación
y la cultura, por considerarlas
imprescindibles para la humanidad.
Los textos que los renacentistas reivindicaron con verdadera
pasión habían sido
redactados por hombres
que hicieron su
vida en pueblos y ciudades
de tierras y
geografías distintas. No se trataba de textos
sagrados, sino
laicos y profanos, en los que quedaban fijadas
las ideas de
nuestros semejantes, que, por ello, podían ser justamente
criticadas y objetadas
pon otros seres
humanos.
Si la educación hubiera
perdido hoy su
auténtico papel,
que es el de la intervención de los
ciudadanos en los
asuntos de la ciudad que les conciernen,
esto debería ser
objeto de profunda
reflexión, para
que no pierda
su carácter más
sustantivo. ¿Por qué se restringen en la
actualidad las decisiones a individuos seleccionados, de modo que sólo ellos puedan crear opinión? Desde luego
hay que salvar a los mejores científicos, que tratan de no encasillarse
en especialidades cerradas, y trabajan por hacer
comunicable la
ciencia, enseñándola previamente, para que los ciudadanos tengan posibilidad
de reflexionar sobre
su función en
la sociedad.
Y es que
hasta las más altas
tecnologías tienen que estar al servicio del ciudadano, si no quieren convertirse en estrategias
de poder de grupos de dominación.
2. Educación, democracia y participación.
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esde luego, donde no es posible vivir
sin el uso de la participación es en los ámbitos de democracia. No se mantendrá la democracia sin la
participación de los ciudadanos. Y esta participación
quedaría en mero
artificio sin niveles
de educación que
hagan posible a
los ciudadanos entender las situaciones,
intervenir en el debate de las mismas, previamente
a la toma de conciencia de
que existen objetivos
y posturas diferentes, que no conducen, evidentemente, a los mismos resultados.
[www.levante.emv.com] |
Quizás no ha existido un
siglo más apasionado
por la educación y la cultura que el de la Ilustración. Puede que ante él nuestra situación sea de un
gran contraste.
La Ilustración implica
autonomía teórica y práctica.
Desde el punto de vista teórico, cada uno de los individuos tiene
que proporcionarse
libremente las normas
de conducta adecuadas, que luego extenderá a su personal modo de
vivir. Ahora
bien, ¿cuál es la base de tales normas? No hay otra más que su propia razón.
Desde el punto de vista práctico, este carácter de
racionalidad no puede
quedarse en el
sujeto, sino
que habrá de apuntar a todo lo que le rodea, organizando
de este modo
el entorno humano
conforme a la
razón libre.
Especial atención deberíamos poner aquí
respecto a los
entornos políticos y sociales en que se desarrolla nuestra
vida.
Configurarse teórica
y prácticamente autónomos
es lo más próximo a ser uno mismo. Nos hacemos los seres humanos cuando
disponemos de criterios
para valorar lo
que pasa. Criterios que se
adquieren mediante la información necesaria.
Sólo así somos
libres. Pues
bien, la democracia, en cuanto cultura cívica
y política, que propugna un orden de convivencia, contribuye, sin duda ninguna, a la autonomía y, por tanto, a ser uno mismo. En este sentido, es un modo de vida, como tantas veces
se proclama.
Democracia y educación impiden concebir
siquiera que pueda
accederse a la
plena ciudadanía desde el mantenimiento
de las desigualdades
sociales en la
polis. Si la ciudad (y el mundo) depende de nosotros mismos,
los seres humanos, toda desigualdad
tiene que interpelarnos con urgencia
en una educación
democrática. Poner
la ciudad al
servicio de los
ciudadanos exige niveles de financiación
de proyectos sociales
a realizar. Esta es la importante función
de los impuestos: ofrecer los servicios sociales necesarios
para los ciudadanos. Porque democracia
no es sólo legitimidad, sino también, y paralelamente, eficacia.
elroto [www.elpais.es] |
Crisis de educación y crisis
de ciudadanía corren
parejas. Los
hombres viven en
el horizonte del
mundo (aunque
no tomen conciencia
del dato, ni lo sepan), desde la base común que son las ciudades y los pueblos. En un pueblo y en una ciudad, nadie se siente aislado, porque se cultivan las relaciones
interpersonales. Así la comunidad
conoce inmediatamente cualquier acontecimiento que le afecte. En las grandes ciudades -y más en las capitales- esto es mucho más difícil, pero, quizás, no imposible, si se crean las redes de comunicación adecuadas para la participación
de los ciudadanos, junto con espacios ambientales civilizados en los
que sentirse civilmente bien. La educación tiene
que jugar aquí
el papel protagonista
que le corresponde
en una ciudad
gobernada democráticamente. El deseo de Rousseau, expresado en el siglo XVIII, no ha perdido actualidad. Así escribió el pensador francés en Discurso
sobre el origen
de la desigualdad:
"Hubiera querido nacer en
un país en el que el Soberano y el Pueblo sólo pudiesen
tener un único
y mismo interés, para que todos los movimientos
de la máquina
sólo tendiesen
a la felicidad
común; lo cual al no poderse lograr más que siendo el
Pueblo y el Soberano una misma persona, se desprende que
hubiera querido nacer
bajo un gobierno
democrático, sabiamente
moderado".
Julián Arroyo Pomeda
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