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lunes, 20 de abril de 2015

Nos han robado todo


He vuelto a ver la película Asignatura pendiente, que Garci estrenó en el cine Carlos III de Madrid en 1977, siendo su primer largo metraje. Es una obra generacional, que presenta de un modo muy personal y con una extraordinaria sensibilidad la España de la época, la de los últimos años del régimen franquista y los comienzos de la Transición. Aquí aparece la historia de un período histórico preciso.

                                    Sacristán y Falcoyano en una escena de la película

Hacia la mitad del metraje, Pepe Sacristán (Jose) le dice a Fiorela Faltroyano (Helena) una frase que sintetiza magistralmente el contenido: "Nos han robado tantas cosas, las veces que tú y yo debimos hacer el amor y no lo hicimos, los libros que debimos leer, las cosas que debimos pensar, qué se yo, pues eso, todo eso es lo que no les puedo perdonar...". Y el Epílogo remacha: "A nosotros que nos han robado la inocencia...".

Mas no se queda en esta decepción ya irremediable, sino que, al final, cuando los amantes deciden romper, Sacristán propone a Helena lo que todavía queda, que es "mirar hacia adelante". Y ante la incredulidad y resignada mirada de ésta le aclara que eso vale para él, para ella y para todos. Sólo queda eso, porque aquella herencia moral de los años 50 es el vacío más absoluto. No queda ninguna base, porque nos lo han quitado todo.

No puedo menos que situarme ante otra imagen de época, la de hoy mismo, en los años 15 del siglo XXI. Acaso necesitemos otro Garci que nos vuelva a contar esta historia actual. También ahora nos están robando todo y esta cultura del aprovechamiento de todo y de todos no es nada fácil de superar: están quedando demasiados cadáveres en el camino. La descomposición completa empieza a llamar a las puertas.


En los tres últimos años que llevamos con la austeridad y los recortes, como estrella para salir de la crisis económica, la gestión política del Gobierno se va traduciendo ante los ojos de los ciudadanos en las reformas denominadas estructurales que hacen pagar el máximo de impuestos a las clases medias y bajas, mientras se favorece, sin ningún pudor, a los niveles altos de riqueza. Se están resistiendo -y mucho ya- los servicios básicos en Sanidad y Educación, mientras que el paro sigue en cotas todavía muy altas.

Todo esto repercute en las Comunidades Autónomas de forma incontenida, limitándose la mayoría a echar las culpas al Gobierno Central, como ocurre, incluso, en Madrid, que en unos años ha perdido unos 10.000 empleos en Sanidad y 7.500 en Educación. La nueva ley de educación (LOMCE) ha sido una imposición vergonzante de la mayoría absoluta. Las tarifas universitarias han subido aquí en torno al 65% en dos años y, al parecer, subirán otro 20% en el próximo curso. ¿Qué se pretende, sino echar de las aulas universitarias a la gente que menos poder económico tiene? Como se recortan los presupuestos, suben las tasas y, a su vez, baja la cuantía de las becas. Así la desigualdad crece a marchas forzadas y los servicios públicos tienen que atender a un mayor número de pacientes y a más alumnos con una considerable disminución de sus profesionales.

Mientras transcurre todo esto, acaba de aflorar la escandalera estrepitosa, con espectáculo incluido, del emblema por antonomasia del éxito del milagro económico español, representado por Rodrigo Rato, ex ministro de economía -"el mejor que hemos tenido"- del Gobierno Aznar y es director del FMI. Finis coronat opus, decían los latinos, sólo que aquí el fin es con exclusividad el incremento salvaje del dinero a toda costa. Este gran hombre ha decidido el camino para hacer de su vida algo valioso y proponerlo así a la ciudadanía.

Algunos datos nos ponen los pelos como escarpias: la atribución de Hacienda de un patrimonio de 27 millones a Rato (procedente del fraude fiscal y blanqueo de dinero), la detección por la Fiscalía de 78 cuentas a su nombre en 13 bancos, ocho sociedades en el extranjero para transferir dinero y eludir el embargo, más de 100 millones de fianza por el caso Bankia, un entramado familiar complejo para protegerse, etc. Estamos al borde del precipicio de quien sólo se ha favorecido a sí mismo. Dice R. M. Dworkin en Justicia para erizos (página 31) que "no podemos respetar adecuadamente nuestra humanidad a menos que respetemos la humanidad en otro". Todos deberíamos aprender de esto.
Mientras tanto, el Estado sigue recaudando sin parar para disponer de recursos que hagan posibles nuevos latrocinios. Recordemos a San Agustín en La ciudad de Dios (II, 2.2): "Si en los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de ladrones a gran escala?". Acertó, ahora lo estamos confirmando en todos los bandos.

Igualdad de recursos, según Dworkin, es tratar "a la gente con igual consideración cuando permitimos a cada quien proyectar su propia vida". Así escribe un jurista norteamericano del siglo XXI. Entre nosotros está desapareciendo la equidad y con ello impedimos que cada uno proyecte su vida, que es el mayor valor del que disponemos. Unos pocos nos están robando todo, incluso la propia vida, no digamos nada de nuestra dignidad. Así no podemos seguir. Menuda época nos ha tocado. Produce escalofríos pensar que estamos dedicando prácticamente la totalidad de nuestro PIB para pagar los préstamos que nos han prestado las instituciones extranjeras. Somos esclavos de una globalización rampante, que, además y con el mayor cinismo, aplaude nuestro proceder. Que sigan este camino glorioso muchos países, parecen decir, y nosotros seguiremos lucrándonos. Hemos perdido completamente nuestra dignidad y no existe ya ni la más simple vergüenza.

Julián Arroyo Pomeda

Ilustraciones
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