He vuelto a ver la película Asignatura pendiente, que Garci estrenó en el cine Carlos III de
Madrid en 1977, siendo su primer largo metraje. Es una obra generacional, que
presenta de un modo muy personal y con una extraordinaria sensibilidad la
España de la época, la de los últimos años del régimen franquista y los
comienzos de la Transición. Aquí aparece la historia de un período histórico
preciso.
Sacristán y Falcoyano en una escena de la película
Hacia la mitad del metraje, Pepe Sacristán (Jose) le dice a Fiorela
Faltroyano (Helena) una frase que sintetiza magistralmente el contenido:
"Nos han robado tantas cosas, las veces que tú y yo debimos hacer el amor
y no lo hicimos, los libros que debimos leer, las cosas que debimos pensar, qué
se yo, pues eso, todo eso es lo que no les puedo perdonar...". Y el
Epílogo remacha: "A nosotros que nos han robado la inocencia...".
Mas no se queda en esta decepción ya irremediable, sino que,
al final, cuando los amantes deciden romper, Sacristán propone a Helena lo que
todavía queda, que es "mirar hacia adelante". Y ante la incredulidad
y resignada mirada de ésta le aclara que eso vale para él, para ella y para
todos. Sólo queda eso, porque aquella herencia moral de los años 50 es el vacío
más absoluto. No queda ninguna base, porque nos lo han quitado todo.
No puedo menos que situarme ante otra imagen de época, la de
hoy mismo, en los años 15 del siglo XXI. Acaso necesitemos otro Garci que nos
vuelva a contar esta historia actual. También ahora nos están robando todo y
esta cultura del aprovechamiento de todo y de todos no es nada fácil de
superar: están quedando demasiados cadáveres en el camino. La descomposición
completa empieza a llamar a las puertas.
En los tres últimos años que llevamos con la austeridad y los recortes, como estrella para salir de la crisis económica, la
gestión política del Gobierno se va traduciendo ante los ojos de los ciudadanos
en las reformas denominadas estructurales que hacen pagar el máximo de
impuestos a las clases medias y bajas, mientras se favorece, sin ningún pudor,
a los niveles altos de riqueza. Se están resistiendo -y mucho ya- los servicios
básicos en Sanidad y Educación, mientras que el paro sigue en cotas todavía muy
altas.
Todo esto repercute en las Comunidades Autónomas de forma
incontenida, limitándose la mayoría a echar las culpas al Gobierno Central,
como ocurre, incluso, en Madrid, que en unos años ha perdido unos 10.000
empleos en Sanidad y 7.500 en Educación. La nueva ley de educación (LOMCE) ha
sido una imposición vergonzante de la mayoría absoluta. Las tarifas
universitarias han subido aquí en torno al 65% en dos años y, al parecer,
subirán otro 20% en el próximo curso. ¿Qué se pretende, sino echar de las aulas
universitarias a la gente que menos poder económico tiene? Como se recortan los
presupuestos, suben las tasas y, a su vez, baja la cuantía de las becas. Así la
desigualdad crece a marchas forzadas y los servicios públicos tienen que
atender a un mayor número de pacientes y a más alumnos con una considerable
disminución de sus profesionales.
Mientras transcurre todo esto, acaba de aflorar la
escandalera estrepitosa, con espectáculo incluido, del emblema por antonomasia
del éxito del milagro económico español,
representado por Rodrigo Rato, ex ministro de economía -"el mejor que
hemos tenido"- del Gobierno Aznar y es director del FMI. Finis coronat opus, decían los latinos,
sólo que aquí el fin es con exclusividad el incremento salvaje del dinero a
toda costa. Este gran hombre ha decidido el camino para hacer de su vida algo
valioso y proponerlo así a la ciudadanía.
Algunos datos nos ponen los pelos como escarpias: la
atribución de Hacienda de un patrimonio de 27 millones a Rato (procedente del
fraude fiscal y blanqueo de dinero), la detección por la Fiscalía de 78 cuentas
a su nombre en 13 bancos, ocho sociedades en el extranjero para transferir
dinero y eludir el embargo, más de 100 millones de fianza por el caso Bankia,
un entramado familiar complejo para protegerse, etc. Estamos al borde del
precipicio de quien sólo se ha favorecido a sí mismo. Dice R. M. Dworkin en Justicia para erizos (página 31) que
"no podemos respetar adecuadamente nuestra humanidad a menos que
respetemos la humanidad en otro". Todos deberíamos aprender de esto.
Mientras tanto, el Estado sigue recaudando sin parar para
disponer de recursos que hagan posibles nuevos latrocinios. Recordemos a San
Agustín en La ciudad de Dios (II, 2.2):
"Si en los gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en
bandas de ladrones a gran escala?". Acertó, ahora lo estamos confirmando
en todos los bandos.
Igualdad de recursos, según Dworkin, es tratar "a la
gente con igual consideración cuando permitimos a cada quien proyectar su
propia vida". Así escribe un jurista norteamericano del siglo XXI. Entre
nosotros está desapareciendo la equidad
y con ello impedimos que cada uno proyecte su vida, que es el mayor valor del
que disponemos. Unos pocos nos están robando todo, incluso la propia vida, no
digamos nada de nuestra dignidad. Así no podemos seguir. Menuda época nos ha
tocado. Produce escalofríos pensar que estamos dedicando prácticamente la
totalidad de nuestro PIB para pagar los préstamos que nos han prestado las
instituciones extranjeras. Somos esclavos de una globalización rampante, que,
además y con el mayor cinismo, aplaude nuestro proceder. Que sigan este camino
glorioso muchos países, parecen decir, y nosotros seguiremos lucrándonos. Hemos
perdido completamente nuestra dignidad y no existe ya ni la más simple
vergüenza.
Julián Arroyo Pomeda
Ilustraciones:
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