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Malagueño
de ascendencia vasca, nació en 1936, año de infausta memoria, loco y terrorífico.
Vivió aquel horror con su abuelo y sus cinco hijos asesinados por milicianos (“Desde el profundo afecto a la memoria de mi padre y el
resto de mis familiares injustamente asesinados, tiendo mi mano a todos los
afectados por el injusto asesinato de los suyos”, escribió años después).
Este fanatismo cainita llevaría a Muguerza
a la tolerancia y el diálogo durante toda su vida, unida siempre a su
pensamiento. Por movilizarse contra el régimen la policía franquista lo
detuvo y condujo a la cárcel de Carabanchel, pero le indultaron con motivo de
la elección del Papa Juan XXIII. ¡Qué sarcasmo para un increyente como Muguerza!
¡Qué cruel e inconsciente es la historia!
Le
dirigió la tesis doctoral González Álvarez, catedrático conservador de la
Complutense, serio, riguroso y competente, que se atrevió con Frege y el
pensamiento contemporáneo, aunque se doctoró con "El tema de Dios en la
filosofía existencial", y alcanzó pronto la cátedra, que le retiraron a
Ortega y Gasset, de Metafísica (Ontología y Teodicea). Parece increíble que
pudieran entenderse los dos. Después, los pensadores más disidentes y
contestatarios seguirían a Muguerza que dirigió más de 25 tesis doctorales.
Muguerza
fue elaborando a lo largo de su trayectoria profesional un pensamiento caracterizado por su dinamismo y evolución. Lo hacía
así porque estaba siempre atento a las cuestiones problemáticas nuevas que se
iban planteando, pero todo pilotaba en torno a la ética y la razón, a la utopía
y al disenso, como se ha propuesto. La obra de Muguerza es un pensamiento moral
y político, que no renuncia a la razón, precisamente por ser consciente de su
devaluación desde la Modernidad. La razón
sin esperanza sorprendía en su cabecera con un texto breve: "¿Puede la
ética esperar algo todavía de la razón? He aquí una pregunta que rehúyen las
filosofías morales instaladas en un fácil racionalismo triunfalista o rendidas
sin más a la desesperanza de la sinrazón; una pregunta que este libro intenta,
por su parte, reformular más bien que responder".
La
utopía era un concepto moral: no es el ser, los hechos, lo que importa, sino el
‘deber ser’. Tampoco en el consenso se toman las decisiones morales, sino en el
disenso, porque la decisión mayoritaria puede ser injusta. Me parece que los
cuatro conceptos, en el fondo, forman un centro y pueden reducirse a uno solo. Filosofaba al modo socrático, mediante el
diálogo y el debate. El estilo de escritura era muy claro y con letra
grande. En un encuentro en la Carlos III apareció con un gran taco de folios que
miramos inquietos. Informó que expondría el tema en cuarenta minutos y que
nadie se asustara del paquete de folios, porque su letra grande solo permitía
seis líneas por carilla.
En
La Laguna debió causar una gran impresión. Los alumnos admiraban al maestro,
que no retrocedía ante nada. Muchos sufrirían una conmoción, cuando encabezaba
manifestaciones en Tenerife para pedir la creación de la Facultad de Filosofía
en esa universidad, o apoyando a los estudiantes encerrados en el Aula Magna
para lo mismo. Nunca habían visto actividades semejantes, pero lo consiguió. En
mi primera visita a la Universidad manifesté a un profesor el privilegio de
contar allí con Muguerza. Me dijo que también llevaba a la gente al Partido. Le
pregunté que si llevaba alumnos al fútbol y él me dijo que no me lo explicaría
porque sabía de sobra lo que quería decir. Había quien le consideraba un
revolucionario y lo era, en efecto.
Nos
ha dejado. Heráclito escribió que “a los hombres, tras la muerte, les aguardan
cosas que ni esperan ni imaginan”. Seguro que Muguerza había leído este
pensamiento.
Las cosas surgen de la
necesidad. Entre
nosotros, en los 70 las facultades de filosofía de las universidades españolas ejercitaban
la escolástica oficial hegemónica, dogmática y sectaria con el tomismo y
algunos toques de neotomismo. Esto resultaba insoportable (Lledó ha escrito que
ante tal panorama se moría de aburrimiento y de tristeza) y se hacía imprescindible entrar en la
filosofía analítica, en la filosofía crítica frankfurtiana y las corrientes
políticas y éticas europeas, que refrescarían y estimularían el ambiente
intelectual. Muguerza lo vio: había que modernizar la filosofía española y ponerla a la altura de la europea,
sin olvidar corrientes del marxismo. Fue muy valiente, porque esto rompía de
raíz con nuestras tradiciones ancestrales, pero lo consiguió mediante el empleo
crítico de la razón. No quedaba otro
asidero que la razón con esperanza, sin esperanza y contra toda esperanza.
Julián
Arroyo Pomeda
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