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viernes, 1 de agosto de 2014

¿Es posible distribuir la riqueza justamente?


Del treinta de julio al tres de agosto se está celebrando en Mérida el 60 Festival del Teatro clásico. Este año ha correspondido representar la obra Pluto de Aristófanes, seleccionada muy probablemente por la actualidad del contenido, que conocemos bien en la España actual, además de por sus propios méritos.

Se trata de una comedia escrita por Aristófanes hacia el año 380 a. C., es decir, en el siglo cuarto. Pericles, tan querido y admirado por los atenienses, ha muerto ya y Atenas, cuyo "mito" es expresión de la democracia se encuentra ahora en decadencia. La situación política venía siendo muy turbia, incluso en el siglo quinto, como ha puesto de manifiesto Luciano Canfora en El mundo de Atenas, recientemente editada entre nosotros por Anagrama. Gobernaba una camarilla que se repartía el botín, como enseñó Max Weber. En la polis de Atenas había violencia, la asamblea se encontraba desierta y sus dirigentes eran oligarcas. Es el momento de preguntarse por la naturaleza del poder, que aspiraba a lucrarse profundamente y a mantener sus privilegios.

Pluto o la riqueza


En este contexto sitúa Aristófanes su sátira política para plantear una utopía: si es posible un reparto justo de la riqueza. Hay que saber que el nivel de pobreza era tan alto en Atenas que había ciudadanos que se convertían en esclavos para poder trabajar así y comer, aunque sólo fuera un plato de lentejas. ¿Y si fuera posible acabar con la pobreza y distribuir la riqueza sin abusos, corrupciones y trampas de aprovechados?

Enfrentamientos, injusticias y privilegios luchaban entre sí por medio de dos castas insuperables, los ricos y los pobres. Guerra de clases, democracia destrozada por una plutocracia en aumento. El argumento es simple y fácil de retener, ya que se basa en dos personajes protagonistas antagónicos: Pluto (la riqueza) y Penía (la pobreza).

La situación socio-económica de Atenas, que Aristófanes crítica, es contraria a la democracia. No puede haber democracia sin igualdad y en Atenas la desigualdad crecía cada vez más. Pero la desigualdad es consecuencia de la mala distribución de la riqueza, lo que es injusto. La pobreza es, sin duda, consecuencia de las guerras del Peloponeso y de la corrupción imperante.

Esto impulsó la actividad de los políticos, los sicofantes y los comerciantes. Refiriéndose a los políticos, Crémilo dice: "en cuanto se hacen ricos con los dineros públicos, se vuelven unos sinvergüenzas que conspiran contra el pueblo y luchan contra la democracia". Y Pluto contesta: “Cuando se han hecho ricos, desaparecen todos los límites a su maldad". Incluso se pagaba una remuneración a los que asistían a la Asamblea, porque, de lo contrario, no acudían.

Los sicofantes eran también unos personajes que sabían aprovecharse de la situación: "otros eran los ricos -dice Crémilo-: los robatemplos, los políticos, los relatores y los granujas". Los delatores de la traducción eran los sicofantes, o acusadores e informadores públicos, que con sus infundios y mentiras se atrevían a arruinar a los ciudadanos. Cualquiera podía ser denunciado ante los tribunales, pero necesitaba de algún intermediario que conociera los recursos técnicos a emplear. Éste era el sicofante, que, además, podía acusar directamente por venganza, o para hacer un chantaje, o una calumnia. El delator de Pluto se queja a Carión de que en lugar de hacerle rico el dios le ha empobrecido y éste se extraña: "¿Es que tú eras del grupo de los sinvergüenzas y desvalijadores de casas?". El delator protesta, pero le acorralan más, pidiéndole que diga cuál es el oficio del que vive. Muy irritado contesta: "Yo soy el vigilante de todos los asuntos públicos y privados". Así protege la ciudad, acusando para que se cumplan las leyes, y mantiene la democracia.

Los comerciantes son gente sin escrúpulos que se las apañan para aumentar sus riquezas en medio de la pobreza reinante.

Hasta los mismos dioses están atemorizados, porque, cuando se reparte bien la riqueza ya nadie quiere ofrecerle sacrificios: "ni incienso, ni milagros, ni tortas, ni víctimas, ni ninguna otra cosa". Hermes está hambriento, dado que ya no recibe bizcocho, ni miel, ni higos secos, ni pastel, ni pata de cerdo, ni tripas calientitas, ni un pan bien cocido. El desprecio del esclavo Carión no se hace esperar: "(Se tira un pedo). Chúpate éste y lárgate corriendo". Igualmente se quejan los sacerdotes de Zeus de que ya nadie les hace sacrificios.

El desastre es ilimitado y la corrupción es la única reina. Lo que ahora se impone es "volverse canalla, delincuente, un sinvergüenza total, porque para la vida creo que eso es lo único provechoso". Así se expresa Crémilo. Y su esclavo Carión no se queda atrás: "en los tiempos que corren lo que conviene muchísimo es no ser honrado en nada". A lo que Blepsidemo (blepo = mirar; demos = pueblo), el amigo de Crémilo, añade: "limpio, lo que se dice limpio, no hay nada en ningún hombre: la ambición les puede a todos". No será exagerado proclamar que el panorama era desolador.

¿Cómo acabar con todo esto? Aquí viene el planteamiento de la utopía. Crémilo es un ciudadano de clase media, que se ha convertido en un pobre vergonzante, ya que su riqueza ha ido disminuyendo progresivamente, a causa de su mala distribución. La trama presenta a Pluto (la Riqueza), que ha sido cegado por Zeus, por lo que da dinero a los sinvergüenzas y no a los hombres honrados, porque no ve ni sabe lo que hace. Habría que devolverle la vista para que invirtiera la situación, premiando a los honestos y quitando la riqueza a los malos y deshonestos, que explotan a los demás.

Crémilo es un hombre honrado que no sabe si educar a su hijo para ganar dinero, sin escrúpulos morales y especializándole en el engaño y la sinvergonzonería, o hacerle honrado, pero pobre, como él mismo. Así las cosas, acude al oráculo de Delfos para que le ofrezca una solución. Sorprendentemente, el oráculo le dice que lleve a su casa al primero que se encuentre al salir del habitáculo. Da con un viejo ciego y harapiento, que resulta ser Pluto, el dios de la riqueza. Crémilo sueña entonces con hacer ricos sólo a las personas honradas, que saben usar bien la riqueza, esforzándose y trabajando con ella de manera productiva. Pluto no acaba de convencerse, ya que los hombres "cuando de verdad me tienen y se hacen ricos, son los peores de todos". Además, Zeus se podría vengar. A esto Crémilo le hace ver que el mismo Zeus gobierna a los otros dioses porque tiene más poder y que éste se lo da el dinero. Por tanto, Pluto tiene más poder que el mismo Zeus. Hay que hacer rica, solamente a la gente honrada.

Para que Pluto pueda actuar hay que devolverle la vista y esto sólo puede hacerlo el dios de la medicina: "lo mejor es lo que yo tenía pensado hace un rato, lograr que se acueste en el templo de Asclepios", dice Crémilo.

Penía o la pobreza

Mientras tanto, aparece una vieja mal vestida, que se presenta así a Crémilo y a Blepsidemo: "Soy Pobreza, que llevo viviendo con vosotros dos muchos años". Frente a la opinión de Blepsidemo ("en ningún sitio ha nacido un ser más dañino que ella"), Pobreza se considera "la única causante de todo lo bueno que tenéis". Ante el proyecto de hacer rica a la gente honrada, Pobreza le dice contundentemente: "estás muy equivocado". La razón es que si Pluto "repartiera a todos por igual, ya nadie se ocuparía de artes y oficios", mientras que ahora los pobres están obligados a trabajar para buscar el pan: no les sobra nada, pero tampoco carecen de lo fundamental. Y añade: los hombres con dinero "son gotosos, echan tripa, tienen piernas hinchadas y una obesidad descarada; a mi lado están delgados, con talle de avispa y son terribles para sus enemigos". Acaban echándola, aunque ella protesta que algún día querrán que vuelva.

Es bueno nadar en la abundancia para el hombre honrado, aunque se quejen por ello tanto el delator como la vieja con amantes antiguos, los dioses y los sacerdotes, que suspiran ahora por el puré de lentejas de los pobres. Tras la discusión (agón), se acaba con la procesión festiva a la Acrópolis ("lo indicado es que vayamos cantando detrás del cortejo"). Hay que hacer un cambio radical que mejore la polis: ahora el trabajo y la honradez producirán la prosperidad. Esperanza y pesimismo a la vez, porque los hombres ya no se acuerdan de los dioses, no les sacrifican, ni tampoco cambian los delatores, ni la vieja, pero sí que es necesario mejorar la situación económico-social.


Julián Arroyo Pomeda

Ilustraciones: escuelapedia.com; teatres.gva.es; pasionporlacultura.es; ven-a-merida