Del
treinta de julio al tres de agosto se está celebrando en Mérida el 60 Festival
del Teatro clásico. Este año ha correspondido representar la obra Pluto de Aristófanes, seleccionada muy
probablemente por la actualidad del contenido, que conocemos bien en la España
actual, además de por sus propios méritos.
Se
trata de una comedia escrita por Aristófanes hacia el año 380 a. C., es decir,
en el siglo cuarto. Pericles, tan querido y admirado por los atenienses, ha
muerto ya y Atenas, cuyo "mito" es expresión de la democracia se
encuentra ahora en decadencia. La situación política venía siendo muy turbia,
incluso en el siglo quinto, como ha puesto de manifiesto Luciano Canfora en El mundo de Atenas, recientemente
editada entre nosotros por Anagrama. Gobernaba una camarilla que se repartía el
botín, como enseñó Max Weber. En la polis
de Atenas había violencia, la asamblea se encontraba desierta y sus dirigentes
eran oligarcas. Es el momento de preguntarse por la naturaleza del poder, que aspiraba a lucrarse profundamente y a
mantener sus privilegios.
Pluto o la riqueza
En
este contexto sitúa Aristófanes su sátira política para plantear una utopía: si es posible un reparto justo de la
riqueza. Hay que saber que el nivel de pobreza era tan alto en Atenas que
había ciudadanos que se convertían en esclavos para poder trabajar así y comer,
aunque sólo fuera un plato de lentejas. ¿Y si fuera posible acabar con la
pobreza y distribuir la riqueza sin abusos, corrupciones y trampas de
aprovechados?
Enfrentamientos,
injusticias y privilegios luchaban entre sí por medio de dos castas
insuperables, los ricos y los pobres. Guerra de clases, democracia destrozada
por una plutocracia en aumento. El argumento es simple y fácil de retener, ya
que se basa en dos personajes protagonistas antagónicos: Pluto (la riqueza) y Penía
(la pobreza).
La
situación socio-económica de Atenas, que Aristófanes crítica, es contraria a la
democracia. No puede haber democracia sin igualdad y en Atenas la desigualdad
crecía cada vez más. Pero la desigualdad es consecuencia de la mala
distribución de la riqueza, lo que es injusto. La pobreza es, sin duda, consecuencia
de las guerras del Peloponeso y de la corrupción imperante.
Esto
impulsó la actividad de los políticos, los sicofantes y los comerciantes.
Refiriéndose a los políticos, Crémilo dice: "en cuanto se hacen
ricos con los dineros públicos, se vuelven unos sinvergüenzas que conspiran
contra el pueblo y luchan contra la democracia". Y Pluto contesta: “Cuando
se han hecho ricos, desaparecen todos los límites a su maldad". Incluso se
pagaba una remuneración a los que asistían a la Asamblea, porque, de lo
contrario, no acudían.
Los sicofantes eran también unos
personajes que sabían aprovecharse de la situación: "otros eran los ricos
-dice Crémilo-: los robatemplos, los políticos, los relatores y los
granujas". Los delatores de la traducción eran los sicofantes, o
acusadores e informadores públicos, que con sus infundios y mentiras se atrevían
a arruinar a los ciudadanos. Cualquiera podía ser denunciado ante los
tribunales, pero necesitaba de algún intermediario que conociera los recursos
técnicos a emplear. Éste era el sicofante, que, además, podía acusar
directamente por venganza, o para hacer un chantaje, o una calumnia. El delator
de Pluto se queja a Carión de que en
lugar de hacerle rico el dios le ha empobrecido y éste se extraña: "¿Es
que tú eras del grupo de los sinvergüenzas y desvalijadores de casas?". El
delator protesta, pero le acorralan más, pidiéndole que diga cuál es el oficio
del que vive. Muy irritado contesta: "Yo soy el vigilante de todos los
asuntos públicos y privados". Así protege la ciudad, acusando para que se
cumplan las leyes, y mantiene la democracia.
Los comerciantes son gente sin escrúpulos que
se las apañan para aumentar sus riquezas en medio de la pobreza reinante.
Hasta
los mismos dioses están atemorizados, porque, cuando se reparte bien la riqueza
ya nadie quiere ofrecerle sacrificios: "ni incienso, ni milagros, ni
tortas, ni víctimas, ni ninguna otra cosa". Hermes está hambriento, dado
que ya no recibe bizcocho, ni miel, ni higos secos, ni pastel, ni pata de
cerdo, ni tripas calientitas, ni un pan bien cocido. El desprecio del esclavo
Carión no se hace esperar: "(Se tira un pedo). Chúpate éste y lárgate
corriendo". Igualmente se quejan los sacerdotes de Zeus de que ya nadie
les hace sacrificios.
El
desastre es ilimitado y la corrupción es la única reina. Lo que ahora se impone
es "volverse canalla, delincuente, un sinvergüenza total, porque para la
vida creo que eso es lo único provechoso". Así se expresa Crémilo. Y su
esclavo Carión no se queda atrás: "en los tiempos que corren lo que
conviene muchísimo es no ser honrado en nada". A lo que Blepsidemo (blepo = mirar; demos = pueblo), el amigo de Crémilo, añade: "limpio,
lo que se dice limpio, no hay nada en ningún hombre: la ambición les puede a
todos". No será exagerado proclamar que el panorama era desolador.
¿Cómo
acabar con todo esto? Aquí viene el planteamiento de la utopía. Crémilo es un ciudadano de clase media, que se ha
convertido en un pobre vergonzante, ya que su riqueza ha ido disminuyendo
progresivamente, a causa de su mala distribución. La trama presenta a Pluto (la
Riqueza), que ha sido cegado por Zeus, por lo que da dinero a los sinvergüenzas
y no a los hombres honrados, porque no ve ni sabe lo que hace. Habría que devolverle
la vista para que invirtiera la situación, premiando a los honestos y quitando
la riqueza a los malos y deshonestos, que explotan a los demás.
Crémilo
es un hombre honrado que no sabe si
educar a su hijo para ganar dinero, sin escrúpulos morales y
especializándole en el engaño y la sinvergonzonería, o hacerle honrado, pero
pobre, como él mismo. Así las cosas, acude al oráculo de Delfos para que le
ofrezca una solución. Sorprendentemente, el oráculo le dice que lleve a su casa
al primero que se encuentre al salir del habitáculo. Da con un viejo ciego y
harapiento, que resulta ser Pluto, el dios de la riqueza. Crémilo sueña
entonces con hacer ricos sólo a las personas honradas, que saben usar bien la
riqueza, esforzándose y trabajando con ella de manera productiva. Pluto no
acaba de convencerse, ya que los hombres "cuando de verdad me tienen y se
hacen ricos, son los peores de todos". Además, Zeus se podría vengar. A
esto Crémilo le hace ver que el mismo Zeus gobierna a los otros dioses porque
tiene más poder y que éste se lo da el dinero. Por tanto, Pluto tiene más poder
que el mismo Zeus. Hay que hacer rica, solamente a la gente honrada.
Para
que Pluto pueda actuar hay que devolverle la vista y esto sólo puede hacerlo el
dios de la medicina: "lo mejor es lo que yo tenía pensado hace un rato, lograr
que se acueste en el templo de Asclepios", dice Crémilo.
Penía o la pobreza
Mientras
tanto, aparece una vieja mal vestida, que se presenta así a Crémilo y a Blepsidemo:
"Soy Pobreza, que llevo viviendo con vosotros dos muchos años".
Frente a la opinión de Blepsidemo ("en ningún sitio ha nacido un ser más
dañino que ella"), Pobreza se considera "la única causante de todo lo
bueno que tenéis". Ante el proyecto de hacer rica a la gente honrada,
Pobreza le dice contundentemente: "estás muy equivocado". La razón es
que si Pluto "repartiera a todos por igual, ya nadie se ocuparía de artes
y oficios", mientras que ahora los pobres están obligados a trabajar para
buscar el pan: no les sobra nada, pero tampoco carecen de lo fundamental. Y
añade: los hombres con dinero "son gotosos, echan tripa, tienen piernas
hinchadas y una obesidad descarada; a mi lado están delgados, con talle de
avispa y son terribles para sus enemigos". Acaban echándola, aunque ella
protesta que algún día querrán que vuelva.
Es
bueno nadar en la abundancia para el hombre honrado, aunque se quejen por ello
tanto el delator como la vieja con amantes antiguos, los dioses y los
sacerdotes, que suspiran ahora por el puré de lentejas de los pobres. Tras la
discusión (agón), se acaba con la
procesión festiva a la Acrópolis ("lo indicado es que vayamos cantando
detrás del cortejo"). Hay que hacer un cambio radical que mejore la polis: ahora el trabajo y la honradez
producirán la prosperidad. Esperanza y pesimismo a la vez, porque
los hombres ya no se acuerdan de los dioses, no les sacrifican, ni tampoco
cambian los delatores, ni la vieja, pero sí que es necesario mejorar la situación económico-social.
Julián
Arroyo Pomeda
Ilustraciones: escuelapedia.com; teatres.gva.es; pasionporlacultura.es; ven-a-merida