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n España todo el año es
carnaval, podría decirse con una cierta exageración, pero no tanta. Ahora bien,
en los días cercanos a la Cuaresma el asunto se recrudece todavía más, como
ocurrió la semana pasada con dos estampas cien por cien celtibéricas.
Empezó a circular en Madrid
un autobús transfóbico, pintado de rojo, bien visible y con una inscripción que a
nadie ha dejado indiferente, como los organizadores habían previsto, sin duda.
La plataforma Hazte oír quería hacerse
notar, precisamente ahora que su ministro amigo e ideológicamente
correligionario parece que se ha escondido por pura estrategia, a la espera de
otra ocasión mejor. Éste es el mensaje transmitido: "Los niños tienen
pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre.
Si eres mujer, seguirás siéndolo". No tiene desperdicio. Veámoslo un poco
más analíticamente.
Niño = pene = hombre. Niña =
vulva = mujer. Se trata de una verdad biológica inmutable e indiscutible. Así
ha sido desde siempre y así será. "El ser es y el no ser no es". Sólo
que Parménides nada tenía que ver con esto. Ya se sabe que en el mundo griego
clásico los parámetros eran muy distintos de los de nuestro mundo occidental de
la actualidad. Y lo eran, en este caso, afortunadamente para ellos y
desgraciadamente para nosotros.
Sentadas estas bases, la
conclusión no se hace esperar: no dejes que te engañen. Ten cuidado: que no te
la den. Y si tú practicas otra cosa, no estás en la verdad, pero ¿qué es la
verdad? Verdad es, por ejemplo, que la
identidad sexual no es lo biológico inmutable, sino lo que cada uno siente
y esto puede cambiar. Tenemos un cuerpo y lo sentimos siempre humano, sólo que varón
o mujer, allá cada cual con su sentimiento. ¿También vamos a decir a cada uno cómo
debe sentirse o cómo tiene que vivir? La identidad se va formando.
Que el mensaje crea odio y violencia social, no me cabe ninguna
duda. Está bien claro. Si tienes pene, pero te sientes con vulva y vives así, o
viceversa, no eres más que un desgraciado, un perturbado, o un enfermo mental.
La sociedad tendrá que enseñarte qué es lo que verdaderamente eres y, si hace
falta, te orientará, mediante los medios más adecuados de que disponga, para
evitar que te muevas en un infierno. No es tan evidente la identidad sexual,
aunque el simplismo ideológico la pinte de una manera tan pedestre y elemental.
Somos heterosexuales y homosexuales, qué le vamos hacer, esta es la orientación
sexual a la que estamos sujetos.
Tenemos que dejarnos oír
todos para exigir que se respete la diversidad, con independencia de la
ideología. Hay demasiadas cosas y situaciones por las que sufrimos ya mucho, no
añadamos todavía otra más. Ya está bien de que algunos se empeñen en imponer
sus propias creencias y opiniones, como si fueran la verdad. La filosofía ha
pedido siempre a los seres humanos que piensen para no dejarse timar. Y estos
signos ideológicos son muy peligrosos. Mucho cuidado con todo lo que suene a
ultra, aunque sea ultracatólico.
Otra representación celtibérica
se dio en la gala Drag del Carnaval de Canarias,
una "frivolidad blasfema", según el obispo de allí. Apareció la
fantasía titulada "¡Mi cielo, yo no hago milagros! Que sea lo que Dios
quiera". El presidente del Cabildo de Tenerife también se quejó de que
"se dañaron sentimientos" de personas, porque aparecieron imágenes de
la virgen y la crucifixión de Cristo. Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla,
se ha indignado por el "episodio bochornoso y repugnante" de una
persona crucificada como Cristo y vestida de Virgen. Lo más sorprendente es que
luego, en carta a su hermano, el obispo de Canarias, escribe: "Como dice
San Pablo, para los que aman a Dios todo lo que sucede, sucede para bien".
Se pide la conversión de los canarios en la Cuaresma. Bueno, entonces tampoco
es para tanto.
Burla, blasfemia, escarnio, insulto.
Una virgen desnuda, coronada de espinas y con un lanzazo en el costado. Un
Cristo que baja de la cruz y entona estrofas provocadoras en una procesión de
un grupo de nazarenos. No me cabe duda de que el espectáculo es para
impresionar, pero estamos festejando el carnaval, del que siempre se ha dicho
que es una celebración antes de la
Cuaresma, en la que el pueblo se disfraza y desfila por las calles. Sucede
la permisividad y el descontrol.
Se asocia el Carnaval a la
tradición cristiana, porque la Iglesia estableció la prohibición de comer carne
los viernes. De aquí su etimología, carnem-levare
(abandonar la carne), o carne-vale
(adiós a la carne), o carnes tollendas.
El Carnaval se relaciona con la Cuaresma (quadragesima),
que hace referencia a los cuarenta días que Jesús ayunó en el desierto. Es el
período que va desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de resurrección.
La Iglesia pedía durante ellos ayuno y penitencia, por eso el día antes era de
jolgorio carnavalesco antes de recogerse en penitencia y proclamar la
conversión y renovación para acercarse a Dios. Los cristianos se preparan para la
Pascua de Resurrección.
La cuestión es que, al
alejarse de las tradiciones religiosas, la contención tradicional va
desapareciendo y en la actualidad no se acepta ninguna limitación. El carnaval
se presta al disfrute total de la gente. El pueblo acostumbra a burlarse y a
hacer mofa de los principales acontecimientos del año de perspectiva política y
religiosa. Si se trata de befar a cualquier institución, ¿por qué habría que
poner excepciones? No tiene ya sentido decir ‘usted puede hacer escarnio de
todo, menos de....’. El carnaval es esto. Claro que podrá gustar más o menos,
pero la realidad es la que es.
Por eso es incomprensible
que la televisión pública retirara la gala por presiones de la Iglesia y las
instituciones conservadoras. Precisamente la pública, cuyo presupuesto pagan
todos los ciudadanos. Es, además, una total hipocresía, porque luego recogerán
el Carnaval de Canarias en Informe Semana. Es una tomadura de pelo. En tiempos
de la dictadura franquista, el carnaval estaba prohibido, en general. Sólo
faltaría que la prohibición volviera otra vez. Mientras haya carnavales, que
cada palo aguante su vela. ¡Qué le vamos a hacer!
El día en que tales
espectáculos -Autobús y Carnaval- no sean noticia, habrá acabado el celtiverismo. Mientras tanto, seguimos
comportándonos como seres carpetovetónicos. Eso sí, enseguida llega la Semana Santa y entonces veremos las
calles inundadas de otra clase de imágenes, ante las que nadie se escandalizará.
Entonces el Estado laico volverá a ser de nuevo lo que, quizás, nunca ha dejado
de ser, es decir, un Estado confesional católico por tradición. Que viva el carpetovetonismo
por muchos años.
Julián
Arroyo Pomeda