El que hayamos perdido cien años antes de empezar no es motivo para que no intentemos vencer (Atticus Finch a su hija, Matar a un ruiseñor).
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hora, cuando se discute
con mayor o menor encono -como siempre suele ocurrir entre nosotros- sobre la
interpretación de los Acuerdos
firmados entre dos partidos para alcanzar la investidura del nuevo Presidente
del Gobierno, vuelve a plantearse la necesidad de un pacto por la educación. Se
trata de una cuestión permanente, que resurge de cenizas ya casi apagadas y que
nunca consiguen dar a la luz por el estúpido orgullo envarado de unos y otros
que parece que nunca acabará. Todo ha de ser siempre blanco o negro, sin que
sea posible dar color a nada.
Dado que las leyes de
educación en unos treinta y cinco años de democracia en España han sido siete,
puede decirse que en poco más de una legislatura se ha promulgado una de estas
leyes. Dicho de otra manera, que cada partido en el gobierno elaboraba una
cuando contaba con mayoría suficiente de votos. Esa misma caía en cuanto
perdida en las urnas el partido que la aprobó. El derroche en medios humanos y
recursos económicos y administrativos ha sido enorme. Y lo que es peor, las
generaciones han ido recibiendo una formación distinta en similares períodos de
edad. Por ello no se ha podido avanzar. Los mimbres tejidos por una ley estaban
destinados a ser destruidos por la ley siguiente. Incluso una de ellas quedó
derogada sin haber sido aplicada, lo que no impidió al mismo partido hacer otra
distinta, al retomar el gobierno. Se da la paradoja de que la actualmente
vigente puede ser paralizada en aquellos puntos que todavía no han sido
aplicados.
¿Por qué no podemos
nosotros tener una ley de educación?, se preguntaba molesta una personalidad del
partido que todavía es gobierno en funciones. Y la han tenido contra todo y
contra todos hasta conseguir el compromiso de toda la oposición parlamentaria
de derogarla cuando perdieran las elecciones. Todavía más. Siendo Ángel
Gabilondo ministro de educación socialista, propuso un acuerdo educativo al
Partido Popular. Habían avanzado bastante en las reuniones del año 2010 para
lograrlo y el ministro renunció a cuestiones básicas para ello, cuando alguien
alertó de que los socialistas perderían las próximas elecciones -y acertó,
ciertamente. Entonces tendrían su hora y sería el momento oportuno para hacer
su propia ley. Esta fue el nefasto legado el ministro Wert, que se enfrentó,
cual llanero solitario, pero sin grandeza, a todo un universo educativo. Y así
le fue: salió del gobierno sin poder acabar la aplicación completa de su ley
tan denostada.
En estos momentos y con
el horizonte abierto a la posible investidura para la presidencia del gobierno,
otra vez se plantea un pacto por la
educación, que sea de orden social, y permita diseñar un marco legal
consensuado. Los firmantes de los
Acuerdos se dan un plazo de seis meses para ello y, mientras tanto,
paralizarán la implantación de la LOMCE en los aspectos que no están todavía en
vigor. Con tales perspectivas de actuación no sería extraño que los populares
se opongan rotundamente, en cuyo caso habría que empezar de nuevo otra vez,
derogando lo que actualmente existe y creando otra próxima ley. Y así
sucesivamente. ¿Llegará a constituirse siquiera una Mesa de trabajo para
empezar el tema? Creo que sólo será posible en el caso de que obligue la
necesidad. ¿Cual es ésta?
Hay algunas cosas muy
preocupantes. En España el abandono
escolar temprano está en torno a un 23,5% y es el mayor de la Unión Europea
hasta duplicarlo, ya que la media comunitaria es del 11,1%. Dado que tampoco
estamos a la altura de los rankins internacionales en nuestras universidades,
la formación y preparación de los estudiantes españoles no es la mejor para el
acceso al mundo laboral. Es preciso resolver el problema de la Educación en
España, pero ¿cómo? El asunto es que los años de crisis han reducido de forma
significativa los recursos dedicados a Educación y Sanidad. De este modo las
cosas tendrán que ir a peor. Los problemas no sólo se resuelven, sino que se
acrecientan.
El pacto educativo
tendría que entrar en la Reforma profunda del sistema, lo que resulta de una
complejidad apabullante. No es que no se puede reorganizar la Secundaria, una
de las bases imprescindibles, pero sí que es necesario tocar tantos palillos
que el acuerdo no resulta nada fácil y, sobre todo, habría que tomar decisiones
muy drásticas en torno al eje de educar/enseñar o transmitir
conocimientos/creatividad y habilidades. Marina cortó el debate tajantemente:
no se considera ni pedagogo ni antipedagogo. Las mejoras y las innovaciones
tienen que evaluarse para ver si son eficaces o no.
Qué
debe contemplar un pacto educativo
[la-razon.com] |
Lo primero es hacer un
plan curricular con una profunda reflexión acerca de lo que hay que introducir
en el currículo escolar de
Secundaria y que todo estudiante debiera superar para promocionar. No es
posible meterlo todo con calzador. Supuesto que sólo la inteligencia humana creó
tanto lo científico como lo humanista, ¿qué habría que priorizar? Ante todo,
superar la división tradicional entre
"ciencias" y "letras". No tiene sentido saber de una de
las variables, abandonando la otra, sino que hay que integrarlas, lo que no
resulta nada fácil en la realidad práctica de las aulas. Lo que ahora prevalece
en la U. E. es lo científico y técnico o tecnológico, que se visualiza con el
término STEM (Science, Technology. Engineering, Mathematics). Esto ha llevado a
la crisis de las Humanidades, que en otros momentos históricos fueron
indiscutibles. Las denominadas "dos culturas" están en un profundo
desencuentro.
En las Humanidades hay
que incluir el lenguaje, el pensamiento crítico, la historia de la cultura y el mundo de
la ética. Con las lenguas nos
comunicamos, convivimos, creamos y nos expresamos. Las lenguas son tanto las
modernas como las antiguas, que iniciaron la creación de la cultura.
Sin el pensamiento
crítico no son posibles las sociedades libres, justas y razonables, sino que
éstas se afianzarán en absolutismos, corporativismos y fundamentalismos que
violentan y no valoran las diferencias. Los poderes establecidos no se
cuestionarán, si se carece de herramientas que hagan posible la reflexión y la
argumentación, que debe enseñarse en la escuela, porque nada se improvisa.
Autoridades ancestrales, tradiciones culturales, medios escritos y visuales,
todo se va imponiendo mecánicamente, a poco que nos descuidemos, moldeando a
las personas.
Somos también lo que
hacemos y lo que hemos construido. Por eso el conocimiento de la historia es
imprescindible para saber lo que nos ha pasado y orientar lo que nos va a pasar.
En nuestra historia se encuentran las creaciones científicas, literarias,
artísticas, jurídicas, religiosas y políticas, entre otras.
Todo esto se encuentra
estabilizado y organizado por un modo de vivir bueno, es decir, moral y
virtuoso. El impulso ético lo ha impregnado todo siempre.
La manera de integrar
lo que tenemos no se alcanza mediante las asignaturas tradicionales desnudas,
sino a través de la impermeabilización
humanista de todas ellas, según propone J. A. Marina. La idea me parece
excelente, pero habría que evaluar su eficacia. La costumbre de funcionar por
asignaturas tiene tal peso histórico entre nosotros que será difícil superarlo,
aunque no por eso hay que dejar de intentarlo. Es relativamente reciente la experiencia
de la LOGSE para que los valores impregnaran todas las materias. Después del
entusiasmo inicial de los neófitos, fracasó rotundamente y las rémoras se
impusieron. España es de otra pasta y aquí triunfa difícilmente lo que en otros
países funciona. Aquí sólo se trataron los valores cuando se implantó la Ética
como asignatura en la Secundaria.
[stellae.usc.es] |
El profesorado es el encargado de enseñar el programa curricular que
se establezca. Todas las leyes de educación le han considerado siempre como el
protagonista, pero me temo que esto entra dentro de la retórica legal, porque
los medios puestos a su disposición han seguido la tónica de la escasez.
Preparación escasa, atención y cuidado por la Administración muy limitado, muy
poco instrumental técnico, reconocimiento social y profesional cada vez más
mermado, carga de condiciones de trabajo muy incrementada a partir de la crisis
económica, salarios descendientes, etc.
El Estatuto del
profesorado se ha propuesto varias veces, pero ninguna ha cuajado. La última
propuesta ha sido la de Marina, encargado de ello por el actual ministro de
Educación, pero los resultados electorales parecen condenarlo a permanecer en
el cajón correspondiente. Se propone de nuevo en los Acuerdos PSOE/Ciudadanos, como es costumbre entre los que piensan
formar gobierno. Está por ver lo que suceda. Habrá que estar muy atentos a los
próximos movimientos.
Julián
Arroyo Pomeda